miércoles, 24 de octubre de 2018

Frases prestadas- frase 50


“Yo estudie en la Universidad de Pensilvania, y aunque todavía puedo apreciar los aspectos espirituales de esa formación, me he pasado todo el tiempo transcurrido desde mi titulación desaprendiendo lo que aprendí.”
Louis I. Kahn

domingo, 21 de octubre de 2018

Jappy (Ciudad de chabolas)



Empezó como todo empieza en este mundo, sin darle la mayor importancia,  pasando desapercibido salvo para unos pocos.

Alguna que otra pintada en algún que otro callejón de esos que da miedo cruzar por la noche.
Nada que durara más de un par de días antes de ser borrado y limpiado.

A base de la repetición, como todo, fue cobrando más renombre, poco a poco el payaso llorando fue abriéndose paso por más ciudades, empezó a aparecer en paredes de calles cada vez más transitadas, en señales y carteles de anuncios, hasta en algún que otro monumento.

Siempre el payaso llorando, nadie sabía quién lo pintaba, nadie sabía de dónde había salido pero allí estaba, cada vez más presente, la viva imagen de la realidad, de la tristeza, de la honestidad de un pueblo que no había hecho más que aceptar todo lo que se le había echado encima.

Se llegó a hacer tan visible que apareció hasta en la portada de algunos periódicos conocidos, los mismos periodistas que se dedicaban a buscar su imagen, le pusieron el nombre por el que empezó a conocerse, Jappy.

Este nombre, en contraposición con la imagen, mostraba la otra cara de la moneda, la civilización que Aldous Huxley mostraba en su libro “Un mundo feliz” repleta de gente que aceptaba sin rechistar su posición, en una sociedad totalmente drogada por el soma, y la estupidez humana de españolizar palabras inglesas cuando ya existen en su propio idioma.

Poco a poco Jappy empezó a salir fuera del país, Paris, Londres, Estambul… el payaso se volvió mundialmente conocido, no tardó en hacerse merchan con ánimo de lucro aprovechando el boom, camisetas, tazas, llaveros...

La policía lo reprochaba, los políticos amenazaban con denunciar a su creador, si lo encontraban, por enaltecimiento a la revuelta, incluso los más extremistas lo tachaban de terrorismo.

Jappy el payaso que en vez de reír, como su posición en el mundo le obligaba a hacer, mostraba su verdadero yo, su inconformismo ante la situación actual, ante los atentados hacia la libertad de expresión, la privatización, los políticos de mierda, una imagen que representaba a un pueblo.

Cuantos más murales se borraban más aparecían, más grandes, más visibles desde más puntos de la ciudad, lo que había empezado como un juego de un gamberro que lo había pintado por primera vez, se había convertido en un ideal de los pueblos descontentos, en un libro en “Fahrenheit 451”,  un pisapapeles de ámbar en “1984”, en el hombre que ríe en “Ghost in the Shell”.

Cuanto más se quejaban los jefes de estado más efecto revote se producía. Había pasado a ser una amenaza y ellos lo sabían, empezó a estar cada vez más presente en pancartas de manifestaciones, la viva imagen del inconformismo seguido con la frase “si algo nos permite la libertad, es poder dar la opinión personal de las cosas”.

martes, 16 de octubre de 2018

Juego


Sobrevivimos desde pequeños,
nadie nos enseña aunque lo parezca,
respiramos con el primer golpe,
el juego empieza.



Crecemos, jugamos, reímos y aprendemos.
Nos preocupamos, disfrutamos, amamos, perdemos.
Sufrimos y con ello evolucionamos,
repetimos una y otra vez,
nos tropezamos.

Luchamos por lo que queremos,
si tenemos suerte lo conseguimos
si no cedemos y retrocedemos para intentarlo de nuevo,
o no lo intentamos, paramos y cogemos otro sueño.

Trabajamos, trabajamos, trabajamos…
Del poco tiempo que queda disfrutamos, dormimos y comemos.
Socializamos y a su vez,
bebemos, bebemos, bebemos…
Rompemos las reglas y nos perdemos intentando convencernos de que todos son iguales,
salvo el particular grupo al que pertenecemos.
Nos diferenciamos y descubrimos en su momento que no fuimos más que necios.

Descansamos, recordamos, logramos entendernos y admitir que nos queda poco tiempo.
Y mientras,
bar, bar, bar, seguimos bebiendo…
Miramos atrás pretendiendo saber que conocemos los secretos del universo para los cuales fuimos ateos.
Intentando buscarle ahora un sentido a lo que desde el principio dijimos que era un juego.
Envejecemos como cualquiera con suerte de tener tiempo para envejecer.
Nos arrepentimos y lo aceptamos,
nos orgullecemos y lo seguimos haciendo.
Recordamos, nos entristecemos y alegramos al mismo tiempo.
Nos despedimos si podemos y morimos para volver a nacer de nuevo.
Dejamos lo que dejamos,
perdemos lo que tenemos,
pasamos a ser un mero sueño
alguien que existió mientras alguien lo crea,
luego ni siquiera eso,
Game over,
¿Vuelta al ruedo?

viernes, 12 de octubre de 2018

“No necesito que sea fácil, solo que sea posible.”



AVISO- esto es una simple opinión personal, para nada busca ser una verdad universal, siempre respetando las opiniones contrarias.

“No necesito que sea fácil, solo que sea posible.”

Una de las muchas patochadas dichas por el hombre del siglo XXI (hombre como término genérico refiriéndose al ser humano, no como género masculino)

Admitámoslo, nos gusta lo fácil, la ley del mínimo esfuerzo, es normal, no hay de qué avergonzarse, somos humanos.

Lo malo de lo fácil, es que lo puede hacer todo el mundo, y si hay algo que nos guste hacer al ser humano más que el vago, es destacar sobre los demás. Porque aunque nos repitamos una y otra vez que todos somos iguales, la realidad es que queremos sentirnos diferentes.

Es por eso por lo que buscamos la dificultad, no porque nos guste, si no por la extrema necesidad de ser una hormiga que se diferencie de la colonia.

Buscamos la dificultad pero no a ciegas, si de algo nos sirve nuestra inteligencia es para buscar aquello que se nos da bien y por ende, nos gusta y nos resulta fácil en términos de comodidad, siempre buscamos la cuesta abajo. En definitiva, necesito que esa dificultad que me he buscado sea lo más fácil posible para mí y no para el resto, destacando así sin tener que hacer más de lo necesario.

Sí, necesito que sea fácil, no nos dejemos engañar por las frases bonitas de facebook, en la actualidad estamos acostumbrados a caer en este tipo de palabrería, en el primer mundo donde las mayores preocupaciones es buscar una forma de poder vivir por uno mismo, y no dependiendo de otros, nos dedicamos a mentirnos para sentirnos bien con nosotros mismos.

Claro que quiero que sea posible, una obviedad que no necesita más explicación.

La dificultad solo se vence si se disfruta con ella, de otra forma se hace una bola que se vuelve casi imposible de superar.

No nos engañemos, no somos peor o mejor que nadie por buscar la cuesta arriba, somos todos hormigas que quieren destacar, pero solo a unas pocas se les da bien.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Regreso a las flores del mal



Hagamos un ejercicio de imaginación, pongámonos en la hipotética situación de que vivimos en un mundo donde, por las razones que sean, se ha prohibido la construcción de los ahora en auge, centros comerciales.

Estos enormes titanes, gemelos unos a otros,  con cientos de tiendas apiladas, situados en la mayoría de las veces en las entradas y salidas de las ciudades, donde tienen más fácil acceso las personas que van a comprar allí sin necesidad de adentrarse en la propia ciudad pasan, del día a la noche, a cerrar.

Los centros, que actualmente buscan su peatonalización, irónicamente están cada vez más vacíos y muertos, las personas van a vivir al extrarradio, y los comercios, que antes pertenecían a pequeñas comunidades de autónomos que formaban plantas bajas de gran variedad y tipología, hoy en día se convierten en cascarones vaciados para dejar hueco a las grandes empresas con grandes firmas.

Todas las tiendas que antes formaban parte de la vida de las calles repletas de escaparates desaparecieron para largarse a estos grandes almacenes de entretenimiento y gasto, ya no existe más relación con el ciudadano que la necesidad de comprar algo e ir a comprarlo.

Pero volvamos a nuestra situación imaginaria.

Los grandes centros comerciales desaparecen y todo este conglomerado de tiendas no le queda otra que separarse y volver a buscar su hueco entre los bajos de las edificaciones preexistentes.

Las personas provenientes de otros núcleos de población que antes iban a hacer sus comprar a los núcleos comerciales, deciden meterse en la ciudad lo que genera una relación con la calle.

El casco antiguo se vuelve a revitalizar, la sensación de inseguridad de las calles vacías desaparece, aparece de nuevo la figura del paseante, de los viejos bulevares, pasajes repletos de tiendas y cafeterías que cruzaban manzanas, avenidas llenas de arboles para dar sombra a los viandantes, los cines y bares de barrio, los escaparates con personalidad y color, los soportales para proteger de la lluvia…

Si hacemos este ejercicio de imaginación de repente, lo que parecía algo tan drástico como prohibir algo de lo que estamos acostumbrados, no parece tan descabellado y se compagina con la idea actual de la peatonalización del centro, la revitalización de las ciudades, y la convivencia entre vecinos, pequeño comercio, ocio, paseo y sector terciario.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Ovento


Allí se olía a historia.

Nadie pensaba que fuera cosa de nadie ni nada en particular, pero olía a historia, eso seguro, el tiempo lo había hecho así.

Las calles medio vacías debido al temporal brillaban por la humedad de los adoquines y los muros de granito llenos de musgo mientras, las casa con más de un piso levantado de forma ilegal, por la necesidad y no por el acopio de enriquecerse con ello, se erguían silenciosas mostrando el paso de los siglos y las generaciones.

Ovento, un pueblecito costero de A Coruña conocido por poco más que sus habitantes, era un gran testigo del trascurso de una civilización que había estado al margen del resto del país, sin proponérselo se había convertido en un valioso almacén de su cultura, había evolucionado sin la presencia de agentes externos que influyeran.

Los aldeanos, ahora con una media de edad de 75 años, seguían con sus vidas sin ser conscientes de ello.

Su gallego ya perdido en el resto de la comunidad, aun mantenía ese acento inteligible salvo para sus vecinos, un idioma puro que no había sentido la necesidad de simplificarse para una mejor comprensión con el resto del país.

El silencio se veía envuelto por el goteo de la lluvia y las olas a lo lejos de un océano alborotado.

Las huertas de los alrededores eran fuente de alimento y quehacer durante el día mientras que, por la noite, la única taberna de las inmediaciones calentaba los cuerpos con su aguardiente casero endulzado y convertido, para el que lo prefiriera, en crema de orujo o licor café.

Los días grises, las lluvias y el verde de las montañas formaban parte del paisaje tan común para ellos como sorprendente para el resto, el olor a humedad y el frio creaba la personalidad perfecta una Galicia mágica.
El viento silbaba día a día por las callejuelas estrechas y los tejados de teja roja.

Las contraventanas de madera ya abierta por el tiempo, entrechocaban con las carpinterías del mismo material.

Los campos llenos de alpendes con herramientas de cultivos y arreos para los animales, lo único levantado por el hombre a las afueras obviando la inmensa red de caminos de tierra para acceder a las huertas.

Todo puro,

todo único.

Un día llegó la autopista.