martes, 24 de noviembre de 2020

CINCO (Reconsideraciones)


La vida es fruto de una sucesión de resultados completamente aleatorios.

La aleatoriedad y la suerte forman parte de la vida desde el primer momento de la fecundación. Tan pronto podíamos haber sido nosotros, como cualquier otro o ninguno.

U.S

 

-Hola David, aún no habíamos hablado.

La seriedad de su voz le sorprendió. Parecía sobria, no había el más mínimo indicio de que estuviera bajo los efectos de ninguna sustancia. Ante él se encontraba una persona muy distinta a la novia de su amigo.

Obviando su aspecto famélico, Jess parecía haber encauzado su vida de un día para otro.

-Sé a lo que has venido, y tranquilo, no vengo a disuadirte, no soy quién para decirte que no le eches en cara a nadie la muerte de Iván. Simplemente quería tomarme un café contigo antes, a poder ser.

David se encogió de hombros y, apartándose a un lado, invitó a entrar a Jessica a la cafetería de la que acababa de  salir.

Esta vez se sentaron en una esquina, el camarero le miró y se acercó a ellos. Ambos pidieron café.

Ninguno había dicho nada aun cuando el camarero volvió con las tazas. Ambos se tomaron su tiempo para remover sus bebidas y echarse azúcar.

-¿Hacía cuánto que no venias a Salamanca? Iván no te olvidó en estos años, a decir verdad no os olvidó a ninguno de vosotros. –su voz parecía triste. David se dio cuenta en ese momento de que la muerte de Iván había sido un duro golpe para ella. –Iván estuvo raro durante los últimos meses. No paraba de mencionaros, en especial a ti, aunque no le di la más mínima importancia ya que, al fin y al cabo, eras tú el último que quedaba con vida. ¿Se puso en contacto contigo en algún momento?

Negó con la cabeza. Parecía que le costaba hablar en presencia de aquella mujer. Jess y él nunca habían sido amigos, ella simplemente había sido la novia de su colega y, ya fuera por ella, o por él mismo, nunca se habían molestado en conocerse mejor el uno al otro.

Eso, añadido con el hecho de que ella también se pinchaba, la había convertido en más un estorbo que alguien por quien preocuparse.

-La verdad es que, hasta que la policía me llamó hace unos días, no había vuelto a saber de él.

-No sé por qué decidió colocarse solo ese día. –se notaba que Jess estaba haciendo todo lo posible por no derrumbarse delante de él. Pegó un sorbo a su café. –Hasta el momento siempre lo habíamos hecho juntos. No dejo de pensar que si hubiera estado aquel día con él…

-¿Estuvo solo en el momento de la sobredosis? –esa noticia le pilló por sorpresa, había dado por hecho que tanto ella, como Jaime, habían estado presentes pero lo suficientemente colocados como para no hacer nada al respecto.

-Esa tarde estuvimos juntos en el bar como cualquier otra tarde. Todo iba normal hasta que recibió una llamada que le puso nervioso y me dejó allí tirada, seguro que fue aquella mujer con la que últimamente pasaba tanto tiempo. Luego, a la noche, volví a casa y me lo encontré tirado en la cama del dormitorio boca arriba. –las lágrimas caían por las gafas de sol aun puestas en el interior del local. –Nunca se había pinchado estando solo, lo teníamos como una norma. –repitió como excusándose. –Alguna vez habíamos tenido un susto pero siempre controlábamos las cantidades, es más, nunca nos colocábamos en la cama para evitar quedarnos dormidos boca  arriba.

“Unos yonquis con normas” –no pudo evitar pensar David, en el acto se arrepintió, no era quien para juzgar a nadie.

-La mujer que has mencionado antes, ¿Te refieres a Alex?

Jess pareció desconcertada con la pregunta.

-Nunca me dijo su nombre. Algo más baja que yo, pelo rizado amarillo paja, estuvo con nosotros en el cementerio, no sé si te das cuenta. Apareció hará unos meses por el bar, lo recuerdo bien porque me llamó la atención ver a alguien como ella en un sitio como aquel, tan arreglada y con esos aires nobles. Se había acercado a hablar con Iván. Nunca me dijo de qué, pero recuerdo que desde entonces se reunían todas las semanas. Iván me contó que le estaba ayudando con un trabajo de investigación o no sé qué, y le estaba pagando bien por ello.

Cubrimos nuestras deudas en cosa de unas semanas y parecía que todo nos estaba yendo mejor, pero Iván cada vez estaba más nervioso, más distante.

-¿Nunca hablasteis de ese trabajo que estaba haciendo?

-Por más que preguntaba me daba largas. Solo sé que empezó a recordaros a vosotros y el tiempo que pasasteis juntos, más que de costumbre quiero decir. Por eso se me ocurrió venir a hablar contigo ahora, sabía que tarde o temprano ibas a pasarte por aquí y en cuanto te vi a través de la puerta no pude evitar esperar a que salieras.

El momento de silencio que siguió después se hizo prácticamente interminable. David tenía mucho que pensar, nunca había hablado tanto con Jessica hasta ese momento. Se dio cuenta de que había generado una personalidad alrededor de aquella mujer sin apenas conocerla y que, en esos momentos, ellos dos tenían algo en común que les unía le gustara o no. En cierta manera le había culpado de la muerte de su amigo, pero la verdad es que ella era una víctima más de unas malas decisiones que les habían atado hasta la fecha.

Con ello no quería justificar a nadie nada, pero se daba cuenta de que todos los presentes eran culpables de sus decisiones y estaban sufriendo por ellas. Iván, Álvaro, Borja y Carlos, habían pagado por las suyas más de lo que podían abarcar.

Metió la mano en su bolsillo notando el tacto frio de la petaca y la tarjeta.

-¿Te puedo hacer una pregunta que tal vez te resulte extraña? –decidió romper el silencio, ella se le quedó mirando, o al menos eso parecía, a través de los cristales oscuros de las gafas de sol. – ¿Iván te contó alguna vez algo sobre esto?  -Preguntó sacando la tarjeta de la gabardina y tendiéndosela encima de la mesa. Se fijó  en ese momento en que el borracho de la barra se giraba pendiente de la conversación. Bajó un poco la voz. –Me la dio ayer la mujer que trabajaba con Iván, la llamó la escalera de Penrose.

-Escalera de Penrose. –Repitió haciendo esfuerzos por recordar. –La verdad es que el nombre nunca lo escuché pero, como ya te dije, Iván no me contaba nada sobre aquel trabajo. Lo que si reconozco es el dibujo, lo dibujaba siempre que estaba aburrido, parecía obsesionado con aquella escalera, lo consideré una de las muchas paranoias de cuando estas colocado, no le di mayor importancia.

Recuerdo que hasta empezó a ir a la biblioteca del campus algunas tardes, nunca me contó que iba pero le seguí en más de una ocasión ya que nunca se iba sin decirme nada. Recuerdo que una tarde le pregunté qué hacia tanto tiempo ahí dentro y se puso como una fiera reprochándome que por qué le espiaba y que no me fiaba de él. ¿Por qué? ¿Qué es ese símbolo?

-La verdad es que no lo sé, como ya te he dicho me lo dio ayer la mujer del cementerio. Me encontré con ella después del funeral en el Yelinas, no sé si por casualidad o me estaba buscando. No le he dado importancia hasta ahora pero igualmente me parece todo muy raro. ¿A qué biblioteca iba? ¿Zacut?

-No no, a la de la Pontificia. Me extraño verle entrar allí, ya sabes cómo era Iván con el tema cristianismo y tal. –Se quedó un rato mirando la imagen antes de devolvérsela. –Fuera lo que fuera en lo que estuviera metido pasó a ser su principal preocupación.

David decidió que se pasaría por allí más adelante. Si su amigo había ido a la Pontificia tanto como decía Jess, igual los trabajadores le podrían decir algo al respecto.

Pasaron una hora más en el bar poniéndose al día de todo lo vivido en sus años de ausencia. Ninguno de los dos había avanzado en lo que a la vida se refiere, simplemente eran los mismos, más viejos y cansados, pero los mismos al fin y al cabo. Los mejores ejemplos de fracaso vital que se podía tener.

David pudo deslumbrar un ápice de cambios venideros en lo que hablaba con Jess. Tanto ella como él estaban cansados de echarle la culpa al resto de sus propios errores, de gastar sus días sin lograr nada a cambio.

Tras la muerte de Iván, ambos se habían dado cuenta de que la situación no podía seguir igual.

Jess le contó que había decidido desintoxicarse. Había pedido ayuda a sus padres quienes se habían puesto en contacto en el acto con un centro especializado.

No había vuelto a ver a Jaime desde el día anterior, en el  entierro. Le  había acompañado a casa a meterse el último pico. Después había recogido las cosas y había vuelto con su familia.

 David se vio identificado cuando ella le contó lo mucho que le había costado dar el paso de volver a casa.

-Despídete de él de mi parte, se que le echas en cara todo lo sucedido, y puede que hasta yo misma lo haga, solo sé que si vuelvo con él no saldré de esta espiral de autodestrucción. –dijo dándole un abrazo de despedida. –me voy mañana por la mañana, cuídate y no seas duro con él. Simplemente está en la misma situación en la que estuvimos todos nosotros.

David asintió con la cabeza, en cierto modo sentía que en aquella hora había conocido a una persona completamente distinta a quien creía conocer. ¿Había estado equivocado con ella todo este tiempo? ¿Lo estaría también con Jaime?

Se despidió sabiendo que la última persona que le ataba a su pasado se alejaba para no volver. En cierta forma se sentía liberado, esos dos días que había estado en Salamanca estaban siendo intensos pero reveladores. Ella había decidido avanzar, él, por su parte, también lo haría. Le deseó la mejor de las suertes en el futuro duro que le esperaba y se dio media vuelta.

Caminó  por las calles de aquel barrio, la peluquería, la tienda de gominolas donde más de una vez habían mangado por el simple hecho de sentir la adrenalina, los bancos de la plaza donde pasaban las tardes fumando… a cada paso le venían  viejos recuerdos a la mente recordándole que no todo había sido malo. Habían sido jóvenes llenos de vida, ¡qué coño! Él aun lo era.

Siempre les recordaría pero ahora tenía bien claro que tenía que vivir, tenía que hacerlo porque ellos ya no podían, se sentía una persona nueva después de aquel café.

Se acercó al portal de la casa donde vivía Jaime. En ese lugar habían pasado también horas sentados charlando. Aquellos recuerdos ya no eran tan buenos como los anteriores. Desde que había llegado Jaime era como si un nubarrón apareciera dispuesto a liberar la tormenta, pintando todo de gris a su paso y con un frio húmedo del que no te puedes librar por muy abrigado que estés.

Había llegado para quedarse.

La puerta estaba abierta así que decidió no llamar. Jess le había recordado qué piso y puerta eran por lo que se metió en el ascensor y subió directamente.

Le había contado que allí habían vivido los tres juntos el último año. Pasaban tanto tiempo allí que prácticamente se habían mudado, Jaime incluso les había cedido uno de los dormitorios.  Ella no había vuelto desde después del funeral, había recogido lo indispensable y el resto lo había dejado allí abandonado al olvido.

Lo que no parecía ser mucho tiempo,  ya que solo habían pasado unas horas,  para ella había sido todo un esfuerzo. Le había contado a David cómo se había planteado seguir los pasos de Iván con ese último pico, y cómo esos pensamientos le habían asustado tanto como para replantearse volver suplicando la ayuda de su familia.

Frente a la puerta, a oscuras, pensó en dar media vuelta, aún estaba a tiempo, ya no tenía muy claro los motivos por los que estaba allí.

Justo cuando se decidió a llamar se dio cuenta de que también estaba abierta.

-¿Jaime? –gritó no con mucho ánimo de que le oyeran. –Jaime, ¿Estás ahí? Soy David.

Llamó pero nadie salió a recibirle.

“Siendo un piso de yonquis no es de extrañar que no esté cerrado” Pensó recordando cómo en ocasiones había visto a Jaime dejar la puerta entornada para que sus compradores se sintieran libres de entrar a por la mercancía cuando quisieran.

La policía nunca le había preocupado mucho, y menos en aquel barrio de la ciudad donde lo más que ocurría era un incendio de vez en cuando fruto del despiste de algún anciano.

Abrió la puerta acordándose de un millón de escenas de películas que comenzaban de la misma manera. El piso estaba entero a oscuras y en silencio. Se planteó si llamar a la policía pero la pereza pudo más. Avisó que iba a entrar y cerró la puerta a su paso.

Ante él se encontraba un pasillo de no más de cinco metros con el salón al fondo. A su izquierda dos puertas daban paso a la cocina y a uno de los dos cuartos de baño que tenia la casa.

Estaba todo bastante limpio. Jaime nunca se había caracterizado de ser alguien desordenado y sucio.  Por el contrario era un gran amante de la limpieza. Volvió a gritar su nombre sin recibir respuesta, tanto la cocina como el baño estaban vacios por lo que decidió adentrarse hasta el salón.

En la mesa aun se encontraban la cuchara, la goma y las jeringas del último pico. Las cortinas estaban echadas pero se podía ver lo suficiente, no había nadie. Al lado del sofá, la puerta que llevaba a los dos dormitorios y el baño restantes, estaba cerrada.

Volvió a gritar, volvió a no tener respuesta, solo el silencio, David notó como su corazón le latía más rápido de lo normal, ¿Había hecho lo correcto al venir allí? Ya que estaba no se iría sin hablar con Jaime. Abrió la puerta dando a un vestíbulo con tres estancias, el baño estaba vacío, por lo que llamo al dormitorio de Jaime.  Tras de nuevo no recibir respuesta, se decidió a abrir.

Allí había una cama hecha a la perfección en un dormitorio completamente vacío.

Se giró, llamó a la segunda puerta que daba a la habitación donde habían estado durmiendo Jess e Iván y abrió encontrándose una situación completamente distinta al resto de la casa.

La cama estaba deshecha tal y como la habían dejado tras retirar el cuerpo de su amigo, parecía que nadie había estado desde entonces. Jess le había dicho cómo la policía había entrado en el piso y habían considerado sobredosis en el acto. Les habían llevado tanto a ella como a Jaime a la comisaria y les habían interrogado mientras los de la científica se habían quedado en el piso. En ningún momento habían dudado que aquel resultado no se debiera a aquel motivo.

Jaime y ella habían escondido toda la mercancía antes de llamar a emergencias, por lo que no habían podido incriminarles en nada.

David recordó la voz de arrepentimiento con la que Jess le había contado aquello momentos antes.

-Mi novio muerto en la habitación de al lado, y mi mayor preocupación fue que no nos pillaran por tráfico. –había llorado.

Los papeles sobresalían del escritorio adueñándose también del suelo. David no recordaba que Iván fuera alguien dado a la escritura y lectura, por lo que le extrañó encontrarse con todo aquello. Apenas se veía el suelto entre tanto folio. Los de la científica no se habían molestado en ordenar el estropicio una vez vistos los motivos de la muerte.

Cogió el  más cercano a su pie. Jess tenía razón cuando había dicho que Iván se había obsesionado con aquella escalera, un dibujo esquemático de ella ocupaba toda la cara de aquel papel al igual que muchos otros de la habitación. “Paranoias de alguien que está colocado” lo había llamado.

Se adentró en la habitación tratando de pisar lo menos posible las hojas. Había una extraña sensación en aquel ambiente, el silencio, las persianas medio bajadas dejando el lugar en penumbra, el olor a cerrado de varios días, las sabanas deshechas casi con la forma de su amigo… no podía dejar de mirar la cama.

Cogió un par de papeles más con el mismo resultado, diferentes versiones de una misma escalera. Se percató de que en la mesa entre todos los papeles había un cuaderno que destacaba sobre todo lo demás, lo cogió y lo abrió por la primera página. Era una especie de diario con notas sueltas.

“Siempre estuvimos solos, nacimos solos cuando no deberíamos de haber nacido, un error, uno entre infinito.

 Nunca fui consciente del peso de mis actos hasta ahora y ahora, me da miedo  dar tan siquiera un paso.

Ella me escogió para encontrarla, ella es como yo, como lo es David, como lo fueron Álvaro, Borja y Carlos ya desaparecidos para siempre”

-¿Dónde está?

Una voz a su espalda hizo que cerrara el cuaderno de golpe. Ante él se encontraba el calvo del bar apuntándole con una navaja de más de un palmo de largo.

Le miraba fijamente, estaba claro que le había seguido. Extrañamente ya no aparentaba estar borracho, de hecho parecía estar tan sobrio como él. No sabía cómo había sido capaz de acercarse tanto sin levantar el más mínimo ruido.

-¿Dónde está? Repitió dando un paso más en su dirección.


miércoles, 18 de noviembre de 2020

Dibujos Noviembre 2020



 

CUATRO (Pasado)

 


La sangre tiene la importancia que le queramos dar, pero pese a ello, y contra todo sentido común, es este el elemento más valioso que se ha dado a lo largo de la historia para unir a las personas.

Uno llega a este mundo, en el mejor de los casos, por los motivos egoístas de dos personas que deciden expandir sus genes y no desaparecer tras la muerte.

En el peor de los casos es porque lo han preferido a tener una mascota o aparece como un error que se pasa, el resto de su vida, demostrando que no lo es.

El amor no tiene nada que ver con la forma en la que llegamos.

El amor se demuestra posteriormente, día a día, asumiendo la responsabilidad y los sacrificios que suponen traer a una criatura sin su consentimiento a un mundo que no se lo va a poner fácil.

Y eso, si me lo permiten, es lo único a lo que deberíamos dar valor.

La sangre, solo es sangre.

U.S

 

La casa estaba tal y como la recordaba. El mueble del hall con las fotos de familia en la que no pudo evitar fijarse, el olor, la luz, los muebles... todo seguía en su mismo sitio dando la sensación de que nunca se había ido.

David se preguntó si habían aprovechado el vacío que había dejado en su habitación tras su huida o, por el contrario, continuaba como la dejó.

Su padre le llevó, agarrándole cariñosamente del brazo, directamente al salón donde su madre le esperaba. Se había quedado petrificada mirándole con las manos aún sobre el libro que estaba leyendo. Parecía como si le diera miedo  moverse, como si el hecho de hacerlo demostrara que aquello fuera un sueño del que estaba a punto de despertar.

David notó como su padre le empujaba levemente del brazo hacia ella indicándole que tenía que ser él el que diera el primer paso.

-Hola mama. –sus ojos se le llenaron de lagrimas, su voz tembló al igual que el resto de su cuerpo. En su mente se había visto mil veces en aquella situación diciendo esas palabras, pero nunca se había imaginado que ese momento llegara a suceder.

Dio un paso hacia ella lentamente. Ella seguía agarrada al libro abierto por la misma hoja, mirándole directamente a los ojos.

-¿Eres tú? –se atrevió a decir por fin. Soltó las páginas y levantándose se acercó a él dándole un abrazo.

Los dos lloraron. Ella pidió disculpas repetidamente, él hizo exactamente lo mismo.

David no recordó cuánto tiempo estuvieron así, pero cuando por fin se hubieron calmado, se sentaron en los sillones entorno a la mesa del salón.

Su padre y su madre se pusieron uno al lado del otro, justo en los mismos asientos en los que siempre lo habían hecho.

Su madre le ofreció algo de beber, él lo rechazó agradeciéndolo previamente.

-Iván ha muerto. –dijo directamente. –fue su funeral ayer. Esta mañana fui a visitar a sus padres.  –aun seguía llorando. Hacía tiempo que no lo hacía, pero había sido empezar y desmoronarse sacando todo lo que tenia acumulado dentro. –estoy solo, solo quedo yo.

Sus padres se mantuvieron en silencio, él también.

-Estás vivo hijo mío, eso es lo que importa.

Le ofrecieron quedarse a comer cosa que aceptó sin miramientos. Les contó dónde había estado, dónde había trabajado y cómo ahora se encontraba de nuevo en paro. No sacaron el tema de la carrera aunque David vio que sus padres estaban deseosos por preguntarle. La verdad es que se había planteado volver en más de una ocasión pero, cada vez que recordaba lo que era aquello y todo lo que tenía que hacer, una rabia contenida le invadía el cuerpo.

Tenía ya 31 años y una carrera a cuestas pese a no tener el papelito que lo confirmara. Había trabajado como nadie para llegar hasta allí pero lo cierto es que no era nadie.

Saboreó cada bocado de la zanahoria con bechamel de su padre y probó lo que su barriga le permitió de la carne guisada ya que hacía tiempo que no comía de dos platos y ya no estaba acostumbrado.

Les contó cómo había sido el entierro de su amigo. Cómo hacía tiempo que no había sabido de él y cómo se había encontrado esa misma mañana a sus padres. Había tensión en el ambiente, era normal después de tanto tiempo, pero la sensación familiar seguía ahí.

Sus padres pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa haciendo rutas de montaña como siempre les había gustado.

Le informaron sobre familiares algo más lejanos, cómo sus primos se habían casado y algunos ahora tenían hijos, cómo sus tíos habían hecho este u otro viaje y cómo otros habían pasado temporadas de hospital por problemas repentinos de salud.

Cuando hubieron terminado de comer más o menos se habían puesto al día de esos últimos cuatro años.

David ayudó a recoger en lo que su madre hacia el café.

-¿Quieres ver tu habitación? –dijo su padre. –sigue tal y como la dejaste, pensamos en reorganizarla pero no fuimos capaces, siempre tuvimos la esperanza de que volvieras.

Cerró el lavaplatos dando por finalizada la limpieza.

David se acercó a la puerta cerrada de su antigua habitación. Había vivido allí 27 años de su vida, muchas de las cosas que recordaba de aquellos años no eran cosas que deseara revivir, gritos, peleas, trabajar, trabajar, trabajar, sentirse como que nunca era lo suficientemente bueno…  pero entre tanta oscuridad se dio cuenta de que había habido cosas buenas.

Su mesa de estudio seguía con los trabajos de aeronáutica que había hecho para la carrera. Siempre le habían gustado los aviones aunque ahora mismo no tenía muy claro si lo seguían haciendo.

Notó como la rabia reprimida florecía al ver su proyecto terminado que no le habían dejado presentar. Las estanterías con apuntes de la carrera, hasta la mochila seguía donde la había dejado. Rememoró la última discusión que había tenido con sus padres antes de desaparecer durante cuatro años.

Cerró la puerta mirando a su padre con la misma tranquilidad y tristeza con la que había estado hasta el momento.

-Dejemos por el momento el pasado en el pasado.

Su padre asintió sin decir nada más. Le sonrió con más pena que alegría y le apretó el hombro asintiendo con la cabeza.

Se unieron con su madre en el salón.

-Me estoy alojando en el “Mundial”. No sé cuánto tiempo me quedaré. Aún tengo por hacer ciertas cosas aquí en Salamanca antes de volver a Granada y ver qué hago con mi vida.

-Podrías quedarte aquí con nosotros. –Dijo su madre lentamente con el miedo del que dice algo ofensivo. –Podrías quedarte y acabar la carrera, aún estas a tiempo.

David se quedó callado. En ese momento le entraron ganas de sacar la petaca pero recordó habérsela dejado en la guantera del coche. Poco a poco la rabia contenida iba adueñándose de su cuerpo y él seguía haciendo todo lo posible por mantenerla en su interior. Era una sensación parecida a la impotencia, no había acabado la carrera no porque no quisiera, no porque no hubiera trabajado lo suficiente, él se había pasado toda la vida trabajando y no era de los que se quedaban quieto, no, no había sido por nada de eso. No había acabado la carrera por el simple hecho de que psicológicamente ya no podía. Detestaba con todo su ser a los profesores. Había llegado hasta a desear la muerte de alguno de ellos dándose cuenta de la persona en la que se estaba convirtiendo. No podía volver a la universidad, simplemente no podía.

Estaba cansado de que la gente le exigiera una forma de comportarse, de que no pudiera ser él mismo por una vez en la vida.

Y por eso había tomado años atrás la decisión de hacer borrón y cuenta nueva, alejarse de todos aquellos que tenían expectativas en él y crear su propio mundo al margen.

Apuró su café y se levantó del sofá.

-Tengo que irme ahora. Me ha gustado veros. Me aseguraré de volver para despedirme si no antes. Apuntó su número de teléfono en el primer papel que encontró en los bolsillos de su gabardina y se lo tendió a sus padres. –Esta vez no pienso desaparecer.

Su padre se levantó con él para acompañarle hasta la puerta. Su madre le dio un último abrazo diciéndole que le quería con los ojos de nuevo llorosos.

 

No esperó a salir del ascensor para encenderse el primero de muchos cigarros que seguirían. No había ido tan mal como se esperaba pero aún así salía con una sensación de ser un fracaso con la que no había entrado. David rio para sí pensando “Una sensación deprimente más para la colección”

Entró en el coche y le echó mano a la petaca que había en la guantera. Ya daban las cinco de la tarde y aun le quedaba una visita más por hacer.

Se quedó aún un rato en silencio dentro del coche sin ponerlo en marcha. Aún no se creía que acababa de estar comiendo con sus padres. Era hijo único de una pareja supuestamente estéril por lo que, a lo largo de su vida le habían tratado como si de un milagro se tratara y le habían presionado en todo momento para ser el chico perfecto.

Habían puesto, literalmente, todas sus esperanzas en él y él los había acabado defraudando.

Aun así no se creía que hubiera estado hacia tan solo unos momentos con ellos. Ambos habían hecho todo lo posible para no ahuyentarlo cosa que había acabado pasando.

Se prometió a si mismo volver a pasar por allí al día siguiente. Tiró la colilla por la ventanilla y se puso en marcha hacia su siguiente destino.

Era el momento de sacar toda esa rabia y darle un uso productivo para variar.

 

El barrio donde vivía Jaime había crecido bastante con sus años de ausencia. No se podía decir que estuviera a las afueras pero tampoco era muy céntrico, como solían decir, en Salamanca se gastaban como mucho 20 minutos en ir de un punto a otro andando.

La zona estaba habitada principalmente por ancianos y familias que habían vivido toda la vida allí. La variedad cultural era remarcable puesto que era el único sitio donde vivía gente de tantos lugares del mundo en esa ciudad.

Exceptuando alguna pelea de vez en cuando debido a las diferencias, por lo demás se podía decir que era un barrio amable, con gente orgullosa de haber nacido en él, todos se conocían, todos se saludaban, y ninguno se quejaba.

En las cercanías había un total de tres institutos. Uno de ellos había sido el de David, por lo que había pasado mucho tiempo entre esas calles en su juventud.

Tardó un tiempo en aparcar y fue andando calmadamente por la avenida principal buscando las diferencias entre lo que existió y lo existente. Siempre había cambios. Las ciudades respiraban, eran habitadas y siempre había cambios, pero a su vez, los bares de siempre seguían allí.

No tenía prisa, por lo que decidió parar un momento por la cafetería a la que iban siempre a la salida del recreo. Allí seguía el mismo camarero que les vendía alcohol cuando aún no tenían edad para consumirlo.  Era un señor mayor, aunque por lo que  llegaba a recordar, siempre había sido un señor mayor.  Tenía unos kilitos de más y una respiración fuerte solo fruto de una forma de vida repleta de vicios.

Saludó y le devolvió el saludo, pero no le reconoció. Se sentó en la barra y se pidió una caña.

Cuando sacó la cartera para pagar se le cayó al suelo la tarjeta negra quedando el dibujo de la escalera boca arriba.

Lo recogió sin darle la mayor importancia y se puso a jugar con ella en lo que se bebía la caña saboreándola lo más posible. La televisión, colocada en una esquina ponía un programa de cotilleo que envolvía todo el lugar. Esto era solo molestado por los golpes del futbolín donde estaban jugando enérgicamente cuatro chavales de no más de 20 años.

-Hay cosas con las que es mejor  no andar jugando en público.

La voz provenía de un señor que estaba sentado a su lado y en el que no había reparado hasta el momento.

-¿Disculpe? –le había escuchado perfectamente pero quería asegurarse de a quien se estaba refiriendo. Daba la sensación de que estaba bastante borracho. Era un hombre calvo, con una barba que le cubría toda la cara y la mirada fija en la pared de enfrente. Bebía tranquilamente una copa de vino blanco sin hacer señas de haber dicho nada.

David miró por última vez la escalera de Penrose, y volviendo a sacar su cartera del bolsillo, la guardó a buen recaudo entre sus tarjetas.

Decidió obviar el comentario de su compañero de barra dando por supuesto que eran meros pensamientos en voz alta de alguien que no estaba en condiciones para pensar correctamente.

Siguió bebiendo tranquilamente. De lo  que menos ganas tenía en esos momentos era de buscarse líos con alguien que estaba borracho ya a esas horas de la tarde.

Miró a su alrededor y recordó las horas que había pasado en aquel local con Álvaro, Borja, Carlos e Iván jugando al futbolín en vez de estar en clase.

Era una cafetería pequeña, tres mesas, de las cuales solo estaba ocupada una por unas abuelas jugando a la brisca.  Una barra de madera bastante vieja y mal cuidada,  y aquel juego que tanto dinero y tiempo les había consumido.

Recordó cómo a veces se unían con ellos Jaime y Jess, la novia de Iván ya de aquellas.  La verdad es que habían sido una pareja llena de separaciones y vueltas a empezar,  pero si habían aguantado hasta ese momento, había que reconocerles su merito.

En esos momentos sus amigos estaban empezando a consumir no sabiendo lo que ello conllevaría en un futuro.

Apuró el último culo del vaso y se levantó del taburete. Ya había pagado por lo que se dio media vuelta no sin antes darse cuenta del tatuaje que tenía el calvo de al lado en el dedo. Un anillo con las iniciales U S puestas en él. Se quedó un rato mirándole, pero viendo que el hombre seguía absorto en la pared de enfrente, no se le ocurrió otra cosa que salir del bar.

Le hubiera gustado preguntar por el significado de aquel tatuaje, si conocía incluso a una mujer llamada Alex con ese mismo símbolo puesto en el mismo dedo, pero de cualquier forma supo que no iba a recibir contestación de parte de aquel hombre. Ya bastante le costaba mantenerse sentado en el taburete.

Caminó hacia la puerta despidiéndose del camarero que seguía sin reconocerlo. David se sintió algo decepcionado por ello, al fin y al cabo muchos de los recuerdos buenos que tenia del pasado se habían originado entre esas paredes. Tuvo que aceptar que en todos esos años había cambiado lo suficiente de aspecto físico como para no ser el mismo.

Abrió la puerta y salió al exterior. No había llovido en todo el día pero había una sensación en el ambiente que le decía que más tarde caería tormenta.

Se abrochó la gabardina y al mirar al frente se dio cuenta.

Jess le estaba esperando.


miércoles, 11 de noviembre de 2020

TRES (Noticias)

 


Si la escalera de Penrose existiera, seria la puerta perfecta a todas las realidades, aunque no habría forma de controlar el destino ya que todos los espacios serian uno al mismo tiempo.

De esta forma dicha escalera se convertiría en un laberinto de posibilidades en la que su propietario se vería envuelto, afectando así a todos los universos.

Un poder imposible de controlar.

U.S

 

David despertó con la sensación ya tan familiar de haber bebido demasiado el día anterior. Boca pastosa, garganta dolorida y seca, vientre hinchado con ganas de evacuar con urgencia, y un dolor de cabeza y de cuerpo que parecía que le habían pegado una paliza en algún momento de la noche y no se acordara, cosa más que probable.

Se levantó y se fue al baño. Se dio cuenta que aun llevaba puesto el traje que había usado para ir al funeral de Iván. Al menos se había molestado en quitarse los zapatos dejando a la vista unos calcetines desteñidos de color rosa.

Necesitaba una ducha con urgencia, eso y lavarse los dientes, entre retortijón y retortijón logró llegar al baño. Se asearía, desayunaría y una vez se sintiera un hombre nuevo, se plantearía como proceder con el día que le esperaba.

Miró entre sus bolsillos y sacó la tarjeta negra con la escalera dibujada. Le había gustado aquella extraña situación con aquella mujer, el día anterior solo había tenido esa cosa que se salvara.

En el otro bolsillo estaba arrugada la foto que le habían dado en el Yelinas, cinco chavales despreocupados de la vida viviendo el momento sin tener ni idea de lo que se les venía encima. Echaba de menos esos tiempos en los que lo peor que les podía pasar era la bronca de sus padres al llegar borracho a casa. Ya ni siquiera el que había sacado la foto estaba vivo. La dejó en la mesilla de noche, prefería no tenerla encima durante ese día.

 

El desayuno se basó en líquidos, café, colacao, zumo de naranja y por qué no, un traguito de petaca recién rellenada, la cura de una buena resaca siempre había sido continuar bebiendo. Se guardó un bollo para el camino y salió del hotel dispuesto a buscar dónde había dejado el coche la noche anterior. Había decidido que la primera orden del día seria visitar a los padres de Iván, quería quitarse ese mal trago lo antes posible.  Sentía que hacía siglos que no les veía, prácticamente desde que habían empezado a salir con Jaime, siempre se habían comportado bien con él aunque, ¿Eso no es lo que hacen todos los padres con los amigos de sus hijos?

Apenas tardó media hora en encontrar su chatarra con ruedas. Le había cogido cariño a ese trasto, se lo había comprado con los primeros sueldos, que no fueron pocos, que había tenido en Granada. Era de segunda mano y tenía sus problemas, pero le llevaba  allá a donde quisiera ir.

El piso de los padres de Iván, hasta donde él les había conocido, estaba en un barrio a las afueras de la ciudad, una de esas urbanizaciones en las que solo se podían diferenciar las casas por el número que tenían en la puerta.

Se acercó a la puerta rezando para sus adentros que se hubieran mudado de casa en esos años.

Llamó a la puerta y en seguida escuchó a la madre de Iván desde el otro lado. Nada más abrir sus caras se encontraron, los dos se habían reconocido. Ella se puso a llorar en el acto, de alguna manera había estado esperando todos esos años aquella visita.

El momento de silencio que prosiguió a eso se vio solo roto por los sollozos de aquella mujer que tiempo atrás les había preparado alguna que otra merienda.

Las piernas de ella fallaron.

David la cogió entre sus brazos evitando que se callera al suelo. Al otro lado del hall había aparecido corriendo su marido para ayudarle a sujetarla.

Entraron en la casa, David cerró la puerta detrás de él, sus ojos estaban empañados en lagrimas, no había necesitado decir ni una sola palabra y ya estaba todo dicho. No había tenido que hacer nada y aun así, había sido lo más difícil que había hecho en su vida.

La dejaron sentada en el sofá del salón. Estaba igual que la última vez que había estado allí, la mesa de cristal en el centro rodeada de asientos, la librería que ocupaba una pared entera de la estancia, hasta las fotos, allí estaba Iván en todas, le habían abandonado y en cierta forma no se habían olvidado de él.

Era la clara prueba de que habían sido ellos cinco los culpables de su situación y no su entorno. La gente de su alrededor había hecho todo lo posible para que no acabaran tal y como al final acabaron. Justo en ese momento decidió que iría a ver a sus padres después de todo eso.

David esperó de pie en lo que veía como hombre y mujer se abrazaban llorando a pierna suelta. Se sentía completamente fuera de lugar. Finalmente Román, el padre de Iván, habló.

-¿Fue el veneno ese que se metía en las venas? –David asintió. –siempre supimos cómo iba acabar aquello, ¿Es que no aprendió al ver a vuestros otros amigos consumirse? –su tono de voz, pese a ser de enfado, también dejaba salir la desesperación y la impotencia que habían sentido todo ese tiempo. –vivíamos en la misma ciudad y no nos vimos ni una sola vez. No quería saber nada de nosotros, nos echaba la culpa por no aceptarle tal y como era, no entendía como había tirado toda su vida por la borda. No sabíamos que más hacer, simplemente no podíamos seguir dándole dinero para que se colocara, no podíamos ser los responsables de su muerte y sin embargo no dejamos de serlo.

Parecía que trataba de excusarse por algo de lo que no tenía la culpa.

David se limitó a estar callado de pie. No sabía qué decir ni qué hacer.

-Le enterraron en el mismo lugar que su abuelo. El funeral fue ayer, creo que una periodista con la que trabajaba se encargó de todo. –era cierto, se había olvidado hablar sobre eso el día anterior con Alex,  la próxima vez que la viera tendría que preguntárselo.

-¿Una periodista? ¿Qué tenía que ver una periodista con mi hijo? –esta vez fue la madre. –mi pobre niño, ¿Qué hicimos mal? Tratamos de ser unos buenos padres.

-Le viste antes de…

David negó con la cabeza.

-Estaba en Granada cuando me avisaron. Al igual que ustedes llevaba años sin verle, debí haber sido mejor amigo. –sus lagrimas brotaron. –lo siento mucho debí haber sido mejor amigo, debí haber estado allí. -repitió.

La mirada de odio con la que Román la había estado mirando desde que había aparecido por la puerta se tranquilizó en el acto.

-Todos lo hicimos mal.

-Si hubiera sabido que no estabais al corriente les hubiera avisado antes del funeral. –según lo dijo supo que no era cierto. Hasta hacia apenas unas horas había dudado tan siquiera el ir allí a darles las malas noticias.

-No nos quiso en vida, dudo mucho que nos quisiera allí. –El padre de Iván se había calmado un poco, seguía abrazando a su esposa, poco a poco estaba volviendo a parecerse a aquel hombre recto y serio que recordaba.

La media hora que estuvieron así se hizo interminable. Finalmente, cuando se hubieron calmado un poco, David se atrevió a despedirse de ellos.

Lucia, la madre de Iván, le preguntó un poco más sobre su vida, se agarraba a él como si fuera la única cosa que le quedaba de su hijo muerto, y en cierta forma lo era.

Le invitaron a comer al día siguiente, invitación de la que no pudo hacer otra cosa que agradecer y aceptar. Dos besos, un abrazo, un pésame y quedaron para el día siguiente antes de que David volviera al coche.

David se quedó aun media hora delante del volante antes de decidirse a arrancar. Sacó la petaca, la miró y la dejó en la guantera, ahora le tocaba otra visita y no iba a ser menos dura que esta primera.

 

Su barrio seguía las reglas del resto de la ciudad. Había cambiado completamente y aun así, era el mismo que había dejado atrás. Muchos de los locales seguían siendo los de toda la vida, otros simplemente habían cambiado o habían desaparecido. A lo largo del camino se cruzó con algún que otro anciano que hizo por reconocerle aunque se viera que no estaba completamente seguro de ello. El ambiente seguía estando ahí, había nacido en una buena zona.

Miró hacia arriba y no se sorprendió al ver que su balcón seguía siendo el más florido del edificio. A su padre siempre le había gustado la jardinería,  estaba seguro que sus padres no se habían movido de sitio.

Eran casi la una lo que significaba que aun no habrían llegado del trabajo. Decidió buscar el estanco más cercano, con todo lo sucedido en tan corto periodo de tiempo se había quedado sin cigarrillos.

Recordó que su padre siempre iba a uno que estaba en la esquina  de esa misma calle. Recordaba que de pequeño,  hacia todo lo posible por dejar aquel vicio y, en el peor de los casos, se escondía para que él no pudiera verle. Siempre había sabido que fumaba pero las veces que realmente le había visto hacerlo habían sido contadas.

Entró en la tienda. Seguía igual que siempre. Hasta el dependiente seguía siendo el mismo, un viejecito con unas gafas de culo de vaso que demostraban lo increíblemente poco que debía de ver.

Se quedó un rato en la puerta no sabiendo muy bien si le reconocería o no. Finalmente, al ver que ni siquiera le prestaba atención pidió varias cajetillas de la marca más barata y salió a echarse el primer pitillo al parque que había enfrente.

Estaba nervioso, no sabía muy bien cómo iban a responder ante la situación de encontrarse con su hijo desaparecido en la puerta de su casa.  No sabía cómo se los iba a encontrar, ¿La edad se les habría echado encima? Estaba claro que a él sí, esos últimos cuatro años era como si hubieran sido diez. No se podía decir que hubiera llevado una vida saludable, estaba más flaco de lo normal. No hacía deporte pero el curro tampoco le había dejado tiempo para ello. Lo de ocho horas de trabajo diarias cinco días a la semana su jefe se lo había pasado por el forro, ni fines de semana ni vacaciones, y mucho menos se podía decir que hubiera tenido un horario fijo con el que salir a una hora determinada.

David había descubierto de la forma más dura posible, que la crisis de la que hablaban todos los políticos no era real. Trabajo había  por todos lados pero para su desgracia, esa excusa de la crisis permitía a los empresarios explotar a sus trabajadores de una forma indecente. O aceptabas sus condiciones, o te ibas a la calle. Empleo había por todos lados, todos ellos con condiciones de mierda fuera de la legalidad.  Y nadie hacia nada, al fin y al cabo, estaban en “crisis”

Se rascó la barba arrepintiéndose en el acto de no haberse afeitado esa mañana. Las ojeras ya formaban parte de su cara estuviera descansado o no y las mejillas hundidas solo demostraban de nuevo su marcada delgadez.

Por suerte siempre había tenido una complexión grande, su metro noventa y sus amplias espaldas hacían que pese a todo, su presencia no pasara desapercibido.

Vio que su camisa limpia estaba bien abrochada, se la metió por dentro del pantalón, se atusó un poco el pelo, la gabardina estaba un poco vieja, pero había decidido que ese día, si volvía a llover, no le pillaría desprevenido.

Tras finalizar un cigarro se encendió el siguiente con los restos del primero. No recordaba la última vez que había estado tan nervioso, ir a la casa de los padres de su amigo había sido una experiencia tensa, pero nada que ver con volver a ver sus propios padres.

Miró la hora, treinta minutos más en ese banco y se encaminaría hacia la casa donde había vivido la mayor parte de su vida, ¿Habrían dejado intacto su cuarto? No se lo había planteado hasta ese momento. Tampoco es que importara, si algo tenía claro es que no iba a volver a dormir entre esas paredes, pero ¿Seguirían estando sus cosas de la infancia allí o las habrían acabado tirando?

Recordó el salón de los padres de Iván con todas las fotos de su hijo, como si nunca hubiera pasado el tiempo. ¿Sería lo mismo en su caso?

Se levantó, se encendió el tercero, y se dirigió tranquilamente hacia el portal en el que tantas noches se había quedado dormido después de volver de fiesta. Allí había besado a su primera novia, se habría liado el primer piti, se había pasado tardes hablando con sus amigos... Según se acercaba su corazón parecía que se le iba a salir del pecho.

Por suerte se encontró la puerta de la calle abierta por lo que no tuvo que llamar al telefonillo, prefería que se lo encontraran directamente en la puerta de casa.

La subida en el ascensor se le hizo insufriblemente larga. Se olió el aliento dándose cuenta de que no tenía que haber estado fumando segundos antes. Se sentía como un niño pequeño a la espera de una regañina.

Se quedó en el rellano unos segundos en silencio antes de decidirse a llamar. Era la segunda vez en el día que se encontraba en esa situación, solo esperaba que todo aquello no durara mucho.

Abrieron la puerta. Su padre seguía igual, no supo que decir, no le salían las palabras, solo sentía su corazón bombear sangre sin parar, casi se había olvidado hasta de respirar.

El silencio se hizo interminable. David padre abrió los brazos para recibir a su hijo que volvía a casa.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

DOS (Alex)

 


Seamos realistas, la vida de una persona se compone de tres aspectos, valentía, trabajo y suerte.

Valentía para aceptar todas las oportunidades que van apareciendo por tu camino.

Trabajo y esfuerzo para conseguir aquello que te propones, nada es gratis.

Suerte para tener las capacidades de lograrlo y para que todo lo que te rodea no te  joda y te descuartice en mil trocitos no teniendo en cuenta las dos cualidades anteriores.

U.S

 

El Yelinas seguía tal y como lo recordaba, seguía siendo exactamente el mismo antro sin cumplir seguridad contra incendios,  que había dejado años atrás.

Parecía que había recuperado toda la clientela que no tenía en aquella época ya que apenas quedaban mesas libres. Reconoció la canción que estaba sonando en ese momento, “La caza” de Tahúres zurdos, siempre le había gustado aquel grupo. Se acercó a la barra y le hizo un gesto a la camarera con la mano, ella le guiñó un ojo haciéndole ver que le había visto.

-Yo te conozco. –dijo nada mas acercarse. Viendo la cara de extrañeza que había puesto David ella se rió. –mucho teníais que venir a este sitio para acabar en el muro de los recuerdos. –señaló un corcho con unas pocas fotos que había al otro lado de la barra. –parece que no has tenido un buen día. ¿Qué te pongo?

-Una pinta. –dijo gritando por encima de la música. Se quitó la chaqueta mojada dejándola en un taburete y se revolvió el pelo. Era cierto que había pasado prácticamente toda su infancia en aquel bar. Todas las tardes en las que había vivido allí las había pasado con sus amigos bebiendo cerveza y jugando a los dardos, de hecho, recordaba que se llevaban muy bien con el antiguo dueño, un hombre bajito que les ofrecía pintas gratis los días que tenía poca clientela, que en aquella época eran la mayoría. Hoy en día parecía que aquello había cambiado. Pese a ser las mismas paredes polvorientas y las mismas mesas de madera llenas de mensajes tallados, parecía que aquel lugar no había vivido tiempos mejores, los jóvenes bebían y reían disfrutando de la música y el espacio de ocio que ese lugar proveía.

-Aquí está la cerveza y aquí la foto, se ve que eras más joven pero te he reconocido en el acto. –la chica le había acercado una foto, hecha con polaroid, donde se encontraban cinco jóvenes tras esa misma barra de bar con unas jarras delante. Parecían contentos, ninguno de ellos esperaba que años después, solo uno estuviera vivo viendo esa foto tras haber asistido al funeral del último de ellos. Los ojos se le empañaron en lágrimas, lo cierto es que si que había tenido un día de mierda.

-¿Puedo quedármela? –ella al verle la cara asintió con la cabeza.

-Es toda tuya, poco a poco el muro se va haciendo más pequeño, la gente va recogiendo sus fotos con el tiempo. A mí me gusta verlas cuando nadie me pide nada, son fotos con historia ¿sabes? Por eso te reconocí nada más verte pasar por esa puerta. 

¿Ya no vives por aquí? Me extraña que esta sea la primera vez que te veo, como he dicho antes, mucho teníais que venir si acabasteis en ese corcho.

-A decir verdad veníamos todas las tardes. Me he gastado más en este bar que en todos mis estudios. –no podía parar de mirar a la foto, finalmente se la metió en el bolsillo del pantalón. Se dio cuenta que la tarde en la que fue sacada fue la última vez que habían estado todos juntos ¿Cuándo había sido, nueve, diez años atrás? La chica no debía de tener más de 22 por aquella época, no tendría siquiera edad para beber. –y dime, ¿Qué ha sido de Guti? ¿Sigue por aquí? Recordaba a aquel viejo como si no hubiera pasado el tiempo. Muchas veces se unía a las partidas de cartas no haciendo caso al resto de los clientes. Con ellos siempre se había portado de forma amable, les había cuidado hasta el último momento y hasta les había reprochado que empezaran a salir con Jaime, quien posteriormente se convertiría en su camello y verdugo particular. Estaba claro que habían confiado en quien no debían.

-Guti murió hará tres años. –contestó con completa indiferencia. –un ataque al corazón, le cedió el Yelinas a su hija. No debía de llevarlo muy bien en su momento porque fue ella la que hizo que volviera a tener todo este ambiente.

“Otro más para el hoyo” –pensó dándole un trago a su pinta.

-El muro de los recuerdos se mantuvo en su honor pero, como ya he dicho antes, poco a poco las fotos van volviendo a sus legítimos dueños. Si me disculpa el deber me llama. Si necesita cualquier cosa no dude en avisarme, bienvenido de nuevo al Yelinas. –le volvió a guiñar un ojo y se dirigió a otro cliente que le estaba señalando una copa para que se la llenara.

David cogió su cerveza y su chaqueta y se dirigió a la primera mesa que vio vacía. En ese momento estaba empezando a sonar la canción de “Azul”, parecía que esa noche iba de Tahúres zurdos la cosa.

Estaba cansado, tanto física como psicológicamente se sentía desbordar por todos lados. El viaje del día anterior había sido de ocho horas metido en el coche pensando en tiempos mejores, no había parado de fumar desde aquellas. Estaba mojado, tenia frio, le dolía la cabeza y se sentía algo mareado de todo lo que había bebido, pero en cierta manera sabia que tenía que estar allí en ese momento, su segunda casa, donde habían pasado tantas horas buenas protegidos de un exterior que les acabaría abandonando.

No había comido nada desde el día anterior, pero su barriga no le reprochaba la ausencia de ningún solido y mientras su cerebro no lo pidiera, él se iba a limitar a beber.

Se bajó la corbata más de lo que estaba, no quería quitársela porque sabía que la acabaría perdiendo.

No tenía ningún plan de futuro, en ese mismo momento lo único que quería era pasarse la noche bebiendo y brindando por los que ya no estaban hasta caer rendido. Después ya se preocuparía de cómo ir al hotel  y los problemas del día siguiente. Simplemente había decidido dejarlos para su yo del futuro.

Por el momento solo quería beber.

-¿Le importa si le hago compañía? No quiero beber sola. –la voz de mujer le sacó de su ensimismamiento. Levantó la vista del vaso para encontrarse cara a cara con la desconocida que había estado en el cementerio con ellos. Señaló la silla que había vacía sin decir nada.

-¿Acaso me está siguiendo? –en el momento en el que las palabras le salieron por su boca, se dio cuenta que el tono irónico con el que pretendía decirlas se había transformado en una especie de reproche.

-Créame, para mí ha sido toda una sorpresa encontrarme con usted aquí. –bebió un trago de la cerveza que había traído consigo. –me llamo Alex. –dijo tendiéndole la mano. Aun seguía con el vestido  con el que la había visto en el cementerio, el pelo  rubio sujeto en un alto moño aun se mantenía en perfecto estado, claramente era una mujer que no pegaba en ese ambiente y mucho menos con un litro en la mano.

-David. ¿Era amiga de Iván?

-Conocida más bien, me estaba ayudando con un asunto. No sabía que la heroína le tenía tan cogido.  –al echar otro trago, David se dio cuenta de que en el anular de la mano derecha tenia tatuado un anillo con lo que aparentaban ser dos siglas, una U y una S. –de cuando era niña. –dijo al darse cuenta de lo que estaba mirando. –una nunca puede huir de su pasado. –le sonaba haber visto ese símbolo en algún lado pero no le dio más vueltas.


-Y dígame, ¿De dónde es? No logro situar su acento.

Alex se atragantó, le había hecho gracia el comentario.

-Nunca he sabido responder bien a esa pregunta la verdad, nací en España pero prácticamente desde pequeña me he estado moviendo de un lado a otro. Supongo que después de muchos años sin hablar el idioma, mi español ha quedado un poco oxidado aun siendo mi primera lengua. –silencio. –siento lo de su amigo, ¿Erais muy cercanos?

Le costó responder por un momento a aquella pregunta, la verdad es que ya no lo tenía claro.

-En su día lo fuimos. Luego nuestros caminos se fueron separando prácticamente sin darnos cuenta hasta que, de un día para otro, no volvimos a saber más  del contrario. Si te soy sincero no sabía que había sido de él hasta que me llamó la policía para contarme la noticia. ¿En qué la estaba ayudando si no es meterme donde no me llaman?

-Soy periodista. Estaba siguiendo una noticia en la que su amigo me podía ayudar a recabar información. Aun estoy metida en el asunto por lo que no puedo hablar mucho del tema, pero su amigo fue de gran ayuda. Después de esto me da que me quedaré en esta ciudad más tiempo del debido.

-Yo me quedaré unos días más también. Alguien tendría que avisar a los padres de Iván de lo ocurrido, nunca se preocuparon por él en vida, pero tienen derecho a saberlo. Mañana va a ser un día duro. –se sentía cómodo hablando con esa mujer. Según se terminó su jarra hizo un gesto para pedir otra, la camarera no tardó en llevársela a la mesa.

No tenía ninguna prisa por irse a la habitación de hotel. Era cierto que no sabía cuánto tiempo se quedaría allí, en cierto modo echaba de menos aquella ciudad. Tenía muy malos recuerdos pero todos ellos se veían emborronados por el tiempo y los buenos momentos. Al día siguiente iría a darles la mala noticia a los padres de su amigo. No tenía muy claro como se lo tomarían, por una parte no habían querido saber nada de su hijo en los últimos años, por lo que sabían podía haber muerto mucho tiempo atrás pero por otro lado… eran sus padres, eso no se lo quitaba nadie. Casi sin quererlo también pensó en los suyos propios. Prácticamente hacía el mismo tiempo que no sabía de ellos que su amigo. En este caso había sido él el culpable en desaparecer, simplemente no soportaba sentirse la oveja negra de la familia, el hecho de no haber acabado la carrera podía sonar como algo sin importancia pero la realidad es que había tirado su vida por la borda con esa decisión. Él lo sabía pero también sabía que no podía continuar de esa forma, psicológicamente había acabado destrozado, y eso era lo que sus padres, acostumbrados a animar a su hijo a trabajar y trabajar, no habían entendido.

Aun no tenía claro qué hacer con respecto a ese tema, pero sí que tenia cosas que hacer antes de plantearse tan siquiera esa situación.

Se dio cuenta de que se había quedado en silencio demasiado tiempo. Alex se había limitado a mirarle con curiosidad mientras seguía bebiendo de una nueva jarra, no se había dado cuenta siquiera que la camarera había vuelto a servirles.

Aun así se sorprendió al ver que no sentía que la situación fuera incómoda. Esa mujer tenía algo que infundía tranquilidad, estaba claro que pertenecían a dos mundos distintos. Él era en todos los términos un puto desastre y ella era la típica mujer que se llevaba un paraguas por si acaso llovía en ese día soleado.

-¿Le puedo hacer una pregunta que lo mismo no tiene mucho sentido? –fue ella la que rompió el silencio, obviando todo el ruido que había a su alrededor. David se limitó a asentir. – ¿Le suena el concepto de la escalera de Penrose? –la pregunta iba acompañada con una tarjeta que acababa de sacar de su bolsillo. David la cogió con un interés nuevo en aquella mujer, se había esperado cualquier cosa menos eso.

La tarjeta, completamente negra, tenía dibujada una escalera infinita en blanco ocupando su centro. Al verla se dio cuenta de a qué se refería Alex, aunque no tenía la menor idea de a dónde quería dirigir esa conversación.

-He oído hablar de  ella en algún momento, es la escalera imposible que empieza y termina en el mismo punto ¿No? Ese tal Penrose era un matemático o algo así. ¿Tiene esto algo que ver con el artículo con el que te estaba ayudando Iván? Porque le puedo asegurar que Iván era muchas cosas, pero en lo que se refería a las matemáticas…

Alex se quedó un momento mirando su cara, como si estuviera buscando alguna reacción de algún tipo.

-Algunos dicen que hay un caso en particular en el que esa misma escalera, imposible en el mundo físico que conocemos, podría ser posible. Siempre me ha llamado la atención esta imagen, ¿Cómo puede ser que algo que sabemos que no es real pueda llevarse al dibujo y lo aceptemos tal y como es? –Alex pareció decepcionada, como si hubiera esperado otro tipo de reacción por parte de David.

-¿Es un asunto de perspectiva no? –No podía de dejar de mirar aquella imagen, en cierto modo ella tenía razón a la hora de decir que era algo digno de interés. – ¿Y bien? ¿Cuál sería ese caso? –no sabía por qué había sacado ese tema en particular, pero le gustaba que por un momento pudieran hablar de cosas sin importancia dejando todas las preocupaciones a un lado.

-En el mundo real tal y como lo conocemos sí, es perspectiva. La única manera que pudiera ser posible una escalera así, es que los escalones del principio y el final estuvieran a la vez en esas dos posiciones, es decir, que ese punto de unión ocupara dos espacios y a su vez, solo fuera uno.

En cierta forma, lo que Penrose dibujó aquí fue un puente entre dimensiones, el típico “multiverso” que está hoy en día de moda, ¿No te resulta interesante?

David se dio cuenta en ese momento de que estaba sonriendo, casi le resultaba extraño sentir ese gesto en su cara. Estaba claro que, pese a las apariencias, aquella mujer estaba lo suficientemente loca como para haber andado con su amigo. Alex había pasado de ser una mujer al margen de aquel mundo de bajos fondos, a alguien que parecía más bien obsesionado con un tema tan extraño como aquel. Capaz de sacarlo a colación hasta en los momentos menos indicados.

-Siento mi cara pero me ha sorprendido  este cambio de tema. No me malinterpretes me encanta la ciencia ficción y la fantasía, siempre me han gustado estos temas, pero me llama la atención esto tan de repente y más si esto es en lo que te estaba ayudando mi amigo. Si me disculpa la impertinencia, ¿A cuento de qué saca este tema?

-Sí, lo siento. –su gesto también se había transformado en una sonrisa. –igual he bebido más de la cuenta. No tiene nada que ver con su amigo. Es otro trabajo que llevo a la vez, es una idea que siempre me ha gustado, la propia representación de los universos paralelos, la unión entre todos ellos por medio de una escalera.

-Siguiéndote el juego. –llevaban ya el tiempo suficiente como para empezar a llamarse de tu. – ¿Si esa escalera existiera no habría forma de acceder a ella no?

Alex pareció aliviada por poder continuar con la conversación.

-Sí, ya que precisamente, el acceso ocuparía el mismo lugar que la escalera. No tendría principio ni final, el mismo lugar seria tanto la escalera como la entrada. Precisamente por eso representa la idea de los universos, infinitos, superpuestos entre sí, ocupando el mismo espacio tiempo. Entrarías, subirías la escalera solo para acabar en el mismo sitio, solo que  no sería el mismo sitio técnicamente hablando.

La imagen le resultaba atractiva, digna de un libro de hecho.  Miró  la tarjeta que le había tendido al principio de aquella conversación, le gustaba la idea de los distintos universos conectados entre sí por una escalera, lo mismo en uno de esos universos existía un David que hubiera triunfado, que aun tuviera a sus cuatro amigos de la infancia sanos, con sus mujeres e incluso niños.

Esa idea le alegraba al igual que le apenaba. Por desgracia tenía que vivir con los pies en la tierra, no podía soñar en lo imposible.

-Estaré deseando leer su libro con respecto al tema.

-No, quédesela. –Le dijo rechazando la tarjeta que estaba devolviendo. –Tengo más, no se preocupe. Creo que ya va siendo hora de que me vaya. Ha sido un placer conocerle y disculpe la intromisión. –los dos se levantaron para despedirse. -¿Se va a quedar más días por aquí? –ella seguía llamándole de usted.

-No tengo claro aún cuanto tiempo pero estaré  al menos un día más. Aquí me verá todas las noches. Gracias por la compañía, la verdad es que lo necesitaba en un día como hoy.

Justo al desaparecer por las escaleras de entrada al local se dio cuenta de que podía haberle pedido su número de teléfono, de cualquier forma, si ella quería volver a verle sabia donde encontrarle. Hizo un gesto a la camarera pidiendo otra ronda.

Aun tenía muchas penas que ahogar y valentía que conseguir para el día siguiente.

En los altavoces empezaba justo en ese momento a sonar “Muerte ven”, siempre le había gustado aquella canción aunque nunca la había escuchado en un momento más oportuno. Puto “Tahúres zurdos”.