martes, 23 de febrero de 2021

DIECIOCHO (Munin)

 


Queridísimo diario. Siempre he querido decir eso.

Hoy he hecho algunos avances. Llevo ya una semana con la misma rutina, me levanto, me ducho, me todo el café con una raya para despejarme y voy a la Pontificia.

Parece que la gente ya se está acostumbrando a mi presencia allí. Ya no hay miradas de preocupación y en ocasiones incluso me echan una mano.

Me interesan sobre todo los libros de historia de la ciudad. Tristemente ninguno habla del tema que estoy buscando cosa que era de esperar. Todos son, por así decirlo, demasiado realistas.

Hoy se me ha acercado un estudiante a echarme una mano, un chico extraño que no se quita unos guantes de seda ni aun estando ahí dentro. Creo que le gusto. Ya le había pillado más veces estos días mirándome cuando creía que no me daba cuenta, siempre al tanto de lo que hacía.

Me ha preguntado qué es lo que estaba buscando, yo me he limitado a decirle que leyendas.

Después de una semana sin avances, el chico me ha traído un libro de justo lo que le estaba pidiendo, “Leyendas de Helmántica” Me ha extrañado ver ese tomo allí ya que parecía demasiado viejo como para pertenecer a aquella biblioteca.

Es un libro de relatos, parece más dirigido a niños que adultos, cada uno diferente al anterior. Entre ellos he encontrado uno que me ha llamado la atención, “La escalera perdida del rectorado” creo que me estoy acercando.

El estado del libro me ha llevado a pensar que debería buscar en otro lugar, ha sido toda una suerte encontrar este tomo ahí.

El chico me ha explicado un poco las distintas bibliotecas y los distintos lugares donde puedo continuar con mi investigación. Parece bastante decidido a ayudarme y está claro que se mueve mejor en estos ambientes que yo.

Al volver a casa he discutido otra vez con Jess. No le gustan nada estas escapadas en las que no sabe a qué me dedico.

Nos hemos tranquilizado con un pico que Jaime nos ha servido. Esta noche he quedado con Alex, le enseñaré lo que he descubierto hoy.

I.C

 

 David no sabía qué hacer, quería salir corriendo de allí.

-Sabía que este día llegaría. –dijo Andrea. –esperaba que no me tocara a mí este trabajo pero es algo que no se puede controlar. –hablaba con tranquilidad, algo nerviosa, pero para nada con el tono que sería lógico usar tras haber encontrado aquello. –no sé cómo conseguiste el Munin pero no necesito saberlo, mi labor es traspasarlo a tu cuerpo.

-¿Perdona?

-A sí que no lo sabes…  -dijo sorprendida. –este tatuaje no es como la Pavonia que te acabo de hacer. El Munin es único,  solo una persona de cada universo lo lleva y no hay forma de hacerlo si no es teniendo el original. Si no es teniendo esto. –levantó el trozo de piel. No parecía para nada asqueada con su tacto. –no tengo ni idea de cómo lo has conseguido pero si lo tienes, es que hay que transferirlo a tu piel, no hay discusión que valga sobre el tema.

-¿Me vas a hacer ese tatuaje ahora? –estaba a punto de quejarse.

-No, no puedo, como he dicho es un tatuaje especial. Tengo que tener exactamente las mismas tintas con las que fue hecho, y estas, al igual que su antiguo portador, no pertenecen a este universo. Tienes que ir a por ellas antes de empezar. –la orden realizada por la tatuadora dejó aun más descolocado a David. Lo decía con urgencia, sin margen para el reproche o la discusión. –visita a mí homóloga,  ella te las dará. –se quedó un momento en silencio tocando el tatuaje del cuervo con la palma de la mano. –el punto de cruce que debes tomar, si no me equivoco, es el de Ávila. Ve a la catedral, enseña la Pavonia y allí te ayudarán. Conozco a los gemelos de ese punto de cruce, no te pondrán ninguna pega y te echaran una mano en lo que puedan. –volvió a guardar la piel en la toalla y a dejar todo tal y como se lo había encontrado. Le tendió la mochila. –y David, esta calavera es un mito. Muchos ansían tenerla, muchos tienen dudas incluso de su existencia, hasta yo las tenía antes de coger tu bolsa.  Llévala siempre contigo y no la pierdas.  Nos esperan días de lucha, si esto ha llegado a tus manos significa que la escalera está en peligro.

-¿La escalera? Pero ¿Qué es?

-La que te lo tiene que decir no soy yo, si no su antiguo propietario. Yo soy solo una tatuadora.

-Pero podría estar muerto.

-Solo los no nacidos desaparecen al morir.

Jaime ¿En qué coño estabas metido? –se preguntó David. Cogió la mochila con todo dentro, se puso el abrigo y se despidió de Andrea.

-Ten cuidado. Nos volveremos a ver. –para su sorpresa le dio un abrazo.

Cruzó la carretera agarrado  a su mochila, su miedo a perderla había aumentado por momentos.

Entró en el bar de enfrente tal y como le había dicho su tía. Allí estaba, sentada en la barra con lo que parecía una alfombra nueva enrollada a su lado. Cuando le vio entrar le señaló el taburete más cercano.

-He aprovechado este tiempo para hacer compras, ¿Crees que le gustará?

-Es parecida a la otra. –se limitó a decirle.

-Carlos siempre se ha portado bien conmigo, sería una pena que no le gustara. ¿Qué tal ha ido? ¿Qué tal te ha caído Andrea?

-Bien. –dijo pensando en la última escena que había tenido con ella antes de despedirse. –me ha hecho el tatuaje, y eso que saqué impar en esa extraña prueba que me hizo. Si te soy sincero no entiendo lo que ha ocurrido ahí dentro.

Irene casi se atraganta con la cerveza debido una risa inesperada. El camarero en ese momento apareció sirviéndole otra a David, Irene se la había pedido al verle entrar por la puerta.

-Yo también saque impar en la prueba, no te preocupes, el resultado era lo de menos, lo que importaba era quien eres. –David la miró sin entender. – ¿En algún momento, a lo largo de estos días, te has preguntado cómo se sabe si alguien es realmente un no nacido? La única cualidad importante de los no nacidos, obviando el tema de que no tienen homólogos, es el hecho de que hagan lo que hagan, no son capaces de crear matronas.

Por un tiempo, la prueba para ver si alguien era o no un error del cosmos se limitaba en comprobar la primera parte.  Se miraban los universos cercanos, si esa persona no existía en ellos, automáticamente se la consideraba parte del gremio. Esto como podrás ver, tenía posibilidades de error.

Fue durante la creación del atlas…

-Sé qué es el Atlas. –dijo al ver la mirada interrogativa de Irene.

-Bien, eso me libra de explicaciones innecesarias. Fue durante la creación del Atlas. –prosiguió. –cuando apareció otra “facción” de personas que era desconocida hasta la fecha.

-Déjame adivinar, los tatuadores. –completó David, ya se estaba acostumbrando a ese tipo de charlas.

-Los tatuadores. –confirmó ella. –estas personas por alguna extraña razón eran capaces de sentir cuándo se creaban nuevos universos. Podían diferenciar de forma inexplicable entre las decisiones diarias y las matronas. Una panda de raritos si me permites la opinión.

La aparición de estas personas hizo que todo cambiara.

Verás, la prueba que hiciste allí dentro no trataba de que sacaras par o impar en el dado, ese nunca fue su objetivo. La prueba  trataba de ver si, tras el intento forzado de generar una matrona, esta acabaría ocurriendo o no.

Te explico más detenidamente. –dijo al ver su cara de no entender nada.

El hecho de decidirse por una superficie u otra a la hora de lanzar el dado, implica añadir una elección a algo que inicialmente es completamente aleatorio.

Tirar un dado en un mismo sitio, por una misma persona, en un mismo momento, supone un mismo resultado en todos los universos.

El hecho de añadir la elección consciente de dónde tirarlo añade las distintas posibilidades, en este caso veinte, en los distintos universos.

 Esa unión de elección y aleatoriedad es lo que genera una diferenciación en los universos. El hecho de que esta elección implique el hacerse o no algo tan de por vida como es un tatuaje, es lo que termina de crear la matrona. ¿Hasta aquí me sigues? –David asintió.

–Estas decisiones, lógicamente son de poca importancia. Los distintos universos creados son tan iguales que no suponen ningún problema para el cosmos. Esta prueba tenía cuatro posibles resultados dependiendo de si eras o no un no nacido.

Por un lado, si hubieras sido una persona normal, esta prueba hubiera generado la ya mencionada matrona.  

Andrea, al sentir la creación de nuevos universos, habría sabido que tú no eres un no nacido. Si hubieras sacado impar entonces, se habría negado a hacerte nada. Mientras que si hubieras sacado par, te habría hecho un tatuaje diferente al previsto.

De esta manera se crearían  los distintos universos en los que tendrías o no tatuaje. –David asintió confirmando que estaba entendiendo.

-Por otra parte, si eres un no nacido, también existían dos opciones, pero estas serian distintas, ya que Andrea no sentiría nada. Simplemente no se generarían matronas.

Ahí el resultado daba igual, par o impar saldrías de ese lugar con la Saturnia en tu piel, la única diferencia sería dónde te la haría. En este caso has tenido suerte ya que si hubieras sacado par, te lo hubiera hecho en un lugar visible. Normalmente en ese caso lo hacen en el cuello o las manos.

Como puedes ver, cuatro posibles resultados y no dos. Sin Saturnia, con Saturnia falsa, con saturnia visible y en tu caso, con la Saturnia bajo la manga.

-Pero entonces,  una vez sabiendo que soy un no nacido, ¿Por qué hay dos opciones igualmente dependiendo del resultado? ¿Por qué no haberme hecho el mismo tatuaje ya fuera par o impar?

-Porque inicialmente siempre tiene que haber distintos resultados, si no, nunca se generarían los nuevos universos, la matrona tiene que ocurrir nada mas tirar el dado, no una vez realizado el tatuaje.

El hecho de que no haya ahora mismo un homólogo tuyo con el tatuaje en el cuello confirma que eres un no nacido. El resultado del dado también te tiene que influir para que este sea válido, y la influencia tiene que ser lo suficientemente clara como para variar un poco tu forma de vida.

 –David asintió mientras le echaba un trago a su caña. Nunca había querido hacerse un tatuaje, y sin embargo, allí estaba, con uno recién hecho y el proyecto de un segundo para el futuro. Se planteó por un momento contarle a Irene el asunto de la piel humana que tenía en la mochila, pero finalmente decidió guardárselo para sí.

-En fin sobrino, si me disculpas tengo cosas que hacer. –dijo señalando la alfombra. –no te preocupes, está todo pagado. –le dio un beso en la mejilla. –luego celebraremos tu iniciación.

Salió por la puerta  con la alfombra en  brazos dejando a David solo en la barra.

Se tomó la cerveza con tranquilidad, no tenía prisa. Una vez hubo acabado salió y miró el edificio de la Biblioteca Gabriel y Galán situado justo al otro lado de la carretera.

Era un edificio pequeño de dos pisos situado en mitad de una plaza rodeada de bloques altos.

Unas escaleras de piedra en el centro de la fachada la dividían en una simetría perfecta. La enorme puerta de madera en el centro separaba dos ventanales a los lados con un enrejado ya oxidado por el tiempo.

A ambos lados de la planta de ángulos rectos, sobresalían dos cilindros  repletos de ventanas dando la sensación al edificio de ser más circular que cuadrado. En el piso superior, se repetía el mismo número de huecos pero de menor tamaño.

David comprobó la dirección de la nota que había encontrado en el diario de Iván. “Plaza Gabriel y Galán 14” Tal y como se había fijado anteriormente correspondía a la biblioteca.

Cruzó la calle y entró sin tener muy claro qué hacer a continuación.

El interior de la biblioteca no se correspondía en nada con la imagen de casa señorial que ofrecía el exterior. Nada más entrar el edificio pasaba de la piedra, hierro y cristal, a un enfoscado blanco y un ambiente de estanterías y mesas sacadas del Ikea.

A esas horas no había más de 3 personas contando con la bibliotecaria. Se acercó  a la recepción cruzando toda la sala. La mujer, que en esos momentos estaba con la mirada fija en la pantalla del ordenador, le sonrió.

-Buenas tardes, ¿Quería algo? –le preguntó en voz baja.

David se quedó un momento en silencio.

-Buenas tardes, estaba buscando a una persona que me dijeron que podía estar aquí. Solo se sus iniciales por lo que no sé si será de mucha ayuda. –la mujer le mantuvo la mirada sonriente. -¿Conoce a alguien cuyas iniciales sean S.J?

La mujer se quedó un momento pensando.

-Siento decirle que no me suena de nada. Aquí trabajamos varios funcionarios pero nadie que responda a esas iniciales, lo siento.

David suspiró. La verdad era que no sabía muy bien que esperaba de todo aquello. Justo antes de darse media vuelta y volver por donde había venido se le ocurrió una última cosa.

Se remangó el brazo con cuidado de no estropear el plástico y se volvió a acercar a la bibliotecaria enseñando el tatuaje de la mariposa.

Ella se quedó extrañada.

-¿Ocurre algo? ¿Necesita algún tipo de ayuda?

David se fijo cómo las dos personas que estaban en la sala estaban expectantes de la situación.

-No, disculpe, ya no la molesto más. Que tenga buena tarde. –volvió a cruzar la puerta.

Comprobó de nuevo la nota.

“Plaza de Gabriel y Galán 13.

Plaza de Gabriel y Galán 14

(Pregunta por S.J, él te ayudará)”

Estaba todo bastante claro, el 13 era el Midwife, el 14 la biblioteca.

Miró la hora.Ya eran las 9 y media de la noche. Se encogió de hombros, buscó en sus bolsillos el paquete de tabaco y se encendió un cigarrillo. Sería mejor dejar aquella incógnita para otro día, ya había tenido suficiente por hoy.

Fue caminando tranquilamente hacia el Yelinas. Había dejado el coche sin batería en la calle de sus padres por lo que dependería de sus piernas hasta nuevo aviso.

Al rato de estar caminando se fijó que alguien le observaba desde la otra acera. Se giró encontrándose con Jaime, quieto, observándole sin hacer el más mínimo gesto de saludo.

David le gritó y le hizo gestos con los brazos, había demasiado tráfico como para cruzar en esos momentos.

Jaime, sin mostrar el mínimo síntoma más allá de mirarle directamente a los ojos, se dio media vuelta y desapareció por la perpendicular que tenia a sus espaldas. Caminaba lentamente, no parecía que estuviera huyendo pero tampoco le había hecho ninguna señal de que le siguiera.

David salió corriendo al primer paso de peatones. Era él, estaba seguro de que era él. No le había visto herido, pero a decir verdad, había estado lo suficientemente lejos como para no tenerlo claro, ¿Había sido el Jaime que le había salvado en el otro mundo? ¿Sería este su homólogo que había conocido de toda la vida?

No, eso no podía ser, David recordaba cómo, el que le había hecho la lección de historia el día anterior, le había reconocido desde el minuto uno. El Jaime que había muerto salvándole, pese a habérselo encontrado en la otra Salamanca, tenía que ser el mismo que habían conocido de niños.

¿Pero eso en qué lugar dejaba al que acababa de ver? ¿Qué era el tatuaje del cuervo? ¿Quién era realmente?

Llegó a la calle por la que había desaparecido pero no había ni rastro de él.

Lo único que tenía claro es que le había estado observando. David sabia que esa no iba a ser la última vez que se encontraran. Estaba metido de lleno en todo el asunto y tarde o temprano acabaría sabiendo la verdad.

Volvió a retomar su camino, volvió a encenderse otro cigarrillo puesto que había tirado el primero al salir corriendo. Soltó el humo de la primera calada al aire.

Aquella noche tenía una cita en el Yelinas.

miércoles, 17 de febrero de 2021

DIECISIETE (Midwife)

 


Hoy me he pasado la mañana en la biblioteca. No sé cuantos años hacia que no pisaba una.

Le he dicho a Jess que me iba al gimnasio, y a decir verdad, me ha extrañado hasta a mí el no haber hecho ese recorrido.

He pensado que si en algún sitio tenía que haber información sobre la escalera, tenía que ser en una de las muchas bibliotecas de Salamanca, por lo que he decidido empezar con la Pontificia. Qué mejor biblioteca que la de la universidad privada para iniciar mi búsqueda. Esta gente siempre tiene pasta para invertir en papel y conocimiento.

He tenido una sensación muy extraña al estar en ese ambiente, ¿Te imaginas por un segundo? ¿Yo? ¿Entrando en una biblioteca de una universidad?

Al principio he creído que me iban a echar nada más verme la cara.

He tenido que preguntar a un par de personas para que me señalaran la dirección. Cuando he entrado, se han limitado a mirarme mal pero nadie se ha atrevido a decirme nada. Simplemente me vigilaban, expectantes de que hiciera algo que justificara el llamar a seguridad.

Lo cierto es que no puedo echarles en cara ese comportamiento. No hace más de unos días atrás, antes de haber conocido a Alex, hubiera montado todo un espectáculo al estar rodeado de estos mismos pijos.

Pero hoy no, hoy iba con un objetivo claro.

I.C


 

-¿Un punto limpio? ¿En serio?

-¿Qué problema le ves? Ellos saben deshacerse de todo tipo de objetos dañinos para la naturaleza ¿Por qué no iban a hacerlo con material orgánico?

-Ese material orgánico antes fue una persona, no es como si intentáramos deshacernos de los restos de una comida.

-Bueno yo tampoco diría tanto pero entiendo tus preocupaciones. Tranquilo, el que lleva este lugar sabe muy bien lo que se hace.

-¿Otra alfombra Irene? –oyeron que les decía una voz que salía de la caseta del encargado. Habían aparcado justo en la entrada y se habían asegurado de cerrar bien la reja antes de sacar el paquete de la parte de atrás del Chrysler. Tras la voz le siguió un hombre más ancho que alto que andaba con una cojera fruto de una pierna ortopédica.

-Salamanca cada día está más peligrosa para una pobre mujer soltera como yo. –Irene se remangó dejando ver el tatuaje, él se quedó un momento mirándolo.

-Y tú cada vez eres de gatillo más fácil. Dejadlo donde siempre. Llamaré para que lo recojan esta misma noche. ¿Tiene algún tipo de identificación que demuestre la razón de su muerte?

-El anillo de Ubi Sunt de los desaparecidos.

-¿Otro más? ¿Pero cuántos de estos hijos de puta hay en este mundo? Espera, no te habrán seguido. –Irene le dirigió una mirada  que valió como respuesta. – ¿Y este quién  es? –preguntó señalando a David y mirándole de arriba abajo.

-Pablo, te presento a mi sobrino David. Está aprendiendo el oficio. Después de que dejemos esto le llevaré con la tatuadora.

-Ya lo que faltaba, otro más como tú.

Llevaron la alfombra a un almacén de carga y descarga que había detrás de la oficina. La dejaron apoyada en la pared ahí mismo, a plena vista de todos.

-No me goteará ¿No? La última vez casi me dejo la espalda intentando quitar la mancha.

-Fue un tiro limpio, puedes estar tranquilo. –la normalidad con la que hablaban del tema era la misma que si hablaran de una bolsa de basura.

-Aún me debes los gastos del último envío.

-Luego me pasaré sin falta a saldar cuentas. Gracias por esto.

-Descuida. –miró a David. –ten cuidado con ésta chico, nunca se sabe por dónde va a salir. –abrazó a Irene, le dio la mano a David  y se volvió a meter en la garita.

-¿Así de fácil?

-Así de fácil. Ahora vamos, tenemos otra cita.

Se volvieron a meter en el Chrysler.

-¿Cómo conseguiste todo esto? ¿Cómo es que trabajan para ti todas estas personas?

-A algunos los he ayudado en algún momento que lo necesitaron, otros,  por así decirlo,  son herencia de tu abuelo. Estas personas al igual que sus familias, saben la verdad. En su momento se vieron envueltos en ella afectando de lleno a sus vidas. Tu abuelo les ayudó, les dio un sentido a aquello que les estaba ocurriendo, y ellos, como agradecimiento, decidieron estar ahí cuando lo necesitara.

Esto pasó de padres a hijos y la deuda que había quedado más que saldada pasó a convertirse en una forma de ser, una forma de vida.

Todos decidimos tener un propósito.

-Pero entonces Carlos...

-En su momento trabajaba para el Yelinas. Un día, unas personas intentaron extorsionarle para que una noche les dejara la puerta abierta. Querían que hiciera la vista gorda en lo que ellos transportaban medicamentos y comida.

Después de la guerra, eran muchas las personas que hacían contrabando entre universos, simplemente multiplicaban los escasos recursos de esta forma.  Saqueaban un universo para dárselo al otro.

Él se negó. Aquel mismo día atacaron a su mujer y a su hija. Fue tu abuelo, mi padre, quien evitó que murieran y se aseguró de que estuvieran a salvo.

 Carlos estuvo a punto de morir en aquel asalto. Mi padre me contó que le abrieron el canal dejando al aire todas sus tripas. Consiguieron salvarle de milagro pero su cuerpo no volvió a ser el mismo.

Desde entonces nos ayuda siempre que puede. Cuando murió mi padre, esa deuda la mantuvo conmigo. Enseñó a su hija la realidad y esta decidió continuar a su vez con el propósito de su padre, y así, poco a poco, se fue formando la red.

-¿Y el de la pierna ortopédica?

- ¿Quién? ¿Pablo? él por otro lado, fue enteramente cosa mía.

 Sus contactos con camioneros y transporte de basuras hicieron que una mafia se fijara en él. Hay que reconocer que el tío es un experto a la hora de hacer desaparecer cosas.

Durante uno de sus trabajos, se vio envuelto en un asunto muy turbio de trata de blancas. Él al principio no sabía nada, simplemente tenía que mover una mercancía desde Valladolid hasta aquí.

Esta mafia se había hecho con uno de los puntos de cruce de la capital sin que nos diéramos cuenta. Se dedicaba a secuestrar mujeres y niñas del otro universo para ponerlas a trabajar en este.

Pensándolo fríamente era un plan perfecto, los que buscaban a las desaparecidas simplemente no buscaban en el mundo correcto, era imposible que les pillaran.

Cuando Pablo se dio cuenta de lo que estaba haciendo recurrió a la policía, fue en ese momento cuando nosotros nos enteramos de todo y pudimos hacer algo al respecto. Por desgracia, a Pablo le partieron las piernas antes de que nosotros llegáramos. Una de ellas, como pudiste ver, se acabó gangrenando y tuvieron que cortar.

A cambio de eso él decidió hacerse cargo de ciertas cosas por nosotros de vez en cuando.

Ya sé que este trabajo puede ser duro. –dijo Irene viendo que David se había quedado callado. –la idea del multiverso da una libertad que transforma a las personas, les permite hacer cosas horribles sin remordimiento alguno. Para eso estamos nosotros aquí.

No te preocupes, necesitarás entrenamiento y habituarte a todo esto, pero me tienes a tu lado. No estamos solos, la gente nos ayuda con lo que puede, algunos vigilando, otros deshaciéndose de cadáveres, algunos hasta nos financian. Por cada psicópata hay una buena persona en nuestro grupo, no lo dudes.

El resto del viaje lo hicieron prácticamente en silencio.

David empezó a tener ciertas sospechas de hacia dónde iban según se acercaban a su destino.

-Gabriel y Galán 13. –se habían parado enfrente de una tienda de tatuajes situada justo en frente de la biblioteca. Ante él estaba el cartel que ponía “Midwife” era un nombre un poco extraño para un negocio de ese tipo.

Irene le estaba esperando en la puerta.

-Se que da miedo hacerse el primero, pero créeme que en esto, como en todo, solo es empezar.

La siguió pendiente de todo lo que le rodeaba, ¿Acaso Jaime le había enviado a aquella tienda por esa misma razón? Se había fijado antes de entrar que el número 14, también indicado en la nota, correspondía a la dirección de la propia biblioteca de Gabriel y Galán.

Todo parecía normal, aunque no tenía muy claro qué era lo que esperaba ver. Era un local medianamente pequeño, con una entrada separada de la parte de atrás donde se situaba un sillón con todos los artilugios necesarios.

Las paredes estaban abarrotadas de fotografías de tatuajes e ilustraciones de los mismos. David buscó por todos lados tanto la mariposa como el cuervo pero no encontró nada que se le pareciera.

La dependienta se les acercó nada más verles. Tenía todo el cuerpo tatuado, solo la cara estaba limpia de tinta. Parecía joven, debía de tener más o menos su misma edad. Tenía el pelo completamente recogido en un moño alto dejando ver el tatuaje de una carta con una mujer en ella, a sus pies ponía en una perfecta caligrafía, “La papisa”. David supo enseguida que se trataba de uno de los arcanos mayores del tarot.   

Le dio un abrazo a Irene y se acercó directamente a él.

-Llevaba tiempo esperando a que tu tía te trajera. Ya era hora de que conocieras quien eres. –él  asintió sin saber muy bien qué decir. –el  proceso lleva su tiempo ya lo sabes. –le dijo a Irene.

-Te dejo en buenas manos. Estaré en el bar de enfrente esperándote, pásate una vez hayáis acabado. –y salió por la puerta sin decir nada más.

-Soy Andrea.

-David.

Se dieron dos besos. Ella se dio media vuelta y le invitó a entrar a la parte de atrás. La siguió sin decir nada hasta una puerta que le había pasado desapercibida en un primer instante. En ella había un cartel de solo personal, David se puso nervioso en el acto.

-Tranquilo, no es ningún punto de cruce. –le dijo divertida. Abrió y entraron encontrándose en otra habitación aun más pequeña.

Se fijó nada más entrar en el extraño suelo de aquella estancia. Estaba formado por distintas clases de pavimentos. Aquello parecía un tablero de ajedrez. Había varios tipos de madera, piedra, plástico, incluso arena y cristal. Cada material formaba un cuadrado de no más de veinte centímetro de lado.

-Pisa sin miedo, se que puede sorprender al principio.

En el centro de la sala se encontraba el sillón y justo al lado una mesa con las tintas y distintas herramientas.

Estaban prácticamente en penumbra siendo el único punto de iluminación una telaraña de neón de luz negra que ocupaba toda la pared del fondo.

Los ojos de Andrea, en esos momentos habían pasado a ser todo pupila mostrando un aspecto completamente inhumano.

-Soy una tatuadora. –la voz también le había cambiado, ahora tenía más profundidad, más fuerza, revotaba en las paredes de aquella habitación generando un eco extraño. –pero mi labor principal no es hacerte el tatuaje, sino saber si eres quien dices ser para poder portarlo.

Le tendió la mano con la palma abierta y un objeto esférico en ella. Al cogerlo se dio cuenta de que era un dado de veinte caras.

-Las reglas son muy sencillas. Primero eliges una superficie en la que tirar el dado, tiene que ser una elección propia, cada superficie supondrá un resultado diferente. Si el resultado es par, tendrás tu pasaporte, si es impar, nos despediremos aquí mismo y cada uno seguirá por su lado.

David se quedó desconcertado ¿Iban a dejar a la suerte la decisión de ser un no nacido? No lo entendía.

-Si realmente eres un error no tienes nada que temer, ahora elige y tira.

Se quedó un rato mirando el damero del suelo, cada cuadrado de distinta textura, color y material. Si lo tiraba en la arena, el dado se clavaria sin dar la oportunidad de rodar, si por el contrario, lo tiraba en goma, revotaría más de la cuenta, ¿Cuál era la decisión correcta?

Andrea le esperaba silenciosa sin dar el menor indicio de impaciencia.

Finalmente se decidió por lo que parecía una baldosa de cerámica sin pulir. Se agachó y empezó a mover el dado entre sus manos, ¿Qué pasaría si sacaba impar? La nueva forma de vida de la que se había estado mentalizando dejaría de existir, volvería a ser un perdedor, sin trabajo, sin dinero, sin amigos, sin ningún objetivo. Por otro lado, se alejaría de aquel mundo en el que le habían intentado matar varias veces en un solo día.

Sintió que una rabia crecía dentro de él debido a la impotencia de dejar aquello a la suerte. Nunca le habían gustado los juegos de azar.

No se lo pensó más, tiró sobre la baldosa y cerró los ojos rezando no muy bien por qué resultado.

El dado chocó contra la cerámica y rodó unos centímetros antes de quedarse quieto.

Esperó a oír alguna reacción por parte de la tatuadora pero no hubo respuesta, abrió los ojos.

17, impar. No sabía muy bien por qué pero se sintió aliviado y a la vez desilusionado, parecía ser que iba a volver a su vida normal. ¿Regresaría a Granada? Aun no lo tenía decidido. Volvió a coger el dado, se levantó tranquilamente y se giró hacia Andrea.

Estaba con los ojos cerrados, de pie, haciendo caso omiso a todo lo ocurrido.

-Ha salido impar. –dijo aun sin mirarle.

-Supongo que eso es todo. Ha sido un placer conocerla. Sé dónde está la salida.

Andrea no hizo ningún movimiento. Él se dirigió a la puerta tras dejar el dado en una mesa.

-El tatuaje nos llevará unas dos horas. Será mejor que te quites el abrigo y te pongas cómodo en el sillón. Yo prepararé las tintas.

David se paró con la mano ya en el picaporte.

-Pero he sacado impar.

-Has venido a por la Saturnia y yo te la estoy ofreciendo, la quieres o no. –volvía a tener la voz suave con la que se había presentado en la entrada.

Se quitó la mochila y el abrigo y los dejó a un lado. Se sentó en el sillón y esperó a que Andrea hubiera acabado con los preparativos.

-¿Dónde lo quieres?

La verdad es que no lo había pensado. Aun no se hacía a la idea de estar allí a punto de manchar su cuerpo en tinta.

-Antebrazo está bien.

-Derecho o izquierdo

 

Tal y como había calculado, pasaron dos horas. Él sentado aguantando el dolor, ella tatuando concentrada en las numerosas líneas que acabarían formando la mariposa. Ninguno de los dos dijo nada.

Una vez hubo acabado David lo miró fijamente.

Era la Saturnia Pavonia, la misma pero diferente, le había dado unos toques de color amarillo en las alas dándoles más volumen. En esos momentos la piel estaba roja y sensible. Le dio una especie de pomada y le envolvió el brazo en plástico.

-Es como cualquier tatuaje, te lo tendrás que cuidar hasta que se cure. Para cualquier cosa aquí mi tienes, no dudes en pasarte. –le dio el bote de crema que acababa de usar. Parecía cansada, no había parado hasta haberlo acabado. Había que reconocer que el resultado era magnífico, irreproducible, la cantidad de líneas que había en aquel dibujo era imposible de contar.

-¿Con esto ya podré pasar los puntos de cruce sin problemas?

-Es como un pasaporte, personal e intransferible, nadie en el mundo tiene uno como el tuyo, aunque si hay muchos parecidos.

Ya formas parte de los no nacidos. –no sabía cómo sentirse ante aquellas palabras. Se levantó del asiento y le pidió a Andrea que le acercara sus cosas.

Ella se acercó a la silla donde había dejado el abrigo y la mochila. Al cogerlos se quedó quieta en el sitio.

-¿Ocurre algo? –se había quedado paralizada.

-Veo que no has venido solo a que te hiciera ese tatuaje. –dijo algo nerviosa. David no entendió la situación. –lo que más me temía ha comenzado. –susurró. Abrió la mochila sin su permiso. David quiso evitarlo pero ya era demasiado tarde, Andrea había cogido la toalla, la había desenvuelto y había sacado el trozo de piel.

miércoles, 10 de febrero de 2021

DIECISEIS (Café)

 


Llevo ya varios días con la intención de escribir este diario. Mis viejos amigos se reirían si me vieran, nunca me tomaron por alguien que pensara demasiado. En sus últimos años, a decir verdad, solo me vieron como un compañero más con el que pincharse.

Les echo de menos, no hay un solo día en el que no piense en ellos. Solo me tranquiliza saber que David se pudo largar y alejarse de todo esto.

Jess, Jaime y yo mientras tanto seguimos estancados en la misma rutina, en las mismas acciones de autodestrucción que nos llevarán más pronto que tarde a reunirnos con ellos.

Jess… cuántas veces habremos discutido sobre este tema. Ella en verdad quiere dejarlo pero yo soy demasiado débil para apoyarla y acompañarla en el trámite. Sin apoyo de ningún tipo, solo puede hacérsele el proceso más cuesta arriba de lo que ya es. Soy un estorbo para ella.

Quiero dejarla, no, no quiero, debería dejarla. Estaría mucho mejor sin mí. Estando conmigo solo encontrará desgracia ¿Por qué demonios nací siendo tan débil? Aquí es cuando David me echaría en cara que eso es solo una excusa para seguir con la misma rutina.

Me he decidido a escribir finalmente este diario debido a que una nueva amiga me lo ha aconsejado. Me ha dado trabajo, me ha enseñado cosas que solo alguien como yo puede llegar a creer, que solo alguien puesto hasta las cejas puede creer más bien. Me ha ofrecido ayudarla en algo de vital importancia. Ha confiado en alguien como yo, alguien que veía todo perdido. En cierta forma ha dado así sentido a mi vida.

Jess no debe saber nada, sería demasiado peligroso.

Jess… siento mucho todo esto.

I.C

 

David no supo decir cuánto tiempo estuvo mirando el trozo de piel estirado en esos momentos encima de la mesa.

Había deseado despertarse en Granada para ir a trabajar a un curro que había detestado desde el primer día, pero la realidad, por irreal que esta pudiera aparentar, era otra muy distinta.

Ahora estaba delante del tatuaje arrancado de un desconocido. No se atrevía a tocarlo, tenía la sensación de estar haciendo algo ilegal, como si él mismo hubiera sido quien se lo hubiera arrancado al propietario. Esperaba que en cualquier momento entrara por la puerta la policía para detenerle y acusarle de homicidio.

Aquello, como era lógico, nunca ocurrió.

Cogió la toalla del bidé y envolvió con ella la piel tratándola de tocar lo menos posible. Aún recordaba la sensación de los dedos grasientos tras haberla cogido con las manos desnudas.

Sacó el papel escrito por Jaime, el diario de Iván y los metió junto con la toalla en una mochila de tela que tenía guardada en la maleta. No le hacía ninguna gracia tener que moverse con todo aquello a la espalda, pero la triste realidad era que no se fiaba de dejar nada que pudiera ser importante en aquella habitación.

Cogió el cuchillo que aún tenía en el bolsillo de la gabardina y lo cambió por una navaja suiza que siempre llevaba en la maleta, bastante ilegal era que le pillaran con un trozo de ser humano como para encima añadir un arma blanca.

Entre sus cosas encontró la tarjeta negra, con la escalera de Penrose dibujada, que le había dado el primer día Alex.  David la observó ahora con los nuevos conocimientos que había adquirido ¿De verdad algo como aquello podía existir escondido en algún lugar de esa ciudad? Se guardó la tarjeta junto con la foto de sus amigos dentro de la cartera.

Salió del hotel metiéndose en la primera cafetería que pudo encontrar. Pese a que había dormido bien, necesitaba con urgencia un café tan negro como le fuera posible.

Había escrito nada más despertarse a los padres de Iván disculpándose de su ausencia. No dio ninguna excusa que pudiera sonar como tal, simplemente les dijo que no se había encontrado en condiciones para reunirse con ellos, cosa que no era del todo mentira. Ellos le contestaron agradeciéndole que se hubiera puesto en contacto y que no se preocupara. Habían quedado esa misma mañana en volverse a ver.

A sus propios padres les había dejado otro mensaje diciéndoles que iría a comer a casa.

Se sentó en la primera mesa que encontró aún con la mochila puesta. No se sentía tranquilo separándose de ella. Se pidió el café solo, sin nada de comer. El saber lo que tenía a la espalda le había quitado completamente el apetito.

Primer café del día.

Hacía una mañana completamente despejada. Seguía haciendo frío, como era lógico en aquella ciudad aquella época del año, pero la lluvia de los días anteriores había desaparecido por completo.

Tras el escueto desayuno, fue caminando hacia el rio para coger el coche. Quería verlo cuanto antes, estaba aún con la incertidumbre de saber si seguiría aparcado allí donde lo dejó.

Hacía un día maravilloso para un paseo así.

No estuvo tranquilo hasta que por fin pudo verlo a lo lejos. Se fijó en el rayón que le habían hecho en un lateral. Despertó en él el mal humor que parecía haber desaparecido desde que había salido de la cafetería, no pensaba pagar un duro por arreglar aquello, aunque tampoco es que lo tuviera.

Entró en el coche, revisó, tal y como había hecho por la noche en su habitación, que todo siguiera en su sitio y se dirigió de nuevo a la casa de los padres de Iván.

 

La paranoia le hizo dar varias vueltas a la manzana antes de decidirse a aparcar. Quería asegurarse de que no le habían seguido ni nadie le estaba esperando. De nuevo se veía delante de aquella puerta. Esta vez no dudó en llamar.

Sonia y Román le recibieron con un fuerte abrazo. Él se volvió a disculpar por el plantón. Ellos le quitaron importancia llevándole directamente al salón, habían dejado preparado ya el café con unas pastas. Le habían estado esperando.

Como era lógico se les veía tristes y cansados. Sus sonrisas mostraban una realidad que los ojos desmentían.

Segundo café del día.

No preguntó qué tal estaban, esa pregunta siempre era estúpida en circunstancias como aquella. Se limitó a decirles que iba a estar más de lo previsto en Salamanca y que le tendrían ahí para cualquier cosa.

Sonia se puso a llorar sin previo aviso, Román la abrazó para consolarla. Ella no paraba de disculparse aunque David dijera que no hacía falta que lo hiciera.

Sacó la cartera del bolsillo y les tendió la foto de la pandilla. Le resultaba doloroso separarse de un recuerdo como aquel, pero la realidad era que, si alguien necesitaba recordar los buenos tiempos, eran ellos. Román la cogió sin saber qué era lo que le estaban dando. En cuanto se dio cuenta sus ojos también se llenaron de lágrimas.

-Gracias. –se limitó a decir.

-Es bueno que recordéis que también hubo cosas buenas, Iván tuvo épocas felices y la de esa foto, fue una de las mejores. –le quisieron abrazar, David se dejó.

Le sirvieron un segundo café una vez se hubo acabado el primero.

Tercer café del día.

Pasó una hora antes de que David pudiera marcharse. Habían recordado historias pasadas, le habían preguntado por su vida y sus expectativas de futuro… a esto último no supo responder.

David les había hablado de Jess y de cómo había decidido ingresar en una clínica de desintoxicación, nunca les había caído bien, pero viendo que era la que había estado junto a su hijo los últimos años, recibieron el dato con interés.

Ayudó a recoger todo y llevarlo a la cocina mientras los padres de Iván se quejaban de que lo hiciera. Una vez estuvo todo limpio volvió a abrazarles en la puerta.

-Me tenéis para cualquier cosa. –repitió.

-Lo mismo te decimos. –dijo Román aún agarrado a su esposa. No se habían soltado en todo ese tiempo. –por cierto, un amigo de Iván vino ayer a dar el pésame y preguntó por ti. Supusimos que estabas con tus padres por lo que le dimos su dirección. Siento no habértelo dicho antes, no he caído en la cuenta hasta ahora.

-¿Perdona? ¿Un amigo de Iván? –David trató de fingir normalidad. Que él supiera no quedaba nadie quitando a Jaime.

-Un tal Rodrigo. La verdad es que nunca le había visto aunque, a decir verdad, en los últimos años no llegamos a conocer a nadie de su entorno. Fue bastante agradable y tenía buen aspecto, lo único raro en él era el tatuaje de la mano.

David confirmó sus sospechas, tenía que ir a su casa cuanto antes. Sus padres, si los desaparecidos sabían dónde vivían, había estado un día entero alejado de ellos.

Se volvió a despedir y se alejó corriendo hacia el coche no esperando siquiera a que cerraran la puerta. Solo pensaba en sus padres. No se perdonaría nunca que les hubiera ocurrido algo.

Subió al coche, tardó varios intentos en arrancar en lo que se calentaba el motor ¿Por qué siempre se tenía que ir de aquel lugar con prisas?

 

Al llegar a su calle no se molestó en buscar un hueco donde aparcar, lo hizo directamente en doble fila y dejó las luces de emergencia dadas. La puerta del portal volvía a estar abierta por lo que subió sin llamar.  No quiso esperar al ascensor cosa de la que se arrepintió tras subir todos los pisos por las escaleras.

Llamó al timbre con insistencia. Oyó la voz de su madre dentro, lo que le tranquilizó de nuevo. Abrieron la puerta. Ante él se encontraba una mujer que no era su madre. Tardó unos segundos en darse cuenta de quién era.

-Hola sobrino, cuánto tiempo, cuánto has crecido. –le dijo Irene dándole un fuerte abrazo y guiñándole un ojo. Estaba rubia, ¿Cuándo le había dado tiempo a teñirse?

-¿Dónde te habías metido? –le preguntó aún soltando los pulmones por la boca.

-¿Después de tantos años eso es lo primero que me preguntas? ¿Ni siquiera un qué tal estás, tía favorita?

David se dio cuenta de que estaba su madre presente y que, por lo tanto, no podían hablar con total libertad.

Se acercó a su madre y le dio un abrazo, cosa que ella recibió gratamente aunque no sin sorpresa.

-¿Te ocurre algo hijo? –David negó con la cabeza.

-¿Vino ayer alguien preguntando por mi?

-La única que vino fue tu tía. –casi no podía contener su alegría. –en dos días se nos ha dado la oportunidad de solucionar nuestros problemas para ser una familia de nuevo.

Irene le abrazó por la espalda y le dio un beso en la mejilla.

-¡Sobrinito! –dijo en alto. –ya me encargué yo del asunto. Estate tranquilo, no creo que vuelvan. –dijo susurrándole al oído.

-Ahora que lo pienso llamó alguien a la puerta. –continuó hablando su madre no enterándose de esto último.  –pero abrió tu tía ya que yo andaba con el fuego encendido en la cocina y tu padre estaba fuera.

-Fue un hombre pidiendo que le moviera mi coche para que pudiera salir. –parecía estar divirtiéndose con aquella situación. –de ahí que me fuera por cinco minutos cuando llamaron.

Su padre llegó una hora después. Mientras los tres estuvieron en la cocina ayudando con la comida. Su madre, al enterarse esa mañana de que iba a ir a comer, había decidido preparar todo un banquete, al fin y al cabo hacía muchos años que no volvían a estar los cuatro juntos.

La comida fue tranquila y alegre, David se pudo olvidar por completo de su situación, lo que fue un descanso. Aún no había tenido tiempo de hablar con Irene a solas, por lo que no había vuelto a tocar ningún tema que no tuviera relación con la vida normal de las personas normales.

Después de comer Irene y David se fueron a la cocina a hacer el café y meter todo en el friegaplatos. Trataron de disuadirles pero ellos insistieron dejándoles en el salón mientras recogían.

-¿Qué te ocurrió ayer? –preguntó David susurrando mientras limpiaba los platos. –habíamos quedado en el Yelinas y no apareciste por ningún lado.

-Me avisaron de que los desaparecidos sabían dónde vivían tus padres y tuve que venirme lo más deprisa que pude. Mandé a alguien al piso para avisarte, aunque supongo que te fuiste antes de allí.

-¿Quién te avisó?

-Nunca me alejé mucho de vosotros, siempre os he estado observando por raro que suene. Siempre he tenido a gente vigilando que no os sucediera nada. El vecino de abajo por ejemplo, lo que me recuerda que me tienes que ayudar luego a sacar una alfombra de su casa.

-¿Una alfombra?

-Sacar un cadáver a la luz del día a ojos de todos queda un poco feo, sobrino. –dijo divertida. –no sé muy bien por qué pero los desaparecidos están insistentes en meterse con nuestra familia últimamente. Son como una plaga de conejos, matas a uno y aparecen cuatro más.

-Entonces el que llamó a la puerta ayer…

-Por suerte había llegado yo antes, no tuve mucho tiempo para reaccionar, navajazo al cuello y meter el muñeco en el piso del vecino de abajo. Carlos debe estar echando pestes de mí, lleva con el cuerpo en su casa desde ayer.

De nuevo le chocó la frialdad con la que su tía hablaba de ese tema, no mostraba ni una pizca de arrepentimiento. No le gustaría, bajo ningún concepto, tenerla como enemiga.

- ¿Carlos?  Recuerdo que se mudó a este edificio poco después de desaparecer tú ¿Nos lleva vigilando desde entonces? –David se preguntó hasta dónde llegaría la red de “espionaje” de su tía. – ¿Es seguro que papá y mamá se queden aquí? ¿No sería mejor movernos de sitio?

-¿Para ir a dónde? Además, a ver quién es el listo que saca a tu madre de esta casa. Su cerebro decidió borrar toda esta vida de su mente y no seré yo quien se la reviva. No, he llamado a unos amigos para que se queden por aquí defendiendo el fuerte, con eso debería de bastar de momento.

Por cierto, ¿Cómo cruzaste finalmente la arista?

-La chica que me pasó inicialmente me volvió a pasar. –no tenía ningún motivo para mentirla.

-¿Qué chica?

-Se llama Alex, es también una no nacida. –le contó un poco por encima la historia de cómo la había conocido en el funeral de Iván, cómo había sido ella quien le había drogado y le había hecho cruzar las dos veces. No le pareció necesario mencionar su relación con los desaparecidos ni con Iván y mucho menos el tema de la escalera de Penrose. Era su tía, le caía bien, pero la verdad es que le daba más miedo que confianza.

Irene no preguntó ni ahondó más en el asunto. Parecía que la contestación le había saciado lo suficiente su curiosidad.

-¿Los padres de Iván…?

-También he puesto vigilancia en su casa, tranquilo, aunque dudo que les hagan nada.

Se tomaron el café los cuatro en el salón. Parecía que su madre y su tía habían limado sus asperezas volviendo a ser hermana mayor y hermana pequeña. Recordaron los viejos tiempos, contaron anécdotas y disfrutaron de la compañía mutua como cualquier familia normal haría.

Cuarto y quinto café.

Pasadas las 6 de la tarde Irene se levantó.

-Creo que me iré a dar un paseo. Ya les he dicho a tus padres que me quedaré unos días con ellos aquí en Salamanca. Igualmente, si te apetece venirte ahora conmigo a dar una vuelta y así nos ponemos al día…

A sus padres les pareció una buena idea. Todos tenían cosas que hacer aquella tarde. Se despidieron con besos y abrazos. No le preguntaron esta vez qué tenía pensado hacer, simplemente lo dejaron estar dando por hecho de que volverían a verse.

Parecían felices.

Cerraron la puerta dejándoles solos. Bajaron las escaleras y llamaron al timbre del vecino.

Les abrió un hombre echado en años. Carlos seguía tal y como David lo recordaba, bastón para caminar, pelo en las orejas, hasta una barriga fruto de una hernia que le sobresalía haciéndole perder el equilibrio. En todos los términos era el típico viejo que llevaba años con la parca a la espalda sin conseguir alcanzarle.

-Ya era hora ¿No crees? – refunfuñó dejándoles pasar y no haciendo caso a la presencia de David. – ¿Sabes lo desagradable que resulta estar con un cadáver en tu casa 24 horas? Ya no estoy para estas cosas.

-Vamos Carlos, te lo dejé bien envuelto. Porque sabes lo que hay dentro que si no ni te enterarías. Además, estás estupendo.

- No me vengas con adulaciones ¡Envuelto en una de mis alfombras! –se quejó.

-Te compraré otra, te lo prometo. Sabes que te agradezco mucho todo esto.

Desde que hubieron entrado, David no dejó de mirar la enorme alfombra enrollada que había ante él. Lo cierto es que nadie hubiera dicho que habría alguien metido en su interior.

-Bueno qué ¿Me echas una mano o te vas a quedar mirándola todo el rato?

Irene la cogió por un lado y David por el otro. Como era de esperar pesaba más de lo que aparentaba. La lograron meter en el ascensor bajo la mirada de Carlos que se limitaba a sujetarles la puerta.

-Ya sabes, espero una alfombra nueva.

Irene asintió y le dio un beso en la frente dándole las gracias.

-¿Cómo vamos a llevar esto? En mi coche no entra.

-No te preocupes, en el mío sí. Su tía tenía una furgoneta Chrysler siete plazas, por lo que no fue difícil colocar el paquete en la parte de atrás.

Antes de irse David pasó por su coche a recoger su mochila. Se dio cuenta de que había dejado las luces de emergencia puestas y que se había quedado sin batería. Se dijo que ya lo arreglaría más tarde y volvió con Irene.

Se sentó en el asiento del copiloto y respiró hondo masajeándose los brazos entumecidos del esfuerzo.

-¿Qué vamos a hacer con él? ¿A dónde vamos?

-Tengo un amigo que puede deshacerse del cuerpo. –Dijo Irene arrancando el coche. –luego, iremos a que te hagan tu primer tatuaje. –le sonrió. –por fin serás un no nacido como dios manda.

David notaba cómo su corazón le latía con fuerza, lo que no tenía muy claro era si se debía a la extraña euforia que le producía la situación, o a toda la cafeína que llevaba encima.

Una sonrisa en su cara le hacía pensar que era más bien por lo segundo. Se prometió a si mismo que al menos ese vicio tendría que dejarlo.