Soy arquitecto.
Soy arquitecto en parte porque estudié y acabé la carrera de
arquitectura y en parte porque, pese a todo lo sufrido en ella, así me sigo
sintiendo.
Estudié en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de a
Coruña.
Especifico esto, no porque esté orgulloso de haber salido de
donde he salido. Mucho menos lo digo porque la calidad de enseñanza en esta
escuela en concreto sea de gran nivel. Especifico el lugar donde me inicié con
esta profesión porque la ETSAC, dicho de forma abreviada, es una de las
escuelas donde más “hijoputismo” gratuito tiene que aguantar un alumno de
arquitectura.
De esa escuela no se sale, se sale con graves problemas
psicológicos, o se sale curtido para aguantar a cualquier cretino que te vayas
a encontrar el resto de tu vida. Y eso es lo que realmente te enseña la ETSAC.
A aguantar si es necesario, y no dejarte mangonear por cualquier idiota que se
crea mejor que tú.
Soy arquitecto porque, en contra de todo intento continuo de
mis profesores, la arquitectura me sigue enamorando. La arquitectura es algo
que simplemente me apasiona, y francamente, es una pena que tenga que escribir
este artículo para decir que, por desgracia, detesto todo el mundillo que la
rodea.
Esta última afirmación puede ser difícil de entender pero
trataré de explicarme como es debido.
Si me permiten, pese a que no me suele gustar la utilización de
analogías ( ya que son comparaciones que parten de una base de fe donde hay que
creer que la comparación inicial es correcta) considero que en este caso es más
fácil comprender lo que quiero decir haciendo uso de ese razonamiento mediante
un símil con el arte o la política.
El arte puede ser maravilloso, pero creo que hoy en día casi
todo el mundo puede ver el enorme estercolero en el que se ha convertido el
mundillo del arte. Un mundo en el que, al igual que en la política, destaca la
gentuza sin valores, los amiguismos y los chanchullos por encima de la calidad.
Un mundo en el que, si se puede pisar a alguien para avanzar,
se hace. Un mundo de egocentristas echados a más que te miran por encima del
hombro…
El mundo de la arquitectura es todo eso.
Concursos amañados, horas extras sin pagar, faltas de
respeto por la vida ajena. Profesores fracasados, cretinos que se creen
artistas, personas cuya única cualidad válida es haber sido el hijo de quien, o
el conocido de tal. Profesores retrasados, perdón, atrasados tecnológicamente que rechazan las nuevas
herramientas de su profesión y desinforman sobre ellas.
Un mundo de profesionales becados con sus horas contadas, de
falsos autónomos, trabajos en negro, contratos de delineante por no pagar el de
arquitecto. Un mundo en el que, no nos engañemos, hay trabajo de sobra con
condiciones que son de risa. Un mundo donde la peor calaña se ha hecho un hueco
convirtiendo algo inicialmente bonito en algo que evitar.
Soy arquitecto porque me gusta la arquitectura pero no puedo
decir lo mismo de los arquitectos. Si tengo algo que agradecer a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de
A Coruña precisamente es la sinceridad con la que te muestran esa realidad.
Por eso, además de un corte de mangas y un franco deseo a
que el karma cobre sus deudas, doy gracias a esas paredes de hormigón armado
por hacerme quién soy ahora.
Uno no olvida, el tiempo no hace que los horrores allí vividos
se perdonen. Ellos no pudieron conmigo pese a que insistieron en ello y
estuvieran a punto. Me ha ido bien después de eso, la vida sigue. A día de hoy
solo animaría a los estudiantes que aún siguen en esa escuela a denunciar las
barbaridades que allí se cometen.
Soy arquitecto a su pesar.
Orgulloso de serlo.
Eso nadie me lo quita.