Podéis escucharnos en:
La gente no piensa
por sí misma, prefiere que se lo den pensado.
La gente no
respeta, la gente sigue a ciegas una ideología que no comprende, compra los
packs ideológicos esté de acuerdo o no con ellos, sin ni siquiera analizarlos.
La libertad de
pensamiento está en peligro y así es como todos los extremismos comienzan.
U.S
David se dirigió a la puerta. Alguien
estaba llamando al timbre con insistencia. Cuando hubo mirado quién era en la
mirilla, bajó el arma y abrió.
-¿Qué son esas prisas? –Alex entró
rápidamente apartándole a un lado.
Él volvió a cerrar.
-¿Has leído esto? –le preguntó
enseñándole el libro que tenía entre sus manos. “Leyendas de Helmántica”, con
todo lo ocurrido se había olvidado por completo.
Habían pasado dos días desde el
entierro de sus padres. Había estado viviendo en su casa desde entonces. Todos
le habían dejado su espacio, incluida su tía quien solo aparecía de vez en
cuando para dormir y saber cómo se encontraba.
Cogió el libro interesado en su
contenido, quería tener la mente ocupada.
–será mejor que lo leas. Tranquilo yo
te espero.
Ambos se dirigieron al salón. Alex se
dio cuenta de que David había estado durmiendo en el sofá.
-Tanto en su dormitorio como en el mío
hay demasiados recuerdos. –le dijo. Las puertas de la casa estaban cerradas,
solo la cocina, los cuartos de baño y el salón parecían estar habitados.
Se sentaron, David abrió el libro por
donde estaba marcado, y comenzó a leer.
-¿Cuál es tu teoría? –preguntó una vez
hubo acabado. Alex se había limitado a esperar a su lado. –el hombre sabio
parece tener el Munin. Parecía ser
conocedor de la localización de la escalera, o eso nos hace creer el cuento
pero, ¿Qué sacamos con eso?
-He pensado mucho en ello. Digamos que
una de las normas base de los universos paralelos es que todos los puntos de
cruce tienen sus gemelos ¿No? Si consideramos que la escalera es también un
punto de cruce, solo que en vez de estar unido a dos universos lo está con
absolutamente todos, ¿No es de extrañar que también tenga sus propios
protectores?
-Creía que por eso mismo la ciudad era
propensa a generar más no nacidos de lo habitual.
-¿Y si estuviéramos equivocados en esa
afirmación? ¿Y si realmente existiera un protector de la escalera pero que está
escondido bajo un pacto de silencio entre aquellos que cumplen la misma labor?
Y si los no nacidos no fueran otra cosa que otro muro del cortafuegos.
-No entiendo ¿Estas insinuando que
Jaime era un “guardián de la escalera” y que tanto los gemelos como los
tatuadores lo sabían?
-Estoy diciendo que desde que existen
los atlas existen los tatuajes identificativos que, no solo hacen la función de
documento de identidad, sino que además nos unen íntimamente con los universos.
De ahí la sangre de los tatuadores ¿Recuerdas?
Esa sintonía cuántica los gemelos la
tienen por naturaleza y los tatuadores la consiguen tras la experiencia de
muerte dentro de la arista.
Los no nacidos y las personas normales
por otra parte, la tenemos que recibir por medio de los tatuajes. Por eso
existe la Pavonia, una forma de heredar un don, la llave para abrir los puntos
de cruce sin necesidad de un gemelo.
Las puertas enfrentadas son el gremio
de los gemelos, la papisa el de los tatuadores. ¿No te has planteado qué significa el Munin?
-El tatuaje del protector de la
escalera.
–Alex asintió con una sonrisa.
-El Munin sin embargo ya hemos visto
que no es como ninguno de estos tatuajes, requiere que sea heredado. También
sabemos que es más antiguo que los propios Atlas si hacemos caso a este
manuscrito.
He estado pensando mucho en ello. El
hecho de que el Munin se pase de unos a otros implica que no es simplemente
identificativo, como ocurre con las puertas o la papisa, el Munin tiene que
ofrecer algo más ya que si no, no necesitaríamos ni la piel ni el vial.
Tampoco es como la Saturnia porque
entonces solo necesitaríamos la sangre y las tintas de la tatuadora para que
esta nos pasara parte de su don. No, el Munin requiere el don de su anterior
predecesor.
El trabajo de los gemelos en los
puntos de cruce es de nacimiento. Cuando unos gemelos mueren o son demasiado
viejos para hacer correctamente su labor, de repente aparece de forma natural
un predecesor, o sea dos personas, uno para cada universo.
¿Pero qué ocurriría si solo muriera
uno de los dos gemelos?
Ese caso es muy particular pero ambos
sabemos que puede ocurrir. En ese momento la solución es fácil, se jubila el
gemelo restante y aparecen dos nuevos para remplazarles. La naturaleza se
autorregula sola. Con la escalera en cambio…
Suponiendo que esta tenga el mismo
protector en absolutamente todos los universos, no es raro pensar que uno de
ellos muera cada cierto tiempo sin afectar al resto. Ahí el hecho de estar
jubilando a todos y generando nuevos
protectores cada vez que muere uno es imposible.
Es ahí cuando he caído en la cuenta.
¿Por qué un no nacido heredaría el Munin del anterior guardián llevándose
consigo su don?
El no nacido no es más que un reserva,
alguien que está en el banquillo y que entra en juego en lo que el protagonista
principal se prepara. El no nacido toma el relevo del que ha muerto hasta que
una nueva generación de protectores de la escalera aparece. Es entonces, cuando
el Munin es devuelto a los descendientes verdaderos con el vínculo heredado por
sangre del anterior.
Sé que son todo suposiciones pero tienes
que admitir que todo encaja. –David la miró fijamente. La había estado
escuchando todo ese tiempo tratando de no perderse por el camino.
-Es cierto que suena factible, pero
¿Jaime? ¿En serio? ¿Ese yonqui, protector de la escalera?
-También tuve mis dudas hasta que
Adriana me habló de Susana ayer. La relación que tienen los gemelos entre sí es
más cercana que la que tiene una persona con sus homólogos. Un ciudadano normal
no llega a saber de la existencia de ellos en toda su vida, y aunque así fuera,
el trato sería el mismo que si fueran dos personas distintas.
Por lo visto con los gemelos no pasa
eso. Los gemelos literalmente son la misma persona. Comparten absolutamente
todo, pensamientos, experiencias… todo. Adriana me dijo que Susana a veces
llegaba a hablar en plural cuando se refería a sí misma y que en ocasiones se confundía
y creía que habían pasado algunas cosas en ese lado que realmente habían pasado
en el otro.
Imagínate, se liaba cuando compartía
mente solo con una gemela. No quiero pensar que ocurriría multiplicado por
infinito. Tiene que ser para volverse loco. No me extraña que recurriera a la
química para perder parte de esa conexión.
David miró el libro, lo tenía abierto
por el título de la leyenda. “La escalera perdida del rectorado” Iván debió de
darse cuenta de la relación entre el hombre Sabio y Jaime. Debió unir los
puntos al ver que el tatuaje que tantas
veces habíamos visto cuando eran niños era en realidad la prueba de que Jaime
conocía la localización de la escalera.
David entendió en ese momento el
entresijo en el que se había visto envuelto. No podía decir a nadie lo que
había descubierto ya que eso hubiera implicado poner en peligro a la única
persona, junto con su novia Jess, que había estado con él todo ese tiempo.
Había decidido dar su vida antes que
traicionar a un amigo por miserable que éste fuera.
-¿Dónde nos deja esto?
-Donde siempre hemos estado. Tienes
que tomar el relevo del Munin hasta que la nueva generación de guardianes
aparezca. –Esta vez fue Santiago el que habló. Él e Irene estaban de pie en la
puerta. Su tía seguía con las llaves aún en las manos. –lo que ha dicho Alex es
cierto salvo por lo de que Jaime comparte conciencia con infinitos universos.
Por suerte eso no es del todo cierto. El guardián solo tiene relación con los
universos cercanos, es decir todos aquellos que tienen puntos de cruce en su
mundo. No son pocos, llegan a ser millones de hecho, pero no infinitos. La
generación de Jaime no pudo resistir ese nivel de estrés y recurrió a la
heroína para ralentizar la actividad cerebral.
Sabiendo que eso le acabaría pasando
factura se acercó a vosotros, los no nacidos de Salamanca, aquellos que le
tomaríais el relevo en caso de que ocurriera algo. No tuvo en cuenta que por
efecto rebote tus amigos se verían envueltos en la misma mierda que tomaba él.
–todos miraron a S.J.
-Tú quién eres. –exigieron saber David
y Alex al mismo tiempo.
Jara se desabrochó la camisa. En su
pecho se encontraba el tatuaje del cráneo perfectamente visible.
-Lo que te ocurrió a ti me ocurrió en
su día a mí. –Irene dio un paso atrás sorprendida.
-Espera, ¿Tú sabes dónde está la
escalera?
-Eso solo lo sabe Jaime y lo sabrá su
heredero. Yo solo guardo el símbolo hasta que aparezca su nuevo dueño. El
paradero de la escalera me resulta desconocido, puedo sentirla pero no lo
suficiente como para localizarla.
-¿Nos llevas vigilando todo este
tiempo? –Irene parecía enfadada.
-Jaime me dijo que necesitaríais mi
ayuda para conseguir el material de Gabriel y Galán. Me avisó de que te
mandaría hacia mí. Me limité a esperar a que vinierais y ayudaros.
-¿Por qué no nos dijiste nada hasta
este momento?
-Porque como ya os he dicho ni
siquiera yo sé el paradero de la escalera y a vosotros tampoco os corresponde
saberlo. Mi trabajo era asegurar que David cumpliera su propósito. De nada os
sirve saber quién es Jaime. El saberlo solo le hubiera puesto más en peligro si
Los Desaparecidos llegaban a atraparos como ocurrió con Andrea.
-Los desaparecidos se hicieron con
otro Munin. –cayó en la cuenta David. Pasaron al otro lado a través del Yelinas
para hacerse con todo lo necesario.
-El Yelinas está cerrado, ya no existe
ningún punto de cruce en este mundo, es imposible que podamos hacer algo.
–Irene parecía preocupada. -¿Qué ocurrirá si consiguen traspasar el tatuaje a
uno de ellos?
-No van a poder hacerlo ya que creen
que es como la Saturnia. No guardaron la sangre de Jaime cuando lo mataron. Creen
que solo es necesaria la tinta especial de la tatuadora. Simplemente le arrancaron el tatuaje para
hacer la réplica exacta.
Además, siento decirte que el Jaime
que murió para que tú huyeras era en realidad el de este universo, el que tanto
Iván como tú conocíais. Cruzó al otro lado cuando tú lo hiciste para poder
prepararte para lo que iba a venir. Después de haber conseguido el Munin del
Jaime del universo de Ávila, eso sí.
-Pero no entiendo, ¿Entonces están
buscando las tintas de la tatuadora equivocada? –S.J asintió. Irene y él se
sentaron.
-Todo empezó cuando Alex llegó a Salamanca
y conoció a Iván. Iván se vio envuelto en ese momento en un mundillo que antes
era desconocido para él.
Iván llamó la atención de Los
Desaparecidos quienes le contrataron en contra de su voluntad y le dieron ese
libro que tienes en tus manos. Para ellos en un principio no tenía ningún
valor, un documento que simplemente hace referencia a la escalera sin añadir
ningún dato valioso. No al menos para ellos.
Iván se dio cuenta de quién era Jaime
y debido a eso se acabó suicidando no encontrando otra salida.
La tarde en la que fuiste al piso de
Jaime fue la misma tarde que ellos encontraron el diario de Iván y vieron
entonces la importancia del libro de leyendas. Al igual que vosotros sumaron
dos más dos y descubrieron quién era Jaime realmente. No esperaron para ponerse
a buscarle.
Puesto que en este mundo estaba
desaparecido fueron a por el Jaime del otro lado de Ávila. Ahí le pillaron
desprevenido pero antes de morir logró llegar al palacio del rey niño.
Fue en ese palacio donde el Jaime de
este universo se hizo con el Munin y el vial de sangre.
Cruzó el Yelinas para encontrarse
contigo y darte la piel y el aviso de que te encontraras conmigo sin saber que
eso iba a ser lo último que haría. Su objetivo era que tú tomaras el relevo por
todos los medios.
-¿Pero entonces qué ocurre con este mundo?
También se ha quedado sin protector. –a David le parecía haber comprendido
todo. Se estaba acostumbrando a las conversaciones de aquel tipo.
-Eso es algo que desconozco. Ni Jaime
ni yo esperábamos que muriera en el patio de escuelas y se hicieran con su
tatuaje. Mucho menos predijimos el colapso con el que nos quedaríamos
encerrados en este lado.
Igualmente tenemos los materiales para
hacer el traspaso inicial.
Todos se quedaron en silencio. Había sido
demasiada información en muy poco tiempo. Pensaran lo que pensaran S.J tenía
razón, solo les quedaba una cosa por hacer.
En una televisión de una casa sonaban
las noticias.
“Estados Unidos
ha respondido a los misiles lanzados por Rusia. Europa sigue debatiendo qué
hacer ante una situación tan inesperada por todos”
Corría el año
1933 cuando me llegó a oídos esta historia que aquí os vengo a contar. Lo llamo
historia ya que lo sucedido aquellos días, por muy seguro que esté, me tacharía
de loco y cobarde en caso de llamarlo realidad.
Es por ello por
lo que me mantengo en la leyenda y en un pequeño relato del que ustedes
juzgaran su veracidad.
De aquellas
faltaban aún tres años para que comenzara una guerra que por entonces no
podíamos ni imaginar.
Yo, como joven
estudiante de filología y asiduo amante de las artes, asistía todos los días a los seminarios que
impartían en la facultad que me correspondía, asombrado de aquel edificio y su
magnificencia.
No conocía a
nadie. Era mi primer año en aquella ciudad y aún no me había dado tiempo a
habituarme a su ritmo.
Las mañanas las
pasaba en aquel lugar rodeado de conocimiento y personas ansiosas de
absorberlo. Las largas tardes las disfrutaba paseando por aquellas calles que
emanaban historia entre sus piedras.
Recuerdo que ella
se me acercó una de esas tardes. Yo estaba dibujando en mi cuaderno en un café
de la plaza mayor cuando se me presentó.
“Eres Miguel
¿Verdad?” –yo al principio no supe que responder, dudé incluso de que se estuviera
refiriendo a mi pese a haber dicho mi nombre.
Asentí sin estar
muy seguro de aquello.
“Me llamo Teresa”
tenía una voz suave pero decidida. Yo me había fijado en ella en más de una
ocasión, al fin y al cabo, era la única mujer que asistía a los seminarios.
Siempre se juntaba con el mismo grupo de chicos quienes la seguían a todas
partes. De vez en cuando se les veía hablando con el bedel, un hombre viejo y
esmirriado que paseaba de un lado a otro moviendo la escoba con desgana.
Se sentó en la
silla de al lado sin preguntarme siquiera y me cogió el cuaderno para ver el
dibujo sin mi consentimiento. Quise protestar pero aquella chica emanaba un
aura de confianza contra la que era difícil resistirse.
“Tienes talento” dijo
refiriéndose al dibujo. La verdad es que siempre se me había dado bien. Mi
padre era arquitecto y me había transmitido su pasión por aquel arte. Por
desgracia, y por más que insistiera, él se negó rotundamente a dejarme seguir
sus pasos. “Demasiada gentuza hay ya en este mundo” se limitó a decirme. A él
le apasionaba la arquitectura, pero simplemente no soportaba la imagen a la que
había evolucionado la profesión de arquitecto. “A demasiados inútiles
resentidos con la vida dejan enseñar” respondía cuando se le preguntaba por qué
creía que se había degenerado tanto aquella profesión.
“Disculpe
señorita, pero ¿Qué quería?”
Me dijo que era
una estudiante de tercero. Había nacido en aquella ciudad dentro de una familia
adinerada, por lo que no tuvo ningún problema en conseguir que le dieran los
permisos necesarios para estudiar allí.
Prácticamente toda
su vida le habían apasionado los idiomas, desde que de niña había descubierto
una serie de cartas en una extraña lengua, mientras jugaba en el dormitorio de
su padre.
Yo no sabía por
qué de repente aquella mujer recién conocida me estaba diciendo todo aquello,
por lo que me limité a escuchar curioso de a dónde me llevaba dicha situación.
Me contó que se
había tropezado con una baldosa mal colocada al lado de la cama. Al principio
no le había dado más importancia pero al levantarla, se había encontrado con un
arcón escondido bajo ella. Su curiosidad le había llevado a abrirlo y descubrir
una serie de extraños escritos en su interior. Estaban en un idioma que no
había logrado reconocer, pero en el acto le fascinaron aquellas hojas llenas de
símbolos y garabatos.
Claro está le
preguntó a su padre quien la acusó de meterse donde no la llamaban
quitándoselas sin más miramientos.
Ella se obsesionó
con aquello durante años hasta que, pasado un tiempo, logró hacerse de nuevo
con aquel arcón.
Decidió entrar en
aquella facultad con la intención de dilucidar su contenido.
Su padre había
sido sincero con ella toda su vida. Un hombre de otro tiempo que había tratado
a su hija con los mismos derechos que si fuera varón. Esto hacía que se
acentuaba más su curiosidad por saber los motivos por los que le había
escondido aquellos papeles.
–Aquello me dejó
intrigado por lo que no pude evitar preguntarle el por qué de esa biografía.
Por lo visto,
habían llegado a oídos de todos mis conocimientos sobre la arquitectura de Salamanca
heredados de la pasión de mi padre. Me contó que dichos conocimientos les
resultaban útiles para la empresa que estaban montando. Una suerte de búsqueda
del tesoro debida a aquellos papeles que había logrado de una vez descifrar.
“¿Qué empresa?”
le pregunté intrigado deseando que me desarrollara aún más lo que me estaba
proponiendo. Me había quedado atrapado en su red sin darme cuenta.
Se limitó a darme
un papel tras el cual se levantó de su asiento y se despidió cortésmente. En él
quedaba conmigo aquella noche en la cueva de Salamanca.
Me gustaría poder
decir que no asistí a aquella cita pero mi intriga por aquella reunión pudo más
que mi instinto de supervivencia.
La cueva de
Salamanca, para los que no sois conocedores de ella, es un enclave en el que se
decía que el mismo diablo impartía sus clases a siete alumnos durante siete
años. Una vez pasados esos siete años el diablo tomaba a uno de sus discípulos
como pago.
Podéis encontrar
esta historia más desarrolladla si os interesa, ya que la cuento en este libro,
pero para lo que viene al caso creo que os queda una idea de la sensación que
sobrevuela aquel lugar.
En la realidad se
trataba de la Cripta de la antigua iglesia de San Cebrián, derribada en el
siglo XVI.
Yo la conocía muy
bien ya que estaba junto a la Torre del Marqués de Villena, torre que siempre
me había apasionado en la parte más antigua de la muralla.
Allí me encontré
con ellos. No me sorprendió ver que eran siete, ocho conmigo. Recuerdo que me
pregunté seriamente si uno de ellos era el diablo mas no pude hacer otra cosa
que reírme de aquel pensamiento fruto del nerviosismo.
Se presentaron
uno a uno. A cuatro de ellos les conocía de los seminarios. Formaban parte del
grupito que acompañaba siempre a Teresa. Los otros dos me eran completamente
desconocidos.
Ambos eran
estudiantes pero de distintas facultades. Uno estaba estudiando historia
mientras que el otro si os soy sincero no tengo recuerdos de él. Supongo que el
tiempo afecta hasta a aquellas cosas que alguna vez nos marcaron.
Traían consigo el
pequeño arcón del que me había hablado mi nueva amiga aquella misma mañana.
Después de que me hicieran jurar sobre la tumba de mi difunta madre, que
aquello que me iban a mostrar no saldría de allí, lo abrieron dejando a vista
de todos, las cartas y papeles con la lengua desconocida.
“Es una mezcla de
árabe, castellano antiguo y latín” me dijo Teresa. Recuerdo perfectamente la
pasión que brotaba de sus palabras, se la veía excitada, nerviosa, y a su vez
aterrada. “Suponemos que lo escribió un mudéjar en la época de la reconquista.
Los musulmanes temían este territorio hasta el punto de que se convirtió en
tierra de nadie el tiempo que ellos controlaron estas tierras. Aún seguimos
traduciendo pero por lo que hemos logrado comprender hasta ahora, los papeles hablan
de una puerta a otro mundo escondida en esta ciudad”
Yo no supe qué
responder. Lo cierto era que me esperaba cualquier cosa de aquella reunión pero
de ahí a hablar de cuentos de hadas había un gran paso.
Me contaron que
se veían necesitados de alguien que conociera Salamanca como yo. Aunque
originalmente fuera de Gijón, mi pasión por esa ciudad me había llevado a
estudiar su arquitectura y sus calles en mis ratos libres. Podía decir con orgullo
que de aquel grupo de ocho era el mayor experto en ese tema.
Pese a mi
negación a creer en aquello que estaban buscando, aquella compañía me resultaba
agradable, por lo que accedí a participar en su idílica empresa.
Se hacían llamar
“Los buscadores” fruto de su pasión y falta de imaginación.
Mi horario en
aquel momento cambió drásticamente. Por las mañanas asistía a los seminarios
como venía siendo lo habitual. Allí me juntaba con mis nuevos amigos. Había
pasado a formar parte de los hombres que perseguían a aquella mujer a todos
lados.
Allí fue donde me
presentaron al que llamaban el “hombre sabio” quienes el resto de mortales
conocíamos como bedel.
Por lo visto les
había pillado un día en la biblioteca tratando de traducir aquellos documentos.
Había demostrado tener ciertos conocimientos de aquellos idiomas y les había
estado echando una mano desde entonces.
El mote se lo
había puesto uno de mis compañeros tras ser incapaz de pronunciar su nombre. El
hombre sabio provenía de una familia de inmigrantes que habían cruzado Europa
de Norte a Sur durante la guerra y él, aun habiendo nacido en este país,
mantenía la costumbre de los nombres nórdicos.
A decir verdad yo
tampoco fui nunca capaz de aprendérmelo por lo que en esta historia nos
limitaremos a llamarle por aquel apodo.
Como ya mencioné
anteriormente, era un hombre echado en años bastante delgado. Todo el tiempo
que pasaba con nosotros se limitaba a escucharnos y observarnos. En pocas
ocasiones se entrometía en nuestras conversaciones, pero siempre que lo hacía
proporcionaba información interesante sobre la que trabajar.
Recuerdo que una
de sus manos llenas de arrugas, venas marcadas y asperezas, estaba tatuada con
la imagen bastante tosca de lo que parecía ser el cráneo de un ave. En el
momento que le pregunté sobre aquello se limitó a contestarme con que era un
recuerdo de sus antepasados.
Las tardes,
después de las clases, las pasaba en la biblioteca con el grupo si no recorría
las calles de esa magnífica ciudad con Teresa, quien mostraba gran interés por
los datos que le contaba.
Con el tiempo
nuestra relación fue haciéndose más cercana y, lo que había sido inicialmente
una unión por interés, ellos en mis conocimientos yo en su compañía, acabó
siendo una relación de amistad en la que lo de menos para mí era aquella
absurda leyenda que estábamos persiguiendo.
Poco a poco
fueron traduciendo los documentos, y poco a poco tengo que reconocer que
aquella absurda leyenda me fue atrapando como lo hizo con el resto de
buscadores.
Aquellas páginas
guardaban datos históricos hasta entonces desconocidos, cartas de grandes
partícipes de la reconquista, tratados, menciones de la creación de
fortificaciones y, lo que más nos importaba a nosotros, menciones de una
especie de escalera que llevaba a lugares desconocidos.
Los documentos,
pese a estar todos escritos en aquella mezcolanza de idiomas, recorrían un
largo periodo de tiempo demostrando su diferente autoría. Ya no solo era un
mudéjar, sino múltiples personas de múltiples nacionalidades épocas y culturas.
Con el paso de
los días y semanas nos íbamos acercando más y más a un objetivo que solo
podíamos imaginar.
Fue entonces
cuando empezaron los problemas.
Todo cambió con
la desaparición del historiador.
De la noche a la
mañana no volvió a dar señales de vida, simplemente había desaparecido.
Visitamos el piso que tenía arrendado y hablamos con su casera. La mujer nos
mencionó que su padre había venido a recoger sus cosas para llevárselo a casa.
Había sido tan inesperado todo que no le había dado tiempo a despedirse.
Nos extrañó
aquello pero después de haber hablado con la casera no tuvimos otra cosa que
aceptar la realidad.
Y así quedamos
siete, ocho con el hombre sabio.
Pasaron los días
y de siete nos volvimos seis tras el horrible accidente que sufrió otro de
nuestros compañeros. Parece que la mala suerte iba In crescendo según íbamos
avanzando con nuestras investigaciones.
Recién esa misma
semana nuestro difunto compañero había descubierto una relación que existía
entre las marcas de los canteros que se veían en algunos de los muros de la
ciudad.
Según teorizaba,
estos símbolos hacían a modo de señales que mostrarían un camino a la entrada
de lo que comenzamos a llamar la escalera perdida del rectorado.
Por desgracia
nunca llegó a desarrollarnos aquello ya que unas piedras cayeron de un andamio
esa misma semana matándole en el acto.
Ese fue un duro
golpe para los buscadores quienes decidimos pausar nuestro proyecto hasta
después del funeral.
El tercero fue
Julián. Era, junto conmigo, el más joven del grupo. Él era, por decirlo de
alguna manera, nuestro contacto más cercano con el hombre Sabio. Aunque todos
habláramos con el bedel, el que mejor se había llevado con él desde un
principio era Julián. El resto tratábamos a aquel viejo como alguien extraño
que de vez en cuando nos facilitaba las cosas y nos daba acceso a ciertas
partes de la universidad que de otra forma no hubiéramos podido obtener.
Julián en cambio
compartía una extraña cercanía con aquel hombre y de vez en cuando le sacaba
una sonrisa cosa imposible para el resto.
Su muerte fue un
duro golpe para el hombre Sabio, y desde entonces cada vez fue asistiendo menos
a nuestras reuniones.
Encontraron a
Julián flotando en el rio. Esa mañana había decidido salir a nadar.
Tras la tercera
baja en nuestro grupo decidimos hacer un parón aún mayor en todo aquello.
Simplemente no teníamos ganas de misterios.
Dos de nuestros
compañeros decidieron dejar de juntarse con nosotros alegando que era peligroso,
cosa que consideramos absurda.
No teníamos la
culpa de nada de lo que había pasado. Habían sido dos accidentes que podían
haberle ocurrido a cualquiera y en lo que se refería a nuestro primer compañero
desaparecido, por lo que a nosotros respectaba estaba de vuelta en casa con su
familia.
Así solo quedamos
tres, Teresa, Paco y yo.
Los meses pasaron
y yo volví a mi rutina original. Se acercaban los exámenes finales por lo que
pasaba la mayor parte de mi tiempo en casa estudiando para poder sacármelos a
la primera.
De vez en cuando
pensaba en los mejores días de los buscadores, habíamos tenido buenos tiempos
pese a acabar como acabamos.
Teresa seguía
obsesionada con el arcón y yo era consciente de que había continuado con las
investigaciones por su cuenta. Pepe, como joven enamorado de ella, la seguía
ayudando en todo lo que podía.
Yo había decidido
centrarme en mis estudios bastante abandonados. De vez en cuando daba un paseo
por la ciudad con los dos como en los viejos tiempos. Ellos me llamaban para
que quedáramos y nos pasábamos tardes hablando sobre arquitectura y dudas que
les surgían en sus investigaciones.
Ninguno de los
tres habíamos vuelto a saber del hombre Sabio. De vez en cuando le veíamos por
la facultad arrastrando la escoba como hacía siempre, pero desde la muerte de
Julián simplemente había decidido alejarse de nosotros al igual que el resto.
Teresa en esos
días me contó que ya tenían casi todos los documentos y cartas traducidas.
Todas mencionaban la escalera de una forma u otra pero no habían logrado ningún
avance más.
Recuerdo que la
desesperación casi se podía tocar cuando hablaba. Ya no parecía la misma mujer
resuelta y alegre que se me había acercado en la cafetería de la plaza. Las
clases las pasaba sola alejada de todo el mundo, y salvo las ocasiones que
decidía quedar para dar paseos, poco más podía saber de ella.
Caminaba con un
aire de tristeza y obsesión, aunque para ser justos con el primero lo hacíamos
todos.
Una noche después
de los exámenes decidí pasarme por su casa. Hacía mucho que no sabía de ella y
estaba algo preocupado. Su casa estaba enfrente del Convento de la Anunciación,
cosa que siempre me había asombrado.
Al acercarme a su
portal pude ver que estaba justo en la puerta hablando con alguien. No quise
molestar parecía que la discusión era bastante acalorada por lo que decidí esperar
a lo lejos observando.
Me di cuenta de que
el hombre con el que estaba discutiendo era el bedel. No le había reconocido en
un primer momento con la ropa de calle.
Observé la
discusión tras la cual Teresa sacó una pistola con la que apuntó al hombre
sabio. No puedo describir cuál fue mi sensación al ver aquella escena. Me escondí
en una esquina y vi cómo los dos finalmente tomaron el mismo camino.
Inmerso en una
enorme curiosidad decidí seguirles sin que me vieran. Era bastante de noche por
lo que no me fue difícil caminar detrás de ellos de incógnito.
Habían dejado de
discutir para pasar a andar uno al lado del otro. Se podía ver claramente como
el hombre la estaba llevando a un lugar específico. Los dos andaban deprisa y
decididos.
Tras varias
vueltas sin sentido y un tiempo del que perdí cuenta, el hombre se paró en una
tapa de alcantarilla, la levantó mirando que nadie les estaba observando y
bajaron por ella.
Yo me escondí
hasta que hubieron desaparecido y después me dispuse a seguirles.
No sé cuánto
tiempo estuvimos caminando. El hedor y la humedad lo inundaban todo. Teresa
seguía apuntando al viejo con la pistola, el viejo seguía caminando delante
dirigiéndola a dios sabía dónde.
No tengo muy
claro si lo que sucedió entonces fue real o imaginaciones mías.
Dentro de las
propias alcantarillas había una puerta doble. Era de madera maciza, tenía que
estar allí desde prácticamente la construcción de la ciudad. La puerta iba
acompañada con una enorme arquería de estilo románico que parecía sacada de una
de las muchas iglesias de ese estilo que tenía la zona. Las pareces habían
pasado a ser de una mampostería de piedra exquisita que ni los mejores canteros
de la época serían capaces de imitar.
El viejo sacó una
llave y abrió la puerta. Ambos entraron tras lo cual se pudo oír los goznes
rugir al cerrarse.
Intenté seguirles
pero me fue imposible abrirlas de nuevo.
No sé cuánto
tiempo estuve esperando a que volvieran a salir pero cuando dieron las primeras
luces de la mañana no me quedó otra que volver por donde había venido.
Fue esa la última
vez que vi a Teresa y al hombre sabio. Intenté miles de veces luego volver a
recorrer mis pasos de aquella noche pero nunca fui capaz de volver a aquella
extraña puerta.
Aún a día de hoy
me pregunto si me imaginé todo aquello. Si realmente Teresa descubrió la
escalera y cruzó al otro lado, si por el
contrario murió esa misma noche a manos del viejo o viceversa.
Traté de
conseguir el arcón pero también había desaparecido.
En un lugar entre
estas calles y monumentos existe una escalera. No es una escalera cualquiera
que une un piso inferior con uno superior, sino que es una escalera mágica.
Se desconoce
dónde se localiza y a dónde va a parar. Solo que los que deciden subir sus escalones no
vuelven a bajarlos nunca más.
En un lugar entre
estas calles y monumentos existe una escalera.
La escalera
perdida del rectorado.
“Las relaciones
internacionales cada vez están más tensas, sobre todo después de que el
presidente de Venezuela dijera en una rueda de prensa que Estados Unidos era
culpable de los ataques.
El presidente
norteamericano no ha tardado en presenciarse diciendo que no tolerarán acusaciones
de ningún tipo hacia un país que ha sufrido los atentados más que ninguno.
Se ha mostrado
rotundo y serio en sus declaraciones no dejando tiempo para preguntas.
Rusia ha salido
en defensa de los países suramericanos que han apoyado la acusación.
Mientras, los
gobernantes europeos siguen reunidos en Bruselas discutiendo los próximos
movimientos a realizar.
En España las
medidas del estado de alarma se siguen restringiendo.
Se han colocado
controles en las salidas de cada comunidad para evitar desplazamientos
injustificados.
Ante el colapso
de los centros médicos se han dispuesto hospitales de campaña en los puntos
clave de los atentados.
Se ruega a las
personas que se mantengan en sus casas y no salgan a no ser que sea
estrictamente necesario.
Esperen un
momento, tenemos noticia de última hora. Corea del Norte acaba de lanzar unos
misiles contra Seúl. Aún se desconoce el número de víctimas pero se sabe que
han caído en el centro de la capital.
Para cualquier
avance seguiremos informando."
Alex apagó la televisión en cuanto vio
que David estaba a su espalda.
-¿Te he despertado? –David negó con la
cabeza, había estado durmiendo todo ese tiempo en el dormitorio de Adriana.
Tratando de hacerlo más bien.
Alex se levantó del sofá y le dio un
fuerte abrazo.
-Parece que se está acabando el mundo.
–dijo David señalando la televisión.
-Todas las generaciones tienen un
momento en el que lo parece pero siempre acaban sobreviviendo. El ser humano es
así, se le da bien joderse a sí mismo, pero es tan tozudo que se niega a
quedarse en el suelo.
La diferencia es que ahora estamos
solos.
-¿Qué tal tu mano?
-Anestesiada. No sé lo que me ha dado
Adriana para el dolor pero tengo que decir que funciona. Aunque aún siento que
tengo cinco dedos, se hace raro. –le habían puesto una venda nueva. – ¿Te
apetece comer algo? Hay un poco de sopa en la cocina, y si quieres algo sólido
puedo hacer unos filetes, arroz…
David negó con la cabeza.
-No gracias, no tengo hambre. ¿A qué
hora es el funeral?
-Nos recogen en un par de horas. No he
querido despertarte. –había pasado casi todo un día desde que su tía le había
dado las malas noticias. David calculó que era casi la hora de comer.
-¿Se sabe algo de S.J? –solo quería
pensar en otra cosa que no fueran sus padres.
-Está con Irene en estos momentos
ayudando con los preparativos. Sus contactos nos permitirán movernos libremente
durante el funeral. Te he traído un traje. Creo que es de tu talla pero será
mejor que te lo pruebes. –estaba colgado en la puerta. David lo cogió y fue al
baño. Se volvió a duchar, había sudado mucho durante la noche. Se afeitó y
arregló el pelo. Apenas se reconoció cuando vio su reflejo en el espejo
empañado.
Al salir Alex estaba esperándole para
ver cómo tenía las heridas, le vendó de nuevo el torso con cuidado. Aún le
costaba caminar.
-Sé que no tienes hambre pero será
mejor que comas algo. –insistió.
Él la hizo caso, la ducha le había
hecho recuperar un poco el apetito.
Se puso el traje. Le quedaba perfecto,
Alex le había cogido las medidas correctamente. Ella se había metido en la
ducha y también se estaba arreglando. Al salir se dio cuenta de que iba con el
mismo vestido negro que cuando la conoció en el entierro de Iván. Parecía que
habían pasado muchos años de aquel día.
Un vehículo les esperaba abajo. Allí
estaba Irene, tenía un aspecto de no haber dormido nada. Detrás se encontraba
el coche funerario donde estaban sus padres y varios furgones que les
escoltarían en todo momento. S.J estaba en uno de ellos, le miró y le hizo un
gesto con la cabeza a modo de pésame.
La homilía tuvo lugar en la Iglesia de
San Marcos. Un pequeño templo románico de planta circular donde nadie les
molestaría. El interior, pese a su forma cilíndrica exterior, respondía a la
típica planta basilical de tres naves y tres ábsides.
El muro era prácticamente ciego por lo
que casi toda la iluminación procedía de velas artificiales. Al entrar estaban
esperándoles Adriana, Andrea y unos cuantos desconocidos que debían ser amigos
de sus padres. El ambiente era triste, pero no resultaba cargado en aquel
lugar.
No habían tenido ningún problema en
llegar hasta allí. La ciudad estaba prácticamente vacía. Cuatro de los hombres
de Santi cogieron los féretros y los llevaron justo enfrente del altar.
Adriana se le acercó.
-Espero que hayas estado cómodo en el
piso.
-Muchas gracias por todo. Y siento lo
ocurrido con Susana.
Una lágrima calló por la cara de la
camarera.
-Habiéndose cerrado los puntos de
cruce ya no volverán. Solo espero que estén bien. Después de esto nos
reuniremos en el Yelinas. –le apretó el brazo y se volvió a su sitio.
David no recordaba la última vez que
había asistido a un sermón pero a decir verdad su cabeza en ningún momento
atendió a lo que decía el cura. Esperó a que todo aquello terminara y fue el
primero en salir de allí al acabar.
Irene se puso a su lado y le pasó un
cigarrillo recién encendido.
-¿Qué voy a hacer ahora? El mundo se
está yendo a la mierda y papá y mamá han
muerto por mi culpa. –sabía muy bien que una cosa no tenía nada que ver con la
otra pero su cabeza en ese momento era un amasijo de malos pensamientos.
-El mundo se está yendo a la mierda.
–confirmó Irene. –pero los únicos culpables de la muerte de tus padres son los
mismos que tu primera afirmación. Tú no has tenido nada que ver con todo esto.
Solo eres una víctima más.
Vieron cómo volvían a meter los
ataúdes en el coche para llevarlos al cementerio.
El cura se le acercó. Era Fabio, no se
había fijado en él en todo ese tiempo y con los atuendos no le había
reconocido.
-Para cualquier cosa estoy aquí.
Siento mucho lo ocurrido.
-Gracias por haber venido desde Ávila.
Sé que tú también has perdido mucho estos días.
-No volveré a ver a mi gemelo, pero
tengo la certeza de que le irá bien sin mí. Ahora tanto él como yo somos
personas normales.
El entierro fue muy parecido al que había
asistido la semana anterior. Esta vez había más gente pero tanto el cementerio
como la lluvia eran lo mismo.
Andrea se puso a su lado mientras
bajaban los ataúdes. David no había querido ver los cuerpos, había preferido
recordarles tal y como eran en vida.
-Siento lo ocurrido a tu homóloga. Fue
horrible lo que le hicieron.
-Nunca la llegué a conocer aunque
siendo la misma persona no sé si era necesario. Me tienes aquí para cualquier
cosa David. Cuando estés listo pásate por el Midwife. –le dio un beso en la
mejilla y se dio media vuelta.
Poco a poco, uno a uno, se fueron retirando
hasta que solo quedaron Alex y él.
Irene había ido a hablar con Jara y
los hombres que les habían ayudado con todo aquello.
Esta vez fue ella quien le ofreció la
petaca. Él la aceptó agradecido y bebió. Ginebra, para variar.
No había llorado en todo el día. Ya no
le quedaban lágrimas que llorar. Finalmente ella se dio media vuelta.
-Te esperamos en el coche cuando estés
listo.
“Adiós papá, adiós mamá, siento haber
sido el hijo que tuvisteis. Os merecíais algo mejor” –bebió y echó lo que
quedaba en la tierra.
En ese momento le pareció ver a Jaime
con el rabillo del ojo. Giró la cabeza, allí estaba, a lo lejos, mirándole tal
y como se lo había encontrado cuando salió de Gabriel y Galán unos días atrás.
Quiso dirigirse hacia él pero alguien le llamó a su espalda. Era el enterrador.
-Disculpe pero tenemos otro entierro
ahora y con las medidas de seguridad de hoy en día no nos dejan tener más
gente. –David se disculpó, ya lo tenía como un acto reflejo. Volvió a mirar a
donde estaba Jaime solo para no encontrarse a nadie. Se dio media vuelta y se
dirigió al coche donde le estaban esperando Alex y su tía. Ya se había
acostumbrado a caminar con el bastón por lo que no tardó en llegar a la verja de entrada.
-Adriana nos está esperando en el
Yelinas junto con Santiago. –le dijo Irene.
Desde las escaleras del bar se
escuchaba “One lone night” the White búfalo. A David le encantaba esa canción.
Casi perdió el equilibrio. Hubiera caído por las escaleras si no le hubieran
sujetado Alex e Irene. Se sentía débil, no podía más.
Le ayudaron a bajar entre las dos. El
bar estaba vacío. Solo se encontraban Adriana y Santi sentados en la misma mesa
de siempre.
Adriana se levantó para servir nuevas
copas. Todos se sentaron alrededor.
-Gracias por la escolta. –dijo David a
S.J.
-Me debían un favor. Hoy no estamos en peligro, no nos tenemos que
preocupar por nada. Solo beber y brindar por aquellos que ya no pueden. Coger
fuerzas para lo que viene.
Los cinco cogieron las cervezas y
brindaron. De fondo empezaba a sonar “Highwayman”.
Todos se acababan de conocer apenas
una semana pero se sentían en familia. Para ser sinceros solo se tenían los
unos a los otros.
Poco a poco el silencio se fue
convirtiendo en un momento para conocerse mejor. Contar anécdotas de su pasado,
nada importante, chorradas que se le iban pasando a cada uno por la cabeza.
Alex habló de la familia que había
perdido. No habló con tristeza, sino recuerdos alegres y situaciones estúpidas
que había vivido con ellos. No recordó lo malo sino todo lo bueno. Todo lo que
se había quedado con ella. Por muy grande que fuera el dolor que sentía, mayor
era el orgullo de haber podido sentir todo lo anterior.
Adriana brindó por Susana quien la
había recogido de la calle cuando ya no le quedaba nada. Era poco mayor que
ella pero la consideraba una madre. Se rió recordando cómo en ocasiones hablaba
en plural refiriéndose a sí misma y a su gemela.
-En ocasiones se liaba y se refería a
ella en tercera persona. –rió. –yo la vacilaba diciéndole que se parecía a Elmo
el de Barrio Sésamo. Nunca entendí del todo la unión que sentían las dos
gemelas pero era como si fueran una sola. Compartían todo, sentimientos y
pensamientos. Me consuela que estén juntas ahora.
Irene no paró de contar recuerdos de
su niñez. De cómo hacía chinchar siempre a su hermana. Cómo Paula siempre la
había protegido.
-Tu madre sabía que habías descubierto
lo que eras, sobrino. Me lo dijo la noche antes de morir y estaba en paz con
ello. Me hizo jurar que te protegería y da por seguro que lo haré.
S.J contó historias de universos
lejanos que había visitado. Contó que había mundos unificados por un mismo
idioma, cómo habían acabado aceptando que éste servía para comunicar y no para
dividir a las personas. Contó a su vez de otros mundos en los que había
ocurrido todo lo contrario.
Habló de gente maravillosa y de
universos que se habían levantado de la nada tras colapsos como el que estaban
viviendo.
Habló de esperanza de futuro y del
duro camino que les esperaba hasta llegar a él.
El último en decir algo fue David.
Había estado disfrutando de las conversaciones ajenas mientras bebía y, sin
darse cuenta se le escapaba una sonrisa de vez en cuando.
Cuando estuvo preparado empezó a
contar un recuerdo que le había venido a la mente. Era un recuerdo que no tenía
que ver con nada, un recuerdo de una comida del pasado, cuando él aún no había
entrado tan siquiera en la carrera.
Habló lentamente, sin mirar a nadie,
con una sonrisa en la cara y los ojos llorosos. Todos bebieron y callaron.
Nadie sabía cuánto tiempo estuvieron
así y cuánto llevaban bebido. Se acababa una botella y Adriana traía más.
Discutieron, gritaron, rieron,
lloraron, en un momento de culmen de intoxicación etílica Adriana se puso a
bailar al son de “Rose Tattoo” de Dropkick Murphys. Nadie supo cómo habían
llegado a esa canción.
Todos corearon el estribillo.
Pasaron segundos, minutos, horas,
días, semanas, nadie llevaba la cuenta, solo existía el presente.
S.J fue el primero en irse seguido de
Adriana quien les quiso dejar las llaves del piso. David las rechazó
agradecido, quería dormir en casa de sus padres.
Irene le miró con una mezcla de
tristeza y orgullo.
Alex fue detrás quedándose su tía y él
solos.
-¿Estás seguro de que quieres ir a la
casa sobrino? –se habían quedado en silencio.
David estaba serio pero parecía que se
había quitado un peso de encima. Asintió.
-Tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
Recogieron todo y apagaron las luces.
Aquel local se veía extraño con todo apagado.
David se paró al otro lado de la barra
mirando el muro de los recuerdos, ese corcho en el que aún quedaban unas pocas
fotos de buenos tiempos, antiguos clientes habituales…
El Yelinas tenía algo especial no
podía negarlo. Había sido un día de mierda y aun así había sido capaz de darle
un momento de paz.
Su tía le esperaba escaleras arriba.
Se dio media vuelta y se unió a ella.
Era hora de volver a casa.