miércoles, 31 de marzo de 2021

VEINTITRÉS (Jara)

 


La violencia engendra más violencia, eso es una verdad irrebatible.

El hecho de decidir actuar en base al menor de los males no le quita ni responsabilidad ni culpabilidad al que decide hacerlo.

A veces el no participar es lo correcto y más difícil. El mal es el mal. Escudarse en el bien común solo lo hacen los cobardes, los hipócritas y los tiranos.

Los idiotas quedan fuera de esta ecuación ya que los que deciden serlo solo es para negar una de las otras tres realidades.

U.S

-No parece muy diferente a la biblioteca de nuestro lado. ¿Crees que realmente los desaparecidos se han hecho con ella? –David no sabía muy bien qué pensar. Habían ido caminando hasta allí dando más de un rodeo para asegurarse de que nadie les seguía.

Se habían encontrado el Midwife cerrado, por lo que habían decidido pasar de largo sin llamar mucho la atención y quedarse en la cafetería de enfrente desde donde podían ver, tanto la entrada de la tienda como la de la biblioteca.

Llevaban ya media hora tomándose el café junto a  la ventana y no habían parado de ver a gente entrar y salir de allí de forma completamente natural. Nada resultaba sospechoso.

-Si Fabio dijo que lo tenían es que lo tenían, los gemelos no suelen bromear con esas cosas. –dijo Alex soplando la que era ya su segunda taza. –lo lógico es que guarden las apariencias. Aunque tengan a gente en la policía, les resulta más fácil moverse sin ser objeto de habladurías. Se esconden tras una normalidad aparente.

-¿Y qué hacemos ahora? El Midwife parecía llevar cerrado bastante tiempo. Viendo la cercanía con el punto de cruce seguro que los desaparecidos también atacaron a Andrea. Fabio nos dijo que se cargaban a todo aquel del que tuvieran sospechas de ser un no nacido.

-Andrea es una tatuadora, no una no nacida. –dijo el hombre que se había sentado en la mesa de al lado de espaldas a ellos. No le había dado tiempo a contestar a Alex. La voz era grave y rotunda, se había hecho oír perfectamente sin necesidad de levantar el tono. –pero en algo tienes razón, la tienen ellos, se la llevaron por la fuerza al igual que aquello que venís buscando. –Alex había sacado la luger nada más escucharle y le apuntaba directamente a la espalda desde debajo de la mesa. –será mejor que guardes eso antes de que se dispare solo. Nunca me han gustado las armas y menos si van dirigidas a mí.

-¿Quién eres? –le preguntó seria manteniendo la pistola en la misma dirección.

-Si no me equivoco me estabais buscando.

-¿S.J? –dijo desconfiada y un poco desilusionada ante aquella escena.

-Santi, Santiago Jara en este mundo, podéis llamarme Jara. –la corrigió. – ¿Qué pasa? ¿Esperabais encontrarme en un momento más peliculero?  -el tono de burla era notable. La voz parecía cansada, seguía mirando hacia el lado contrario por lo que solo podían ver en él a un hombre grande con un pelo canoso bastante descuidado. –nunca he sido de exagerar las cosas pero por desgracia eso es lo que se ha hecho con la idea de mi persona. Me avisaron de que vendríais, os he visto, me he asegurado de que erais vosotros y me he presentado, ni más ni menos. –se levantó lentamente apoyándose en la mesa, cogió la taza de café que estaba bebiendo y se sentó con ellos sin ni siquiera mirarles a la cara.

Su ropa era vieja, algo raída por el uso. Unos mitones le cubrían unas manos llenas de heridas y una enorme barba le tapaba la cara dejando ver solo unos ojos color verde claro. No podía calcularse qué edad tendría, tan pronto parecía tener treinta como que hacia un gesto que le añadía cuarenta años más. Sus movimientos eran lentos, como si meditara cada acto antes de llevarlo a cabo. –he dicho que guardes eso. –lo dijo sin levantar la voz, no parecía molesto, simplemente lo dijo.

Un escalofrió le recorrió el cuerpo a Alex. Sin saber muy bien por qué le hizo caso. Pese a su aspecto, cercano al de un indigente, su presencia generaba un respeto inexplicable.

-Llevan observándoos desde que cruzasteis la puerta. No fue muy inteligente por vuestra parte venir y mucho menos entrar aquí. Hubiera preferido que nos encontráramos en otro lugar pero viendo la situación me he visto obligado a hacerlo ahora.

Ambos se sobresaltaron. Se habían asegurado en todo momento de que no hubiera terceras personas pendientes de ellos, lo que hacía aun más sorprendente que aquel hombre se les hubiera pasado por alto.

-Fuiste lista al taparte el tatuaje del anillo con esos guantes. –continuó hablando mientras tomaba un sorbo. Alex se los había comprado en el centro comercial para evitar llamar la atención. –pero tu cara ya es demasiado conocida. El camarero ha sabido quien eras nada más verte.

-¿El camarero es uno de ellos?

-Un informador. No sabe en lo que está metido pero no le queda otra que hacer lo que le digan si quiere seguir conservando su empleo. Prácticamente tienen a todos los locales del barrio en nómina. Actúan con plena impunidad por aquí.

-Perdona pero podemos ver tu identificación. –Preguntó David cortándole. Simplemente quería estar seguro de que estaba hablando con quien decía ser. Aún le parecía increíble que aquel hombre fuera el que estaban buscando.

-No tiene ninguna. –contestó Alex. Se dice que su universo natal está tan lejos que no tiene nada que ver con el nuestro. En él la creación de los Atlas no tuvo lugar, y con ello los tatuajes nunca llegaron a ocurrir. ¿Me equivoco? –S.J negó con la cabeza.

-Eso no explica que no se haya hecho uno aquí.

-Los tatuajes están hechos con tintas que se mezclan con tu sangre y la de la tatuadora. La unión tiene que ser perfecta por lo que exige que todo ello pertenezca a un mismo universo. A demás, no me gustan las agujas.

-¿La sangre de la…?

-Se que tienes muchas preguntas. –le cortó Alex antes de que preguntara de nuevo. –pero este no es momento. –se dirigió al desconocido. –has dicho que nos han reconocido. ¿A qué esperan para atacarnos? ¿Tenemos alguna forma de salir de aquí?

-La pregunta más bien es si nos interesa realmente. Tienen a Andrea en la biblioteca y que yo sepa solo hay una forma de entrar. Aún os necesitan con vida ya que creen que sabéis dónde está la escalera, por lo que dudo que os hagan daño. –se dirigió en ese momento a David, habló bajo pero sus palabras se entendían a la perfección. –espero que tengas el Munin a buen recaudo.

David asintió, sorprendido de que aquel hombre supiera sobre el tatuaje.

-No te preocupes, está donde nadie puede encontrarlo.

-Nos están esperando fuera ¿Verdad? Están esperando a que salgamos.

–Jara asintió. Se terminó el café y sacando la cartera del bolsillo pagó la cuenta. –no les hagamos esperar. A esta invito yo, la próxima cuando salgamos. Aconsejo que no ofrezcáis resistencia. Mientras no les demos lo que quieren no se atreverán a acabar con nosotros. –se levantó de su asiento.

David aprovechó para ir al baño. Los nervios le estaban jugando una mala pasada. Para variar, la situación había pasado de cero a cien sin avisar. Estaban a punto de entrar en la boca del lobo, de ser prisioneros de las personas que le llevaban siguiendo todo este tiempo. Tenía un miedo incontrolable a que le hicieran daño, nunca había soportado el dolor físico. ¿Saldrían a caso vivos de esta? Salió del aseo y se dirigió hacia sus dos compañeros que le esperaban donde los había dejado. Ambos parecían tranquilos, no aparentaban tener el más mínimo conocimiento de lo que iba a ocurrir a continuación.

-Mantened las manos siempre a la vista, no queremos malos entendidos. –les dijo Jara antes de ir a la salida.

David se fijó en que el camarero les seguía con la mirada con un aire de tristeza y arrepentimiento.

Cuatro hombres les estaban esperando a la salida. Todos ellos tenían las manos en los bolsillos lo que hacía entrever que les estaban apuntando.

-Será mejor que nos acompañéis. –Dijo el más cercano con una sonrisa en la cara. Nos habéis causado muchos problemas. Nos alegramos de que por fin tengamos la oportunidad de charlar. Señorita Andrea, no llegamos a coincidir cuando estuvo la última vez con nosotros, pero me enorgullece conocerla por fin. Le alegrará saber que esta vez cumpliremos nuestra promesa de reunirla de nuevo con sus hijos.

Un puñetazo casi venido de ninguna parte le dio en la cara estando a punto de tumbarlo. Dos hombres agarraron a Alex para que no le volviera a dar. Sus ojos estaban vidriosos pero mantenía el gesto tranquilo.

A David le llamó la atención que se refirieran a ella por ese nombre, pero pronto recordó que así era como la conocían.

El hombre con la cara ahora roja del golpe volvió a sonreír.

-Tiene suerte de que la necesitemos aún. Pero esa suerte no durará mucho.

Cruzaron la carretera. En esos momentos las personas que habían visto entrar en la biblioteca ahora salían algo indignadas por el repentino aviso de cierre.

Ellos fueron delante de sus captores en todo momento. David notó cómo ya no eran solo cuatro, aunque no se atrevió a mirar atrás para saber cuántos más se habían unido. Al entrar en el lugar ahora vacío, cerraron las puertas.

Les separaron las piernas y los brazos y comenzaron a cachearles. Les quitaron los abrigos y todas sus pertenencias, incluida la bolsa de armas de su tía. Los tres se mantuvieron en silencio durante todo el proceso.

-¿Vosotros dos no vais armados? –les preguntó una voz desconfiada tanto a Santiago como a él. -¿Qué pasa? ¿Os tiene que proteger una mujer?

-Esta mujer se ha cargado a más de los nuestros que nadie de aquí. –dijo el hombre de la cara roja. –no la menosprecies.

Alex no pudo evitar mostrar una mueca de orgullo.

 Dejaron tirado todo de cualquier manera y les llevaron escalera abajo hacia el sótano. Las escaleras daban a un pequeño pasillo con un par de habitaciones a cada lado y una al fondo.

El hombre de la cara roja llevaba la voz cantante.

-¿Sabíais que esto inicialmente fue una casa de socorro? Y es más, antes esto eran las afueras de la ciudad. Es increíble cómo cambian las cosas. El único punto de cruce de Salamanca ha tenido muchos usos a lo largo del tiempo, pero siempre se ha mantenido como puerta a otra dimensión. Siempre escondida de la gente normal. Utilizada por unos pocos elegidos que se consideraban mejor que el resto. Por suerte eso ha cambiado.

Pronto estos puntos de cruce se habrán vuelto obsoletos cuando encontremos la escalera imposible. Pero de momento dependemos de ellos para controlar nuestros destinos.

Agarraron a David por los brazos y lo metieron en la primera habitación separándole del resto. No ofreció resistencia. No le gustaba nada la idea de no estar con sus compañeros, pero sabía que no podía hacer nada al respecto.

Se encontró en una pequeña estancia rodeada de estanterías repletas de documentos. Justo en el centro, tirado en el suelo, se hallaba  un hombre con la cara amoratada mirándole fijamente.

Le  golpearon haciéndole caer. Su cabeza chocó contra la baldosa dejándole inhabilitado por un momento. Cuando volvió en sí se dio cuenta de que les había dado tiempo a atarle tanto manos como piernas con unas correas de plástico. Apenas podía moverse, estaba boca abajo justo en frente del desconocido también en la misma posición.

-Disculpa el trato. –dijo una voz a sus espaldas. –sé que hubiera sido mejor recibirles con más amabilidad, pero tenemos que asegurarnos de que esta vez no huyes de nosotros. –no le reconoció hasta que el hombre decidió ponerse de cuclillas para estar dentro de su área de visión. Era el calvo que le había amenazado con la navaja en la casa de Jaime –le presento al señor Ruiz. –agarró del pelo al desconocido  y tiró para mostrar su rostro hinchado y ensangrentado. Sus ojos apenas se veían debido a la inflamación, parecía incluso que uno de ellos faltaba.  Era difícil saberlo con seguridad. Se le oía respirar con dificultad. –era el encargado de que la gente normal como nosotros no pudiéramos usar este lugar como es debido. –en su tono se notaba desprecio, ira, resentimiento. – tanto él como su “gemelo” han sido castigados y domesticados. Ahora saben perfectamente lo que está bien y lo que está mal. ¿Verdad Señor Ruiz? –movió su cabeza haciendo que asintiera.

-Tú no tienes nada de normal. –le dijo sin pensar en las consecuencias. El calvo le cruzó la cara con la mano abierta. David notó como se le hinchaba la mejilla.

–Parece que la biblioteca Gabriel y Galán tiene muchas visitas últimamente. He podido reconocer a tu compañera Andrea, que casualmente se llama igual que la mujer que nos acompañó todo este tiempo, Dios la tenga en su gloria ahora. Al que no logro reconocer es a vuestro otro acompañante. ¿Ese es nuevo?

–A David le dio un vuelco el corazón. ¿Andrea estaba muerta? ¿Habían llegado hasta allí y se habían metido en ese problema para nada?

-No espero que entiendas lo que hacemos, al fin y al cabo eres un error de la naturaleza, pero quiero que sepas que te vamos a sacar hasta tus recuerdos más vergonzosos. No importa hasta dónde estás dispuesto a que lleguemos. Me importa una mierda cuánto tardarás en hablar. Hablarás, eso es un hecho, ahora la duda es cuántas extremidades os quedarán a ti y a tus amigos cuando lo hagáis. En el momento en el que os entregasteis vuestro futuro dejó de existir, no te voy a mentir.

 

Cuando Alex  fue empujada dentro de aquella habitación en lo primero que se fijó fue en el cadáver que había en el centro. Andrea… la habían desnudado y atado a una silla. Posteriormente habían decidido quitarle sus tatuajes con lo que parecía ser una navaja, uno a uno.

Su cuerpo estaba irreconocible, había sangre por todos lados y el olor, una mezcla de hierro, orina y heces, se hacía insoportable.

La habían dejado ahí como si de basura se tratara. Sus tatuajes, y la piel que le habían arrancado con ellos, estaban colocados en fila en el suelo frente a ella a modo de burla. Una cruel exposición de sus obras de arte.

La tiraron al suelo justo encima de aquel macabro espectáculo. La inutilizaron de pies y manos. No se revolvió pero igualmente aquel hombre le pegó un puntapié en las costillas. Alex oyó y notó cómo dos de ellas se rompían. Tosió bruscamente lo que hizo que la punzada de dolor fuera a más.

La situación era mala. La situación era muy mala. No habían tardado más de un par de horas en encontrarse en aquel peligro. Habían confiado en un desconocido, a decir verdad, no les había quedado más alternativa.

Pese a las advertencias, no habían sabido ver la magnitud de todo aquello. Habían esperado que los desaparecidos tuvieran controlados ciertos lugares, pero de ahí a un barrio entero… Santi les había mencionado que tenían comprados bajo coacción a los propietarios de las tiendas. ¿Cómo era posible tal magnitud de influencia en vidas ajenas sin que los puntos de cruce no se desmoronaran? Fabio había tenido razón en preocuparse. Aquel universo se estaba alejando cada vez más de sus homólogos. Primero todo un barrio generando matronas innecesarias, luego sería la ciudad, y si se hacían con la escalera, ¿Quién sabia hasta que punto llegarían? Alex sabía que tenían que volver a Ávila lo más rápido posible antes de que todo eso ocurriera.

-Hacía mucho que no nos encontrábamos en la posición de conversar tranquilamente tú y yo. Veo que has conocido a tu tocaya, espero que tú seas igual de participativa que ella. –El hombre que le estaba hablando era uno de los que la habían reclutado. Había sido el mismo que le había hecho el tatuaje del dedo y la cicatriz en el pecho. Los desaparecidos funcionaban en ese aspecto parecidos a los grupos de alcohólicos anónimos que ella tan bien conocía. Cada participante nuevo tenía su propio padrino. Para ella Gideon era el suyo, el responsable de sus actos, su compañero, su vigilante y su mentor, lo había llegado a considerar incluso un amigo. El acento inglés que salía por su boca era insoportable aunque, siendo justos,  ella no era quién para hablar.

-Me resultaría más cómodo charlar sin las correas. –le dijo mostrándole una sonrisa. El dolor de las costillas la estaba haciendo marearse pero trató de mantenerse consciente. No quería mostrar debilidad ante aquel hombre. Se arrepentía de haber llorado en su hombro todas las veces que le había hablado de su familia, de lo dependiente que se había sentido de él en los momentos de debilidad. Había confiado en aquel desgraciado, y le había correspondido pegándole un tiro.

Ahora se volvían a encontrar.

miércoles, 24 de marzo de 2021

VEINTIDOS (El palacio del Rey Niño)

 


Por mucha evolución que exista, por muchos conocimientos que se obtengan, la condición del ser humano que lo hace ser como es, nunca  va a poder entenderse.

El cerebro es todo un universo del que jamás, incluida yo, sabremos nada. El raciocinio y  con él, el sentido de existencia, van más allá del propio cuerpo, siendo este un mero cascarón perecedero, una concha que contiene el mayor misterio de todos.

Yo me dedico a desgastar dicho cascarón y abrirlo cuando llega su momento. A partir de ahí mi duda es ¿Cuántas personas convivían dentro?

Me alegra estar de vuelta.

U.S

-Si no te importa nos gustaría ver primero el tuyo. –dijo Alex desconfiada. Tenía la mano metida en el bolsillo del abrigo donde David sabía que escondía la luger.

Fabio era un hombre joven, debía de tener unos treinta y pocos, unos ligeros rasgos asiáticos  era lo más destacable de su aspecto. Parecía algo intranquilo pero por lo demás emanaba un aura de cercanía extraña en un desconocido.

- Si, disculpa, no es ningún problema. –se levantó el pantalón enseñando el tobillo. Tenía el tatuaje de las dos puertas. Era muy parecido al símbolo del Yelinas con numerosas líneas añadidas a modo de enredaderas.

Alex lo miró fijamente generando una escena cuanto menos extraña en aquel entorno. Un cura mostrándole el tobillo a una mujer en una iglesia. Finalmente le hizo un gesto a David de asentimiento y ambos enseñaron los suyos.

-Parece que está todo correcto. Disculpen esta presentación tan directa pero como ya sabréis los puntos de cruce de esta ciudad están comprometidos. Como ya dije, Adriana me avisó de vuestra llegada. Ahora, si me seguís, os guiaré hasta la arista.  –se dio media vuelta dirigiéndose al ábside.

-¿Cómo sabes que el tatuaje no es falso? –le preguntó por lo bajo David a Alex.

-Adriana me lo describió antes de irnos, me dijo en qué líneas me tenía que fijar para asegurarme. No te preocupes, es él.

-Espero que hayáis tenido un buen viaje. –dijo Fabio ajeno a la conversación que tenían a sus espaldas. –Me informaron de que la situación en Salamanca está siendo parecida a la de aquí.

-Han conseguido tres de los Atlas. ¿Hay algún peligro de que sepan la localización de este punto?

-Por parte de esos documentos ninguno, pero más nos preocupa lo que puedan decir los gemelos que tengan secuestrados. Llevamos unos días sin saber nada de ellos. Tenemos que asumir que la catedral se verá asediada igual que el resto y en ese caso intentaremos resistir hasta que ustedes vuelvan.

Por desgracia tengo que deciros que os vais a encontrar mucha más resistencia en el universo al que vais. Hace tiempo que los desaparecidos llegaron a él, no me preguntéis cómo. El ambiente allí es mucho peor, sobre todo en salamanca  donde se hicieron con su único punto de cruce. Ahora controlan esa ciudad. No quedan gemelos y los no nacidos no se atreven a pisarla por miedo a que les descubran. Esos desgraciados hacen desaparecer a todo aquel del que tengan sospechas. Controlan aquello como si fuera su Jerusalén. Tienen gente tanto en la policía como en la guardia civil quienes hacen la vista gorda si no se vuelve a saber de alguien.

-¿Se han hecho con el Yelinas?

-¿Yelinas? –Fabio se rió. –me da que te estás confundiendo con este universo. Allí el punto está en la biblioteca Gabriel y Galán. –a David le subió el pulso, ¿Era posible que el mensaje de reunirse con el tal S.J se refiriera a hacerlo en aquel otro lado?

–Paró en seco. Habían llegado a uno de los absidiolos que daba acceso a una de las capillas. –La capilla de la Velada. –les informó. En su entrada se situaba una escalera de caracol. –da acceso al cimorro de la catedral. –les dijo viendo su expresión interrogante. –pero nosotros no vamos a subir. – levantó una madera que había bajo esta mostrando un agujero de unos cinco metros de profundidad.

-He oído hablar de esto. –dijo David. El pasadizo secreto que habían encontrado hace unos años aquí.

-Fue una faena que lo descubrieran. –Fabio se agachó y empezó a bajar por el hueco sirviéndose de unas escaleras de mano. –era más fácil proteger el punto cuando nadie sabía de su acceso.

Bajaron uno detrás de otro. Ante ellos se encontraba un corredor de piedra de poco más de medio metro de ancho por dos de alto. La sensación era claustrofóbica.

A unos tres metros más allá se encontraba un muro cerrando el paso.

-Por suerte para nosotros, la puerta como tal no la llegaron a descubrir, creyeron que el pasadizo estaba cerrado. Descubrieron tres de sus partes pero nunca llegaron a la arista–volvió a agacharse y empujó uno de los sillares que formaba el muro dejando ver que el corredor continuaba al otro lado. –No se puede decir que sea el acceso más cómodo pero es lo que hay. –se tumbó en el suelo y cruzó. Alex le pasó la bolsa antes de seguirle. –espero que todo esto sea solo por protección. –dijo el cura adivinando lo que había dentro y pasándole de nuevo el saco. –os vendrá bien allá a donde vais.

Se encontraban en ese momento en un segundo espacio aún menor que el anterior.

-Cuando descubrieron el pasadizo vieron que las tres partes  llevaban desde la capilla de la Vereda hasta dos absidiolos más allá en la de San Antolín. A partir de ahí consideraron que el corredor se había derrumbado. Este es el segundo tramo conocido, a continuación pasaremos al tercero y desde allí a la Arista. –repitió el mismo proceso. Se agachó, abrió un hueco en el segundo muro y pasaron por él. –a este lado tuvieron que acceder por la saetera de iluminación que daba a la capilla. Fue por esta misma por la que descubrieron el pasadizo. Hubiéramos bajado por ahí, pero siempre es mejor no hacer esto en vista de todos. –caminaron unos 8m y tras un marcado giro a la derecha se volvieron a encontrar con un punto muerto. La iluminación era escasa, solo proveniente de la poca luz que pasaba a través de la ya mencionada saetera. Los muros, separados medio metro entre sí, no permitían una correcta ventilación del espacio haciendo que fuera difícil respirar.

Fabio puso las dos manos en la pared final y empujó con todas sus fuerzas. Esta vez se movió entera haciéndose a un lado y dejando ante ellos un inmenso pasillo de oscuridad.

-Bienvenidos a la arista de la catedral de Ávila. –Dijo sonriendo y sacándose una linterna del bolsillo. –reconozco que es un poco incómoda de usar, pero gracias a ello ha estado escondida todo este tiempo. A veces me pregunto cómo hacen las Susanas para que nadie se cuele por aquella puerta.

-Cierran con llave. –se limitó a decir Alex. Él asintió divertido.

Los tres entraron.

Nada más cruzar el límite, el muro se volvió a cerrar dejándoles aislados de cualquier realidad.

Alex sonrió. –El gato de Schrödinger. –le recordó a David.

Esa arista era completamente distinta a la del Yelinas, allí no había ni habitación ni muebles. Si ya lo había pasado mal en aquella, en esos momentos estaba haciendo todo cuanto estaba en su mano para no empezar a hiperventilar.

La luz de la linterna no alcanzaba a mostrar el final de aquel corredor de dos metros de alto y medio de ancho. Si no fuera porque era una locura, David hubiera creído que aquel pasillo continuaba hasta el infinito.

Siguieron al cura sin decir nada. Allí no se oía el más mínimo ruido. Caminaron tranquilamente durante lo que pareció una eternidad en línea recta. El silencio era inigualable, casi se hacía posible oír los pensamientos ajenos.

A su espalda solo quedaba un fondo negro, ausente de todo movimiento de aire provocando una mezcla de agorafobia y claustrofobia al mismo tiempo. Al frente, la luz de la linterna mostrando un vacío solamente encuadrado por unos paramentos de piedra demasiado próximos entre sí.

David no paraba de mirar hacia atrás intranquilo. Se sentía completamente expuesto, como cuando uno mira la profundidad del océano mientras flota en él. En cualquier momento esperaba que alguien o algo le agarrara por detrás. Su respiración fue cada vez más fuerte siendo esta, y los latidos del corazón el único ruido, ahora inaguantable.

De pronto los pasos pararon, Fabio levantó la linterna iluminando unas escaleras de caracol parecidas a por las que habían entrado.

-Ya hemos llegado. –dijo susurrando no muy bien por qué. Se echó a un lado pegándose a la pared lo más que pudo para dejarles pasar. –yo me quedo aquí. Mi gemelo os aguarda arriba. Mucha suerte, espero que encontréis lo que estáis buscando  y por favor, tened cuidado.

-Gracias. –dijo Alex. –trataremos de volver cuanto antes.

Se dieron la mano a modo de despedida y subieron las escaleras.

El último escalón terminaba en un muro que no tardó en abrirse. Fabio estaba esperándoles tras él.

-Hola. Me alegra saber que habéis llegado sin dilación. Espero que mi gemelo os haya dado una buena primera impresión. Ahora,  ¿Me podéis enseñar vuestras Saturnias por favor?

A David aquello le resultó cómico, rozando lo absurdo más bien, pero se limitó a hacer lo que pedía.

Una vez hubieron confirmado de nuevo quiénes eran, les dejó salir de la arista.

David respiró tranquilo. Tenía un sudor frio cubriéndole todo el cuerpo.

-No te preocupes, con el tiempo esa sensación desaparece y el cruzar se hace más fácil. –le trató de tranquilizar Fabio dándose cuenta de su estado. -¿Hace cuánto que te hiciste la Saturnia? ¿Dos días?

-Ayer. –le contestó. -¿Se nota mucho que soy novato en esto?

-Las aristas generan un ambiente que puede resultar represivo al principio. Esta en particular más de la cuenta por lo que es normal que te sientas algo mareado.

Para su sorpresa vieron que no habían vuelto a la catedral, sino que ante ellos se encontraba lo que parecía ser la despensa de una casa.

-Perdona pero, ¿Dónde estamos? –preguntó David.

-Estáis en el palacio episcopal de la ciudad de Ávila. En este lado nunca se llegó a derruir. El palacio del rey niño sigue tal y como lo construyeron el primer día –les informó. –actualmente sirve de residencia a los curas jubilados y a los que ejercemos en la provincia, por lo que agradecería que saliéramos en silencio sin molestar a nadie.

La estancia estaba repleta de estanterías llenas de comida y botellas de vino. A su espalda, por donde habían salido, solo quedaba una pared de piedra sin rastros de ninguna junta que hiciera creer que detrás hubiera algún pasadizo.

Antes de salir de aquella habitación, David se fijó en un cuchillo para desollar que se encontraba  tirado en el suelo, había visto ese tipo de cuchillos en más de una ocasión cuando trabajaba de camarero, por lo que tenía muy claro su uso. Estaba aún manchado de sangre al igual que los adoquines mostrando lo que había sido un charco de dimensiones preocupantes.

-Estuvimos limpiando la carne hará unos días. –le dijo Fabio dándose cuenta de lo que estaba mirando. Tenía una voz tranquila y agradable –con todo el asunto de los ataques a los puntos de la ciudad, nos olvidamos de recoger y limpiar. Ha sido una semana demasiado intensa para todos.

-¿En este lado también habéis sufrido ataques? –Fabio asintió.

-Desde hace unos tres días se han intensificado. Las cosas por aquí están mucho peor que de donde venís. Cada vez las diferencias entre este lado y el vuestro son mayores por lo que os aconsejo que volváis lo antes posible. No tenemos muy claro cuánto durará este punto de cruce activo si los universos siguen alejándose a este ritmo.

Los nervios crecieron, no se había planteado que los puntos pudieran cerrarse para siempre, aquella imagen le aterraba. El simple hecho de pensar quedarse atrapado en un universo que no era el suyo…

Les llevó hasta la entrada. Al salir David reconoció la portada nada más verla, toda ella de granito rematada con un escudo. Era lo único que se había mantenido en pie en su mundo. Por lo demás, en el lugar en el que había estado el palacio, se habían construido el edificio de correos y la biblioteca.

Sin embargo, contra todo pronóstico,  allí estaban, dentro de una arquitectura que supuestamente había desaparecido para siempre. La sensación de angustia que había tenido momentos antes se transformó en algo más parecido a la admiración.

-Parece que acabas de descubrir aquello por lo que ser quienes somos merece la pena. –le dijo Alex con una sonrisa en la cara.

David no podía parar de mirar hacia todas partes. Era la primera vez que cruzaba a otro universo distinto al suyo siendo consciente de ello. Quitando aquel monumento situado  al lado de la catedral, aquella ciudad parecía la misma.

Siguieron al padre calle abajo donde les estaba esperando un Seat plateado al que el tiempo le había pasado factura. Fabio parecía intranquilo, expectante de todo lo que ocurría a su alrededor.

-¿Quién de los dos va a conducir? –David levantó la mano. Le lanzó las llaves sin más miramientos.  –nos dijeron que ibais a necesitarlo. Está algo viejo y consume más de lo que me gustaría, pero os llevara a donde queráis. Salamanca aquí no es como la conocéis, por favor, tened cuidado y volved los más rápido posible.

Alex metió la bolsa en el maletero y se sentó en el asiento del copiloto.

-Nos volveremos a ver esta noche. –le aseguró.

David le dio las gracias, pese a que se acababan de conocer sentía cierto aprecio por aquel hombre que les estaba ayudando sin pedir nada a cambio.

Dejó el abrigo y la mochila en el asiento trasero. No pudo evitar ver cómo Fabio se fijaba en el saco según se lo quitaba de la espalda. Se metió en el coche y arrancó.

En una hora estarían en Salamanca, se encontrarían con Andrea y se darían media vuelta.

Salieron de la ciudad por donde habían entrado. Ambos habían estado en silencio todo ese tiempo, Alex se dedicaba a limpiar su luger una y otra vez mientras miraba de vez en cuando por el retrovisor. David se centraba en conducir mientras jugaba consigo mismo en buscar las diferencias con lo que parecía ser la misma ciudad a la que habían llegado esa mañana.

-Nos llevan siguiendo desde que salimos. –le informó David. Se había fijado en aquel coche desde el momento en el que se habían despedido de Fabio pero no se había querido adelantar con las conclusiones.

-Me he dado cuenta. Si las cosas aquí están tan mal como nos han dicho, era de esperar que tuvieran vigilado el lugar. Por lo que sabemos los desaparecidos están actuando como mínimo en estos tres universos aunque es  de suponer que también lo estén haciendo en otros.

-Con respecto a eso, una pregunta me viene rondando desde que me contaste el funcionamiento de esa organización. –dijo dejando a un lado el tema de sus perseguidores. Aún tenían tiempo para abordarlo cuando fuera necesario –si una persona descubre todo esto, ¿No es de suponer que todos sus homólogos también lo descubren? ¿Cómo es posible entonces que los desaparecidos se encarguen de remplazarse a sí mismos cuando ellos también son conscientes de todo?

-No lo son. –dijo Alex sin quitar la mirada del retrovisor. –el primer desaparecido supo de la existencia de los múltiples universos porque un no nacido se lo dijo. En ese momento esa persona, que hasta  entonces había estado unida a sus homólogos, pasó a ser la única entre todos ellos que sabía la verdad. Cada vez que actuamos, tenemos que ser conscientes de que nuestro trato con las personas normales afecta a que sus diferencias con sus otros yos sean cada vez mayores. ¿Puedes reducir un poco la velocidad? Veamos cómo se comportan. –había vuelto a cargar la pistola.

Estaban ya en carretera. David redujo viendo cómo el coche que les llevaba siguiendo se iba acercando más y más.

-Es hora de que nos libremos de la carga. Lo más seguro es que les hayan avisado de nuestra llegada a Salamanca, por lo que por desgracia tendremos que aparcar a las afueras. No podemos arriesgarnos.

El vehículo ya estaba prácticamente encima de ellos cuando empezó a adelantar. David había puesto las luces de emergencia fingiendo una avería, cosa no extraña viendo el aspecto del Seat.

Alex sostuvo la pistola apuntando a la ventana del conductor. David se pegó a su asiento dejándole hueco. El coche pasó, y se puso delante haciendo caso omiso de su presencia ¿Podía ser que se hubieran preocupado por nada? Alex se mantuvo quieta separando el dedo del gatillo, finalmente se volvió a poner mirando a la carretera y volvió de nuevo a lo que estaba haciendo. Respiró tranquila.

-Sigue reduciendo y aparca a un lado. Dejemos que tomen delantera. No podemos estar seguros de nada, pero no seré yo quien actúe primero.

Pararon en el arcén. Poco a poco el coche iba desapareciendo en la lejanía.

-¿Entonces? –prosiguió David. Para su sorpresa estaba tranquilo, en aquellos días se había ido  acostumbrando a aquellas situaciones de tensión. No le había dado la más mínima importancia a lo que acababa de ocurrir -¿Un no nacido creó a los desaparecidos?

-Eso es lo que se cree, si. No se ha podido comprobar y nadie sabe quién pudo ser, pero el hecho es que es la única manera de que esa organización apareciera. Ahora actúan en no se sabe cuántos universos. Creía que el principal era el nuestro, pero si lo que nos ha dicho Fabio es cierto, este puede ser el original.

-¿Y no podemos pedir ayuda a los no nacidos que vivan en Salamanca?

-Dudo mucho que quede alguno con vida.

No dijo nada más. David volvió a arrancar.

Al poco tiempo las torres de la catedral empezaron a verse en la lejanía.

Aparcaron justo a la entrada de la ciudad en el parquin de un centro comercial. Alex volvió a coger la bolsa del maletero y a echársela a la espalda. Se había quitado el moño que acostumbraba a llevar dejándose el pelo suelto cubriéndole parte de la cara. Las gafas de sol y el cuello alto del abrigo hacían que costara reconocerla a primera vista.

David aprovechó que estaban rodeados de tiendas para comprarse un nuevo abrigo y una nueva bufanda que también le tapara los rasgos reconocibles.

Era pronto, pero decidieron parar a comer allí y descansar antes de dirigirse directamente al Midwife. David le contó a Alex sus sospechas sobre que S.J estuviera en aquel lugar.

Alex admitió que también lo había pensado pero que, si eso era cierto, la situación podía ser más complicada de lo que habían esperado en un principio.

-Sabemos que la biblioteca de Gabriel y Galán está en posesión de los desaparecidos. Si queremos entrar allí existe la posibilidad de que no salgamos de nuevo.

miércoles, 17 de marzo de 2021

VEINTIUNO (Despedida)

 


Siempre me burlé de los que se rendían, y mírame ahora, escribiendo el último adiós, mi última página en este diario.

Hoy Jess me ha seguido hasta la biblioteca y me ha preguntado qué estaba haciendo allí. Como era lógico no la he podido responder. Jess, si supieras lo mucho que siento todo…

Por fin entendí qué era lo qué me atraía de la leyenda que me ha tenido tan obsesionado últimamente. La verdad ha estado delante de mis narices todo este tiempo e idiota de mí, no he sabido verla hasta ahora.

Si tomo esta salida es porque no veo otra forma de proteger tanto lo descubierto como a mis seres queridos. Está claro que me he metido en algo muy superior a mis capacidades.

Ellos no pueden saber la verdad. Cada vez amenazan más con hacerles daño a quienes quiero, y yo, por mucho que lo intente, no puedo hacer nada. Con mi muerte todo habrá acabado.

Estoy cansado, estoy muy cansado.

David, estés donde estés solo espero que te vaya bien. Deseo que nada de esto te salpique, y si acabas metido en esta búsqueda, rezo por que seas más fuerte que yo. Por desgracia estás metido en esta mierda tanto como todos nosotros.

Pese a habernos separado, me siento orgulloso de haber sido tu amigo.

Papá, mamá, siento mucho todo el daño que os he hecho. Sé que como hijo fui difícil y no os dejé más opción que la de alejarme de vuestra vida.
Entiendo lo que hicisteis. No sé cuántas veces he estado parado delante de vuestra casa deseando llamar a la puerta, deseando volver.

Nunca me atreví a dar el paso.

Jess, te quiero. No sabes lo difícil que se me hace escribir estas palabras. Quiero que sepas que nada de esto fue tu culpa. Solo eres una víctima más de mi existencia.

Vive tu vida, o mejor dicho, empieza a vivirla ahora que no me tendrás haciéndote de ancla. Eres capaz de mucho, y estoy seguro de que vas a demostrarlo.

No me queda más que decir. Tengo preparado mi último pico. Me tumbaré y me quedaré dormido. No habrá dolor ni agonía. El sufrimiento habrá acabado y no tendrán motivos para hacer daño a nadie.

Alex, si este diario llega a tus manos, no te culpes de mi muerte. En estos últimos meses me diste un motivo para seguir adelante, y aunque el peligro llamó a mi puerta al mismo tiempo, no fue algo que pudieras controlar.

Me gustaría decirte lo que descubrí de la escalera, pero es demasiado peligroso.

Siento haber sido tan débil como para tomar esta decisión.

I.C

 

Alex cerró el diario. Había decidido aprovechar el tiempo en el coche para centrarse en aquellas páginas. David conducía completamente ajeno a su contenido. Estaba desolada.

Los desaparecidos se habían adjudicado la muerte de Iván, y por una parte ellos habían sido los culpables de ella. Pero la realidad era mucho más compleja y cruel. Iván se había visto acorralado y como única salida había decidido quitarse de en medio. Se había suicidado.

Miró a David desde el asiento del copiloto. No habían tenido problemas en llegar al coche. Desde que habían salido del Yelinas no habían parado de correr hasta alcanzarlo y luego, bueno, habían tenido todo ese tiempo en silencio mientras ella leía y él conducía.

Se le veía cansado.

-¿Ocurre algo? ¿Has acabado? –ella asintió. – ¿Y bien? ¿Dice algo más del libro? ¿Alguna pista que nos diga cómo seguir?

Alex no sabía muy bien qué responder. La carretera estaba completamente vacía, no se habían encontrado con ningún coche desde la salida de Salamanca.

-Será mejor que aparques en el arcén. –se limitó a decir conteniendo una lágrima. En el poco tiempo que había estado trabajando con Iván le había cogido aprecio. Había sido, después del no nacido que le había salvado la vida, la primera persona a la que se había acercado tanto física como emocionalmente.

-¿Ocurre algo? Me estás preocupando –intercalaba la mirada entre la carretera y ella. Su voz era intranquila. Tras unos metros más recorridos, giró el volante y bajó la velocidad.

Aparcó lo mas pegado al borde que pudo y puso las luces de emergencia. Quitando la iluminación que proporcionaban los faros, el exterior era una enorme llanura de oscuridad.

Se quedaron unos minutos en silencio, él con miedo a preguntar, ella sin saber cómo soltar la noticia. Finalmente Alex le tendió el diario abierto por el último escrito.

David lo aceptó y se puso a leer. Una lágrima contenida recorrió la mejilla de Alex en lo que esperaba. La tensión era prácticamente inaguantable. Él cerró los ojos una vez hubo acabado.

-Esos hijos de puta asumieron la culpa de su muerte con orgullo. Le forzaron hasta hacerle quitarse la vida. –Salió del coche sin decir nada más, ni siquiera se preocupó de ponerse el chaleco reflectante ni mirar si venían coches. Simplemente necesitaba aire, sentía que se ahogaba.

Gritó, tiró el cuaderno contra el parabrisas, le pegó un puñetazo al capó, la ira contenida de aquellos días desbordó sin poder hacer nada para evitarlo.

Alex se mantuvo en el coche mirando aquella escena. Lloraba en silencio, cansada de todo aquello, de todas las muertes, cansada de perder.

Una vez se hubo calmado, David cogió un cigarrillo, se sentó en el capó y empezó a fumar.

-¿Me das uno? –Alex había salido a hacerle compañía. Había recogido el diario del suelo y ahora lo tenía en las manos. –siento haber metido a tu amigo en todo esto. Nunca quise que le pasara nada.

Fumaron los dos sin decir una sola palabra, mirando aquel horizonte de negrura.

Cuando empezaron a tiritar se metieron de nuevo dentro resguardándose del frio.

-Estamos cansados, será mejor que nos retiremos de la carretera y descansemos un poco. No podemos saber lo que nos espera en Ávila, por lo que será mejor dormir antes de llegar.

Llevaban poco más de la mitad del camino recorrido, les debía faltar una media hora como mucho, pero Alex tenía razón, si las cosas estaban tan mal como les había pintado Adriana, era mejor que llegaran descansados y protegidos por la luz del día.

Tomaron la primera desviación en un camino de tierra que servía de acceso a los campos de trigo de la zona,  y aparcaron dejando la furgoneta escondida bajo un árbol. David salió y abrió el maletero con la esperanza de que su tía hubiera dejado algo de abrigo. Allí estaban las bolsas que habían cargado desde el piso del otro lado.

Abrió una de ellas encontrándose con todo un arsenal, cargadores, pistolas, un par de escopetas… no tenía la más mínima idea de cómo Irene había sido capaz de obtener todo aquello.

Abrió la segunda bolsa donde encontró lo que buscaba, comida y mantas. Estaba claro que su tía estaba preparada para cualquier situación.

Volvió a entrar en el coche y le entregó el abrigo a Alex. Sacó la petaca, bebió, y la pasó sin decir nada.

-Me gustaría que me enseñaras a disparar. –le dijo con la mirada perdida. Ella bebió otro trago, le puso la petaca en el pecho y salió del coche.

-Vamos. –él la siguió.

-Mi luger no tiene silenciador a sí que tendremos que practicar con la que te dio Irene.

David la sacó de la mochila, era pesada y fría, no era un tacto desagradable, pero sí generaba un sentimiento extraño en él. Por una parte estaba la idea de estar cogiendo algo peligroso.  También el estar cometiendo, no solo algo ilegal, sino a demás un error. No era ningún juguete y el mismo objeto te avisaba de ello.

Se la tendió a Alex quien la miró y sacó el cargador vaciando también la recámara. Le explicó su funcionamiento y sus partes. Le dio unas rápidas nociones de cómo se desmontaba, limpiaba y volvía a montar. Le dejó claro cómo utilizarla con seguridad, qué debía y qué no debía hacer y finalmente, la volvió a cargar. Se la tendió para que repitiera paso a paso todo lo que había hecho.

Una vez todas las explicaciones quedaron grabadas, había llegado la hora del ejercicio práctico.

Sacó del maletero un par de latas de comida y las apoyó en un muro a no más de seis metros de donde estaban colocados.

-Agárrala con firmeza. El retroceso es fuerte así que tenlo en cuenta a la hora de disparar y que no te pille por sorpresa.

Apunta, respira y tómate tu tiempo. Acostúmbrate a su peso, a la presión que ejerce el gatillo sobre tu dedo.

Amartilló el arma, apuntó y respiró profundamente.

Aquello parecía irreal, nunca se hubiera imaginado en aquella situación. Aun estando viviéndola en esos momentos, le costaba creer lo que estaba haciendo.

Volvió a respirar liberándose de los nervios. Tenía un miedo irracional a jalar el gatillo.

Resistiéndose a ello, disparó.

Sintió un tirón en el brazo, pero pudo contenerlo. Como era de esperar las latas seguían intactas, pero el objetivo de todo aquello era más el acostumbrarse a la situación.

El peso en sus manos se notaba cada vez más, David trató de no hacerle caso. La adrenalina y el desahogo que aquello proporcionaba podían más que el cansancio.

Vació un cargador, cogieron otro y siguió disparando. De vez en cuando Alex le daba algún consejo o le corregía la postura, pero por lo demás, le dejaba actuar.

No supo cuanto tiempo estuvieron así.

Cuando ya no pudo más, puso el seguro y dejó que se enfriara el cañón antes de volverla a guardar en la mochila. Se dio cuenta de que estaba llorando.

-Será mejor que la tengas más a mano cuando lleguemos a Ávila.

David asintió, la verdad es que no se veía capaz de usarla llegado el momento, no tenía esa intención al menos. Simplemente el quitar una vida a alguien era una línea que no pensaba cruzar.

Igualmente aquel ejercicio le había venido bien para relazarse. Iván se había suicidado, era un hecho que no podía negar y con el que tendría que vivir el resto de su vida.

Recogieron las latas ahora agujereadas. No se le habían dado mal aquellas prácticas. No podía decirse que se hubiera hecho un experto en tan poco tiempo, pero al menos ahora podía decir que sabía lo que hacía.

Entraron en el coche y se pusieron las mantas por encima.

-Ahora descansemos un poco. Mañana será un día largo.

 

 

Tal como había calculado el día anterior, tardaron media hora en llegar a Ávila. En esa época del año la ciudad estaba nevada dejando una escena de la ciudad amurallada completamente blanca.

Decidieron parar en la cafetería de los cuatro postes a tomarse un café, asearse un poco y decidir lo que harían a continuación. Apenas habían recorrido 100 km pero se sentían como si se hubieran cruzado el continente entero.

El humilladero de los cuatro postes era un monumento situado a la entrada de la ciudad. Constaba de cuatro columnas dóricas con sus arquitrabes en la parte superior y el escudo de la ciudad en ellos.

En el centro del cuadrado, se erigía una cruz de granito desde donde se podía ver toda la ciudad.  Hacia frio, pero igualmente pidieron el café para llevar y se lo tomaron admirando aquellas vistas.

-Allí está la catedral. –señaló Alex. –si mal no recuerdo, los Atlas hablan de tres puntos de cruce en esta ciudad, el cuarto, que es el de la catedral, no se sitúa entre ellos. La iglesia siempre fue reacia a hacer públicas sus aristas. De los tres, según Adriana, dos de ellos ya han sido expuestos por los desaparecidos. –señaló en la distancia a dos lugares separados, uno interior y otro exterior a las murallas. –El tercero aún aguantaba cuando salimos del Yelinas, aunque no es de extrañar que lo ataquen de un momento a otro, ya están en sobre aviso.

-Esperemos que no sepan de la existencia del de la catedral.

-Aunque lo supieran tendrían difícil el hacerse con él. Las puertas siempre están camufladas y en un lugar tan grande no les resultará fácil encontrarla sin la ayuda de los gemelos. A partir de aquí será mejor que lleves tu arma a mano, no sabemos lo que nos espera al entrar. –se dio media vuelta y se volvió a dirigir al coche.

Dejaron el Chrysler cerca de la plaza de Santa Teresa, comúnmente llamada del mercado grande.

 Se aseguraron de llevar consigo todo lo necesario. Alex sacó del maletero la bolsa con armas y se la puso a la  espalda, no sabría si la necesitarían. David se metió la beretta en el bolsillo de su gabardina y se colgó la mochila de tela debajo de esta para asegurarla aún más.

Cruzaron la puerta del Alcázar, pese a que David conocía muy bien aquella ciudad, le seguía sorprendiendo la conservación completa de la muralla. Aquella puerta era la más conocida de las nueve que tenía todo el perímetro.

Caminaron en dirección a la catedral. Estaba cerca de allí, justo pegada a la muralla, pero igualmente tardaron más de la cuenta debido a la nieve y el hielo. Según se iban acercando el corazón de David empezó a palpitar con más fuerza.

-¿Cómo sabremos si está comprometido el punto? –preguntó.

-La única información que tenemos es el nombre de los gemelos. Dudo mucho que reconozca a alguien de los desaparecidos aquí, por lo que tenemos que confiar que todo salga bien y estar atentos a cualquier situación. Por suerte para nosotros existen los tatuajes identificativos.

David se tocó el antebrazo. Se había quitado el envoltorio de plástico que protegía el tatuaje. La piel seguía irritada desde ayer, pero aquello le daba demasiado calor para conducir. Se había dado la pomada que le había dejado Andrea y por lo que parecía, no había tenido ningún efecto adverso del que preocuparse.

La catedral estaba en una pequeña plaza en forma de ele que abarcaba el frente y un lateral de la misma. El templo, comparándolo con la de salamanca, era bastante pequeño, pero eso no le quitaba su aspecto señorial e imponencia.

Era bastante austera en lo que a decoración se refería, de un estilo más románico que gótico donde destacaba la falta de unos de sus dos torreones. Había sido una catedral fortaleza con todo lo que ello se refería, muros inmensos de piedra, saeteras y almenas.

En el centro de la fachada asimétrica se encontraba una portada de arcos en punta a la que llamaban la puerta Norte.

-Bien, no tiene sentido la demora. Entramos, preguntamos por el padre Fabio, y a partir de ahí ya vamos viendo.

Tuvieron que pagar por entrar cosa que David nunca había visto con buenos ojos. No entendía cómo un templo que debería de abrir los brazos a cuanta más gente mejor, cobraba la entrada con la escusa del mantenimiento. Aceptaba que tenían que sacar el dinero para ello de alguna forma, pero también tenía claro que haciéndolo así solo provocaba rechazo más que bienvenida.

El interior de aquel lugar sorprendía. El edificio de tres naves tenía una clara superioridad del alto frente al ancho provocando un pequeño sentimiento de vértigo al mirar para arriba.

Al fondo, el retablo del altar mayor todo en dorado destacaba frente al resto del espacio más grisáceo.

Caminaron agarrados del brazo haciéndose pasar a la perfección por una pareja de turistas. Paseaban tranquilamente al tanto de cualquier cosa que se saliera de lo normal.

No había apenas gente, cosa que era normal a aquellas horas de la mañana. Al llegar al crucero se sentaron en uno de los bancos.

-Se ve todo como muy normal. ¿Seguro que aquí hay un punto de cruce? –dijo pensando en el Yelinas.

-Cada punto es distinto al resto. Una vez crucé uno que estaba metido en un pozo de un patio de Córdoba. De ahí que nos valgamos de los atlas y de ahí que los quieran con tanta ansia los desaparecidos.

-¿Estás bien? –no habían hablado de lo de Iván desde la noche anterior.

-¿Lo estás tú? Tú fuiste su amigo por más tiempo. Aunque no supierais el uno del otro, para él seguíais siendo los mismos niños. –le miró fijamente a los ojos. David era la primera vez que se daba cuenta de que los tenía verdes. Nunca se había  detenido a mirar sus rasgos, se la veía cansada. Los años se le habían echado encima debido al tipo de vida que había llevado. Un aire de tristeza recorría su semblante, no solo debido a la reciente pérdida, sino a todas las que había sufrido a lo largo de su vida.

-Lo único que siento en estos momentos es rabia y arrepentimiento.  No pude hacer nada por él en vida, pero espero poder compensárselo ahora. Jess ha ingresado en un centro de desintoxicación. Me encontré con ella antes de ir a la casa de Jaime. Se la veía destrozada, pero vi en ella un aire de esperanza al que quiero aferrarme yo también.

-Los vivos tenemos que seguir viviendo. –asintió Alex. –por más que cueste, les debemos al menos eso a los que se fueron.

Sentados en frente del ábside, rodeados de todo aquel misticismo, se sentían seguros.

Vieron cómo un hombre se acercaba directamente a ellos.

-Ten la pistola a punto. –le susurró Alex haciendo como que no se daba cuenta.

El hombre se paró delante de ellos.

-Adriana me dijo que vendríais. –tenía un tono de voz suave. Les sonrió. –soy Fabio, supongo que debéis de ser Alex y David. Si me podéis enseñar vuestras saturnias… no creo que tengamos mucho tiempo.