El cartel de se busca se
encontraba clavado en la puerta de todos los establecimientos de aquella
desolada ciudad. Mostraba aquello por lo que todos sus habitantes se escondían
en sus casas.
¿Mostrar? Bueno, esa puede que no sea la palabra adecuada ya que
en el cartel, de papel ya amarillento por el tiempo, únicamente ponía: “Se
busca, muerto y enterrado, al bandolero Tabú por crímenes que no logramos a
recordar” (Y en la esquina derecha de abajo se remarcaba) “No queremos saber nada del tema”.
Nadie se atrevía a decir nada de
aquel llamado bandolero Tabú y su gran banda de jinetes de los que solo se
sabían sus nombres. Se encontraban pistoleros como Sexo, del que se sabía tan
poco como su jefe puesto que todos tenían miedo a hablar de él, a más desconocido
más peligroso parecía ser. Evolución y
Religión, tan unidos e incomprendidos como los que más, aparentemente siempre
discutiendo pero hermanos de la misma madre. Muerte, temido como ningún otro y
a quien sin embargo nadie había visto la cara y había vivido para contarlo.
Muchos otros hombres al servicio
de Tabú causaban el terror entre los habitantes del lugar, quienes, sin razón
aparente, los convertían en hombres peligrosos debido al poco conocimiento que había sobre ellos, los
convertían en puros desconocidos, en hombres a los que temer por delitos solo
cometidos por la ignorancia.
La ciudad a sus pies parecía
completamente abandonada, volvió a mirar al cartel que acababa de arrancar de
una puerta cerrada a cal y canto y arreó su caballo para que siguiera adelante.
Era increíble el daño que el
miedo a hablar y el no saber podían hacer sobre aquellas personas víctimas y
culpables de sus propias desgracias, sin valor siquiera a salir de sus casas y
mirar a la cara a la realidad, esclavas de sus propios prejuicios.
Tabú no miro atrás, siguió hasta
su campamento a las afueras para avisar a sus compañeros, tenían que proseguir
con su camino.
En aquel pueblo, tampoco les
querían.