Oriol la miraba todas las mañanas al ir a comprar la fruta, soñando en
el día que tuviera valor para presentarse y por fin, conocer su nombre.
No era la frutera (aunque esta a decir verdad tampoco era fea), sino la
chiquilla que siempre se le adelantaba a la hora de coger el numero de la cola.
Sabía que para el resto del mundo ella podría pasar desapercibida, pero
para él resultaba ser de un atractivo que solo las personas que creen en el
amor a primera vista podrían conocer. No sabía nada de ella, pero su sonrisa le
había robado el corazón y sus ojos hacían que ardiera en deseos por saber más de ella.
Su voz era aun mejor, la oía leer la compra que tenia apuntada en un
pequeño papel y no podía evitar cerrar los ojos. Eran de esas voces de las que
no te importa su procedencia, solo volverlas a escuchar una y otra vez.
Pero entre todas esas cosas, nada se podía comparar con sus gestos. Si todo
lo demás había hecho que fuera a esa tienda cada día, las arrugas en la nariz
al sonreír, el hinchar los mofletes cuando estaba concentrada en algo, el hacer
sonar la lengua cuando se aburría esperando a la cola le había impedido pensar
en nada más que en ella hasta la hora de dormir.
Repito que no la conocía de nada, pero era lo que más deseaba en el
mundo, conocerla, saber su nombre, quién era, en qué trabajaba… pero nunca conseguía
tener acopio de valor para presentarse.
-Perdona, me he fijado que todos los días coges número detrás de mí y
siempre me he preguntado cómo te llamabas.
Oriol tardó un poco en reaccionar.
-¿Perdona? –repitió la chica mientras Oriol seguía ensimismado. –tal vez he sido un poco directa presentándome. Me
llamo Dakota.
-Oriol. –Respondió aun sin creerse lo que estaba pasando. “Dakota, se
llama Dakota”
A partir de ese momento todo siguió por sí solo, estuvieron hablando de
todas las cosas de las que se podían hablar mientras se tomaban un café,
rieron, discutieron sobre algunos temas, pero esa hora que estuvieron juntos se
convirtió en apenas unos segundos para ambos. Antes de separarse cada uno para su trabajo se
miraron y ella se atrevió a dar el primer beso.
-Una pena que me haya atrevido a decirte hola el día antes de mudarme. –dijo
con su frente pegada a la de él.
Ya habían hablado de su mudanza en la cafetería por lo que a Oriol no
le apareció por sorpresa el comentario y sin embargo, le dolió como si fuera la
primera vez que oía la noticia.
-Una pena que yo no me atreviera antes que tú. – se limitó a decir
antes de darse un último abrazo y desearla buen viaje.
A la mañana siguiente se levantó, se vistió y fue directo a trabajar,
no se molestó en ir a la frutería, allí no había nada más que fruta, y la
frutera.
Qué tierna historia. Nunca hay que perder la esperanza de un posible encuentro. El final nunca está escrito.
ResponderEliminarMe encantó leerte.
Saludos.
Gracias Aurora, siempre un placer leerte.
ResponderEliminarBonita historia, me gusta. Enhorabuena señor escritor ;)
ResponderEliminarGracias amigo pero yo soy solo principiante.
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