La gravedad,
la gravedad en ocasiones nos juega malas pasadas.
Todos los
días sentimos su peso al levantarnos de la cama. Nuestras bajillas y vasos de
cristal son grandes perjudicados de esta hasta el punto en el que nos acabamos
quedando sin ellos. De hecho, si algo se puede romper, da por sentado que tarde o temprano la gravedad lo hará.
Móviles con
la pantalla rota recorren nuestras calles victimas de nuestra amiga “G” y unas
manos torpes.
Rodillas
peladas de niños pequeños, caderas rotas de ancianos, nadie se salva de la
gravedad y sin embargo, nos esforzamos constantemente por luchar contra ella.
Los aviones y
avionetas nos demuestran que somos capaces de vencer a esta fuerza invencible.
El
paracaidismo, puentin, parapente, rapel… todos ellos son ejemplos que nos dicen
que también podemos aprovecharnos de ella y disfrutar de su acechamiento.
El baile, las
acrobacias, los malabares, nos señalan que podemos ignorarla y hacer como si no
existiera, y es que al fin y al cabo, nosotros podemos hacer cualquier cosa.
Si nos
caemos, levantamos, si nos dañamos, nos curamos, si algo no nos gusta,
aprendemos a convivir con ello de la manera más llevadera.
Nunca me había parado a pensar en la gravedad detenidamente. Buena reflexión Rendan. Mi hijo es íntimo amigo de G, anda siempre por el suelo hecho un cristo jajajaja.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Paulena, yo creo que todos hemos tenido la época de vivir más en el suelo que de pie.
EliminarHay quien nunca pone los pies en el suelo...
ResponderEliminarUn abrazo, Rendan
Y hay quien no se atreve a dejarlos volar. Un abrazo Luis.
EliminarEso es mucho peor...
EliminarCuriosa reflexión. No me había detenido nunca a pensar en ello.
ResponderEliminarMis pies están en el suelo, mea culpa,
pero mi mente tiene alas, no me gustaría caer.
Un abrazo, Rendan.
Muy inteligente y lúcida esta entrada! Me ha encantado reencontrarte!
ResponderEliminarGracias lo mismo digo, ya hacia tiempo.
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