¿Crees
en el destino? ¿Crees que las personas nacen por alguna razón en especial? ¿Que
sus vidas tienen un objetivo?
Si
crees todo eso es que no eres más que un ingenuo que aun no ha vivido lo
suficiente como para ver que las cosas ocurren por el simple “porque si”. Y es que el ser humano es un ser cuyo ego solo es superado
por su afán de autodestrucción.
Eso
es algo que aprendí hace mucho tiempo, pero esta no es mi historia.
¿Que
quien soy? Soy una simple narradora, una observadora de historias, una
archivista del tiempo que no se mete en los asuntos humanos.
¿Mi nombre? Puedes llamarme Ubi, y
como he dicho, esta no es mi historia.
Si
eres de los que no creen en un destino predefinido este es tu sitio, si por el contrario, eres
de los ingenuos, aun tienes tiempo para cambiar.
U.S
No era la primera vez
que David se despedía de un amigo en esas mismas circunstancias, no había ido a la misa pero, viendo las
cuatro personas que habían ido al cementerio, podía suponer que no se había
perdido nada especialmente emotivo.
Iván había sido siempre
un capullo que mantenía a sus conocidos lo más lejos posible.
El suelo había quedado
embarrado debido a la lluvia que no paraba de caer, durante toda la mañana no había
habido ni una sola nube en el cielo pero, nada más cruzar la verja se había
oscurecido todo como si de una película en blanco y negro se tratara.
Entre los presentes, no
había nadie preparado para aquel cambio de temporal tan repentino, en vez de
gabardinas, sombreros y paraguas, ahí solo había cuatro “donnadies”, cinco si
contábamos con el cura, calándose por completo y para nada vestidos para la
ocasión.
Ahí estaba él,
fumándose un cigarrillo mientras la lluvia le caía encima, el cura en ese
momento estaba soltando un sermón que suponía que reutilizaría para todos los
actos de ese estilo y al que nadie estaba haciendo caso.
Enfrente, se
encontraban la novia y el camello del muerto, ambos habían estado presentes en
el momento en el que ocurrió la tragedia, lo increíble es que ellos no
estuvieran siendo enterrados a la par ese mismo día.
David la saludó con la
mirada.
A la novia la había
conocido cuando su amigo había empezado a salir con ella, no lograba recordar
su nombre, no podía decir que le callera mal, le había resultado más bien
indiferente desde el principio, era prácticamente como le habían gustado
siempre a Iván, con mucho pecho y poca cabeza, ella ya estaba metida en la heroína
mucho antes de que estuvieran juntos por lo que por lo menos, no se podía decir
que uno malmetió al otro en aquel mundillo de mierda.
Viéndolo de otra manera,
se habían apoyado mutuamente mientras bajaban por esa escalera de
autodestrucción, con la diferencia de que uno había alcanzado el final antes
que el otro.
Se la veía destrozada,
estaba claro que aun estaba con el subidón del chute que se debía haber metido
antes de aquello, las gafas de sol le tapaban los ojos pese a no necesitarlas,
pero las lagrimas, negras del maquillaje corrido, caían por su mejilla dejando
un rastro.
Se había intentado
arreglar para la ocasión poniéndose un vestido negro de mangas largas que debía
utilizar para salir de fiesta por las noches y que en estos momentos estaba
empapado dejando ver las curvas de su cuerpo, los brazos entrecruzados
cubriéndose del frio solo aumentaban la sensación de delgadez debida a un claro
principio de anorexia o una falta de alimentación preocupante.
A David le sorprendía
que aun hubieran seguido juntos después de tanto tiempo, ¿Cuánto había pasado?
¿Cuatro años? Casi se habían convertido en una entrañable pareja de yonquis,
hasta que la muerte les separó. David no pudo evitar pensar que no iba a pasar
mucho tiempo hasta que se reencontraran de nuevo.
Su acompañante la
consolaba echándole el brazo por encima, de él sí que no podía decir que le fuera
indiferente, nunca había soportado a ese tío, la mierda que vendía ya se había
llevado a tres de sus amigos antes, e Iván ahora era el cuarto, tenía pensado
hablar seriamente con él una vez hubiera terminado todo aquello, y no precisamente
iba a utilizar palabras.
Era un tío esmirriado
con la cabeza rapada que no paraba de sorber por la nariz como si estuviera
siempre constipado, le había conocido tiempo atrás cuando aun eran cinco en la
pandilla, ahora ya solo quedaba él vivo.
Le habían abierto las
puertas de su casa, le habían dejado entrar y él, se había llevado todo
mientras dormían dejando cuatro cadáveres con agujas pinchadas en el brazo en
el proceso.
Habían creído que era
un amigo, luego pasó a ser el que les pasaba el material a precio cliente vip
destrozando sus vidas al cambio.
La camisa arrugada se
trasparentaba con el agua mostrando una imagen bastante desagradable para el
espectador, los pantalones de chándal de color gris oscuro se hacían pasar sin
éxito por unos de traje al igual que sus zapatillas negras desgastadas por el
uso trataban de hacerse pasar por unos zapatos de vestir.
David no lo soportó más
y metió su mano en el bolsillo interior de su chaqueta para sacar la petaca, le
dio un trago calmándose en el proceso, para él este era su vicio, nunca había
llegado al nivel de sus viejos hermanos, nunca se le había acercado una jeringa
al brazo pero no podía decir que estuviera libre de pecado.
Había dejado que ellos
lo hicieran, se había callado mientras veía como poco a poco todos se consumían
a velocidades agigantadas. Él se había dado al embriagador sabor de la ginebra,
había llegado a aceptar su alcoholismo al igual que la muerte prematura de
todos los que le rodeaban, había sido su forma de escapar de aquella realidad,
bueno, eso y haberse largado lo más lejos posible de aquella ciudad que le
generaba tan malos recuerdos.
A la mujer, que formaba
el quinto y último miembro de ese grupo de personas conocidas por el difunto,
no terminaba de situarla en ninguno de sus círculos.
Destacaba
principalmente por ser la única que no destacaba en una escena de funeral como
aquella, bien vestida con un vestido negro y una gabardina cerrada, unos
zapatos de tacón que debían costar más que todas sus pertenencias juntas, por
no hablar de unos pendiente que aparentaban ser de oro macizo.
Era la única que había
llegado con el padre y el cadáver, de la misa de despedida, por lo que era de
suponer que era la única que había asistido a la iglesia, Iván no tenía
familiares vivos, o mejor dicho, sus familiares le habían enterrado mucho
tiempo atrás cuando aun este respiraba y no habían querido volver a saber de
él. David había sido la única familia que le quedaba hasta que decidió irse a
vivir a Granada y alejarse de todo aquel mundillo.
Los dos señores encargados
del cementerio, que habían estado separados para no molestar, se acercaron al
gesto del cura una vez este hubo acabado el sermón. Cogieron unas cuerdas y
empezaron a bajar el féretro lentamente.
-¿Alguien quiere decir
algunas palabras?
Todo el mundo se
mantuvo callado, nadie tenía nada que decir, todos querían acabar con eso lo
antes posible para poder seguir con sus miserables vidas.
La novia y el camello
fueron los primeros en darse media vuelta y largarse hacia los coches no sin
antes volverse a cruzar las miradas una última vez con David.
David no se movió, dio
un trago mas a la petaca mientras veía como bajaban a su amigo y empezaban a
echar tierra encima, no sabía quien había pagado todo aquello pero suponía que
la mujer de al lado había sido la responsable, de los presentes, era la única
con aspecto de poder permitírselo al menos.
Esperaría hasta que
todo el proceso acabara y luego buscaría un bar para seguir con la despedida,
al día siguiente ya iría a pedir explicaciones al drogata que se acababa de
largar, no había prisa, sabia de sobra donde encontrarle.
La mujer que estaba a
su lado tampoco hizo por moverse, el silencio lo gobernaba todo mientras veían
el trabajo de aquellos hombres bajo la lluvia.
Una vez hubieron
acabado, fue el padre quien se acercó a él.
-Mis condolencias.
–dijo dándole la mano antes de despedirse. –señora. –la mujer hizo un gesto con
la cabeza a modo de agradecimiento. No dijo nada más y los dos se quedaron
solos.
El silencio se había
vuelto incómodo, ahí estaban los dos mirando una tumba recién ocupada, bajo la
oscuridad de una tarde de tormenta, mojados e incómodos, pero sin atreverse a
despedirse definitivamente.
-Me da un trago. –la
voz de la mujer le sorprendió rompiendo aquella tranquilidad, hablaba bajo,
pero no pudo evitar escuchar el extraño acento. Se giró hacia ella y le pasó la
petaca, ella la recibió y bebió sin hacer ningún gesto de disgusto en el
proceso, no se la devolvió hasta haber pegado varios tragos antes. –Gracias.
–dijo dándose media vuelta y yéndose por donde se habían ido los demás.
David bebió una última
vez y derramó lo que le quedaba en la tumba de Iván.
-Adiós cabronazo, nos
veremos más pronto que tarde.
Se guardó la petaca y
cogió las llaves del coche. Había decidido quedarse en un hotel a las afueras
de Salamanca, pese a ser de allí no le quedaba nadie con quien quedarse,
llevaba demasiado tiempo sin volver a aquellas tierras.
Volvió a mirar a
aquella mujer que en esos momentos estaba cogiendo un coche que claramente
había alquilado, no sabía quién era pero tampoco se había atrevido a
preguntarle por miedo a que le echara en cara algún aspecto de la vida de su
amigo, no había sido la primera vez que le habían hecho responsable de las
decisiones tomadas por otros y no quería que también le echaran en cara el ser
el único del grupo que actualmente seguía respirando.
Entró en el coche,
encendió la radio y se quedó un rato en silencio, el reloj marcaba las 19:00,
no quería volver a la habitación tan pronto, se encendió otro cigarrillo y se
lo tomó tranquilamente sentado en el asiento del conductor.
Una vez hubo acabado arrancó
y se dirigió al centro.
El rato en el coche
escuchando la radio le sirvió para reflexionar.
Primero había sido
Álvaro, luego Borja, Carlos y ahora le había tocado a Iván. Todos habían nacido
y vivido la infancia en aquella ciudad, ninguno había tenido ningún problema de
niños, no se podía decir que habían tenido una dura juventud, que habían nacido
en un barrio humilde o que habían estado metidos en habientes tóxicos desde su
niñez.
No, la dura realidad es
que todo lo que les había pasado, tanto a ellos como lo que le estaba pasando a
él mismo, se lo habían ganado por la fuerza, nunca les había faltado nada en la
vida, todos habían nacido en ambientes familiares que podían considerarse
normales, el resultado se había debido, exclusivamente, a sus malas decisiones.
Ninguno había sabido
apreciarlo hasta que había sido demasiado tarde. O mejor dicho, ninguno había
sabido apreciarlo. No les había dado tiempo a arrepentirse, cosa que envidiaba
ahora David.
Él seguía vivo, él era
el que quedaba, él y nadie más era el que tenía que aprender a vivir con la
ausencia de sus cuatro mejores amigos sabiendo que no había hecho nada para
evitarlo, que los había abandonado en el momento que más le habían necesitado.
Las calles de aquella
ciudad le resultaban demasiado conocidas y a la vez, no era la misma ciudad que
había dejado años atrás, ahora se sentía como un completo desconocido, un
simple turista, ya no pertenecía a aquel lugar aunque, para ser sinceros, nunca
había pertenecido del todo.
Por algo había decidido
desaparecer, huir lo más lejos que había podido y su currículum le habían
permitido. Nunca había terminado la carrera, no porque no le gustara estudiar
sino porque no consideraba que aprendiera nada, hoy en día las facultades
estaban repletas de señores que en vez de enseñar se dedicaban a mostrar lo
mucho que sabían ellos y lo poco que sabían sus alumnos.
El sistema de educación
había quedado reducido a mafias de personas que se ayudaban entre ellos para
mantenerse en puestos que no les pertenecían, los profesores se habían
convertido en otro tipo de políticos.
David había empezado a
estudiar una carrera, se había pasado nueve años en ella soportando a
gilipollas que le hacían sentirse como la ultima mierda, había llegado a
aprobar todas las asignaturas pero, llegado el momento de hacer el proyecto de
fin de carrera, simplemente había dicho basta, se había topado contra un muro
que no estaba dispuesto a saltar, y decidió huir a Granada a trabajar.
Los nueve años que se
había pasado estudiando y todo lo que había conseguido hasta entonces se vio
reducido a no tener un titulo que secundara sus conocimientos. Aceptó un curro
de camarero siendo completamente explotado y había vivido desgraciado
repitiendo la misma rutina día tras día hasta que recibió la llamada de la
policía con las malas noticias.
Después de años sin
hablar con él, Iván seguía teniéndolo como primero en las llamadas de
emergencias, la policía le contó lo sucedido, cómo se lo habían encontrado en
el piso de mala muerte de su novia boca arriba, se había ahogado con sus
propios vómitos tras haberse pinchado una última vez, no habían ni siquiera
intentado reanimarle.
En el momento que
recibió la llamada dejó el trabajo, ya que su jefe no le daba el día libre para
ir al entierro pese haber trabajado para él los últimos cuatro años, y volvió a
casa después de tanto tiempo.
Había decidido coger un
hotel después de mucho pensárselo, la última vez que habló con alguien de su
familia fue justo antes de decidir dejar la carrera. Sus padres siempre le
habían apoyado económicamente en sus estudios, para ellos de hecho era lo único
que importaba, por eso no se lo tomaron bien cuando decidió tirar a la basura
esos nueve años de su vida, a decir verdad nadie había entendido su decisión,
simplemente no entendían como había sido incapaz de hacer el supuesto último
esfuerzo.
Era hijo único por lo
que todo el peso de las expectativas de futuro habían recaído en sus hombros y
él no había podido soportarlo.
Sus padres nunca
entenderían que, pese a quedarle solo un último esfuerzo para convertirse en aquello
por lo que había estudiado, ese trabajo para él se había convertido en escalar
el Everest con el extra de soportar a cretinos que no paraban de meterle
piedras en la mochila.
Simplemente había
ocurrido así, y pese a que se arrepentía de muchas cosas, no habría sabido cómo
solucionarlo de otro modo. Además, la ginebra ayudaba a mantener la conciencia
separada de la realidad y poder sobrellevar todo.
Siguió conduciendo
hasta encontrar un sitio donde aparcar y no le cobraran nada, ya sabía a dónde
dirigirse, si es que el sitio después de tanto tiempo seguía en pie.
Dejó finalmente el
coche en un solar a la otra orilla del rio, desde allí se podía ver la imagen
tan conocida del puente romano con las dos catedrales. La ciudad seguía tan
preciosa como la había dejado, pensó que no tenía nada que envidiar con otras
más conocidas como Paris o Berlín.
Se dio cuenta que
habían arreglado la rivera entre muchos otros cambios, esa ciudad desde que la
recordaba siempre había estado en obras. Salamanca, en términos generales,
seguía siendo la ciudad dorada con sus edificios de piedra arenisca, sus
numerosas iglesias y monasterios y su olor a universidad.
Todo el centro estaba
peatonalizado con calles de adoquín ahora brillante por la lluvia, en muchos
aspectos le recordaba mucho a Granada, por algo había elegido aquella ciudad
entre otras muchas, para quedarse a vivir.
Ahora no tenía claro si
volvería o cambiaria de aires huyendo a otro lugar, ya nada le ataba, lo mismo
le daba un trabajo de mierda en una esquina del país que en otra.
Cruzó el puente romano
y se dirigió por la calle de Tente Necio hacia el centro. Siempre le había
gustado esa calle estrecha de edificios viejos y con una pendiente fuera de lo
normal. No veía a nadie fuera, había dejado de llover pero estaba claro que
nadie saldría con ese frio y humedad. Los bares estaban repletos de gente que
calentaba sus cuerpos con alcohol. La cuesta le hizo empezar a respirar fuerte
dándose cuenta de lo poco en forma que estaba.
La ciudad siempre había
sido una ciudad de borrachos, pero nadie se había parado a pensarlo.
Prácticamente lo único que se podía hacer en aquel lugar era trabajar y bajarse
al bar a pasar la tarde, hoy en día el trabajo había quedado reducido al de la
universidad y a los pequeños negocios que se alimentaban de estudiantes y
turismo.
Siguió caminando entre
charcos y silencio solo roto cuando alguien de algún local salía a fumar a la
puerta, tenía que reconocer que echaba de menos todo aquello, había pasado muy
malos momentos entre esos edificios, pero también los mejores años de su vida,
siempre acompañado de Álvaro, Carlos, Borja e Iván, la gran pandilla.
Cuando estaba llegando
al lugar de destino le alegró ver que este aun seguía existiendo. Se paró enfrente,
apuró el cigarro hasta casi quemarse los dedos y pasó a través de la puerta
bajando las escaleras de lo que él tiempo atrás había considerado su segunda
casa.
Volvía estar en el
Yelinas, y le alegraba ver que nada había cambiado.
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