miércoles, 22 de diciembre de 2021

DOS (Sofía)

 


Esa rabia que sientes ahora mismo en el cuerpo es la impaciencia por saber qué ha ocurrido.

No todo en esta vida tiene por qué saberse. En el mundo real muchos misterios quedan tristemente sin resolver y no queda otra opción que resignarse y aceptar que sabemos una minúscula parte de las verdades que se extienden ahí fuera.

Esta historia aún no ha acabado, de hecho no ha hecho más que empezar. Mantén esa rabia, mantén ese interés e impaciencia.

Todo tiene su recompensa.

Ubi Sunt.

 

-Hacía mucho que no veníamos aquí, y eso que lo tenemos al lado. –Sofía no podía estar más feliz, le encantaba aquella ciudad, allí, enfrente del restaurante donde Itahiza le había pedido la mano dos años atrás. Esa última vez que habían recorrido aquellas calles de Segovia.

-Eso siempre ocurre. Habremos ido a cien mil ciudades de cien mil países, pero en lo que se refiere a los alrededores de donde vives… no nos molestamos tan si quiera a mirar las bellezas de nuestra tierra. –la cogió por la cintura y le dio un tierno beso en la mejilla. En ese momento una pequeñísima tos les sacó de aquel romanticismo. –parece que la pequeña Sara se ha despertado. –los dos sonrieron. Por un momento ambos se habían transportado a aquella época en la que la idea de familia solo era el sueño de dos personas que se habían encontrado por cuestiones del destino.

Sofía cogió a la niña en brazos dejando a su marido con el carrito. El añito que acaba de cumplir ese mismo día apenas se notaba, era demasiado pequeña. Había nacido con tan solo ocho meses y pese a que ya no era aquel bichillo con los ojos cerrados y movimientos lentos, seguía siendo la cosa más pequeña que Sofía había visto nunca.

Volvió a toser medio dormida ajena a todo lo que le rodeaba. Se frotó los ojos con unas manos aun rechonchas y por definir.

-¿Te has atragantado Sara? ¿Te has atragantado? –la movió gentilmente entre sus brazos para que se volviera a dormir.

-Nuestra mesa ya esta lista. –dijo Itahiza que había entrado un momento a anunciar su llegada al camarero de la recepción.

“La tabernita” era un restaurante, o más bien casa de comidas, bastante poco conocido de Segovia. Era raro encontrar a alguien que no fuera de la ciudad comiendo en aquel lugar, solo sus habitantes, y más en concreto la gente de aquel barrio, eran conocedores de que en aquella calle, Martínez Campos, estaba el mejor lugar para comer de la zona.

Sofía e Itahiza lo habían encontrado de puro milagro la noche de su propuesta de matrimonio. Lo que había empezado como una escena lluviosa donde la mala suerte no había parado de ir en aumento, el fallo mecánico del coche, el error de reserva del restaurante de lujo en el que tenía pensado hacer la pedida… se convirtió en un bonito recuerdo en una pequeña tasca donde les habían tratado como si fueran de la casa.

La taberna, toda de madera, estaba en esos momentos repleta de comensales. El ruido de platos, jarras y personas hablando era casi ensordecedor. El calor proveniente de una vieja chimenea fruto de una remodelación de un viejo horno para el pan, se expandía por toda la estancia dejando un agradable contraste con respecto al frio del exterior.

Itahiza recordaba la desilusión que había tenido al entrar por primera vez en aquel lugar. ¿Cómo le iba a pedir a Sofía que se casara con él en un sitio como aquel? En esos momentos, ahí de pie con ella y su hija en brazos, le pareció absurda aquella preocupación.

El camarero les señaló desde su lugar en la entrada la mesa de madera en la que tenían que sentarse. El aspecto era el mismo, pero en aquel tiempo de ausencia ambos notaron que se había sofisticado bastante el ambiente. Ya no eran dos señores mayores, los propietarios, los que servían con tranquilidad a cada una de las mesas, sino que un grupo de camareros medianamente bien vestidos ahora se encargaban de todos los quehaceres de cara al público.

-Ahora vendrán a deciros la carta. –dijo uno de ellos guiñándole un ojo a la pequeña. –la sillita podéis dejarla sin problema al lado de la puerta, no sé si tenemos asientos para niñas de este tamaño pero seguro que podemos hacer un arreglo. –habló todo el rato dirigiéndose a la pequeña Sara, le tocó la naricita y ella hizo un gesto adormecida. Todas las personas de alrededor solo tenían ojos para ella.

Sofía cogió en brazos a su hija en lo que Itahiza replegaba el transporte del bebé y lo llevaba a donde le habían indicado. Al volver a su asiento, una silla alta con anticaidas ya estaba preparada entre los dos lugares donde se situaban su esposa y él.

-Este lugar me trae muy buenos recuerdos. –Sofía respiraba cada momento con una sonrisa en la cara que realzaba su belleza. Desde que había nacido la pequeña Sara no habían tenido tiempo, ni energías, para hacer una escapada. Esa misma semana habían decidido utilizar el primer cumpleaños de su hija como excusa para ello.

Habían pasado el día entero en Segovia. Habían salido pronto de Salamanca para aprovechar bien la mañana, se habían acercado a la granja de San Ildefonso a ver sus jardines y tomar un café y ya a las 12 se habían dirigido a la ciudad.

Se habían tomado el segundo café en la Plaza del azoguejo bajo la sombra del acueducto, donde Sofía había dado de comer a Sara. Habían dado un paseo hasta el Alcázar pasando previamente por la catedral donde habían encontrado un banco donde tomarse los bocatas que habían traído de casa y habían bajado finalmente por la tarde hasta el Mirador de la Pradera de San Marcos donde habían disfrutado de la magnífica puesta de sol.

Había sido un día perfecto y, mirando a su hija medio dormida, Itahiza tuvo que reconocer que igual había sido demasiada paliza para una niña de esa edad.

El camarero llegó con la carta sacándole de su ensimismamiento. Sofi se estaba dedicando a mirarle divertida.

-¿Haciendo un repaso de hoy? –le preguntó.

Él no pudo evitar reírse, aquella mujer le conocía demasiado bien.

Pidieron un vino, el menú del día que se basaba en un plato de cayos con garbanzos y cordero y una tabla de quesos de primero.

A su alrededor no quedaba ni una sola mesa vacía. El ruido de los cubiertos y personas hablando era bastante alto, pero aún así, la acústica permitía que la gente se pudiera entender sin la necesidad de gritar.

Llegó la tabla de quesos y la bandeja con el pan y los dos atacaron nada más les volvieron a dejar solos. Después de todo el día en movimiento con tan solo unos bocatas a la hora de comer, el hambre les había aparecido de repente a ambos.

Los cayos, pese a ser algo caliente en un día caluroso entraron con ligereza y disfrute.

La pequeña estaba ya despierta y se entretenía chupando el biberón ya casi vacío. Desde su asiento no mostraba el más mínimo interés en todo lo que ocurría a su alrededor.

Acabaron el puchero de cayos sin darse cuenta. Un camarero se acercó preguntando qué tal estaba yendo todo confirmando la opinión de Itahiza del nuevo aire snop que le habían dado al lugar.

En lo que les retiraban los platos Sofía levantó la copa de vino.

-¿Por qué brindamos? –preguntó manteniendo su sonrisa. Dios, estaba preciosa.

-Por muchos años más como este.

-Y porque pronto la pequeña Sara tenga un hermanito con quien jugar.

La verdad es que habían hablado de tener un nuevo hijo desde hacía apenas unas semanas. A los dos les iba bien en sus trabajos, ella era abogada en un pequeño bufete que había creado junto con otra amiga de la carrera y él por fin se había sacado las oposiciones de Bombero que tantos años le había costado conseguir.

Los dos eran jóvenes, estaban felizmente casados y ya se habían hipotecado atándose a una nueva casa que, si bien no era la de sus sueños, les permitía despreocuparse de dónde vivir los próximos años.

Aquel primer año les había demostrado que, aun siendo padres claramente primerizos, eran unos padres que estaban dispuestos a lo que fuera necesario por su pequeña.

Con todos estos datos la idea de tener un nuevo hijo se mostraba más atractiva y ansiada para los dos.

El camarero que les había recogido los platos se acercó con unos nuevos para servirse el cordero. Le colocó el plato y los cubiertos limpios a Sofía sin fijarse en una de las copas situadas en la mesa.

Al girar le dio con el codo tirándola al suelo haciéndose añicos de inmediato.

Sara, con un espasmo mostró desconcierto y ante la duda se puso a llorar.

Las personas de alrededor giraron la cabeza interesadas en lo que acababa de ocurrir. El camarero, abochornado, no paraba de pedir mil disculpas en lo que le colocaba rápidamente el plato y los cubiertos a Itahiza y corría a la cocina en busca de un recogedor y una bayeta.

 Sofía no dejaba de sonreír y trataba de tranquilizar al joven camarero.  Itahiza decidió coger a la niña a hombros para tratar de calmarla.

-Será mejor que la saque hasta que se relaje. –Por más que moviera hacia arriba y hacia abajo a la niña, esta no paraba de llorar desconsolada.

-Aquí te espero con el cordero. No tardéis mucho si no quieres que me lo coma yo entero. –le dio un beso y la dejó con el camarero aún pidiéndole disculpas y ella aún tratando de decirle que no se preocupara.

La calle Martínez Campos estaba en esos momentos completamente vacía. Quitando el ruido de las personas comiendo tras la puerta todo lo demás estaba completamente en silencio.

Al frente, la muralla que ocupaba todo un lado de la calle quedaba vagamente iluminada por unas pocas luces amarillas de algún que otro foco mal colocado. Por lo demás, la tabernita era el único local abierto en aquella vía a esas horas.

Aupó a la niña que parecía que se estaba empezando a olvidar de lo ocurrido.

-Nos hemos dado un susto enorme ¿Verdad Sara? -estaba siendo un día maravilloso, habían decidido tomarse la vuelta con calma por lo que pensó que tranquilamente se darían un paseo después de la cena por las calles del barrio judío antes de coger el coche camino a casa. – ¿Tenía buena pinta ese cordero a que si? En cuanto estés lista volvemos a dentro para que tu padre se ponga las botas. Si es que tu madre me ha dejado algo.

La niña sonrió como si hubiera entendido lo que le decía. Su pequeño corazoncito parecía palpitar más lentamente. Le estaba mirando fijamente a los ojos divertida, como queriendo decirle algo.

La abrazó con fuerza, le dio un beso en la mejilla y se dirigió de nuevo a la puerta con ella en brazos. Nunca había sido tan feliz.

En ese momento todo se volvió oscuro.

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