miércoles, 29 de diciembre de 2021

TRES , (Itahiza)



No os engañéis, la vida no es justa.

Lo que antes era la ley del más fuerte, con el paso del tiempo se ha convertido en algo muy distinto y a su vez parecido.

Ya no sobreviven los más fuertes. Ya no sobreviven aquellos cuya naturaleza y biología les ha permitido avanzar por encima de los demás.

Eso es cierto.

No, ahora, sin embargo, son los inmorales, aquellos dispuestos a pisotear al prójimo para conseguir su propio éxito. Los vagos y sanguijuelas, los envidiosos que por contactos pueden decidir por el resto, los menos dotados que, sin embargo, de una manera, como ya he dicho, injusta, llegan al poder y hacen todo lo posible por mantenerse en él.

Ubi Sunt.

 

 

-¿Estás bien? ¿Otra vez la misma pesadilla de siempre?

Itahiza tardó un momento en darse cuenta de dónde se encontraba. Estaba sudando. Su compañero de trabajo se encontraba acostado unas camas más allá en la misma habitación.

Le miraba con preocupación.

Todo había sido una pesadilla. No, por desgracia no lo había sigo, había sido un recuerdo que por más que quisiera no podía parar de revivir.

-Fue durante las primeras explosiones ¿No? –le preguntó casi susurrando su compañero. Nunca llegaste a hablar de ello, sabes que si lo necesitas aquí estamos.

Itahiza hizo una respiración profunda tratando de centrarse y situarse. Estaba en el parque de bomberos haciendo una guardia. Se había acostado un rato ante la falta de emergencias, todo lo demás había sido un sueño.

-Sí. –le contestó a su compañero. –Segovia fue de las primeras ciudades en sufrir los atentados. Casi todos los demás fueron durante la mañana siguiente. –ante sus ojos no paraban de pasar imágenes de lo sucedido. Recordaba cómo de un momento a otro se había encontrado, sin saber por qué, tirado en el suelo boca arriba. Recordaba como lloraba su hija Sara también en el suelo a unos pocos metros de él.

Recordaba el sabor a hierro en su boca, el calor intenso proveniente de las llamas que salían descontroladas de la puerta por la que hacia tan solo unos minutos acababa de salir.

Recordaba que su pensamiento se había mantenido en blanco todo el tiempo hasta que los primeros camiones de emergencias habían llegado. Sara no había parado de llorar y el no había sido capaz ni siquiera de levantarse a socorrerla.

Luego en su cabeza apareció un nombre, Sofía. Habían tenido que sujetarle entre varios para que no se metiera en aquel infierno que antes había sido una casa de comidas.

Nadie había sobrevivido.

-Recuerdo aquellos días. –había continuado su compañero hablando al aire. –yo estaba recién entrado en el cuerpo. Todo aquello fue un puto caos y eso que Salamanca no sufrió ninguna explosión. De repente nos mandaron a todas direcciones. Allí donde necesitaban mano de obra, ahí íbamos nosotros. Aprendí la parte dura de esta profesión a golpes.

No supimos nada de ti hasta unos días después. Nos informaron de que estabas hospitalizado.

-Eso fue hace cinco años. –le contestó tratando de que no se le notara el cansancio en la voz. –siento haberte despertado tío, ahora tratemos de dormir un poco. –se volvió a meter entre las sabanas y cerrando los ojos trató de no pensar en nada.

 

Les llamaron apenas media hora más tarde. Había llegado un aviso a centralita y les necesitaban.

-¿Qué ha ocurrido? –preguntó mientras se vestía lo más rápido posible.

-Han vuelto a haber altercados en el centro. –le contestaron desde la radio. –adivina, de nuevo contenedores ardiendo en la calle del Yelinas, no sé qué les han hecho los pobres contenedores para que tengan que sufrir lo que sufren. –el tono de voz ya mostraba que aquello no era ni la primera ni la segunda vez que sucedía.

-¿Heridos?

-Aún no sabemos nada, la policía está intentando llegar al lugar. Nos ha avisado un transeúnte que pasaba por allí.

-¿Quién en su sano juicio pasa por ahí a estas horas de la noche? –según lo dijo una pena le invadió el cuerpo. ¿Quién iba a decir que el centro de una ciudad como Salamanca se iba a convertir en un lugar peligroso por la noche? Todo había sido por culpa de los putos atentados.

Terminó de vestirse y se dirigió al camión pequeño. No era la primera vez que iban a ese lugar y sabían ya de antemano que ese era el vehículo más indicado para aquellas calles. Su compañero, que había estado durmiendo a la par que él, ya le estaba esperando en el asiento del conductor. Para ese servicio iban a ir un total de cuatro.

-Sube que te estamos esperando. –le dijo Chema animado. – ¿Has oído? ¡Contenedores! ¿Qué mejor excusa para levantarte en plena noche que unos maravillosos contenedores ardiendo?

-¡Adelante! –dijo ya subido al camión haciendo caso omiso de su compañero. –Contenedores de nuevo ardiendo enfrente del Yelinas. ¿Cuándo fue la última vez que recogimos una llamada de esa calle? –la radio pareció pensárselo un momento.

-Exactamente hará una semana. –le contestó finalmente.

-Sea lo que sea que ocurra en esta ciudad parece que su centro es ese callejón. –sonaba ser una afirmación un poco exagerada pero la realidad era que desde hacía cinco años aquella ciudad no había vuelto a ser la misma, bueno, aquella ni ninguna, pero en lo que se refería a ellos, Salamanca era su lugar de actuación y por lo tanto, la única ciudad que importaba.

Itahiza no recordaba apenas los primeros meses tras los atentados. Había pasado tres semanas ingresado en el hospital tras lo ocurrido en la Tabernita. Había estado inconsciente, en estado de shock, en fase de negación, había pasado por más de una operación debida a restos de metralla que le habían alcanzado en la zona del bazo…

Como era lógico, no había vuelto a trabajar hasta aproximadamente un año después de lo ocurrido, y en ese tiempo de ausencia todo el mundo se había terminado de ir a la mierda.

Salamanca, como ciudad situada en el mundo, no había sido menos.

El centro fue un caos durante meses estando como protagonista en casi todos los casos el callejón a donde se estaban dirigiendo.

Ahora ya casi nadie pisaba aquel lugar por la noche. Por la mañana, sin embargo, con el paso de esos años, el centro turístico había vuelto a la normalidad como si aquellas aceras solo existieran mientras el sol fuera visible en el firmamento.

Por el día transeúntes, guiris, estudiantes, trabajadores… por la noche ni una sola alma.

La policía había intentado controlar aquel alto índice de criminalidad mandando a un gran número de efectivos a vigilar la zona.  Pero a la mínima que miraban para otro lado siempre ocurría algo. Pronto todo aquello se convirtió en algo normal. Quienes vivían allí y podían permitirse mudarse lo hicieron dejando, en cuestión de meses, aquel lugar prácticamente despoblado.

Las tiendas y las grandes empresas, en ese momento, decidieron aprovechar la huida de los ciudadanos para comprar y plantar sus oficinas allí.

Ya nadie vivía en el centro, al igual que otras muchas ciudades, especialmente americanas, el centro se había convertido en un lugar de trabajo y vida diurna, mientras que las noches quedaban para la gente rara.

-Nos acaba de informar la policía de que han encontrado un cuerpo. –dijo la voz de centralita por la radio. –ya están los sanitarios en la escena, os esperan para asegurar la zona.

-Estamos llegando. –contestó Chema.

Dejaron el camión a la entrada del callejón y salieron rápidamente con el material necesario para la actuación.

Allí les estaba esperando tanto la policía como los sanitarios mirando tranquilamente los dos contenedores volcados. Con el tiempo se habían acostumbrado a aquellos tipos de escenas.

Dos bolas de fuego enormes se encontraban en el centro de la calle impidiendo el paso. Al fondo, iluminada por las llamas, la puerta señorial de lo que en su día había sido uno de los locales favoritos de Itahiza se mostraba a ellos dándoles la bienvenida. El Yelinas había cerrado junto con todos los locales nocturnos de alrededor y aquellas puertas se habían convertido en una especie de leyenda, una maldición. El callejón del Yelinas había pasado a ser un lugar que simplemente daba mala suerte. Las siglas, M, H, T, S, V, del cartel aún impreso encima de la entrada ya casi se habían borrado debido a la falta de mantenimiento.

Miró hacia arriba viendo todas las señales de se vende colgadas en los edificios de alrededor.

Tras hablar con la policía y que les dieran el visto bueno para actuar, se pusieron a ello. No tardaron en apagar los contenedores, de ellos no paraba de salir un calor inaguantable y, lo que era peor, un fuerte olor a carne quemada que confirmaba la información de que al menos uno de ellos contenía un cadáver en su interior. Dentro del que justamente se había volcado, se podía ver el cuerpo medio calcinado.

En cuanto se hubieron cerciorado de que no había la posibilidad de que volvieran a encenderse, su trabajo allí ya había acabado. Avisaron a los presentes para que empezaran con su parte y se quedaron a un lado.

-Odio este callejón. Llevamos ya tres muertos este año. –el policía que estaba a su lado parecía cansado, se tapaba la nariz con un pañuelo mientras observaba la escena. -¿Se han salvado las manos? –preguntó al sanitario que estaba al lado del cuerpo.

-Sí y ante la próxima pregunta, si. ¿Qué coño está pasando? –el chico joven que estaba arrodillado ante el contenedor volcado observando el cadáver parecía desconcertado.

-Mierda, o estamos ante un asesino en serie o no me lo explico. –el mal humor del policía iba en aumento. –sacad fotos de toda la escena y del tatuaje. Que no quede nada sin fotografiar. Ya sé qué me vas a contestar pero tengo que hacer la pregunta igualmente. ¿Es el mismo que el de los otros dos?

-La U y la S. –confirmó el médico. Parece que todos pertenecían a la misma banda.

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