La sangre tiene la
importancia que le queramos dar, pero pese a ello, y contra todo sentido común,
es este el elemento más valioso que se ha dado a lo largo de la historia para
unir a las personas.
Uno llega a este
mundo, en el mejor de los casos, por los motivos egoístas de dos personas que
deciden expandir sus genes y no desaparecer tras la muerte.
En el peor de los
casos es porque lo han preferido a tener una mascota o aparece como un error que
se pasa, el resto de su vida, demostrando que no lo es.
El amor no tiene
nada que ver con la forma en la que llegamos.
El amor se
demuestra posteriormente, día a día, asumiendo la responsabilidad y los
sacrificios que suponen traer a una criatura sin su consentimiento a un mundo
que no se lo va a poner fácil.
Y eso, si me lo permiten,
es lo único a lo que deberíamos dar valor.
La sangre, solo es
sangre.
U.S
La casa estaba tal y como la recordaba. El
mueble del hall con las fotos de familia en la que no pudo evitar fijarse, el
olor, la luz, los muebles... todo seguía en su mismo sitio dando la sensación
de que nunca se había ido.
David se preguntó si habían aprovechado el
vacío que había dejado en su habitación tras su huida o, por el contrario,
continuaba como la dejó.
Su padre le llevó, agarrándole cariñosamente
del brazo, directamente al salón donde su madre le esperaba. Se había quedado
petrificada mirándole con las manos aún sobre el libro que estaba leyendo. Parecía
como si le diera miedo moverse, como si
el hecho de hacerlo demostrara que aquello fuera un sueño del que estaba a
punto de despertar.
David notó como su padre le empujaba levemente
del brazo hacia ella indicándole que tenía que ser él el que diera el primer
paso.
-Hola mama. –sus ojos se le llenaron de
lagrimas, su voz tembló al igual que el resto de su cuerpo. En su mente se
había visto mil veces en aquella situación diciendo esas palabras, pero nunca
se había imaginado que ese momento llegara a suceder.
Dio un paso hacia ella lentamente. Ella seguía
agarrada al libro abierto por la misma hoja, mirándole directamente a los ojos.
-¿Eres tú? –se atrevió a decir por fin. Soltó
las páginas y levantándose se acercó a él dándole un abrazo.
Los dos lloraron. Ella pidió disculpas
repetidamente, él hizo exactamente lo mismo.
David no recordó cuánto tiempo estuvieron así,
pero cuando por fin se hubieron calmado, se sentaron en los sillones entorno a
la mesa del salón.
Su padre y su madre se pusieron uno al lado
del otro, justo en los mismos asientos en los que siempre lo habían hecho.
Su madre le ofreció algo de beber, él lo
rechazó agradeciéndolo previamente.
-Iván ha muerto. –dijo directamente. –fue su
funeral ayer. Esta mañana fui a visitar a sus padres. –aun seguía llorando. Hacía tiempo que no lo
hacía, pero había sido empezar y desmoronarse sacando todo lo que tenia acumulado
dentro. –estoy solo, solo quedo yo.
Sus padres se mantuvieron en silencio, él
también.
-Estás vivo hijo mío, eso es lo que importa.
Le ofrecieron quedarse a comer cosa que aceptó
sin miramientos. Les contó dónde había estado, dónde había trabajado y cómo
ahora se encontraba de nuevo en paro. No sacaron el tema de la carrera aunque
David vio que sus padres estaban deseosos por preguntarle. La verdad es que se
había planteado volver en más de una ocasión pero, cada vez que recordaba lo
que era aquello y todo lo que tenía que hacer, una rabia contenida le invadía
el cuerpo.
Tenía ya 31 años y una carrera a cuestas pese
a no tener el papelito que lo confirmara. Había trabajado como nadie para
llegar hasta allí pero lo cierto es que no era nadie.
Saboreó cada bocado de la zanahoria con
bechamel de su padre y probó lo que su barriga le permitió de la carne guisada
ya que hacía tiempo que no comía de dos platos y ya no estaba acostumbrado.
Les contó cómo había sido el entierro de su
amigo. Cómo hacía tiempo que no había sabido de él y cómo se había encontrado
esa misma mañana a sus padres. Había tensión en el ambiente, era normal después
de tanto tiempo, pero la sensación familiar seguía ahí.
Sus padres pasaban la mayor parte del tiempo
fuera de casa haciendo rutas de montaña como siempre les había gustado.
Le informaron sobre familiares algo más
lejanos, cómo sus primos se habían casado y algunos ahora tenían hijos, cómo
sus tíos habían hecho este u otro viaje y cómo otros habían pasado temporadas
de hospital por problemas repentinos de salud.
Cuando hubieron terminado de comer más o menos
se habían puesto al día de esos últimos cuatro años.
David ayudó a recoger en lo que su madre hacia
el café.
-¿Quieres ver tu habitación? –dijo su padre.
–sigue tal y como la dejaste, pensamos en reorganizarla pero no fuimos capaces,
siempre tuvimos la esperanza de que volvieras.
Cerró el lavaplatos dando por finalizada la
limpieza.
David se acercó a la puerta cerrada de su
antigua habitación. Había vivido allí 27 años de su vida, muchas de las cosas
que recordaba de aquellos años no eran cosas que deseara revivir, gritos, peleas,
trabajar, trabajar, trabajar, sentirse como que nunca era lo suficientemente
bueno… pero entre tanta oscuridad se dio
cuenta de que había habido cosas buenas.
Su mesa de estudio seguía con los trabajos de
aeronáutica que había hecho para la carrera. Siempre le habían gustado los
aviones aunque ahora mismo no tenía muy claro si lo seguían haciendo.
Notó como la rabia reprimida florecía al ver
su proyecto terminado que no le habían dejado presentar. Las estanterías con
apuntes de la carrera, hasta la mochila seguía donde la había dejado. Rememoró
la última discusión que había tenido con sus padres antes de desaparecer
durante cuatro años.
Cerró la puerta mirando a su padre con la
misma tranquilidad y tristeza con la que había estado hasta el momento.
-Dejemos por el momento el pasado en el
pasado.
Su padre asintió sin decir nada más. Le sonrió
con más pena que alegría y le apretó el hombro asintiendo con la cabeza.
Se unieron con su madre en el salón.
-Me estoy alojando en el “Mundial”. No sé
cuánto tiempo me quedaré. Aún tengo por hacer ciertas cosas aquí en Salamanca
antes de volver a Granada y ver qué hago con mi vida.
-Podrías quedarte aquí con nosotros. –Dijo su
madre lentamente con el miedo del que dice algo ofensivo. –Podrías quedarte y
acabar la carrera, aún estas a tiempo.
David se quedó callado. En ese momento le
entraron ganas de sacar la petaca pero recordó habérsela dejado en la guantera
del coche. Poco a poco la rabia contenida iba adueñándose de su cuerpo y él
seguía haciendo todo lo posible por mantenerla en su interior. Era una
sensación parecida a la impotencia, no había acabado la carrera no porque no
quisiera, no porque no hubiera trabajado lo suficiente, él se había pasado toda
la vida trabajando y no era de los que se quedaban quieto, no, no había sido
por nada de eso. No había acabado la carrera por el simple hecho de que
psicológicamente ya no podía. Detestaba con todo su ser a los profesores. Había
llegado hasta a desear la muerte de alguno de ellos dándose cuenta de la
persona en la que se estaba convirtiendo. No podía volver a la universidad,
simplemente no podía.
Estaba cansado de que la gente le exigiera una
forma de comportarse, de que no pudiera ser él mismo por una vez en la vida.
Y por eso había tomado años atrás la decisión
de hacer borrón y cuenta nueva, alejarse de todos aquellos que tenían
expectativas en él y crear su propio mundo al margen.
Apuró su café y se levantó del sofá.
-Tengo que irme ahora. Me ha gustado veros. Me
aseguraré de volver para despedirme si no antes. Apuntó su número de teléfono
en el primer papel que encontró en los bolsillos de su gabardina y se lo tendió
a sus padres. –Esta vez no pienso desaparecer.
Su padre se levantó con él para acompañarle
hasta la puerta. Su madre le dio un último abrazo diciéndole que le quería con
los ojos de nuevo llorosos.
No esperó a salir del ascensor para encenderse
el primero de muchos cigarros que seguirían. No había ido tan mal como se
esperaba pero aún así salía con una sensación de ser un fracaso con la que no
había entrado. David rio para sí pensando “Una sensación deprimente más para la
colección”
Entró en el coche y le echó mano a la petaca
que había en la guantera. Ya daban las cinco de la tarde y aun le quedaba una
visita más por hacer.
Se quedó aún un rato en silencio dentro del
coche sin ponerlo en marcha. Aún no se creía que acababa de estar comiendo con
sus padres. Era hijo único de una pareja supuestamente estéril por lo que, a lo
largo de su vida le habían tratado como si de un milagro se tratara y le habían
presionado en todo momento para ser el chico perfecto.
Habían puesto, literalmente, todas sus
esperanzas en él y él los había acabado defraudando.
Aun así no se creía que hubiera estado hacia
tan solo unos momentos con ellos. Ambos habían hecho todo lo posible para no
ahuyentarlo cosa que había acabado pasando.
Se prometió a si mismo volver a pasar por allí
al día siguiente. Tiró la colilla por la ventanilla y se puso en marcha hacia
su siguiente destino.
Era el momento de sacar toda esa rabia y darle
un uso productivo para variar.
El barrio donde vivía Jaime había crecido
bastante con sus años de ausencia. No se podía decir que estuviera a las
afueras pero tampoco era muy céntrico, como solían decir, en Salamanca se
gastaban como mucho 20 minutos en ir de un punto a otro andando.
La zona estaba habitada principalmente por
ancianos y familias que habían vivido toda la vida allí. La variedad cultural
era remarcable puesto que era el único sitio donde vivía gente de tantos
lugares del mundo en esa ciudad.
Exceptuando alguna pelea de vez en cuando
debido a las diferencias, por lo demás se podía decir que era un barrio amable,
con gente orgullosa de haber nacido en él, todos se conocían, todos se
saludaban, y ninguno se quejaba.
En las cercanías había un total de tres
institutos. Uno de ellos había sido el de David, por lo que había pasado mucho
tiempo entre esas calles en su juventud.
Tardó un tiempo en aparcar y fue andando
calmadamente por la avenida principal buscando las diferencias entre lo que
existió y lo existente. Siempre había cambios. Las ciudades respiraban, eran
habitadas y siempre había cambios, pero a su vez, los bares de siempre seguían
allí.
No tenía prisa, por lo que decidió parar un
momento por la cafetería a la que iban siempre a la salida del recreo. Allí
seguía el mismo camarero que les vendía alcohol cuando aún no tenían edad para
consumirlo. Era un señor mayor, aunque por
lo que llegaba a recordar, siempre había
sido un señor mayor. Tenía unos kilitos
de más y una respiración fuerte solo fruto de una forma de vida repleta de
vicios.
Saludó y le devolvió el saludo, pero no le
reconoció. Se sentó en la barra y se pidió una caña.
Cuando sacó la cartera para pagar se le cayó
al suelo la tarjeta negra quedando el dibujo de la escalera boca arriba.
Lo recogió sin darle la mayor importancia y se
puso a jugar con ella en lo que se bebía la caña saboreándola lo más posible.
La televisión, colocada en una esquina ponía un programa de cotilleo que
envolvía todo el lugar. Esto era solo molestado por los golpes del futbolín
donde estaban jugando enérgicamente cuatro chavales de no más de 20 años.
-Hay cosas con las que es mejor no andar jugando en público.
La voz provenía de un señor que estaba sentado
a su lado y en el que no había reparado hasta el momento.
-¿Disculpe? –le había escuchado perfectamente
pero quería asegurarse de a quien se estaba refiriendo. Daba la sensación de
que estaba bastante borracho. Era un hombre calvo, con una barba que le cubría
toda la cara y la mirada fija en la pared de enfrente. Bebía tranquilamente una
copa de vino blanco sin hacer señas de haber dicho nada.
David miró por última vez la escalera de
Penrose, y volviendo a sacar su cartera del bolsillo, la guardó a buen recaudo
entre sus tarjetas.
Decidió obviar el comentario de su compañero de
barra dando por supuesto que eran meros pensamientos en voz alta de alguien que
no estaba en condiciones para pensar correctamente.
Siguió bebiendo tranquilamente. De lo que menos ganas tenía en esos momentos era de
buscarse líos con alguien que estaba borracho ya a esas horas de la tarde.
Miró a su alrededor y recordó las horas que había
pasado en aquel local con Álvaro, Borja, Carlos e Iván jugando al futbolín en
vez de estar en clase.
Era una cafetería pequeña, tres mesas, de las
cuales solo estaba ocupada una por unas abuelas jugando a la brisca. Una barra de madera bastante vieja y mal
cuidada, y aquel juego que tanto dinero
y tiempo les había consumido.
Recordó cómo a veces se unían con ellos Jaime
y Jess, la novia de Iván ya de aquellas. La verdad es que habían sido una pareja llena
de separaciones y vueltas a empezar, pero si habían aguantado hasta ese momento, había
que reconocerles su merito.
En esos momentos sus amigos estaban empezando
a consumir no sabiendo lo que ello conllevaría en un futuro.
Apuró el último culo del vaso y se levantó del
taburete. Ya había pagado por lo que se dio media vuelta no sin antes darse
cuenta del tatuaje que tenía el calvo de al lado en el dedo. Un anillo con las
iniciales U S puestas en él. Se quedó un rato mirándole, pero viendo que el
hombre seguía absorto en la pared de enfrente, no se le ocurrió otra cosa que
salir del bar.
Le hubiera gustado preguntar por el
significado de aquel tatuaje, si conocía incluso a una mujer llamada Alex con
ese mismo símbolo puesto en el mismo dedo, pero de cualquier forma supo que no
iba a recibir contestación de parte de aquel hombre. Ya bastante le costaba
mantenerse sentado en el taburete.
Caminó hacia la puerta despidiéndose del
camarero que seguía sin reconocerlo. David se sintió algo decepcionado por
ello, al fin y al cabo muchos de los recuerdos buenos que tenia del pasado se
habían originado entre esas paredes. Tuvo que aceptar que en todos esos años
había cambiado lo suficiente de aspecto físico como para no ser el mismo.
Abrió la puerta y salió al exterior. No había
llovido en todo el día pero había una sensación en el ambiente que le decía que
más tarde caería tormenta.
Se abrochó la gabardina y al mirar al frente
se dio cuenta.
Jess le estaba esperando.
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