Si la escalera de Penrose existiera,
seria la puerta perfecta a todas las realidades, aunque no habría forma de
controlar el destino ya que todos los espacios serian uno al mismo tiempo.
De esta forma dicha escalera se
convertiría en un laberinto de posibilidades en la que su propietario se vería
envuelto, afectando así a todos los universos.
Un poder imposible de controlar.
U.S
David despertó con la sensación ya tan
familiar de haber bebido demasiado el día anterior. Boca pastosa, garganta
dolorida y seca, vientre hinchado con ganas de evacuar con
urgencia, y un dolor de cabeza y de cuerpo que parecía que le habían pegado una
paliza en algún momento de la noche y no se acordara, cosa más que probable.
Se levantó y se fue al baño. Se dio cuenta que
aun llevaba puesto el traje que había usado para ir al funeral de Iván. Al
menos se había molestado en quitarse los zapatos dejando a la vista unos
calcetines desteñidos de color rosa.
Necesitaba una ducha con urgencia, eso y
lavarse los dientes, entre retortijón y retortijón logró llegar al baño. Se
asearía, desayunaría y una vez se sintiera un hombre nuevo, se plantearía como
proceder con el día que le esperaba.
Miró entre sus bolsillos y sacó la tarjeta
negra con la escalera dibujada. Le había gustado aquella extraña situación con
aquella mujer, el día anterior solo había tenido esa cosa que se salvara.
En el otro bolsillo estaba arrugada la foto
que le habían dado en el Yelinas, cinco chavales despreocupados de la vida
viviendo el momento sin tener ni idea de lo que se les venía encima. Echaba de
menos esos tiempos en los que lo peor que les podía pasar era la bronca de sus
padres al llegar borracho a casa. Ya ni siquiera el que había sacado la foto
estaba vivo. La dejó en la mesilla de noche, prefería no tenerla encima
durante ese día.
El desayuno se basó en líquidos, café,
colacao, zumo de naranja y por qué no, un traguito de petaca recién rellenada,
la cura de una buena resaca siempre había sido continuar bebiendo. Se guardó un
bollo para el camino y salió del hotel dispuesto a buscar dónde había dejado el
coche la noche anterior. Había decidido que la primera orden del día seria
visitar a los padres de Iván, quería quitarse ese mal trago lo antes
posible. Sentía que hacía siglos que no
les veía, prácticamente desde que habían empezado a salir con Jaime, siempre se
habían comportado bien con él aunque, ¿Eso no es lo que hacen todos los padres
con los amigos de sus hijos?
Apenas tardó media hora en encontrar su
chatarra con ruedas. Le había cogido cariño a ese trasto, se lo había comprado
con los primeros sueldos, que no fueron pocos, que había tenido en Granada. Era
de segunda mano y tenía sus problemas, pero le llevaba allá a donde quisiera ir.
El piso de los padres de Iván, hasta donde él
les había conocido, estaba en un barrio a las afueras de la ciudad, una de esas
urbanizaciones en las que solo se podían diferenciar las casas por el número
que tenían en la puerta.
Se acercó a la puerta rezando para sus
adentros que se hubieran mudado de casa en esos años.
Llamó a la puerta y en seguida escuchó a la
madre de Iván desde el otro lado. Nada más abrir sus caras se encontraron, los
dos se habían reconocido. Ella se puso a llorar en el acto, de alguna manera
había estado esperando todos esos años aquella visita.
El momento de silencio que prosiguió a eso se
vio solo roto por los sollozos de aquella mujer que tiempo atrás les había
preparado alguna que otra merienda.
Las piernas de ella fallaron.
David la cogió entre sus brazos evitando que
se callera al suelo. Al otro lado del hall había aparecido corriendo su marido
para ayudarle a sujetarla.
Entraron en la casa, David cerró la puerta
detrás de él, sus ojos estaban empañados en lagrimas, no había necesitado decir
ni una sola palabra y ya estaba todo dicho. No había tenido que hacer nada y
aun así, había sido lo más difícil que había hecho en su vida.
La dejaron sentada en el sofá del salón.
Estaba igual que la última vez que había estado allí, la mesa de cristal en el
centro rodeada de asientos, la librería que ocupaba una pared entera de la
estancia, hasta las fotos, allí estaba Iván en todas, le habían abandonado y en
cierta forma no se habían olvidado de él.
Era la clara prueba de que habían sido ellos cinco los culpables de su situación y no su entorno. La gente de su alrededor había hecho todo lo
posible para que no acabaran tal y como al final acabaron. Justo en ese momento decidió que iría a ver a
sus padres después de todo eso.
David esperó de pie en lo que veía como hombre
y mujer se abrazaban llorando a pierna suelta. Se sentía completamente fuera de
lugar. Finalmente Román, el padre de Iván, habló.
-¿Fue el veneno ese que se metía en las venas?
–David asintió. –siempre supimos cómo iba acabar aquello, ¿Es que no aprendió
al ver a vuestros otros amigos consumirse? –su tono de voz, pese a ser de
enfado, también dejaba salir la desesperación y la impotencia que habían
sentido todo ese tiempo. –vivíamos en la misma ciudad y no nos vimos ni una
sola vez. No quería saber nada de nosotros, nos echaba la culpa por no
aceptarle tal y como era, no entendía como había tirado toda su vida por la
borda. No sabíamos que más hacer, simplemente no podíamos seguir dándole dinero para que se colocara, no podíamos ser los responsables de su muerte y
sin embargo no dejamos de serlo.
Parecía que trataba de excusarse por algo de
lo que no tenía la culpa.
David se limitó a estar callado de pie. No
sabía qué decir ni qué hacer.
-Le enterraron en el mismo lugar que su
abuelo. El funeral fue ayer, creo que una periodista con la que trabajaba se
encargó de todo. –era cierto, se había olvidado hablar sobre eso el día
anterior con Alex, la próxima vez que la
viera tendría que preguntárselo.
-¿Una periodista? ¿Qué tenía que ver una
periodista con mi hijo? –esta vez fue la madre. –mi pobre niño, ¿Qué hicimos
mal? Tratamos de ser unos buenos padres.
-Le viste antes de…
David negó con la cabeza.
-Estaba en Granada cuando me avisaron. Al
igual que ustedes llevaba años sin verle, debí haber sido mejor amigo. –sus
lagrimas brotaron. –lo siento mucho debí haber sido mejor amigo, debí haber
estado allí. -repitió.
La mirada de odio con la que Román la había
estado mirando desde que había aparecido por la puerta se tranquilizó en el
acto.
-Todos lo hicimos mal.
-Si hubiera sabido que no estabais al
corriente les hubiera avisado antes del funeral. –según lo dijo supo que no era
cierto. Hasta hacia apenas unas horas había dudado tan siquiera el ir allí a darles
las malas noticias.
-No nos quiso en vida, dudo mucho que nos
quisiera allí. –El padre de Iván se había calmado un poco, seguía abrazando a
su esposa, poco a poco estaba volviendo a parecerse a aquel hombre recto y
serio que recordaba.
La media hora que estuvieron así se hizo
interminable. Finalmente, cuando se hubieron calmado un poco, David se atrevió
a despedirse de ellos.
Lucia, la madre de Iván, le preguntó un poco
más sobre su vida, se agarraba a él como si fuera la única cosa que le quedaba
de su hijo muerto, y en cierta forma lo era.
Le invitaron a comer al día siguiente,
invitación de la que no pudo hacer otra cosa que agradecer y aceptar. Dos
besos, un abrazo, un pésame y quedaron para el día siguiente antes de que David
volviera al coche.
David se quedó aun media hora delante del
volante antes de decidirse a arrancar. Sacó la petaca, la miró y la dejó en la
guantera, ahora le tocaba otra visita y no iba a ser menos dura que esta
primera.
Su barrio seguía las reglas del resto de la
ciudad. Había cambiado completamente y aun así, era el mismo que había dejado
atrás. Muchos de los locales seguían siendo los de toda la vida, otros
simplemente habían cambiado o habían desaparecido. A lo largo del camino se
cruzó con algún que otro anciano que hizo por reconocerle aunque se viera que
no estaba completamente seguro de ello. El ambiente seguía estando ahí, había
nacido en una buena zona.
Miró hacia arriba y no se sorprendió al ver
que su balcón seguía siendo el más florido del edificio. A su padre siempre le
había gustado la jardinería, estaba seguro que sus padres no
se habían movido de sitio.
Eran casi la una lo que significaba que aun no
habrían llegado del trabajo. Decidió buscar el estanco más cercano,
con todo lo sucedido en tan corto periodo de tiempo se había quedado sin
cigarrillos.
Recordó que su padre siempre iba a uno que
estaba en la esquina de esa misma calle. Recordaba que de pequeño, hacia todo lo posible por dejar aquel vicio y, en el peor de los casos,
se escondía para que él no pudiera verle. Siempre había sabido que fumaba pero las veces que realmente le había visto hacerlo habían sido
contadas.
Entró en la tienda. Seguía igual que siempre.
Hasta el dependiente seguía siendo el mismo, un viejecito con unas gafas de
culo de vaso que demostraban lo increíblemente poco que debía de ver.
Se quedó un rato en la puerta no sabiendo muy
bien si le reconocería o no. Finalmente, al ver que ni siquiera le prestaba
atención pidió varias cajetillas de la marca más barata y salió a echarse el
primer pitillo al parque que había enfrente.
Estaba nervioso, no sabía muy bien cómo iban a
responder ante la situación de encontrarse con su hijo desaparecido en la
puerta de su casa. No sabía cómo se los iba a encontrar, ¿La edad se les habría
echado encima? Estaba claro que a él sí, esos últimos cuatro años era como si
hubieran sido diez. No se podía decir que hubiera llevado una vida saludable,
estaba más flaco de lo normal. No hacía deporte pero el curro tampoco le había
dejado tiempo para ello. Lo de ocho horas de trabajo diarias cinco días a la
semana su jefe se lo había pasado por el forro, ni fines de semana ni
vacaciones, y mucho menos se podía decir que hubiera tenido un horario fijo con
el que salir a una hora determinada.
David había descubierto de la forma más dura posible, que la crisis de la que hablaban todos los políticos no era
real. Trabajo había por todos lados pero para su desgracia, esa excusa de la
crisis permitía a los empresarios explotar a sus trabajadores de una forma
indecente. O aceptabas sus condiciones, o te ibas a la calle. Empleo había por todos lados, todos ellos con condiciones de mierda fuera de
la legalidad. Y nadie hacia nada, al fin y al cabo, estaban en “crisis”
Se rascó la barba arrepintiéndose en el acto
de no haberse afeitado esa mañana. Las ojeras ya formaban parte de su cara estuviera
descansado o no y las mejillas hundidas solo demostraban de nuevo su marcada
delgadez.
Por suerte siempre había tenido una complexión
grande, su metro noventa y sus amplias espaldas hacían que pese a todo, su
presencia no pasara desapercibido.
Vio que su camisa limpia estaba bien
abrochada, se la metió por dentro del pantalón, se atusó un poco el pelo, la
gabardina estaba un poco vieja, pero había decidido que ese día, si volvía a
llover, no le pillaría desprevenido.
Tras finalizar un cigarro se encendió el
siguiente con los restos del primero. No recordaba la última vez que había
estado tan nervioso, ir a la casa de los padres de su amigo había sido una
experiencia tensa, pero nada que ver con volver a ver sus propios padres.
Miró la hora, treinta minutos más en ese banco
y se encaminaría hacia la casa donde había vivido la mayor parte de su vida,
¿Habrían dejado intacto su cuarto? No se lo había planteado hasta ese momento.
Tampoco es que importara, si algo tenía claro es que no iba a volver a dormir
entre esas paredes, pero ¿Seguirían estando sus cosas de la infancia allí o las
habrían acabado tirando?
Recordó el salón de los padres de Iván con
todas las fotos de su hijo, como si nunca hubiera pasado el tiempo. ¿Sería lo
mismo en su caso?
Se levantó, se encendió el tercero, y se
dirigió tranquilamente hacia el portal en el que tantas noches se había quedado
dormido después de volver de fiesta. Allí había besado a su primera novia, se
habría liado el primer piti, se había pasado tardes hablando con sus amigos... Según se acercaba su corazón parecía que se le iba a salir del pecho.
Por suerte se encontró la puerta de la calle
abierta por lo que no tuvo que llamar al telefonillo, prefería que se lo
encontraran directamente en la puerta de casa.
La subida en el ascensor se le hizo
insufriblemente larga. Se olió el aliento dándose cuenta de que no tenía que
haber estado fumando segundos antes. Se sentía como un niño pequeño a la espera
de una regañina.
Se quedó en el rellano unos segundos en
silencio antes de decidirse a llamar. Era la segunda vez en el día que se
encontraba en esa situación, solo esperaba que todo aquello no durara mucho.
Abrieron la puerta. Su padre seguía igual, no
supo que decir, no le salían las palabras, solo sentía su corazón bombear
sangre sin parar, casi se había olvidado hasta de respirar.
El silencio se hizo interminable. David padre
abrió los brazos para recibir a su hijo que volvía a casa.
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