La arquitectura, como arte, lo abarca
todo.
Los espacios vacíos generados entre lo
construido, la vida y su evolución descontrolada en base a las necesidades que van apareciendo, hacen de
esta un elemento viviente que merece la pena ser mencionado.
Nada dura para siempre pese a que nos
empeñamos en que así sea. Todo cambia, evoluciona, y cuando le ha llegado su
hora, muere dejando atrás aquello que una vez fue.
Los espacios tienen que ser utilizados
para generar arquitectura. La evolución
y el desgaste de ellos forman parte de ella.
U.S
-¿Dónde está? -pese a sostener una navaja en
la mano con actitud amenazante, aquel hombre parecía bastante cuerdo.
Tenía la voz más grave que la que recordaba en
el bar. Parecía un señor de no más de cincuenta, sin nada que destacar a parte
de un traje muy descuidado. Un hombre de a pie común del que no se hubiera acordado de no haber sido por el
tatuaje extrañamente idéntico al de Alex.
David miró la navaja y con ella el símbolo de
la mano ahora bien visible pese a la poca luz que podía entrar a través de las
persianas.
-No sé a qué o a quién se refiere. ¿Me está
siguiendo? -Tenía bastante claro que sí, pero en esos momentos sus palabras se
adelantaban a sus pensamientos.
Le había dado la impresión de que había
mantenido especial atención a la conversación que había tenido con Jess, pero
se había acabado convenciendo de que eran imaginaciones suyas. Ahora tenía
claro que no.
El hombre se acercó dando un par de pasos,
siempre con el filo por delante. Las hojas de papel tiradas por el suelo
sonaban al aplastarse bajo sus pies.
-¿Te crees que soy tonto? -a David le entraron
ganas de responder. -¿Crees que no se qué habéis estado haciendo Andrea y tú? Sabéis
dónde está, y me lo vas a decir ahora. –una sonrisa apareció en su rostro.
-¿Andrea? ¿Quién es? ¿Qué queréis encontrar?
–no se le había pasado por alto que estaba en ese momento hablando en plural.
-¡LA ESCALERA! -Gritó medio ido dándose un
golpe en la cabeza con la mano libre.
David se sobresaltó, los ojos hinchados en
sangre de aquel hombre no presagiaban nada bueno. Aquella imagen de alguien cuerdo
se iba transformando en la de un hombre recién salido del manicomio. El
ambiente cada vez estaba más cargado. La tensión era cada vez mayor y el
desconocido no paraba de acercarse. Paso, a paso.
Aún con el cuaderno en la mano, se lo lanzó a
la cara con todas sus fuerzas. Fue algo automático, simplemente lo hizo sin
pensar en las consecuencias.
-El hombre, debido a un acto reflejo, se
cubrió la cara, momento que aprovechó
David para lanzarse contra él.
No quiso quitarle el cuchillo, no estaba
dispuesto a usarlo ni a meterse en una pelea de la que podía salir herido. Siempre
había sido de evitar conflictos, por lo que simplemente le empujó contra el
marco de la puerta. El hombre cayó al suelo dejando un hueco por el que poder
colarse.
Salió corriendo sin preocuparse en nada más.
Atravesó la puerta principal de aquel piso
completamente vacío. Bajó las escaleras, atravesó el portal cuya puerta aun
seguía abierta, y siguió corriendo sin rumbo fijo ni mirar a atrás. No quería
saber si aquel hombre le seguía, tenía miedo de las represalias por haberle
atacado.
Al rato de seguir corriendo decidió que era
buen momento para dejar de hacerlo y ver dónde estaba, no porque se sintiera
cansado, sino por el simple hecho de que en algún momento tenía que parar.
Se encontró
con que había salido del barrio. Al tranquilizarse el cansancio creció según desaparecía
la adrenalina. Se sentó en el primer banco que encontró y respiró
profundamente.
No tenía la más mínima idea de lo que acababa
de pasar. Estaba siendo un día de lo más raro, primero la visita a los padres
de Iván, la visita a sus propios padres, la comida con ellos… luego, por si eso
no hubiera sido suficiente, la vuelta al café de toda la vida donde se había
encontrado con Jess.
Aún no tenía claro si había hecho bien en
entrar en casa de Jaime, ¿Qué había sido de él? Estaba claro que en el piso no se
encontraba aunque este estuviera abierto de par en par.
Había dado por sentado que el desorden de
aquella habitación había sido debido a las paranoias de un drogadicto, pero ¿Y
si en realidad alguien había estado buscando algo entre sus pertenencias?
“¿Dónde está?”, era lo que había preguntado
aquel hombre, “¿Dónde está la escalera?” en menos de 48 horas esa escalera
había salido a colación ya en demasiadas ocasiones. ¿A que se referían cuando
hablaban de la escalera de Penrose y por qué la ansiaban con tanta
desesperación?
“¿Crees
que no sé lo que habéis estado haciendo Andrea y tú?” ¿Quién era esa tal
Andrea? ¿Sería el verdadero nombre de Alex? Al fin y al cabo solo la conocía
del día anterior y no sabía absolutamente nada de ella. Estaba también el tema
del tatuaje que compartían ella y su atacante…
Miró el reloj, ya eran las 21:30. Con todo, la
tarde se le había pasado volando pese a que el día en general había sido de los
más largos que recordaba.
Se fijó en que los paseantes le miraban cómo
sollozaba tras parar de correr. Hacía mucho desde la última vez que había hecho
un esfuerzo físico de ese tipo, a decir verdad, hacia mucho desde que hacia un
esfuerzo físico de ningún tipo.
Tenía frio y unas ganas enormes de fumar, pero
se había dejado todo en el coche.
Fue caminando dándose cuenta de toda la
distancia que había recorrido hasta llegar allí. El cuerpo humano era
increíble, cuando se sentía en peligro era capaz de hacer cualquier cosa que en
un estado normal no. Se sentía algo cansado pero había recuperado el aliento
con bastante rapidez. Sus músculos no se notaban particularmente agarrotados,
aquella carrera había sido todo un logro para él.
Según se fue acercando al coche, empezó a
mirar hacia todos lados con nerviosismo. Esa calle estaba bastante transitada
para ser aquellas horas un día de entre semana.
Una pareja de ancianos daba tranquilamente un
paseo en lo que unos chavales, de no más de 16 años, reían sentados en un
portal. Los bares estaban abarrotados, terrazas incluidas pese al mal tiempo. Varios
paseantes con sus perros hablaban entre sí en lo que esperaban a que estos
hicieran sus necesidades… el ruido de los charcos sonaban al ser pisados por
las ruedas de los coches a la vez que los perros ladraban jugando entre ellos.
Todo el barullo de aquel barrio lo convertía
en un lugar con vida.
Pese a esto, David miraba de un lado a otro
por si el hombre volvía a aparecer. Se sentía vigilado y era una sensación que
no le gustaba lo más mínimo.
Decidió entrar en una hamburguesería para
asegurarse de que no le seguían y aprovechar para cenar algo. Tenía hambre y no
se había dado cuenta hasta el momento. Los cigarros podían esperar, al fin y al
cabo, se estaba planteando dejar de fumar.
Durante la cena no pudo dejar de pensar en
todo lo ocurrido. Sentía como si todo el mundo le mirara. En un momento se
dirigió al baño para asegurarse de que no tenía nada en la cara.
Cenó tranquilamente sin ninguna intromisión.
Una vez hubo acabado, pagó sin preocuparse por la vuelta y salió de nuevo
dirección al coche dejado un par de calles más allá.
La callejuela donde estaba aparcado, al
contrario que la avenida por la que acababa de pasar, estaba vacía y en
silencio. Ya se había calmado lo
suficiente, aunque decidió no detenerse hasta llegar al coche.
Sacó las llaves de su bolsillo y justo cuando
fue a abrir la puerta se dio cuenta. Las llaves se le cayeron. La respiración
volvió a sobrecargarse y empezó a mirar hacia todos lados buscando a alguien,
esperando a que alguien le atacara en cualquier momento.
No podía ser. En la propia puerta del coche
había marcado con un rallón la U y la S. Alguien la había dejado ahí como aviso.
Miró en busca del hombre pero para su tranquilidad, la calle estaba vacía.
Se agachó con nerviosismo buscando las llaves
por el suelo. Tardó aún un poco en encontrarlas y se le cayeron un par de veces
más antes de afianzarlas. Las manos no le respondían.
Abrió la puerta, entró en el coche y miró en
los asientos de atrás para asegurarse de que estaba solo. Una vez hubo hecho
eso respiró tranquilo. Como si estuviera debajo de las sábanas, dentro de ese
coche se sentía seguro. Puso las llaves en el contacto y arrancó el motor. Quería
irse de allí lo antes posible.
Estuvo conduciendo una hora sin rumbo fijo. Simplemente
no se sentía aún preparado para salir del coche por lo que decidió, sin
pensarlo previamente, dar un paseo al puro estilo americano.
Siempre le había gustado conducir en Salamanca.
Había conductores gilipollas, como en todos lados, pero generalmente era una
ciudad donde alguien que se conociera las calles podía ir de un sitio a otro
sin el más mínimo problema.
Decidió dirigirse hacia el parque de la
Aldehuela para ver cómo había cambiado. Recordaba cómo, cuando era joven, todos
los domingos iba con sus padres a ver el rastro que allí ponían. Recordaba el
barullo de la gente y de los señores de los puestos gritando sus productos y
rebajas al aire. Casi podía oírlo.
No era domingo, por lo que todo aquello ahora
era un aparcamiento bastante vacio donde los jóvenes entre semana hacían las prácticas
de conducir.
Condujo hasta las afueras de la ciudad para después
volver a entrar por el puente de hierro desde donde se veía toda la ciudad
iluminada.
Al igual que la noche anterior, aparcó por la
zona del puente romano. Cogió un cigarro de la guantera, prefería ir racionándoselos
uno a uno para evitar fumar de seguido. Por esa misma razón, dejó su petaca con
la cajetilla. Tras evitar la tentación a un último trago, salió del coche.
El vaho saliendo por su boca le hizo darse
cuenta de la época que era. Se estaba acercando la navidad.
Se paró un momento a desfrutar de la
escenografía que esa ciudad presentaba.
La Casa Lis, con su vidriera art decó iluminada
y sus escaleras de piedra, se mostraban protagonistas dentro de un cuadro donde
se encontraba el puente romano, el rio
repleto de árboles, y, cómo no, la imagen de la catedral iluminada. Todo ello perfectamente colocado en
un entorno de casas de piedra arenisca y adoquines.
-Es una ciudad jodidamente preciosa. –Dijo
para sus adentros con un todo de orgullo y tristeza.
En ese instante recordó el diario de Iván y se
arrepintió de habérselo tirado a aquel hombre. Sentía gran curiosidad por saber
qué más había escrito su amigo y si le habría mencionado más veces a parte de en
esa primera página que había leído.
Ahora ya nunca lo sabría. Aunque no se lo
hubiera llevado aquel hombre tras la trifulca, cosa más que probable, tenía muy
claro que aquel cuaderno no valía el tener que volver a aquella casa.
No había encontrado a Jaime, pero la
posibilidad de volverse a encontrar a aquel loco le disuadía de volver.
Se puso un jersey, la gabardina, la bufanda y comenzó
a caminar.
Pasó por delante de la Casa Lis. Esa casa de
metal y vidrio de colores era una imagen muy reconocida de esa zona del rio. No
recordaba la última vez que había entrado en ella a ver su exposición de
muñecas, que es por lo que era conocida, pero recordaba muy bien su patio
interior, uno de los muchos y preciosos patios que aquella ciudad tenía. La
ciudad de oro, la ciudad de los rincones, del frio, bares e historia. La ciudad universitaria por excelencia en un
país que estaba haciendo que la gente olvidara sus joyas del interior al hacer
único caso a su potencia económica costera.
La España vacía y anciana estaba siendo cada
vez más vacía y más anciana.
Anduvo por aquellas calles vacías y
silenciosas dirección al Yelinas. Tenía unas preguntas que hacerle a Alex y
ella misma le había dicho que estaría allí la noche anterior.
Decidió dar un pequeño rodeo hacia el convento
de San Esteban. Le gustaba aquel frio que hacía que le dolieran las orejas y
saliera vapor de su boca al respirar. Le
hacía sentir que aún estaba vivo. Le despejaba todos los sentidos.
Continuó tranquilamente por el paseo del rio
hasta que no pudo más llegando finalmente al parque donde estaba el convento de
San Esteban. Siempre le había atraído
aquella iglesia, aquella fachada barroca llena de adornos. El interior, al igual que la casa de Lis,
apenas lo recordaba, pero aquel trocito de parque con aquella enorme fachada de
fondo siempre le había gustado. Le hacía sentir, en cierto modo, orgulloso de
ser de allí.
Siguió caminando por la gran vía hasta alcanzar
su destino. Desde fuera se podía oír, pese a ser entre semana, la música y el
ruido generado por los clientes.
Bajó las escaleras. Siempre que cruzaba la puerta
se acordaba de los enormes submarinos de humo pre ley antitabaco y le sorprendía
encontrarse con un habiente libre de ellos.
La gente bebía al margen de todo problema del
exterior, como si en aquel lugar, al igual que momentos antes en su coche, nada
les pudiera hacer daño. En ese sitio
simplemente las personas eran dueñas de su propio destino, libres de todo
juicio y falsas expectativas.
“Si hay
algo por lo que sentirse orgulloso de ser español es sin lugar a dudas por sus
bares”, pensó sonriendo para sí.
Cerró los ojos reconociendo acto y seguido la
canción que sonaba, “Farewell” de Avantasia.
Miró por todas las mesas en busca del pelo
rubio y rizado de Alex. Estaba sentaba bebiendo sola una cerveza en la mesa del
fondo de la sala, justo al lado de la puerta de “solo empleados”. Ella no hizo
por verle. Jugaba con el asa de la jarra tranquilamente.
Se acercó a la barra saludando a la camarera
con la que había estado hablando el día anterior. Ella le devolvió el saludo,
parecía algo nerviosa pero David lo achantó al típico agobio que en ocasiones
se tenía en ese tipo de trabajos y que él tan bien conocía.
-Ha vuelto. Veo que le gustó el ambiente ayer.
–dijo sonriendo y señalando con los ojos a Alex. – ¿Le pongo lo mismo?
David asintió con la cabeza. Nunca dejaba de
apetecerle una cerveza bien fresquita y, viendo el día que había tenido, la
necesitaba más que nunca.
-¿Día duro? –parecía haberse dado cuenta.
-Por lo que parece tú también. –se limitó a
contestar. Ella soltó una carcajada algo nerviosa y le dejó la jarra sobre un
posavasos delante de él.
-Dejémoslo en extraño. Ahora, a pasar un buen
rato. –volvió a sonreír y a mirar a Alex que seguía jugando con el asa de la
jarra. –cualquier cosa no dude en avisar, de aquí no me muevo. –dicho esto se
dio media vuelta a atender a más clientes que acababan de llegar.
Se quedó unos minutos bebiendo tranquilamente
en la barra antes de decidir acercarse a la mesa del fondo. Era el primer
momento que tenía relajado para él solo y quería disfrutar aunque fuera de los
primeros tragos antes de volver a la vida real.
“Nunca estas contento con nada” –pensó para
sí. – “cuando estas solo estas deseando estar con gente, y cuando estas
acompañado en lo único que puedes pensar es en volver a estar solo.”
Le dio unos últimos sorbos y se acercó a Alex.
-¿Puedo sentarme?
-Me preguntaba cuándo se decidiría a
preguntármelo. Sería gracioso que le rechazara después de que me hubiera
aceptado usted a mi ayer.
No parecía sorprendida de verle, es más,
parecía que le había estado esperando.
-Por favor, de “tú”, aún no tengo edad ni
gilipollez como para que me traten de usted.
Hoy he tenido un día muy raro. –se limitó a
decir en lo que se sentaba delante de ella. Bebió un trago tranquilamente, no
tenía ninguna prisa. –fui a visitar a un viejo amigo y alguien con su mismo
tatuaje me atacó. –No tenia costumbre de dar rodeos para contar nada, por lo
que no vio necesario alargar ni adornar más la historia. –me amenazó con una navaja.
-¿Alguien con mi mismo tatuaje?
-El de su dedo.
Ella se limitó a verlo como si fuera la
primera vez que se daba cuenta de que aquellas siglas estaban marcadas en su
piel.
-¿Cómo era aquel hombre? ¿Le dijo algo? –se limitó
a preguntarle sin el menor atisbo de sorpresa en su voz.
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