De repente me encontré que estaba en una escalera, no una escalera
normal que cualquier persona hubiera podido ver antes en el mundo real, sino
una enorme escalera blanca de un material parecido al marfil. Tan ancha como la
mayor calle existente en la mayor ciudad del planeta tierra, y tan larga que no
se podía ver su final escondiéndose y confundiéndose entre las nubes.
Me encontraba en esos momentos de pie justo al primer escalón de dicha escalera. Debajo de
mi, estaba situado el firme suelo de una gran plaza redonda adornada con
columnas de todos los órdenes conocidos y por conocer. El color blanco se
extendía por el pavimento hasta ellas como si de una única pieza se tratara. No
pude ver ninguna calle o apertura entrar o salir de ella, solo estaba la escalera.
De repente un murmullo me hizo dar cuenta de que no estaba yo solo
en ese extraño lugar, sino que a mi alrededor y mirándome fijamente, había una
multitud de seres de todo tipo en los que no me había fijado antes pese a estar
ocupando las tres cuartas partes de la plaza.
El cuarto restante, estaba ocupado por una grandiosa estatua de un
perezoso apoyado en sus dos patas traseras y señalando con uno de sus dedos
hacia lo alto de la escalera. De esta gran estatua construida casi seguro en
mármol, tampoco me fije hasta ese mismo instante.
El murmullo cada vez fue a mayor, y decidí pararme un momento a
ver a esas extrañas criaturas que no paraban de mirarme en lo que se susurraban
las unas a las otras. Para mi sorpresa me di cuenta de que una gran parte de
ellas eran animales de diferentes especies, erguidos como la estatua del perezoso. El más cercano
de estos, vamos a llamarlos cosos ya que lógicamente no se les podía llamar ni
animales ni personas, estaba a unos dos metros de este primer escalón en el que
me encontraba.
Este coso que se parecía a un cerdo, llevaba puesto un chándal
para hacer deporte que, por su complexión prácticamente obesa, no parecía ser
utilizado para esa labor. Estaba hablando, haciendo que esta situación fuera
aun más extraña, con un gran león trajeado, con la melena toda ella engominada
hacia atrás y con unos zapatos, que no debían ser mayores a los míos, que le
cabían a la perfección. El murmullo que había en el ambiente era lo bastante
alto como para impedir que se entendiera una sola palabra de lo que decían,
pero aun así, cuando se dieron cuenta de que les estaba observando, se dieron
los dos la vuelta y siguieron cuchicheando de espaldas a mí.
Tigres, ratones, patos, arañas, cocodrilos, comadrejas, hasta
elefantes estaban en esta plaza sin salidas ni entradas rodeándome sin ninguna
razón aparente. Criaturas extrañas que nunca antes había visto, mesas, sillas,
relojes, guitarras y otros elementos inanimados que rompían en esos momentos
con todas las leyes de la física hablando entre ellos, también estaban situados
entre la multitud. Brujas, magos, orcos,
enanos, trolls… todo coso tanto animado, inanimado, existente o inexistente
estaba en esos momentos a mi alrededor no haciendo nada más que murmurar los
unos con los otros como si no estuviera.
No sabía qué hacer, no me atrevía a decir nada por temor a que eso
me metiera en algún tipo de peligro, pero tampoco sabía a dónde ir ya que las
dos opciones que aparentaba tener era subir esos grandes escalones o bajar ese
único escalón para ponerme a la misma altura de suelo que aquellas criaturas.
Finalmente y tras un rato de pensar y aburrirme a la vez, sobre
esas dos opciones, me decidí a bajar ese
único escalón, considerando menos arriesgado el estar más cerca de esos cosos a
subir unas escaleras que giraban de un lado a otro y que se perdían entre las
nubes.
Silencio, como por arte de magia todo se quedo en silencio, y las
criaturas, sabiendo que iba a hacer algo, pero sin saber el que, se limitaron a
mirarme. En ese momento trague saliva, los labios se me estaban quedando secos,
empezaba a sudar sin saber por qué y las rodillas me empezaron a temblar.
Levanté la pierna derecha lentamente para bajar el único escalón que me
separaba de ellos, y deje caer mi peso sobre ella hasta volver a tocar suelo.
Sin saber cómo, todo dio vueltas a mí alrededor nada más bajar del
escalón, encontrándome de nuevo de pie sobre este como si no hubiera intentado
pisar el suelo de aquella plaza. No veía las caras de los cosos ya que había
aparecido mirando hacia el segundo escalón, pero el sonido de los murmullos que
se había transformado en un completo silencio paso a ser el sonido de cientos
de carcajadas. Me di la vuelta, y allí estaban, con sus vestiduras aparentando
ser humanos, tirados unos encima de otros riéndose con las dos manos, patas o
lo que fuera que tuvieran, en sus barrigas (los que tenían)
Lo volví a intentar varias veces, pero siempre volvía a estar en
la misma posición en la que había aparecido la primera vez, y en ese mismo
primer escalón desde el que solo podía ver a esas criaturas riéndose, cada vez
más alto.
-¡Por qué os reis! –chille el borde del colapso exigiendo una
respuesta.
-Sabes que solo tienes un camino que seguir y te empeñas en lo
contrario. –contestó el cerdo en chándal entre risotada y gruñido. - ¿Es que
los humanos nunca aprendéis? Si se os mete algo en la cabeza, no sabéis decir
que no aunque no tengáis razón. –siguió riéndose aunque yo seguía sin entender
por qué.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado a este lugar? –seguí
lanzando preguntas una tras otra, todas ellas dirigidas al cerdo que era el que
me había contestado.
-Estas aquí para escribir tu propio cuento, no importa cómo has
llegado hasta aquí, sino lo que vas a hacer a partir de ahora. –apoyándose en
la barriga de su compañero el león de traje, que también estaba tirado en el
suelo riéndose como el resto de seres de esa plaza, se incorporó y señalo a la
estatua del perezoso que tenía a su espalda la cual seguía señalando hacia
donde se escondía la escalera por entre las nubes. –Tú decides si continuar o
quedarte donde estas, que yo sepa no tienes más opciones.
Pese a no haber entendido lo que quería decir el cerdo con toda
esa charlatanería entre gruñidos, y tras intentar una última vez sin éxito bajar de aquella gran escalera de marfil, mire hacia
las nubes y me propuse realizar el primer paso. Levante la pierna doblando la rodilla y subí al segundo escalón sin que ocurriera
nada extraño.
Me di media vuelta para ver por última vez a aquellos extraños
seres a los que había llamado cosos pero para mi sorpresa me encontré con una
enorme plaza redonda sin salidas con una enorme estatua de un perezoso de
mármol en el centro, totalmente vacía. Habían desaparecido. Me fije por última
vez en el perezoso quien ahora tenía la mano levantada en señal de despedida, y
subí al tercer escalón seguido del cuarto, el quinto, el sexto…
Iba a ser un viaje muy largo.
Tu relato me recuerda ( también tu dibujo) al arte laberíntico de Escher.. onírico, como tus letras... Precioso arranque!
ResponderEliminarInteresante la aparición de seres tan extraños... a mí me ha recordado algo a: "El sueño de una noche de verano", será por lo surrealista, tal vez.
ResponderEliminarTe felicito, compañero.
Un abrazo, Rendan