miércoles, 5 de mayo de 2021

VEINTIOCHO (Requiem)

 


“Se confirman más de cuarenta explosiones tan solo en España.

Aún nadie ha admitido la autoría de los hechos pero se presupone que todos ellos son obra de un mismo grupo.

Los ataques se han realizado simultáneamente esta mañana a las 12 horas.

Han sucedido en localizaciones de todo tipo por lo que aún no se puede saber con exactitud el número de fallecidos y heridos.

Los hospitales están funcionando con máxima ocupación. El ejército  está montando en estos momentos hospitales de campaña en las propias zonas afectadas. Las ONG se han ofrecido voluntarias para ponerse en contacto con los familiares de las víctimas.

Como resultado se ha decretado el estado de alarma. De momento se han cerrado las comunidades autónomas para evitar mayores problemas de atasco en las carreteras. Se ruega tranquilidad.

Los líderes de los países europeos han decidido por unanimidad reunirse  de forma inmediata en Bruselas para discutir los hechos.

Mientras, el presidente de Estados Unidos ha salido en una rueda de prensa denunciando lo ocurrido y jurando que pagarán los culpables.

Corea del Norte…”

 

Alex bajó el volumen de la radio. No necesitaba que nadie le dijera lo jodido que estaba todo. Sabían muy bien cuáles habían sido las causas.

-Un control de policía. –dijo David con seriedad. Vieron cómo le indicaban que se echara a un lado de la carretera. David respondió tal y como debía.

-Estate tranquilo. Pase lo que pase tenemos que llegar a Salamanca. –Alex colocó la pistola debajo de su pierna.

-Pase lo que pase no mataremos a nadie inocente. Entán haciendo solo su trabajo. Déjame hablar a mí.

Aparcó donde le señalaba el guardia civil. Se acercó tranquilamente a la ventanilla del conductor. Ellos esperaron quietos en sus asientos.

-¿Se puede saber a dónde se dirigen?

-Disculpe agente. –dijo con un tono de nerviosismo exagerado. –volvemos a Salamanca, venimos de Ávila.

-¿Saben ustedes que están limitados los movimientos debido al estado de alarma? –David asintió.

-Sí, venimos de pasar unos días en el Spa que estaba situado al lado de uno de los locales que han sido atacados. Solo queremos volver a casa con nuestra hija. Mi mujer ha perdido un dedo debido a la metralla de la explosión. –Alex levantó la mano herida. –nos dijeron en el hospital que podíamos volver.

-¿Pueden enseñarme sus identificaciones y los papeles del coche?

-No nos han dejado recoger nuestras pertenencias del hotel por peligro al derrumbe. Nos dijeron que nos las mandarían en cuanto pudieran asegurar todo. –Alex le pasó los papeles del coche de la guantera.

-El coche figura a nombre de mi tía.

-¿Y su nombre es?

-David Santángel.

El hombre cogió los papeles y los miró de reojo. Miró la mano de Alex y los rostros amoratados y llenos de heridas.

-¿Puede salir un momento del coche señora?. –Alex fue a quejarse pero finalmente accedió. Abrió la puerta con la mano izquierda y se dirigió hasta donde estaba el coche policial.

-Espere un momento aquí. –David se quedó mirando la escena. Los dos hombres comenzaron a hablar con la que supuestamente era su mujer. Ellos hacían preguntas y ella las respondía de forma corta y concisa.

Finalmente volvieron, Alex volvió a colocarse en el asiento del copiloto y el Guardia le volvió a hablar.

-¿Están en condiciones de seguir el viaje?

–David respiró tranquilo.

-Sí, solo queremos llegar a casa, nuestro hijo está preocupado.

-Siento lo sucedido. –le dijo devolviéndole los papeles del Chrysler. –Salamanca está recibiendo pacientes. Les aconsejo que vayan al hospital de allí a que les hagan otra revisión. En estos casos nunca se sabe. Conduzcan con cuidado.

Se despidieron y continuaron con su viaje.

-¿Para qué te ha sacado del coche? –preguntó David interesado.

-Quería asegurarse de que estaba bien y que tú eras mi marido realmente. ¿Cómo sabias que hay un spa al lado de unos de los lugares atacados?

-No lo hay, pero con sembrar la duda ya es suficiente. Ya tendrá tiempo de comprobarlo si quiere, aunque viendo el caos que hay no creo que lo haga. Los hospitales están desbordados, es lógico que se deshagan de los heridos leves y viendo nuestro estado actual todo cuadraba para que nos dejaran pasar.

-Chico listo.

-Por cierto, ¿Qué has hecho con la pistola? Tenía miedo a que la descubrieran cuando te levantaste. –Alex abrió la guantera. Allí estaba, junto con los papeles del coche.

-Tuvimos suerte de que tu tía tuviera todo en regla.

-No te creas que no lo he pensado yo también.

Continuaron su viaje con tranquilidad. Cuando quisieron darse cuenta volvieron a ver de nuevo las torres de la catedral a lo lejos.

-Deberíamos ir al Yelinas antes que nada.  No es bueno que andemos con el Munin y el material de tatuar encima. –Alex estaba cada vez más cansada, a decir verdad él también lo estaba. Sentía su pierna palpitar debido a mantener la misma postura para conducir. Aquel viaje le había costado. Estaba deseando estirar las piernas. –menos mal que no registraron el coche. Si hubieran pillado la piel y el vial de sangre no hubiéramos podido salir de esa.

Las calles estaban prácticamente vacías. La gente se había tomado en serio el consejo que había dado el gobierno de quedarse en casa.

Al llegar vieron que habían cambiado las puertas del Yelinas. Eran parecidas a las anteriores pero la tonalidad de la madera era otra, estaban demasiado nuevas. David llamó preocupado. A los pocos segundos se oyó cómo alguien quitaba los cerrojos y abría.

Adriana se asomó con cuidado. Una sonrisa con aires de tristeza apareció en su cara. Abrió del todo y le dio un fuerte abrazo a cada uno. Los dos se quejaron del dolor pero lo aguantaron con gusto.

-¿Estáis bien? No tenéis buen aspecto. Vamos entrad, entrad.

-Tú tampoco tienes buena cara. ¿Ha ocurrido algo? Habéis cambiado las puertas.

-Nos atacaron antes de ayer. Tienen a Susana. Se la llevaron al otro lado. Todo esto está siendo una locura, nunca creí que Los Desaparecidos fueran a llegar tan lejos. Miles de muertos.

Dentro, sentada en la barra se encontraba Irene. Estaba bebiendo tranquilamente en lo que veía las noticias.

Al verles entrar se levantó y acercó a su sobrino. Sus ojos estaban empañados en lágrimas y su cara roja. Tenía un brazo vendado y cojeaba.

-¿Estás bien?

-Sí, no te preocupes, un tiro mal dado. Por suerte fue solo un rasguño. –se acercó más a él y le abrazó con fuerza. David tuvo que volver a contener el dolor. Apestaba a alcohol. Estaba claro que había bebido de más. A decir verdad las dos parecían estar ebrias.

-¿Ha ocurrido algo? –dijo preocupado.

-¿Y este bastón? –quiso cambiar de tema. – ¡Alex tú mano! –se acercó a ella dejando a un lado a David.

-Irene. –le dijo con voz seria Adriana quien se había vuelto a colocar detrás de la barra. –tienes que ser tú quien se lo diga.

-¿Decirme qué? –la preocupación de David fue en aumento al igual que su taquicardia.

Su tía empezó a llorar. Cogió una botella y bebió de ella sin preocuparse de lo que era. Cuando hubo acabado se la pasó a David mirándole fijamente a los ojos.

Se hizo un silencio brusco pese al ruido de la televisión.

-Tus padres. –se limitó a decir.

La botella resbaló de la mano y cayó al suelo.

El bastón de la otra mano hizo lo mismo.

Un mareo.

Las piernas flojearon.

Él fue detrás.

No supo cuanto tiempo estuvo tirado en el suelo llorando. No dejó que le levantaran, simplemente quería estar solo.

Irene desistió finalmente de hacerlo y se sentó a su lado entre cristales. Abrazándole, simplemente abrazándole. No había nada que pudiera decir en ese momento.

David creía estar pasando una pesadilla. Aquello no podía ser real, simplemente no podía. Después de cuatro años por fin había conseguido hacer las paces con sus viejos. Todo iba a salir bien a partir de ahora. Volverían a ser una familia. El arrepentimiento, el odio, los malos y buenos recuerdos brotaron de forma torrencial en su interior. No quería seguir viviendo.

Ya nada importaba. No iba a volver a verles. No se había llegado a despedir.

 Irene se quedó a su lado todo ese tiempo en silencio. Ambos llorando, ambos sufriendo para sus adentros todos los pudieron haber sido pero no fueron.

Tras un rato David se quedó dormido.

Abrió los ojos encontrándose en el mismo sitio donde había caído. Habían quitado los cristales de su alrededor pero le habían dejado que durmiera.

Los dos segundos de paz desaparecieron en cuanto se dio cuenta de dónde estaba.

El Yelinas estaba en silencio. Habían apagado el noticiario y se habían ido dejándole solo. ¿Solo? En cuanto miró más se fijó que Irene estaba en la mesa más alejada tomándose lo que parecía ser un café.

-Les he dicho que se fueran. –le dijo casi en un susurro. –el Yelinas ha perdido su punto de cruce. –le informó. –el colapso ha sucedido hará un par de horas. Este mundo está solo, han dado al botón de reiniciar.

-¿Qué hora es? –estaba desorientado, no había ninguna ventana a su alrededor que le pudiera decir si era de día o de noche.

-Por la mañana. Has pasado unas doce horas ahí tendido.

Se levantó como pudo apoyándose en la barra. Se había hecho un par de cortes pero viendo cómo tenía el resto del cuerpo no le dio importancia. Se sentía agarrotado.

Tenía sed. Tenía mucha sed. Su boca estaba pastosa y notaba cómo las legañas se aferraban a sus ojos rojos y secos de tanto llorar. Quiso volverlo a hacer, le entró un amago de sollozo pero pronto paró.

Habría dormido doce horas seguidas pero estaba cansado. Más de lo que se había sentido nunca. Se sentó en la silla de enfrente de Irene. Era incapaz de mirarla a la cara.

Ella movió su café hacia él.

-Tómatelo, está recién hecho.

Otro nuevo intento de sollozo.

-¿Qué ocurrió? –se atrevió a preguntar finalmente.

-hace tres días me llamaron varios de mis informantes. Por lo visto Los Desaparecidos habían decidido ir a por todas y atacarlos con todo lo que tenían. Aún no teníamos la menor idea de lo que iban a hacer, de aquellas la simple idea de un golpe directo hacia nosotros a esa escala era impensable.

Pronto me puse en camino. Adriana acababa de sufrir el ataque en el Yelinas y no estaba en situación de ayudarme. Ella acababa de perder a las gemelas.

Fui uno a uno a todos los sitios donde sabía que podía encontrarme con mis informantes, pero siempre llegaba tarde. No sé cómo pero sabían quiénes eran y dónde encontrarlos.

Al llegar a todos los sitios solo encontraba cadáveres. A veces les daba tiempo a llamarme antes de morir, otros ni siquiera salieron de sus camas.

Esa tarde fue una matanza. Todos ellos eran mis amigos, eran personas normales que nada tenían que ver con este mundo. Cierto que me ayudaban, pero ninguno se merecía aquel final. –se quedó un momento en silencio. Estaba pensando qué palabras utilizar a continuación.

–esa misma noche al llegar a casa me los encontré. Los dos estaban en el salón sentados en los mismos sitios donde siempre se sentaban. Los hombres que había puesto para protegerlos también estaban allí. Habían intentado ayudar pero no había sido suficiente. Todos estaban muertos.

Me esperaban un par de desaparecidos a la salida. Uno me disparó, falló y fue lo último que hicieron.

El día siguiente casi ni lo recuerdo. Estuve en la casa toda la mañana. No sabía qué hacer. No creía lo que estaba pasando. Solo pensaba en la última comida que habíamos tenido los cuatro juntos.

Pasó la mañana… pasó la tarde… yo esperaba y esperaba a que viniera la policía, que vinieran a recogerlos, que me culparan de todo.

No vinieron.

La ciudad tuvo tantos ataques, hubo tantos asesinatos, que la policía de Salamanca simplemente no podía abarcar con todo. Nunca se habían visto en una como aquella.

A la mañana siguiente, ayer, ocurrieron los atentados y todo se terminó de ir a la mierda.

El silencio se hizo interminable. David bebió el café a sorbos. No tenía ninguna gana pero se obligó a hacerlo. Finalmente Irene volvió a hablar.

Será mejor que descanses. Adriana nos ha dejado las llaves de su piso para que lo hagamos, no es seguro que vuelvas al hotel. Está justo encima del bar, el portal que hay justo al lado de la entrada. –le dio las llaves. –dúchate, descansa y come algo. Yo me quedaré aquí por si vuelve Alex o Adri. Mañana les enterraremos como se merecen. –Oír esa última frase hizo que David volviera a llorar.

Se levantó y tropezó de nuevo, se había olvidado del bastón. Su tía le ayudó a levantarse y se lo dio.

-Alex nos contó lo que os sucedió a vosotros. Nunca quise esto para ti sobrino. Siento mucho todo. –le volvió a dar un abrazo.

La luz del sol hizo que entrecerrara los ojos. Por suerte el portal estaba donde le había dicho su tía por lo que no tardó en volver a meterse dentro. Trataba de tener la mente en blanco en todo momento aunque sin mucho éxito. Simplemente el pensar dolía demasiado.

La casa de Adriana era como todas las del centro. Grande, con un largo pasillo y muchas habitaciones a los lados. Le sorprendió ver que no había ninguna foto por ningún sito. Quitando las numerosas figuritas de cristal posadas con sumo cuidado por todos los rincones, la casa no tenía nada que hiciera ver que alguien vivía allí.

Se notaba en el ambiente una tranquilidad irreal. David quiso gritar pero se contuvo.

Buscó el baño. Le habían dejado ropa y toallas limpias en el lavabo.

Se desvistió viendo su reflejo magullado en el espejo. Parecía que había perdido mucho peso en tan pocos días.

Se quitó con cuidado las vendas del torso quedando a la luz un enorme morado que ocupaba casi su totalidad.

Aquello era real.

Por mucho que se negara a creerlo todo lo sucedido esos días era real.

Cerró los ojos y volvió a dejar la mente en blanco.

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