Recuerdo
mi sitio en A Coruña, el lugar al que me
iba a pensar en mis días malos, un
saliente mirando al atlántico y a la ciudad a la vez, una ciudad abierta a la inmensidad que nos
podíamos olvidar de su existencia si no fuera por esos momentos de parar.
Recuerdo
el estar allí por la noite pensando en la situación del momento, solo con una
cerveza fría.
Lejos
de mi tierra viviendo por mi cuenta desde la temprana edad de los 17.
Soy
quejica de más, me gustaría pensar que
lo era, pero pese a todas aquellas cosas que creía que gobernaban mi vida, una
carrera que odiaba, una residencia que te daba las cosas hechas, que me daba
una forma de vida totalmente contraria a mi forma de ser, unos padres algo más
autoritarios de lo normal y que por suerte fueron cambiando con el tiempo,
problemas de amoríos…
Pese
a todas aquellas protestas, cuando estaba en ese rincón, birra en mano, mirando
a un horizonte que otra ciudad no me podía ofrecer, me sentía con más suerte
que nunca.
Poca
gente puede decir que haya vivido esa experiencia, vivir al lado del mar, disfrutar
del sonido de sus olas, compartir 24 horas de tu vida con gente que de otra
forma no compartirías y llegar a considerarla parte de tu propia familia.
Tu
propia vida ajena al resto
Sin
nadie que te diga cómo vivir.
Soy
un tío con suerte.
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