miércoles, 7 de abril de 2021

VEINTICUATRO (Moral)

 


Hasta el peor de los males está cimentado en una base de bondad. Una creencia de estar haciendo algo bueno.

El límite claro que hay en el yin y el yang se ve emborronado dejando una  franja grisácea que no se sabe muy bien dónde empieza y dónde termina.

Ni existe el blanco puro ni el negro opaco. Ambos son extremos por suerte inalcanzables dejando en la parte central las imperfecciones que clasifican a cada uno.

U.S

 

José María  bostezó. Estaba cansado, llevaba varios días duros en el trabajo que no le dejaban dormir bien. Ester, su mujer, le había tratado de facilitar lo más posible las cosas encargándose  de todo el hogar.

Aun así, aunque le esperaran sus tres hijas para abrazarle en cuanto cruzara la puerta, sentía que no era lo mismo. Faltaba algo.

Era feliz, era muy feliz de tenerlas de vuelta. Dios sabía que agradecía todos los días que pasaba con ellas. El hecho de haberlas recuperado. ¿Había tenido que vender su alma en el proceso? Eso era un pequeño precio a pagar por haber vuelto a ser quien era.

Había merecido la pena.

Aún con esas, aún no pudiendo pensar en un lugar mejor en el que estar, José María sentía que algo fallaba. Simplemente había algo que no le dejaba dormir bien.

Cada vez estaban más cerca de lograr su propósito y entonces, el ser humano sería completamente libre.

Paró en el quiosco de al lado de casa para comprar el periódico y el pan igual que hacia todos los días. Se quedó un rato hablando con el dependiente. Siempre se había llevado bien con él. Era cliente habitual desde hacía diez años, justo el tiempo que llevaba casado con Ester. Habían tenido a la primera niña a los dos meses de casarse. Su mujer había quedado embarazada por sorpresa pero no recordaba nada que le hubiera hecho más feliz que la noticia de que iba a ser padre, bueno si, que iba  a tener mellizas apenas dos años después.

Con la llegada de Carla, la primera, habían tenido la necesidad de buscar un piso más grande, y con ello, se habían acabado mudando a aquel barrio.

Ester estaba en esos momentos de residente en el hospital general y él acababa de ser contratado para la empresa de aguas residuales, por lo que no tuvieron problemas en hacer la inversión.

En ocasiones echaba de menos aquel trabajo, pero el dejar aquello había sido por un bien mayor.

Había merecido la pena.

Se despidió del quiosquero, cogió lo comprado y fue caminando tranquilamente hacia su casa.

Miró en el periódico. No decía nada de las desapariciones, eso era una buena señal. Sintió un aire de arrepentimiento en la boca de su estómago, pero pronto lo tapó con los recuerdos de su familia.

Era por ellas, todo era por ellas.

Había merecido la pena.

Se centró en la sección de deportes y se alegró de ver que su equipo había ganado del partido el día anterior. Había quedado con su amigo de la infancia para verlo tal y como hacían todos los domingos, pero por desgracia le habían llamado del trabajo. Últimamente no descansaba ni los fines de semana.

Al llegar al portal de su casa buscó en sus bolsillos las llaves. Tardó un poco en encontrarlas teniendo una de las manos ocupadas, las sacó y abrió.

El ascensor seguía estropeado, tendría que hablar seriamente con el presidente de la comunidad para ver por qué estaba tardando tanto en solucionarlo.

Vivía en un tercero, por lo que tampoco era mucha molestia. Aún así el hecho de subir andando le fatigaba.

Por suerte no vivía en el quinto como hacía antes. Ahí se habían decantado por el piso inferior en vez del superior. José María aun recordaba las tremendas dudas que había tenido con Ester a la hora de decidirse por uno u otro.

Se paró previamente en los buzones a coger las cartas, nada nuevo, todo facturas. Se las puso bajo el brazo y subió las escaleras pensando en el inminente abrazo que le iban a dar las gemelas.

Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Alguien la había dejado abierta de forma descarada. No una rendija, abierta de par en par. El corazón le dio un vuelco. “Otra vez no por favor” pensó. Pese a que ahora sabía lo que sabía, no quería volver a pasar por todo aquello, simplemente no podía.

“Mereció la pena”  volvió a pensar en lo que escondía la pistola en el periódico doblado.

Entró con cuidado de que nadie le esperara en la entrada.

-¿Ester? –gritó con miedo de que no le contestaran, en su mente solo revivía lo sucedido la última vez. -¿Estás ahí cariño? He vuelto a casa. ¿Y las niñas? Os habéis dejado la puerta abierta. –su voz se entrecortaba.

-¡Estamos en el salón amor mío!  –dijo su mujer con la misma voz con la que había hablado él. Estaba claro que algo pasaba.

Recorrió el pasillo revisando una a una todas las habitaciones. Se quería asegurar que, ocurriera lo que ocurriera, no quedara nadie a sus espaldas.

Al entrar en el salón los vio.

Tanto Ester como su hija mayor estaban una al lado de la otra abrazándose fuertemente. A su lado, sentado en el sofá en el que él  mismo solía hacerlo, se encontraba un hombre con una sonrisa en la cara que trataba sin éxito de tranquilizar las cosas. No había ni rastro de las dos pequeñas.

Sacó la pistola del periódico y le apuntó directamente a la cara. El hombre parecía desarmado.  Su mujer gritó al verlo.

-¿Quién eres? Cariño, ¿Dónde están Lucia y Ana? –su mujer estaba llorando. El hombre no se había movido lo más mínimo, seguía con esa estúpida sonrisa en la cara. No parecía molestarle que le estuvieran apuntando.

-Se las ha llevado. Dijeron en el colegio que su tío las había recogido. Las tiene él, tiene a mis niñas. –se abrazó a la mayor. José María amartilló el arma. “No, otra vez no, no puedo perderlas de nuevo”

-Corrígeme si me equivoco pero la vez anterior fue un loco el que había entrado en tu casa con intención de robar vuestras joyas ¿No? Esa vez no solo fueron las pequeñas sino que también la mayor y la madre. Tuvo que ser duro. –el hombre hablaba tranquilo. Su voz grave resonaba en toda la habitación. Recogió unos mitones que había dejado apoyados en la mesa y se los puso de nuevo. Se dio cuenta de que tenia ambas palmas con una cicatriz enorme fruto de una quemadura.

-¿Qué quieres? –estaba perdiendo la paciencia. Sentía cómo cada parte de su cuerpo temblaba sin remedio. Estaba perdiendo los papeles. “otra vez no” se repetía sin parar.

-Para empezar que bajes la pistola, nunca me han gustado las armas. Ambos sabemos que no la vas a usar. Tienes demasiado que perder pese a que los tuyos os empeñáis en pensar que no existe la pérdida. Dime una cosa ¿Cuántos de vosotros creéis en esas mierdas de forma ciega?

Puedo entender el luto, la desesperación, el llegar a cruzar la línea para recuperar aquello que amas. Puedo entender cada una de las barbaridades que hace el ser humano, créeme, por desgracia yo también he hecho muchas. Pero no soporto los extremismos. Los extremismos me revientan. ¿Qué nivel de hipocresía puede llegar a alcanzar una persona para ya no necesitar justificarse de sus actos y escudarse solo en el fanatismo?

Pero tú no eres un fanático ¿Verdad Chema? Tu tan solo eres un padre de familia que haría cualquier cosa por mantenerla unida y a salvo. Lo diré una última vez, baja el arma. –José María obedeció.

-¿Qué es lo que quieres? –preguntó mientras en su cabeza repetía. “Merecerá la pena”

 

-¿Sabes que nos cargamos a tú amigo el drogata? El que tenía el tatuaje del cuervo. Claro que lo sabes. Estabas presente cuando lo hicimos. ¿A quién estas protegiendo entonces? Sabemos todo sobre él.  Al principio nos sorprendió pero fue tu otro amigo el que nos dio la pista. ¿Cómo se llamaba? ¿Sabes de quien te hablo? Del otro drogata, el que se suicidó por no aguantar la presión. ¿No te ha dicho tu madre que no te juntes con malas compañías?

David ya empezó a no sentir nada tras la decima patada. Nunca en su vida había recibido una paliza pero hubiera preferido quedarse sin saber cómo era. Estaba llorando, había perdido todo sentido de orientación y el tiempo. Seguía tirado en el suelo al lado del gemelo quien luchaba con todas sus fuerzas por mantenerse con vida.

Le hubiera gustado soltar todo lo que querían saber aquel hombre pero lo cierto era que no sabía nada de lo que preguntaba.

-Tenemos el tatuaje. Por desgracia para nosotros y vuestra amiga, ella no podía replicarlo. Según nos dijo esta no es la dimensión en la que poder hacerlo, que requería de las mismas tintas que su lugar de procedencia. Por supuesto no la creímos al principio, hizo falta desollarla viva para estar seguros de que nos decía la verdad. –hablaba disfrutando del momento. El odio que salía de su boca con cada palabra prácticamente se podía sentir en el ambiente.

Eso fue toda una desilusión para nosotros. Aplaza un poco más nuestro objetivo pero ya hemos mandado gente a por la tatuadora correcta. La misma del universo donde matamos a tiros a tu amigo.

Ahora nos falta saber dónde está la escalera, y estoy convencido de que tú sabes la respuesta a esa pregunta. –le pegó otra patada que le dio esta vez en la cara. Esta la volvió a sentir. Aquel hombre sabía perfectamente lo que hacía, sabía cuánto tiempo esperar entre golpe y golpe para que el cuerpo no se acostumbrara.

-No sé dónde está, por favor, créame, no puedo ayudarle. Llegué hace tan solo unos días a Salamanca. Llevaba sin saber nada de nadie desde hacía cuatro años. Antes no sabía siquiera de la existencia de otros universos. Todo esto es nuevo para mí, por favor, créame. –otro puntapié hizo que dejara de llorar de golpe.

 

-¿Quieres un pitillo? –dijo ofreciéndole el ya encendido.

Alex lo aceptó asintiendo con la cabeza. Le habían sentado en la silla en la que había estado Andrea. Notaba cómo los pantalones se le humedecían con la sangre que había quedado en el asiento. El cuerpo de la tatuadora se encontraba a sus pies como un amasijo de carne prácticamente irreconocible. Pese a lo desagradable que resultaba no podía dejar de mirarlo.

Tomó el cigarro con la boca y realizó una calada profunda. El olor del tabaco era preferible al de aquel lugar. Sostuvo lo más que pudo el humo y lo soltó lentamente.

-Ambos sabemos que no voy a salir de esta con vida y que moriré antes de decir nada. –dijo con el pitillo aún en la boca y con la voz más clara y despreocupada que pudo. – ¿Por qué no acabas con esto ahora y nos ahorras un mal trago a los dos? A ti la molestia de perder el tiempo conmigo, y a mí el no seguir viéndote el careto.

Gideon se rió.

-Te has vuelto fuerte después de todo este tiempo. Tengo curiosidad por saber cuánto te durará esa fortaleza. Sacó del bolsillo una navaja. Parecía la misma con la que se habían hecho todas las atrocidades en aquella habitación. –empezaré haciéndote la pregunta. Por ser tú la repetiré hasta tres veces, una vez no me hayas contestado la tercera, comenzaré por tu dedo anular. No tienes el derecho a llevar nuestro anillo y creo que va siendo hora de que te lo quite. -¿Dónde está la escalera? Sabemos que tú y tu amigo el yonqui la acabasteis encontrando.

Solo hubo silencio. Gideon le hizo un gesto a uno de los hombres que le acompañaban. Desataron la mano derecha de Alex y se la sujetaron con fuerza abierta sobre la rodilla. Ahí se podía ver perfectamente la U y la S.

Ella se resistió pero aquel hombre era demasiado fuerte.

Su interrogador levantó dos dedos de la mano mirándola fijamente a los ojos. Ella seguía fumando tranquilamente manteniendo la chusta con los labios.

-¿Dónde está la escalera?

La respiración de Alex fue en aumento pero aun así se mantuvo en silencio con la mirada fija en él. Le escupió la colilla, él le pegó un tortazo con la mano abierta partiéndole el labio.

Levantó el tercer dedo de la mano.

-Por favor, te pido que no respondas ahora, siempre habrá tiempo para hacerlo cuando termine de jugar contigo. ¿Dónde está la escalera?

 

David escuchó los gritos de Alex despertándole del ensimismamiento. Parecía como si estuviera en la misma habitación. La cabeza le daba vueltas. Se revolvió todo lo que pudo haciéndose sangre en las muñecas con las correas de plástico.

Oyó cómo el calvo se reía a su espalda viendo el espectáculo.

-¿Te preocupa ella? Solo hay una forma de que paren de hacerle daño tanto a tu amiga como a ti. Coopera con nosotros, dinos lo que queremos saber. No te prometeré que saldrás vivo de aquí, pero sí te puedo asegurar que tanto tu muerte como la suya será lo más rápida posible. Dejareis de existir de la misma forma que no lo hacéis en el resto de universos. El mundo seguirá su curso como si nada hubiera ocurrido.

Los gritos seguían y seguían, David cerró los ojos con fuerza como si eso le ayudara a no escuchar aquello.

 

¿Y tu quien cojones eres? No te hemos visto ninguno de estos días con tus amigos de allí fuera. Es como si hubieras aparecido de la nada. Por lo visto te has juntado con ellos en la misma cafetería donde os hemos atrapado ¿No?

Habían llevado a Jara a la habitación del fondo. Allí le habían puesto en el centro rodeado de cinco hombres que le estaban apuntando continuamente con sus pistolas.

Ninguno de los presentes se había atrevido a tocarle más de lo necesario. El hombre que aun mantenía la cara roja del puñetazo que le había dado Alex, estaba parado delante de él analizándole con la mirada.

-Seas quien seas, si estas con ellos no te esperará nada bueno de todo esto. Sabemos que tus amigos conocen la localización de la escalera. ¿Puedes decírnosla tú también?

S.J le miró impávido. No se había movido ni el más mínimo centímetro desde que le habían dejado en ese lugar.

-¿Qué es esto que hemos encontrado en tus bolsillos? Dijo mostrando el naipe del As de picas. Estaba pintada la mitad de negro y la mitad de rojo.

-Un recuerdo de un antiguo trabajo, nada que tenga que ver con el aquí y ahora. –el hombre lo rompió en trocitos.

-Sujetadle. –los hombres obedecieron no sin cierto reparo. Le agarraron de los brazos poniéndoselos a la espalda y le hicieron arrodillarse. Él no ofreció ninguna resistencia.

De pronto se empezaron a escuchar los gritos de Alex a través de la puerta. Nadie hizo por notarlos, estaban demasiado ocupados en el preso que les correspondía. Les infundía un temor ilógico.

Un hombre entró en la sala. El cara roja se giró para ver quién era.

-¿Qué ocurre ahora? –un balazo le atravesó la frente seguido de otros cinco más. El desconcierto y revuelo que había generado el primero había permitido al atacante librarse de los demás hombres de la habitación. Nadie pudo reaccionar a tiempo.

Santi se levantó del suelo cogiendo una de las pistolas con la que le habían estado apuntando y sin dudar disparó hacia el pasillo.

 

Cuando David escuchó el primer disparo estaba a punto de desmallarse por segunda vez. El calvo se había sorprendido tanto como él y había decidido salir para ver qué era lo que ocurría.

 

Gideon se dio media vuelta sin saber lo que estaba pasando, oportunidad que Alex no pudo evitar aprovechar. El hombre que la estaba sujetando había disminuido la fuerza con la que le estaba agarrando. Alex se giró bruscamente, le quitó la navaja con la mano izquierda y se lanzó contra su antiguo compañero tirándolo del asiento. Fue directo a la yugular parando antes de clavársela. Los hombres que la habían estado sujetando no se atrevieron a agarrarla de nuevo.

Alguien abrió la puerta, dos tiros, dos hombres muertos.

-¿Estás bien? –le preguntó tranquilamente Jara mientras veía la carnicería de aquella habitación. –Parece que me metieron en la buena, tanto la tuya como la de David estaban ocupadas con anterioridad.

Alex no hizo caso al comentario, se mantuvo mirando fijamente la cara de Gideon en lo que sostenía temblorosamente la navaja manchada con su sangre.

-¿Estás bien? –repitió S.J            

-Déjanos unos minutos a solas. –dijo susurrando. Se notaba el dolor en su voz. Fue contundente, no iba a aceptar un no como respuesta. S.J cerró la puerta haciendo lo que le había pedido.

Pronto los gritos empezaron a escucharse de nuevo, pero esta vez eran de hombre.

En el pasillo les estaba esperando inquieto su rescatador manteniendo la pistola en dirección a la escalera.

-Has tardado mucho en hacer lo que te pedí. –le  dijo sin vacilar.

-Habrá merecido la pena. –no paraba de susurrar para sí el hombre.

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