miércoles, 28 de abril de 2021

VEINTISIETE (Hermanas)

 


Rechaza lo que no conoces.

Obvia situaciones por el simple hecho de no querer estar de acuerdo con ellas.

Mófate de aquello de lo que estás en contra para infravalorarlo y derribarlo sin necesidad de razonamiento ni esfuerzo mental.

Sigue la corriente, lo políticamente correcto y estarás plenamente convencido en tus convicciones sin saber siquiera de dónde han salido.

Serás una oveja más en un mundo en el que estos animales tienen éxito.

Se fiel al sesgo de información establecido y nadie se meterá contigo. Puede incluso que hasta caigas bien.

Si Dios existe, debe estar riéndose a vuestras espaldas.

U.S

Le dolía la pierna, ya casi no podía mantenerse en pie. Se la había mal vendado con su propia bufanda inmovilizándose lo mejor que pudo el tobillo.

Le dolía la cabeza, las sirenas no habían parado de sonar y el hecho de forzar la vista en la oscuridad tampoco ayudaba. Estaba deseando llegar a casa y tirarse en la cama.

Le dolían los brazos. Había empezado teniendo cuidado de dejar las cosas como se las había encontrado pero al cabo de una hora simplemente quedaba todo donde caía. Sentía tremendamente la destrucción de aquel lugar. No quería ni pensar en la cara que se le iba a poner al primero que pasara por aquella puerta al día siguiente.

¿Dónde estaba el puto libro?

Tenía ganas de gritar de desesperación pero trató de contenerse. Lo que menos falta le hacía era la intromisión de alguien en lo que estaba haciendo. Ya había tenido que dejar inconsciente al de seguridad quien dormía en ese momento plácidamente entre una montaña de tomos de la enciclopedia  del Románico.

Pasó a la siguiente estantería pisando todo aquello que quedaba en su camino. No estaba de humor para nada, como alguien le echara en cara algo de lo sucedido esa noche ponía a dios por testigo que le iba a acabar pegando un tiro.

Empezó por el libro de arriba a la izquierda y como había estado haciendo una y otra y otra vez desde que había llegado, lo sacó, leyó el reverso, lo tiró, con aún más rabia que el anterior, y cogió el siguiente ya con cero expectativas de que fuera el correcto.

Habían pasado unas dos horas. ¿Cómo era posible que aún no lo hubiera encontrado? Por lo que había oído de Iván, no se podía decir que el chaval fuera una lumbrera.

 Dónde, coño, estaba, el puto, libro.

Le entraron ganas de llorar pero se contuvo avergonzándose de sí misma. Había superado un millón de dificultades hasta llegar allí y no iba  a dejar que aquello pudiera con ella.

Miró el reloj. Ya eran casi las dos. Tanto su sobrino como Alex tenían que haber llegado ya a Ávila. Esperaba que no se hubieran encontrado ninguna complicación.

Aún tenía varias horas por lo que decidió tomarse un descanso.

Se sentó en el suelo rodeada de libros, cogió un cigarrillo y comenzó a fumar. Por un momento en su cabeza pasó la idea de quemarlo todo pero la rechazó en el acto.

Enfrente aún podía tener perfectamente unas veinte o treinta estanterías por revisar. Estaba ya en las salas interiores donde la luz de la ciudad no entraba, por lo que se había tenido que acostumbrar a la oscuridad casi plena.

Su móvil, bueno, se había quedado sin batería para variar. Estaba sin linterna.

Pasó la mirada tranquilamente por las baldas que tenía enfrente. Para ella ya todos aquellos volúmenes eran iguales, mismo tamaño, mismo grosor, mismo color, mismo tipo de letra... daba igual que realmente no fuera así, ella había reducido a una misma descripción a cada uno de aquellos contenedores de información.

En ese momento se paró al ver que había un tomo fuera de su sitio colocado encima del resto. Un sentimiento de ira apareció revolviéndose por su cuerpo.

No podía ser que Iván hubiera dejado el libro a plena vista de una forma tan exagerada. De todos los que Irene había sacado hasta el momento no se había encontrado ninguno en posición horizontal.

Esa biblioteca había llevado el orden a su máxima expresión. Todo estaba catalogado, todo tenía su sitio exacto en la estantería. No tenía que haber ninguno fuera de lugar.

Se levantó con cuidado tratando de no apoyarse demasiado en el pie malo y se acercó cojeando hasta allí.

Cogió el libro como había hecho tantas veces aquella noche y leyó el lomo. “Leyendas de Helmántica” ponía claramente en unas letras bien marcadas en dorado. Lo abrió sorprendiéndose de que era un manuscrito original. Era normal que nadie hubiera oído hablar de aquel libro antes de que Iván lo mencionara.

Irene soltó el aire aliviada. Lo había conseguido, había encontrado el dichoso libro. Ya podía volver a casa a descansar de una vez por todas. Estaba deseando pisar la cama.

Se sintió idiota por no haberlo encontrado antes pero procuró no hacerle caso a ese sentimiento.

Vio una última vez cómo había dejado todo. Decir que había caos en aquel lugar era decir poco, siempre había tenido problemas para contener sus nervios.

Se despidió del de seguridad quien seguía inconsciente en la esquina donde lo había dejado y caminó como pudo hacia la salida.

Ahora tenía que tener cuidado de que no la pillaran. No podía entretenerse, se tenía que alejar lo más posible de allí.

Salió al claustro y respiró profundamente. Si no hubiera sido por las circunstancias hubiera disfrutado de aquel lugar.

Le costó más de la cuenta saltar el muro pero tuvo suerte de que nadie estuviera en aquella calle para verlo.

Pese a que su casa, o mejor dicho, la casa de su hermana y su cuñado, estaba en dirección contraria, decidió dar un pequeño rodeo para no pasar por la Clerecía. Primero saldría del centro y luego ya descansaría.

Caminó por las calles casi vacías cruzando los dedos para que no la pararan. Su cojera llamaba la atención de las pocas miradas que seguían despiertas a aquellas horas de la noche.

Se planteó ir al Yelinas pero rechazó la idea en el acto ya que lo más seguro es que hubieran acordonado la zona. Finalmente decidió seguir el plan inicial.

La ciudad estaba tranquila, echaba de menos aquella sensación.

 

-Hola Irene ¿Qué tal te ha ido con David?  Llegas muy tarde ¿No? –la voz de su hermana la sorprendió hasta el punto de buscar su pistola en el bolsillo. Dio gracias a haberla tirado.

-¡Por Dios Paula! Qué susto me has dado. ¿Qué haces aún despierta a estas horas? –se acercó a ella tratando de disimular la cojera. Estaba sentada en el sofá con un libro apoyado en las rodillas. Se la veía algo dormida, Irene estaba segura de que acababa de despertarse.

-Lo siento no he querido asustarte. ¿Qué te ha ocurrido en la pierna?

-Un mal paso, nada de lo que preocuparse.

-¿Estás bien? ¿Necesitas hielo o algo?

-No te preocupes. –dijo mientras se sentaba a su lado. –hacía mucho que no estábamos las dos solas así. –Paula asintió apretándole el hombro. –dime, ¿Qué haces despierta a estas horas?

-Estaba esperándote y me quedé dormida. Quería saber qué tal te había ido con David. ¿Has estado con él hasta ahora? ¿Dormía en el hotel? –Irene le dio un abrazo sin previo aviso, las dos se quedaron un rato así.

-No. –contestó. –nos tomamos una cerveza y luego se marchó. Tenía cosas que hacer por lo visto. Ha crecido mucho en estos años. –Paula volvió a asentir con una sonrisa en la cara.

-Me ha hecho muy feliz volver a teneros aquí a los dos. Hacía tiempo que en esta casa no se respiraba así.

-¿Así como?

Se encogió de hombros.

-Así. Simplemente así. Mi hijo ha vuelto, mi hermana ha vuelto. Cierto que aún queda mucho para que todo vuelva a ser como antes pero por algo se empieza. –miró el libro. – ¿Y eso?

-Lo he visto en una tienda de segunda mano y se me ha ocurrido regalárselo a David. –mintió. – ¿Crees que le gustará? –se lo dio.

-“Leyendas de Helmántica, recopilación de historias de las ciudad dorada” siempre le gustó esta ciudad. ¿Vendrá mañana por aquí?

Esta vez fue Irene la que se encogió de hombros.

-Nadie puede saber lo que le pasa por la cabeza a ese chico. Le criaste bien, eso no lo dudes. Se ha convertido en alguien que merece la pena tener cerca.

Los ojos de su hermana se llenaron de lágrimas.

Momento de silencio.

-Sabe lo nuestro ¿Verdad? Nuestra herencia maldita. –su voz era débil.

A Irene le sorprendió ese comentario. Se planteó en un momento volver a mentir pero vio en su cara que no era necesario.

-¿Cómo lo has sabido?

-Que haya rechazado aquello que nos inculcaron de pequeñas no significa que sea ciega. Me parecía mucha casualidad que los dos aparecierais justo ahora después de tanto tiempo. No, está bien, no hace falta que te expliques. –le dijo cortándola justo cuando había abierto la boca para hablar. La volvió a cerrar. –me alegra teneros de vuelta a los dos. Para mí con eso es suficiente. Solo prométeme que cuidarás de que no le pase nada malo.

-No te preocupes, no está metido en nada peligroso. –volvió a mentir. –simplemente descubrió lo que es. ¿Sabías que sus amigos también lo eran?

-Siempre tuve mis sospechas. Nunca me gustó que anduviera con ellos. Pobre Iván. ¿Qué tal encontraste a David?

-Se recuperará. Es un chico fuerte y ya ha pasado por mucho.

-Ha enterrado a demasiados amigos para la edad que tiene.

Las dos se quedaron en silencio. De fondo se oían de vez en cuando los ronquidos de David padre en la habitación de al lado.

Finalmente Paula se levantó del sofá dejando el libro sobre la mesa.

Voy a buscarte algo para bajarte esa inflamación. –dijo señalando el tobillo. Hay arroz en la nevera de esta mañana por si vienes con hambre. –lo cierto es que le rugían las tripas. –me alegra que estés aquí hermanita.

 

El sonido del móvil vibrar la despertó. Miró la hora. Ya casi era la una, se había pasado la mañana durmiendo. Se desperezó, desenchufó el cargador y finalmente descolgó.

-¿Diga? –dijo a la par que bostezaba.

-¿Dónde estabas? ¿Por qué no contestabas? –era Adriana. –será mejor que vengas al Yelinas cuanto antes. Ha sucedido algo. ¿Conseguiste el libro?

-Lo encontré, no te preocupes. ¿Qué ha ocurrido? –estaba colérica, debía de ser grave.

-Un nuevo ataque.

-Voy ahora. –saltó de la cama arrepintiéndose en el instante en que su pie tocaba el suelo. Se había olvidado del puto tobillo. Su hermana se lo había vendado y tratado con una pomada. La hinchazón había desaparecido pero el dolor permanecía.

 

Tardó más de la cuenta en llegar al callejón del Yelinas. La pierna le estaba matando, se pasaría por el hospital después de aquello.

La puerta estaba rota. Parecía que habían entrado por la fuerza rompiendo la cerradura.

Se arrepintió de no ir armada pero se había quedado sin su arsenal. Abrió lentamente asomándose escaleras abajo. No se oía ni un solo ruido. Lentamente fue bajando escalón a escalón pendiente de cualquier movimiento.

Cuando llegó a abajo volvió a asomarse.

El Yelinas estaba destrozado, las mesas estaban volcadas y había cristales por todas partes. Tras la barra, agarrada a una botella de whiskey y un vaso de chupito estaba Adriana. No se había cambiado de ropa.

-¿Qué ha ocurrido? –Irene se dio cuenta de que tenía un ojo morado.

-Vinieron ayer a media noche cuando se calmaron las cosas. –se bebió el chupito de golpe y volvió a rellenárselo. –esta vez no les preocupó llamar la atención. Trajeron un puñetero ariete. Me pilló por sorpresa que lograran abrir la puerta tan deprisa.

Entraron y me golpearon, no pude hacer nada. Gracias a Susana sigo con vida.

-¿Susana? -volvió a beber.

-Me tenían retenida en contra de mi voluntad. Apareció entonces Susana amenazando con matarse si no me dejaban marchar. Ella cedió a abrirles la arista al otro lado en cuanto me fuera. No he vuelto a saber de ella desde entonces. Volví esta mañana y ni rastro.

-¿Tienen a las gemelas? –eso estaba yendo de mal en peor. ¿Por qué no había pasado por allí cuando salió de la biblioteca?

-He de suponer que sí. Eran pocos hombres y ninguno decidió quedarse en el Yelinas, todos cruzaron. –Irene le pegó una patada a una silla.

-¿Conseguiste el libro? –Irene se lo pasó. – ¿Lo has leído?

-Aún no, no he tenido tiempo. ¿Sabes algo de mi sobrino y Alex? –Adriana negó con la cabeza. Sacó otro vaso y le sirvió. Irene lo bebió agradecida. Aún no había desayunado.

-Dos ataques en una semana, sin contar con todos los ajenos a este lugar. Y ahora tienen a Susana. ¿Qué está pasando?

Irene se volvió a servir. En ese momento la llamaron al móvil, era Pablo el del punto limpio. Sin saber por qué le dio un escalofrío.

-¿Qué ocurre? –descolgó.

-¡No quiero morir! –le oyó gritar al otro lado antes de oír el sonido de un disparo.

-¿Pablo? ¡Contéstame Pablo! –se bebió rápidamente lo que se acababa de servir y se dio media vuelta. –Tengo que irme, han atacado a uno de mis confidentes. –vio que Adriana no le estaba prestando atención. Tenía su móvil en la mano. Lo giró mostrándole la pantalla. Cuatro mensajes de conocidos suyos pidiendo ayuda. Todos habían sido enviados casi al mismo tiempo.

-Me da que no solo los tuyos están siendo atacados.

-¿Qué coño está pasando? –su teléfono volvió a sonar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario