Rechaza lo que no
conoces.
Obvia situaciones
por el simple hecho de no querer estar de acuerdo con ellas.
Mófate de aquello
de lo que estás en contra para infravalorarlo y derribarlo sin necesidad de
razonamiento ni esfuerzo mental.
Sigue la
corriente, lo políticamente correcto y estarás plenamente convencido en tus
convicciones sin saber siquiera de dónde han salido.
Serás una oveja
más en un mundo en el que estos animales tienen éxito.
Se fiel al sesgo
de información establecido y nadie se meterá contigo. Puede incluso que hasta
caigas bien.
Si Dios existe,
debe estar riéndose a vuestras espaldas.
U.S
Le dolía la pierna, ya casi no podía
mantenerse en pie. Se la había mal vendado con su propia bufanda
inmovilizándose lo mejor que pudo el tobillo.
Le dolía la cabeza, las sirenas no
habían parado de sonar y el hecho de forzar la vista en la oscuridad tampoco
ayudaba. Estaba deseando llegar a casa y tirarse en la cama.
Le dolían los brazos. Había empezado
teniendo cuidado de dejar las cosas como se las había encontrado pero al cabo
de una hora simplemente quedaba todo donde caía. Sentía tremendamente la
destrucción de aquel lugar. No quería ni pensar en la cara que se le iba a poner
al primero que pasara por aquella puerta al día siguiente.
¿Dónde estaba el puto libro?
Tenía ganas de gritar de desesperación
pero trató de contenerse. Lo que menos falta le hacía era la intromisión de
alguien en lo que estaba haciendo. Ya había tenido que dejar inconsciente al de
seguridad quien dormía en ese momento plácidamente entre una montaña de tomos
de la enciclopedia del Románico.
Pasó a la siguiente estantería pisando
todo aquello que quedaba en su camino. No estaba de humor para nada, como
alguien le echara en cara algo de lo sucedido esa noche ponía a dios por
testigo que le iba a acabar pegando un tiro.
Empezó por el libro de arriba a la
izquierda y como había estado haciendo una y otra y otra vez desde que había
llegado, lo sacó, leyó el reverso, lo tiró, con aún más rabia que el anterior, y
cogió el siguiente ya con cero expectativas de que fuera el correcto.
Habían pasado unas dos horas. ¿Cómo
era posible que aún no lo hubiera encontrado? Por lo que había oído de Iván, no
se podía decir que el chaval fuera una lumbrera.
Dónde, coño, estaba, el puto, libro.
Le entraron ganas de llorar pero se
contuvo avergonzándose de sí misma. Había superado un millón de dificultades
hasta llegar allí y no iba a dejar que
aquello pudiera con ella.
Miró el reloj. Ya eran casi las dos.
Tanto su sobrino como Alex tenían que haber llegado ya a Ávila. Esperaba que no
se hubieran encontrado ninguna complicación.
Aún tenía varias horas por lo que
decidió tomarse un descanso.
Se sentó en el suelo rodeada de
libros, cogió un cigarrillo y comenzó a fumar. Por un momento en su cabeza pasó
la idea de quemarlo todo pero la rechazó en el acto.
Enfrente aún podía tener perfectamente
unas veinte o treinta estanterías por revisar. Estaba ya en las salas
interiores donde la luz de la ciudad no entraba, por lo que se había tenido que
acostumbrar a la oscuridad casi plena.
Su móvil, bueno, se había quedado sin
batería para variar. Estaba sin linterna.
Pasó la mirada tranquilamente por las
baldas que tenía enfrente. Para ella ya todos aquellos volúmenes eran iguales,
mismo tamaño, mismo grosor, mismo color, mismo tipo de letra... daba igual que
realmente no fuera así, ella había reducido a una misma descripción a cada uno
de aquellos contenedores de información.
En ese momento se paró al ver que
había un tomo fuera de su sitio colocado encima del resto. Un sentimiento de
ira apareció revolviéndose por su cuerpo.
No podía ser que Iván hubiera dejado
el libro a plena vista de una forma tan exagerada. De todos los que Irene había
sacado hasta el momento no se había encontrado ninguno en posición horizontal.
Esa biblioteca había llevado el orden
a su máxima expresión. Todo estaba catalogado, todo tenía su sitio exacto en la
estantería. No tenía que haber ninguno fuera de lugar.
Se levantó con cuidado tratando de no
apoyarse demasiado en el pie malo y se acercó cojeando hasta allí.
Cogió el libro como había hecho tantas
veces aquella noche y leyó el lomo. “Leyendas de Helmántica” ponía claramente
en unas letras bien marcadas en dorado. Lo abrió sorprendiéndose de que era un
manuscrito original. Era normal que nadie hubiera oído hablar de aquel libro
antes de que Iván lo mencionara.
Irene soltó el aire aliviada. Lo había
conseguido, había encontrado el dichoso libro. Ya podía volver a casa a
descansar de una vez por todas. Estaba deseando pisar la cama.
Se sintió idiota por no haberlo
encontrado antes pero procuró no hacerle caso a ese sentimiento.
Vio una última vez cómo había dejado
todo. Decir que había caos en aquel lugar era decir poco, siempre había tenido
problemas para contener sus nervios.
Se despidió del de seguridad quien
seguía inconsciente en la esquina donde lo había dejado y caminó como pudo
hacia la salida.
Ahora tenía que tener cuidado de que
no la pillaran. No podía entretenerse, se tenía que alejar lo más posible de
allí.
Salió al claustro y respiró
profundamente. Si no hubiera sido por las circunstancias hubiera disfrutado de
aquel lugar.
Le costó más de la cuenta saltar el
muro pero tuvo suerte de que nadie estuviera en aquella calle para verlo.
Pese a que su casa, o mejor dicho, la
casa de su hermana y su cuñado, estaba en dirección contraria, decidió dar un
pequeño rodeo para no pasar por la Clerecía. Primero saldría del centro y luego
ya descansaría.
Caminó por las calles casi vacías
cruzando los dedos para que no la pararan. Su cojera llamaba la atención de las
pocas miradas que seguían despiertas a aquellas horas de la noche.
Se planteó ir al Yelinas pero rechazó
la idea en el acto ya que lo más seguro es que hubieran acordonado la zona. Finalmente
decidió seguir el plan inicial.
La ciudad estaba tranquila, echaba de
menos aquella sensación.
-Hola Irene ¿Qué tal te ha ido con
David? Llegas muy tarde ¿No? –la voz de
su hermana la sorprendió hasta el punto de buscar su pistola en el bolsillo.
Dio gracias a haberla tirado.
-¡Por Dios Paula! Qué susto me has
dado. ¿Qué haces aún despierta a estas horas? –se acercó a ella tratando de
disimular la cojera. Estaba sentada en el sofá con un libro apoyado en las
rodillas. Se la veía algo dormida, Irene estaba segura de que acababa de
despertarse.
-Lo siento no he querido asustarte.
¿Qué te ha ocurrido en la pierna?
-Un mal paso, nada de lo que
preocuparse.
-¿Estás bien? ¿Necesitas hielo o algo?
-No te preocupes. –dijo mientras se
sentaba a su lado. –hacía mucho que no estábamos las dos solas así. –Paula
asintió apretándole el hombro. –dime, ¿Qué haces despierta a estas horas?
-Estaba esperándote y me quedé
dormida. Quería saber qué tal te había ido con David. ¿Has estado con él hasta
ahora? ¿Dormía en el hotel? –Irene le dio un abrazo sin previo aviso, las dos
se quedaron un rato así.
-No. –contestó. –nos tomamos una cerveza
y luego se marchó. Tenía cosas que hacer por lo visto. Ha crecido mucho en
estos años. –Paula volvió a asentir con una sonrisa en la cara.
-Me ha hecho muy feliz volver a
teneros aquí a los dos. Hacía tiempo que en esta casa no se respiraba así.
-¿Así como?
Se encogió de hombros.
-Así. Simplemente así. Mi hijo ha
vuelto, mi hermana ha vuelto. Cierto que aún queda mucho para que todo vuelva a
ser como antes pero por algo se empieza. –miró el libro. – ¿Y eso?
-Lo he visto en una tienda de segunda
mano y se me ha ocurrido regalárselo a David. –mintió. – ¿Crees que le gustará?
–se lo dio.
-“Leyendas de Helmántica, recopilación
de historias de las ciudad dorada” siempre le gustó esta ciudad. ¿Vendrá mañana
por aquí?
Esta vez fue Irene la que se encogió
de hombros.
-Nadie puede saber lo que le pasa por
la cabeza a ese chico. Le criaste bien, eso no lo dudes. Se ha convertido en
alguien que merece la pena tener cerca.
Los ojos de su hermana se llenaron de
lágrimas.
Momento de silencio.
-Sabe lo nuestro ¿Verdad? Nuestra
herencia maldita. –su voz era débil.
A Irene le sorprendió ese comentario.
Se planteó en un momento volver a mentir pero vio en su cara que no era
necesario.
-¿Cómo lo has sabido?
-Que haya rechazado aquello que nos
inculcaron de pequeñas no significa que sea ciega. Me parecía mucha casualidad
que los dos aparecierais justo ahora después de tanto tiempo. No, está bien, no
hace falta que te expliques. –le dijo cortándola justo cuando había abierto la
boca para hablar. La volvió a cerrar. –me alegra teneros de vuelta a los dos.
Para mí con eso es suficiente. Solo prométeme que cuidarás de que no le pase
nada malo.
-No te preocupes, no está metido en
nada peligroso. –volvió a mentir. –simplemente descubrió lo que es. ¿Sabías que
sus amigos también lo eran?
-Siempre tuve mis sospechas. Nunca me
gustó que anduviera con ellos. Pobre Iván. ¿Qué tal encontraste a David?
-Se recuperará. Es un chico fuerte y
ya ha pasado por mucho.
-Ha enterrado a demasiados amigos para
la edad que tiene.
Las dos se quedaron en silencio. De
fondo se oían de vez en cuando los ronquidos de David padre en la habitación de
al lado.
Finalmente Paula se levantó del sofá
dejando el libro sobre la mesa.
Voy a buscarte algo para bajarte esa
inflamación. –dijo señalando el tobillo. Hay arroz en la nevera de esta mañana
por si vienes con hambre. –lo cierto es que le rugían las tripas. –me alegra
que estés aquí hermanita.
El sonido del móvil vibrar la despertó.
Miró la hora. Ya casi era la una, se había pasado la mañana durmiendo. Se
desperezó, desenchufó el cargador y finalmente descolgó.
-¿Diga? –dijo a la par que bostezaba.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué no
contestabas? –era Adriana. –será mejor que vengas al Yelinas cuanto antes. Ha
sucedido algo. ¿Conseguiste el libro?
-Lo encontré, no te preocupes. ¿Qué ha
ocurrido? –estaba colérica, debía de ser grave.
-Un nuevo ataque.
-Voy ahora. –saltó de la cama
arrepintiéndose en el instante en que su pie tocaba el suelo. Se había olvidado
del puto tobillo. Su hermana se lo había vendado y tratado con una pomada. La hinchazón
había desaparecido pero el dolor permanecía.
Tardó más de la cuenta en llegar al
callejón del Yelinas. La pierna le estaba matando, se pasaría por el hospital
después de aquello.
La puerta estaba rota. Parecía que
habían entrado por la fuerza rompiendo la cerradura.
Se arrepintió de no ir armada pero se
había quedado sin su arsenal. Abrió lentamente asomándose escaleras abajo. No
se oía ni un solo ruido. Lentamente fue bajando escalón a escalón pendiente de
cualquier movimiento.
Cuando llegó a abajo volvió a
asomarse.
El Yelinas estaba destrozado, las
mesas estaban volcadas y había cristales por todas partes. Tras la barra,
agarrada a una botella de whiskey y un vaso de chupito estaba Adriana. No se
había cambiado de ropa.
-¿Qué ha ocurrido? –Irene se dio
cuenta de que tenía un ojo morado.
-Vinieron ayer a media noche cuando se
calmaron las cosas. –se bebió el chupito de golpe y volvió a rellenárselo.
–esta vez no les preocupó llamar la atención. Trajeron un puñetero ariete. Me
pilló por sorpresa que lograran abrir la puerta tan deprisa.
Entraron y me golpearon, no pude hacer
nada. Gracias a Susana sigo con vida.
-¿Susana? -volvió a beber.
-Me tenían retenida en contra de mi
voluntad. Apareció entonces Susana amenazando con matarse si no me dejaban
marchar. Ella cedió a abrirles la arista al otro lado en cuanto me fuera. No he
vuelto a saber de ella desde entonces. Volví esta mañana y ni rastro.
-¿Tienen a las gemelas? –eso estaba
yendo de mal en peor. ¿Por qué no había pasado por allí cuando salió de la
biblioteca?
-He de suponer que sí. Eran pocos
hombres y ninguno decidió quedarse en el Yelinas, todos cruzaron. –Irene le
pegó una patada a una silla.
-¿Conseguiste el libro? –Irene se lo
pasó. – ¿Lo has leído?
-Aún no, no he tenido tiempo. ¿Sabes
algo de mi sobrino y Alex? –Adriana negó con la cabeza. Sacó otro vaso y le
sirvió. Irene lo bebió agradecida. Aún no había desayunado.
-Dos ataques en una semana, sin contar
con todos los ajenos a este lugar. Y ahora tienen a Susana. ¿Qué está pasando?
Irene se volvió a servir. En ese momento
la llamaron al móvil, era Pablo el del punto limpio. Sin saber por qué le dio
un escalofrío.
-¿Qué ocurre? –descolgó.
-¡No quiero morir! –le oyó gritar al
otro lado antes de oír el sonido de un disparo.
-¿Pablo? ¡Contéstame Pablo! –se bebió
rápidamente lo que se acababa de servir y se dio media vuelta. –Tengo que irme,
han atacado a uno de mis confidentes. –vio que Adriana no le estaba prestando
atención. Tenía su móvil en la mano. Lo giró mostrándole la pantalla. Cuatro
mensajes de conocidos suyos pidiendo ayuda. Todos habían sido enviados casi al
mismo tiempo.
-Me da que no solo los tuyos están
siendo atacados.
-¿Qué coño está pasando? –su teléfono
volvió a sonar.
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