domingo, 12 de agosto de 2012

Ciudad de chabolas (tercera parte)


Las olimpiadas habían acabado, pero la crisis y todos los problemas que había en el país no se dignaron siquiera a reducirse.
Las cosa cada vez iba a peor, durante la época de deporte mundial todo se había olvidado, los pobres seguían allí, los explotados, los sin techo, todos ellos aun estaban en sus respectivos puestos, pero no en la mente de las personas. Ahí solo había competición como si nada malo les fuera a pasar.
El último ataque del gobierno en esos días fue nuevamente la reducción del sueldo de los funcionarios, personas con familia que se habían ganado a base de esfuerzo aquello que en esos momentos les estaban volviendo a robar. Mientras, los políticos seguían obteniendo el mismo dinero a fin de mes, o mejor dicho, aquellos que no quisieran cambiar su ganancia, no lo hacían, ya que para ellos, era optativo.
El resto del pueblo funcionario pasó, sin excepción, a tener todo un sueldo menos, pero la cosa no acabó ahí; la edad de jubilación aumentó al igual que el número de parados a los que se sumaban todos aquellos estudiantes que no tenían oportunidad de encontrar trabajo. Los políticos pasaron de robar pagas extras a participar públicamente en robos de supermercados sin consecuencia alguna, y mientras, ellos viviendo igual que siempre o incluso mejor que nunca.
La familia real, bueno, ellos por lo menos disfrutaron de unas olimpiadas magnificas en las que gastaron una millonada en una seguridad que hubiera sido innecesaria si se hubieran quedado en casa como el resto de españoles.
La princesa, bueno, ella al menos vivía feliz con sus pechos nuevos y otras operaciones para cambiar su físico y aparecer mejor por la tele saludando a los atletas.
El pueblo, bueno, nosotros al menos estaríamos entretenidos con unas olimpiadas que al fin y al cabo, se podrían comparar con los juegos romanos que solo aparecían cuando la mayoría estaba descontenta con la dirección del imperio.
Sonreí por un momento mientras recorría las calles repletas de habitantes, sin hogar al que ir, y de edificios, sin dueño al que recibir. Ahora el pueblo ya no tenía nada que perder, solo había que esperar a que ellos tuvieran todo por proteger.

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