jueves, 12 de diciembre de 2013

Universos paralelos


Sentado en el autobús me gusta fijarme en la gente, en sus rostros, en sus gestos, sus movimientos involuntarios, sus posibles tics…
Si alguien se está mordiendo las uñas da por hecho que yo me entero de qué dedo es el perjudicado. Me gusta entretenerme imaginando en qué piensan esas personas en ese mismo instante, qué personalidad tienen, el sonido de su voz…
Me gusta imaginar la vida que hay detrás de ese cuerpo de carne y hueso tan parecido y tan diferente al mío, al fin y al cabo, cada persona es un mundo vivido de una forma completamente distinta a las demás.
Cada persona es un mundo, se podrá parecer más o menos al de alguien que tienes al lado, pero nunca es el mismo.
Puede ser que todos vivamos en un entorno igual o parecido, puede ser que ciertas personas habiten una misma casa o tengan una misma familia, puede incluso que compartan casi las 24 horas del día y duerman en la misma cama, pero dentro de esos entornos similares o casi idénticos, cada uno tiene su propia forma de mirar las cosas, su pasado, sus expectativas de futuro, sus amistades, su universo paralelo.
Y es que al fin y al cabo todo se reduce a eso, a universos paralelos que ocupan un mismo espacio al mismo tiempo. Millones de universos moviéndose a la vez, entrelazándose en situaciones y momentos determinados, entrelazándose en lugares ya sean casas, calles o un autobús a las 8 de la mañana.
Sentado en la parte de atrás me gusta imaginarme cómo son los distintos universos de las personas allí presentes. En qué piensan, cuáles son sus sueños, qué música están escuchando…

jueves, 5 de diciembre de 2013

Un pilar al que recurrir


Tenía dudas sobre un tema importante para mí y, cuando recurrí a alguien de confianza para que me las resolviera,  me contestó con una simple pregunta. “¿Qué quieres que te diga?, dímelo y yo te lo digo.”
Pese al excesivo uso del verbo “decir” en una sola frase, esta contestación había sido la más sincera de todas las que me habían dado hasta el momento. Recurrimos a familia, amigos, confidentes… todos los días para pedir consejo, sin darnos cuenta de que éste nos va a traer al pairo si no nos gusta. Hacemos esfuerzos extras por averiguar cuál es el mejor conjunto de palabras para decir a alguien que está pasando un mal rato cuando lo único que realmente quiere que le digas es nada, simplemente estar ahí como una columna, silencioso, inmóvil, pero presente como algo fundamental en lo que apoyarse si existe esa necesidad.
“¿Qué quieres que te diga?, dímelo y yo te lo digo”
Nunca una contestación había sido de mayor utilidad que esta.
“No quiero mentirte ni darte mi opinión ya que al fin y al cabo no soy quien para decidir por nadie, no quiero darte falsas esperanzas ni convertirme en alguien que de repente lo sabe todo, lo puede todo y conoce todos los detalles del problema, eso solo lo puedes hacer tú mismo.
 Pero si puedo estar allí, andar pendiente de tu problema e intentar hacer que te olvides de él, la solución está en tu mano pero si necesitas una noche de borrachera para desahogarte yo estaré allí, si necesitas pasar el mal trago con alguien, yo estaré allí, y da por sentado que para cualquier cosa, que este en mi mano eso sí, no dudes en recurrir a mí. No haré juicios,  te daré actos.”

Eso es lo que quise que me dijera, y como buen amigo me lo repitió  palabra por palabra de forma totalmente sincera antes de retirarse, de convertirse en columna, presente pero sin molestar, sin falsas decoraciones, pero siempre al tanto, siempre sustentando.