Qué hay mejor que sentirse útil y qué sentimiento es peor
que el de saber que no haces nada por nadie más que por ti mismo. Saber que,
como
un parásito, no haces otra cosa que
sobrevivir de los demás, sin devolver lo cogido y en ocasiones, sin ni siquiera
aprovecharlo.
La sociedad de hoy en día nos obliga a tirar más para esto
último, no ser útiles.
Para poder tener un
futuro necesitas unos estudios pagados por tus padres con los que vas a estar
hasta terminarlos y, en caso de no encontrar trabajo, hasta mucho después.
Vives de lo trabajado por ellos sin podérselo devolver, te dedicas simplemente
a eso, a ti mismo.
Yo vivía y por desgracia sigo viviendo, simplemente para mí
mismo, un egoísmo (dicho siempre bajo mi punto de vista) del que, pese a no
pasarme nada malo, no conseguía ser feliz. El tiempo se consumía con mis
quehaceres, algo propio de lo que solo salía ganando yo. Naci con todo hecho
como si me perteneciera por derecho cuando en realidad, me sentía atraído a
devolver ese favor que desde nacimiento me fue dado.
Encerrarme en mi mismo, preocuparme únicamente por mis
estudios, por salir a tomar algo con los amigos, por hacer una buena entrega de
un trabajo tal día a tal hora, no me hacia feliz, no encontraba sentido a una
existencia en la que cada uno vivía su vida sin poder agradecer lo recibido,
solo gastando, solo viviendo de otros.
Hace unos días me apunté a un voluntariado tras el cual todo
esto me vino a la mente no pudiendo evitar darme cuenta del por qué de mi
infelicidad, no es que estuviera triste, como ya he dicho, no me ocurría nada
por lo cual estarlo, simplemente, no era feliz.
Fui con un grupo de, yo creo que podría llamarlos amigos, a
pasar un rato con unos ancianos en una residencia de esas tan bien conocidas
por ser de todo menos confortables.
A los ancianos les
tocaba cenar a esa hora y nosotros estábamos allí, simplemente, para echar una
mano en todo lo que nos fuera posible y hacerles compañía cosa que, pese a ser
algo tan simple, agradecían con sinceridad. La mayor parte de las personas que
allí vivían eran dependientes prácticamente en todos los aspectos, personas que
ya habían hecho todo lo que habían podido hacer en su vida y ya solo les
quedaba estar allí dejando pasar el tiempo. Si habían tenido una buena o mala
vida ya no era importante, ya no podían cambiar nada en su situación y solo les
quedaba alegrarse o arrepentirse de su pasado.
Es algo triste, no puedo negarlo, pero esas dos horas que
estuvimos allí fueron dos horas en las que ellos pasaban un rato distinto a lo
que estaban acostumbrados y nosotros devolvíamos, como ya he dicho antes, ese
favor que nos fue dado de nacer con esas posibilidades que tan poca gente
tiene.
Al salir de allí me sentí bien conmigo mismo, pero ese
sentimiento duró solo un momento cuando vi en lo que se había reducido mi vida
hasta entonces. En vivir de otros sin dar tan siquiera las gracias, no
sintiéndome útil, existiendo solo yo, para mí.
Si estas sano y tienes sangre en el cuerpo, te ves obligado
a donarla siempre que puedas, al fin y al cabo, no estás siendo generoso, si no
que estas prestando algo de lo que luego, en un futuro, tú te aprovecharas.
Si tienes posibilidad de ayudar a alguien aunque sea una
hora a la semana, no estás haciendo ninguna cosa de forma gratuita y desinteresada,
ya que, si realmente puedes hacerlo, es porque ya te ha sido pagado ese
“esfuerzo” previamente con la suerte de poder hacerlo y no tener que recibirlo.
Qué hay mejor que sentirse útil y qué sentimiento es peor
que el de saber que no haces nada por nadie más que por ti mismo. Saber que,
como un parasito, no haces más que
sobrevivir de los demás, sin devolver lo cogido y en ocasiones, sin ni siquiera
aprovecharlo.