A
veces pienso que todo es un juego al que todos estamos obligados a participar.
El
destino te lleva por caminos por los que no creías que ibas a pasar y cuando te
quieres dar cuenta, estas sobre un pavimento que ni siquiera conoces.
Cada
año un cuarto distinto, una cama distinta, no tengo un sitio que se diga propio,
voy a donde las señales me lleven y el recorrido me deje ir, siempre sigo hacia
delante. En este mismo momento pertenezco a tres sitios distintos, con mil
futuros posibles por delante, buenos y malos, con mil compañeros de faena, con
gente pasada, presente y futura.
Soy
lo que las malas decisiones, la suerte y la valentía me han llevado a ser, soy
el mismo estancao de hace unos años pero más feliz, más viejo e igual de sabio
(nada para ser sincero). Más cansado y con más ganas de vivir, con más ganas de
caer en las mismas zanjas que en su día cavé, con más ganas de aprender del paisaje.
Soy
el que mis sueños no llegaron a imaginar, alguien distinto con el mismo adn, un
“yo de ayer” del que quedan solo resquicios, soy evolución e involución.
A
veces pienso en el poco control que tenemos sobre nosotros mismos, en que somos
meros espectadores de nuestro propio teatro, que sentimos, queremos,
trabajamos, añoramos y soñamos, pero no decidimos. Un perro atado a un carro
que puede moverse libremente sin elegir la dirección.
A
veces, solo a veces, pienso que nosotros no decidimos, pero luego me doy cuenta
de que es al contrario que ese perro, si decidimos el camino a tomar, la
dirección. Decidimos, elegimos y aceptamos los resultados de ello. Sobrepesamos
las alternativas del libre albedrío y con ello, le echamos o no cojones a la
vida, decidimos si el esfuerzo merece la pena, si la suerte está de nuestro
lado o no.
No
estoy diciendo que sea una buena vida la que nos toca vivir, pero es la que
hay, “vivir para trabajar o trabajar para vivir” no es la duda que hay que
tener, sino qué hacer con nuestro tiempo libre, decidir cómo ver un mundo que
tiene tanto de maravilloso como de horrible o de injusto.
Podemos
lamentarnos o aparentar estar locos sonriendo sin razón alguna, podemos quejarnos o despreocuparnos y seguir respirando. Echarle la culpa a la
política y a las religiones o admitir que un ser humano igual que tu y que yo
está detrás de todo.
Discutir o dar ejemplo. Dejarme guiar por lo que pienso a veces o por lo que mis malas
decisiones, mi suerte, mi valentía, y ausencia de esta, me han llevado a ser lo
que soy ahora.
Pisar
firmemente ese pavimento que antes no conocía y al que no se cómo he llegado
para amoldar mis pies a él y sonreír sabiendo que, aunque no tengo el pleno
control de mi mismo, al menos puedo decidir.
Y seguir pisando este pavimento con todos sus irregularidades... en cada situación el terreno cambia bajo nuestros pies.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, amigo Rendan.
A veces o casi siempre cuestiono lo mismo sobre lo que nos toca experimentar. Hay ocasiones que siento un Deja-vu...es inexplicable. Pero al final nos toca seguir tratando de suavizar el pavimento. Un abrazo compañero y gracias por compartir tu sentir. Hermoso escrito.
ResponderEliminarOlvide mencionar lo que me ha encantado la imagen. Esta bella!
ResponderEliminar