No podía ser más inoportuna aquella situación. Sola en una habitación prácticamente vacía, sin nada a lo que agarrarse a menos de cuatro pasos de ella.
Miró a su alrededor para ver si encontraba a alguien que la pudiera ayudar. Pero solo estaba ella, y su sombra. Cerró los ojos, y espero lo inevitable.
Se había puesto los tacones y le acababa de invadir el vértigo.
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