lunes, 11 de junio de 2012

Ciudad de Chabolas.


Llegué ya muy caída la noche a las calles de la capital esperando encontrármelas completamente desiertas, pero en vez de eso, me encontré con un chabolismo al pie de los edificios vacios.
Familias de personas de todas las edades se amontonaban en las aceras tapándose con las cajas o plásticos que podían encontrar.
Los mendigos de toda la vida ahora pasaban a ser los instructores de los nuevos sin techo, enseñándoles su forma de vida. Los portales, repletos de personas que intentaban resguardarse del frio, ahora se convertían en los dormitorios de mayor lujo que se podía obtener en esas condiciones. Y aquellos que no tenían esa suerte, se volvían arquitectos entretenidos en hacer sus nuevas casas con los desperdicios de la obra más cercana.
Las velas de algunos afortunados, eran en aquel momento las que iluminaban las calles sin electricidad, hacia ya bastante tiempo que las compañías de energía habían cerrado debido a no tener a nadie a quien abastecer.
Los edificios, todos con las persianas cerradas, tenían ahora el aspecto abandonado que les correspondía. Parecía como si la vida nos hubiera gastado una broma de mal gusto dejando a todo el mundo en la calle a pie de tantos edificios sin ocupar.
Solo los políticos y banqueros habían mantenido sus vidas con los mismos lujos de antes en lo que se los quitaban al resto de trabajadores.
En cada ventana, un cartel de se vende desgastado por las numerosas lluvias que habían pasado desde que se habían puesto después, eso si, de haber desalojado a los antiguos individuos, sin trabajo y sin paro.
El país ya había salido de la crisis, pero la solución que se había dado había sido mandar a los funcionarios a la calle y subir los impuestos mientras que, aquellos a los que habíamos llamado gobernantes, vivían con sus mismos sueldos excesivos. Todo había empezado con un rescate al que habían disfrazado a vista del mundo no llamándolo como tal y escondiéndose detrás de los partidos de futbol de la copa de Europa que acababa de empezar.
En ese momento, un niño que no pasaría de los siete años me agarró de la gabardina obligándome a parar para preguntarme por algo de comer, abrí la mochila en la que guardaba mis últimos recuerdos de tiempos mejores, y le di el trozo de pan duro que me quedaba.
Sin decirme siquiera gracias, se comió enseguida lo que parecía, por su aspecto famélico, su primer bocado desde hacia días.
-Sus padres antes eran profesores. –me explicó una chica que en esos momentos se había puesto a mi lado y había visto lo ocurrido. –yo en cambio, ni siquiera pude acabar la carrera que estaba haciendo debido al aumento del precio de las matriculas.
-Pues mi caso es del estilo al tuyo. –me dijo un segundo. –yo si acabé la carrera, pero aun así no pude ejercer ya que no fui capaz de encontrar trabajo.
-Yo era médico, y lo más gracioso es que aquel hombre metido entre cajas era mi jefe. –habló un tercero con la barba por los tobillos.
-Pues en mi casa ahora vive la ministra de igualdad.
En cuanto quise darme cuenta, ya estaba rodeado por todos aquellos habitantes sin hogar, posesiones, ni sanidad, contándome unas historias todas ellas diferentes pero iguales.
Eran las dos de la mañana y a lo lejos se podían ver las luces de las chimeneas de las casas del alcalde y otros de la misma calaña que habían sobrevivido a costa del resto.
Temblé debido a un escalofrío.
Una mano de entre la gente me tendió una manta raída en lo que me preguntaba.
“¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?”
Me senté en la acera rodeado de aquellos “mendigos”, aquellos bidones ardiendo para calentarse y aquellos cartones, y empecé a narrar sin poder evitar que se me escapara una lágrima de vez en cuando.
Rodeado, de aquellos habitantes de una ciudad de chabolas.

1 comentario:

  1. Muy triste y más aún porque se asemeja a la realidad. Esperemos llegar a tanto, Realmente estamos viviendo lamentable y completamente injusta.

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