El otro día un profesor preguntó en clase quienes se habían planteado en algún momento de la carrera cambiarse a otro estudio dejando todo aquello.
Del número total de alumnos que levantaron la mano no me
acuerdo, pero sí la cara de sorpresa que se le quedo al hombre que había hecho la pregunta al ver que no eran pocos.
Tras esto formuló una segunda a la cual cuatro
contestaron.
“¿Quiénes tenéis aquí una afición a la que dediquéis al
menos dos horas diarias?”
Eligió a uno de los que en esta ocasión alzaron su brazo y
le dijo una tercera,” ¿Cómo te sientes cuando estás haciendo ese “pasatiempo”?”
La intención de ese profesor
no era más que la de mostrarnos que, al igual que disfrutaba esa persona
con su hobby, lo mismo debíamos sentir con nuestro trabajo en aquella escuela.
No decía que nos dedicáramos exclusivamente a nuestros
estudios, pero sí que disfrutáramos trabajando y, a su vez, dejáramos hueco
para divertirnos y aprovechar nuestros años de universidad.
Yo, presente en esa situación como cualquier otro alumno que
tiene asistencia obligatoria, no pude evitar sentir un pequeño desacuerdo con
aquella teoría ya que las dudas sobre poder compaginar estudios con pasatiempos
me resultaba muy difícil de imaginar. Por lo demás, no me quedaba otra que
darle toda la razón a aquel personaje.
Hago malabares, esa es mi gran pasión desde hace años y el
poco tiempo libre que puedo sacar de mis quehaceres diarios lo aprovecho, sin
dudar un instante, en salir al parque de al lado de casa y practicar un poco.
Por experiencia sé que ese tiempo es muy reducido, por
desgracia la mayor parte de la semana, por no decir toda ella salvo sábados por
la mañana, la ocupan los trabajos de clase, entregas, asistencias etc.
Por mucho que quisiera aumentar el número de horas que tiene
un día, tengo que reconocer que este solo tiene 24, y que las obligaciones, por
mucho que me gusten, siguen siendo obligaciones y eso nunca se podrá comparar
con esa horita a la semana que, con mucho esfuerzo consigo para hacer lo que
realmente me apasiona y me llena.
Mi carrera me gusta, no tengo ninguna duda de que la he
elegido bien y, sinceramente, ni siquiera me he planteado dejarla por muy mal
que me fuera en algunos momentos. Pero mi carrera es mi obligación, y eso implica
que, cuando tengo oportunidad de separarme de ella para lanzar pelotas al aire
no me paro a pensarlo ni siquiera un momento.
La vida te permite desviarte por muchos caminos, e incluso
coger varios a la vez, así que, ¿Por qué contentarme con andar por la vía
principal de las obligaciones cuando hay una gran variedad de caminos
secundarios opcionales que te acaban llevando a un mismo sitio?
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