miércoles, 19 de abril de 2017

Ataraxia



Cierro los ojos y escucho la música,

siento el viento en mi cuerpo, el aire en mis pulmones…

me paro y entonces me muevo, agito los brazos para calentarlos, desentumecerlos, salto sobre mis talones, muevo la cabeza de lado a lado.

El mundo ha desaparecido,

los problemas ya no existen,

siento un momento de felicidad.

Giro sobre mí mismo,

bailo sin saber bailar importándome cero lo que piense la gente de mi al pasar.

Lanzo las pelotas al aire y me hago uno con la gravedad, con el ritmo de la música, siento cada golpe, cada nota.

Recojo las pelotas al son de la melodía y las devuelvo al aire donde pertenecen,

mis movimientos van acordes a ella y a los malabares que son mi vida.

Giro, hago muecas, salto, me encojo, me doblo, soy yo mismo, el resto da igual.

Se me cae una pelota y me agacho, no importa, solo disfruto.

Nada tiene más valor que ese momento de lucha contra la gravedad, de lucha por intentar hacer lo imposible, que el disfrutar de la música, aquello que hace que los humanos valgamos la pena, poder llegar a los sentimientos de las personas, controlar cada musculo, evitar darle importancia a las miradas que no la tienen, solo me dejo llevar y mis malabares me acompañan formado parte de mis extremidades.

Un momento de respiro entre tanta realidad, unos segundos de ser verdaderamente feliz.

La vida en ese instante tiene el valor que se merece.

La música para, dejo caer las pelotas, abro los ojos.

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