Los prejuicios son algo del día a día. Buscar su inexistencia es igual que buscar utopías, solo pueden ser alcanzadas de forma artificial mediante la pérdida de libertades individuales.
No puedes luchar contra los prejuicios, pero sí
evitar que ellos te controlen y formen una parte importante de tu vida.
Es un placer estar de vuelta.
Ubi Sunt.
El sonido del periódico chocar contra la puerta de la entrada le sacó de su ensimismamiento. El beicon estaba recién puesto en la sartén por lo que decidió que le daba tiempo a recogerlo.
Al salir, el sol le dio en la cara haciéndole entrecerrar los ojos. La
verdad es que hacía un día maravilloso, casi tanto como había sido la noche.
Se agachó para coger el rollo de papel y saludando al vecino que le
miraba con extrañeza, volvió a meterse al interior de la casa.
El olor del desayuno ya empezaba a invadir cada estancia dando la
sensación de hogar que tanto añoraba. Pensó que pronto aquella maravillosa
esencia llegaría al dormitorio de los niños quienes se despertarían con ánimos
de engullir aquel festín. Una sonrisa apareció en su cara nada más imaginarse
la escena.
Dejó el periódico a un lado para terminar de hacerse cargo del beicon que
empezaba ya a tomar el color indicado. Cogió un trozo con los dedos con cuidado
de no quemarse, lo partió y se lo acercó a la nariz. Después de respirar aquel
aroma se llevó el trozo pequeño a la boca. Crujiente, justo como a le gustaba. Estaba
claro que iba a ser un gran día.
Miró el reloj, aún faltaba un poco para las nueve, aún los niños podían
aprovechar un poco más en la cama antes de que el autobús del colegio llegara
para recogerles. Quitó la sartén del
fuego, cogió una más pequeña y se dispuso a hacer los huevos.
La mesa de la cocina ya estaba puesta. El pan ya estaba tostado, la
mantequilla y la mermelada listas para ser usadas, los cuencos de leche
rellenos y la caja de cereales a tan solo unos centímetros de ellos. El bol con
frutas estaba en el centro coronado por una maravillosa rosa de papel color
rojo. Había estado buscando pasas para rematar aquel manjar, le encantaban las
pasas, pero no las había encontrado por ningún sitio.
Una vez hubo acabado de freír los huevos, los sirvió junto con el beicon
en dos platos.
Se acercó a la radio y subió el volumen, “The Indiana Man” de “American
Murder Song” estaba sonando en esos momentos. Le gustaba esa canción.
Respiró profundo por la nariz y expiró por la boca aún con la sonrisa
marcada de oreja a oreja.
-Ha sido una gran noche. -dijo antes de despedirse de sus acompañantes y
salir por la puerta principal.
Roland se despertó con el delicioso olor del desayuno entrando por su
puerta. Al ver la hora le extrañó que su padre no les hubiera despertado como
solía hacer cada día. Tenía que haberse entretenido en la cocina y no darse
cuenta del reloj.
Se desperezó lentamente, había dormido estupendamente. Aún sentía el
cansancio de la noche y el calor de las sábanas no ayudaba lo más mínimo a
levantarse. Se estiró, bostezó y finalmente se decidió a empezar la nueva
jornada.
No es que le disgustara el colegio, ese día tenia clase de gimnasia, que
era lo que mejor se le daba, y estaba empezando a entender mejor eso de las
multiplicaciones y divisiones que tantos comederos de cabeza le estaban
causando.
Hizo la cama lo mejor que pudo, tal y como le había enseñado su madre,
buscó sus zapatillas de estar por casa y fue a la habitación de al lado a despertar
a su hermana, si se habían olvidado de despertarle a él, lo más lógico era que también
se hubieran olvidado de ella.
-¡Buenos díaaas! –dijo al salir al pasillo. Esperó a que le contestaran
sin ningún resultado. La campana extractora y la radio sonaban demasiado fuerte
como para que pudieran escucharle desde el piso de arriba.
Entró en el cuarto de Lucy y la zarandeó sin más miramientos. Ella se
quejó y gritó a papá y a mamá también sin resultados.
Finalmente consiguió que se levantara de la cama. Ayudó a su hermana a
recoger, se turnaron para ir al baño a asearse y se pusieron los uniformes.
“Aún quedan quince minutos para que venga el autobús” -pensó sonriente mientras
bajaban las escaleras teniendo la primera comida del día en mente.
La policía llegó a la calle que les habían informado apenas diez minutos
más tarde de que les dieran el aviso. Había sido la patrulla que más cerca
estaba de la casa por lo que les había tocado a ellos acercarse.
El vecino, que estaba cortando el seto de la entrada, quedó impactado
nada mas verles.
-Disculpe señor. Hemos recibido un aviso en esta casa. ¿Ha visto u oído
algo raro? Según la radio ha llamado a urgencias un niño indicándonos la
dirección.
El hombre soltó las tijeras de podar. Sus ojos estaban completamente
abiertos y no paraba de balbucear tratando de decir algo. No paraba de mirar
hacia la puerta cerrada. Parecía como si tratara de ordenar sus ideas sin
ningún resultado.
Viendo que no terminaba de responder, uno de los policías se quedó con él
mientras su compañero se acercaba hacia la entrada.
Llamó al timbre. No hubo respuesta. Informó de que eran la policía. Siguió
sin haber respuesta.
Trató de mirar a través de la rejilla del buzón y por las ventanas pero
no pudo observar el más mínimo indicio de movimiento. Negó con la cabeza ante
la mirada interrogativa de su compañero quien fue al coche a pedir
instrucciones.
El vecino en esos momentos estaba completamente parado mirando la escena.
-Dice central que ante la duda entremos.
Cogieron la herramienta para romper cerraduras del maletero y tras
confirmar una última vez por radio, procedieron a entrar en la vivienda.
El pasillo de entrada hacia las escaleras del piso superior estaba con la
luz encendida tal y como había podido ver tras la rejilla del buzón. Pudieron
reconocer el sonido del extractor en la primera puerta de la derecha.
-¿Hola? ¿Hay alguien en la casa? ¡Policía de Toronto! Hemos recibido un
aviso desde esta dirección. Si hay alguien en la casa por favor salgan hacia la
entrada lentamente con las manos a la vista.
Una vez más, ninguna respuesta.
Tras la confirmación de su compañero, fueron avanzando lentamente hacia
la puerta de lo que suponían que era la cocina. Los dos se llevaron la mano a
la cintura para comprobar que la pistolera estaba desabrochada y accesible.
Volvió a repetir una vez más todo lo dicho desde el resquicio de la
puerta. Su compañero acababa de comprobar que el baño de la izquierda estaba
vacío.
-¡Policía de Toronto! –entró en la cocina pistola en mano.
Su cerebro tardó en procesar aquel escenario.
Ante él se encontraba la típica cocina que todas aquellas casas
unifamiliares de extrarradio debían de tener. La encimera impoluta cubriendo el
lateral derecho, un armario con la vajilla vista a través del cristal en el
izquierdo… justo en el centro de la sala se encontraba una mesa con cuatro
sillas.
Los dos cuerpos inertes les daban la bienvenida a sentarse con ellos a desayunar.
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