lunes, 25 de junio de 2018

Cuaderno de viaje (Roma_01)



Están siendo unos días de no parar y aprovecho justo el tren camino a Napoli para escribir un poco sobre este viaje.

Estamos a 18 de Junio de 2018, empecé el viaje el miércoles pasado, estamos a lunes.

El miércoles fue el típico día de viaje, levantarse a las 5 a.m para coger un bus que me llevaría directo al aeropuerto de Madrid, donde esperaría 3 horas antes de que el avión volara para Roma.

Tanto el vuelo como las horas en el aeropuerto no tienen mucho que reseñar, el típico vértigo previaje cubrió la mayor parte del tiempo.

Al llegar a Roma esos nervios fueron en aumento debido a una pequeña confusión de aeropuerto que me llevaría a coger un bus, un tren, y dos horas más de las pensadas solucionar.

A las 6 p.m me esperaban en la estación para ir al piso donde dormiría todos esos días.

Dejamos la mochila y dimos el primer paseo de acercamiento, Plaza Venezia, Foros, Campidoglio… la primera impresión de Roma como ciudad caótica no cambió, e incluso fue en aumento, pero también apareció ante mí un lugar de historia y grandeza, un imperio que, pese a su larga distancia en el tiempo con respecto a nosotros, tenía unas grandes capacidades tecnológicas y arquitectónicas que han llegado a nuestros días.

Rematamos ese primer día cenando en una pizzería en el barrio de Trastevere, un barrio bohemio con bastante ambiente en la calle.

En esas horas vimos la plaza Spagna con la escalera y la fuente en forma de barca de Bernini, tiramos la moneda en la Fontana de Trevi (demasiado llena de turistas), disfrutamos de las fuentes de Bernini y la iglesia de Borromini en la plaza Navona y vimos el punto exacto donde mataron al Cesar en Largo di torre Argentina.



Los dos días posteriores fueron prácticamente en solitario, mis compañeros trabajaban por lo que me tocó el turisteo a mi solo.

Por la mañana nos levantamos todos juntos a desayunar y salí dirección Puente Sixto.

El Panteón ha sido de las cosas que más me han sorprendido estos días, tanto el exterior prácticamente desmantelado de muros curvos desnudos, un pórtico con unos pilares enormes que destacan al mirar sobre una plazoleta pequeña con  la fuente en el centro, y las inmensas puertas que llaman la atención cerradas, pero mucho más abiertas dejando ver un espacio interior que no existe en otro lugar.

Estar dentro de un cilindro de 50m de diámetro con una cúpula de casetones que acaba en un óculo por donde entra la luz, ha sido una sensación que solo podía mejorar al pensar en la época en la que aquel espacio se había construido.

La mañana en los foros y el Palatino se pasó demasiado rápido, en ocasiones te olvidas de lo que esas piedras representan, la historia contada en la columna de Trajano, los muchos templos enfrentados, el mercado de Trajano, hasta los caminos entre columnas que quedan en ruinas recuerdan que allí, hace siglos, existía una civilización capaz de construir para la eternidad.

Si los foros fueron impresionantes, subir al Palatino fue un buen remate para aquella mañana. Visitar el lugar donde en su día vivía la gente más poderosa del imperio, con vistas directas al circo Máximo y al coliseo...

En términos físicos se podría decir que son más ruinas, pero hay que recordar que donde hay todo eso, una vez estuvo el hombre levantándolo piedra a piedra.

Comí y me acerqué hasta el Circo Máximo y las Termas de Caracalla antes de entrar en el Coliseo.

El Coliseo es un lugar de historia y tragedia, el lugar donde muchas muertes dieron lugar entre vítores  y aplausos. Hoy en día estar allí entre hordas de turistas sacando fotos te hace pensar en lo que ha cambiado el mundo mientras el tiempo sigue corriendo.

Primero arena de juegos para entretener al pueblo, luego viviendas chabolistas en la edad media, ahora centro de reunión turística y protagonista en películas de Hollywood.

La subida al Belvedere no pudo ser puesto que estaba cerrado por lluvias por lo que aproveché el tiempo para acercarme a una iglesia que, pese a no llamar la atención desde el exterior, contiene en su interior el Moisés de Miguel Ángel, la iglesia, la basílica di San Pietro in Vincoli.

Lo bueno que tiene esta ciudad es precisamente esto, en los sitios que menos te esperas te puedes encontrar algo como aquello al igual que pasa en Sta María de la Victoria donde se encuentra El éxtasis de Sta Teresa de Bernini, Sta Maria la Magiore o, en un cruce de calles, La iglesia de San Carlo a le cattro fontane de Borromini. Todas estas pueden pasar desapercibidas pero no dejan de ser joyas de esta ciudad.

Antes de volverme a juntar con mis compañeros tuve una última sorpresa con una de las basílicas más grande de Roma, San Giovanni in Laterano donde actualmente se sitúan las enormes puertas de bronce de la Curia, a mi gusto de entre las grandes basílicas, mi favorita.

Nos juntamos en plaza Venezia a las escaleras del monumento que se ve desde todos los puntos de la ciudad que lleva el mismo nombre.

Desde allí fuimos a ver las vistas desde el Pincio, bajando posteriormente a la plaza di Popolo regalándonos esta ultima sensación de espacio antes de  volver a casa.

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