Y después de dos trenes y algo más
de dos horas llegué a Florencia pasando de la cuna del imperio romano, a la del
Renacimiento.
La ciudad es maravillosa.
Tanto la cúpula de Brunelleschi
de Santa María de Fiori, como el paseo por el rio, no tienen desperdicio.
La plaza principal con la
catedral y el baptisterio con sus puertas y la torre son sorprendentes, los
colores y las geometrías de sus fachadas fueron un cambio de aires pese a la
enorme cantidad de turistas que allí había.
Entré en la cripta de los Medici
y literalmente un escalofrío me recorrió el cuerpo al no esperar encontrarme
con un espacio de tales dimensiones, cuesta abarcar todo estando en su
interior.
Comí a la sombra en la plaza del
hospital de los inocentes, y tiré hacia el palacio Vecchio donde estaba la reproducción
a escala 1:1 del David del Miguel Angel (no fui capaz de vez el real debido a
las largas colas pero me hice una buena idea de esa obra)
Esa plaza sorprende y más si
entras desde la galería de los Uffizi.
En mi caso, de la plaza salí hacia
el rio por dicha galería rodeado de estatuas, haría el recorrido inverso a la
vuelta.
El ponte Vecchio me hizo
recordar la película de El perfume. Parece salido de un cuento, mientras que
por fuera es un puente con casas colgando en los lados, por dentro es una
pequeña calle de tiendas de joyería con pequeñas ventanas desde las que se ve
el rio.
No te cansas de cruzarlo una y
otra vez.
El palazo Piti al otro lado fue
el comienzo de la caminata bordeando la muralla hasta dar a parar a la plaza de
Michelangelo, un mirador desde el que se ve toda la ciudad y te das cuenta,
justo en ese momento, de lo grande que es todo y lo engañado que estabas viéndolo
de cerca.
Las dimensiones de estos
edificios no están hechas para el cerebro humano.
Desde allí baje al rio no sin
antes pararme en una capilla que hay poco más arriba de la plaza.
Tanto el paseo rodeando la
muralla como el mirador son algo cansado pero que merece indudablemente la pena
recorrer.
Siestecita en el rio, helado en
la plaza de la catedral, y esperar escuchando música en directo delante de la basílica
de Santa Cruz a que viniera el tren de vuelta a Roma.
Sin lugar a dudas un día para
recordar.
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