Y
empecé este diario en el tren camino a Napoli y ahora lo acabo por el momento
en el tren de vuelta a Roma.
Ha
sido un día muy bueno, ha llovido, me he montado en el tren que no era camino a
Pompei, me he bajado en un pueblo a mitad de camino, he andado hasta la
siguiente parada para coger el tren que si era y finalmente he llegado a la
1:00.
Pompeya
me ha dejado un sentimiento de pena, un pueblo-ciudad de aquel tamaño y estatus…
un lugar con vida condenado a vivir para siempre de forma agónica, congelado en
el tiempo y en la imaginación de todos los que la visitamos.
Una
población que ha perdurado en su plenitud gracias a una catástrofe conocida por
todos.
El
sentimiento que genera ver los moldes de hombres, mujeres, niños y mascotas en
sus últimos momentos de vida… sus posturas…
Los
pasos de cebra, el circo, el coliseo, los templos, prostíbulos y tabernas, todo
conservado como si no hubieran pasado 2000 años.
Una
ciudad de antaño llena de vida hoy convertida en un parque temático que hay que
ir a ver en algún momento.
Estos
días están pasando más rápido de lo que me gustaría, ya solo queda mañana y
pasado vuelta a la realidad.
Ahora
coger otro tren.
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