miércoles, 18 de noviembre de 2020

CUATRO (Pasado)

 


La sangre tiene la importancia que le queramos dar, pero pese a ello, y contra todo sentido común, es este el elemento más valioso que se ha dado a lo largo de la historia para unir a las personas.

Uno llega a este mundo, en el mejor de los casos, por los motivos egoístas de dos personas que deciden expandir sus genes y no desaparecer tras la muerte.

En el peor de los casos es porque lo han preferido a tener una mascota o aparece como un error que se pasa, el resto de su vida, demostrando que no lo es.

El amor no tiene nada que ver con la forma en la que llegamos.

El amor se demuestra posteriormente, día a día, asumiendo la responsabilidad y los sacrificios que suponen traer a una criatura sin su consentimiento a un mundo que no se lo va a poner fácil.

Y eso, si me lo permiten, es lo único a lo que deberíamos dar valor.

La sangre, solo es sangre.

U.S

 

La casa estaba tal y como la recordaba. El mueble del hall con las fotos de familia en la que no pudo evitar fijarse, el olor, la luz, los muebles... todo seguía en su mismo sitio dando la sensación de que nunca se había ido.

David se preguntó si habían aprovechado el vacío que había dejado en su habitación tras su huida o, por el contrario, continuaba como la dejó.

Su padre le llevó, agarrándole cariñosamente del brazo, directamente al salón donde su madre le esperaba. Se había quedado petrificada mirándole con las manos aún sobre el libro que estaba leyendo. Parecía como si le diera miedo  moverse, como si el hecho de hacerlo demostrara que aquello fuera un sueño del que estaba a punto de despertar.

David notó como su padre le empujaba levemente del brazo hacia ella indicándole que tenía que ser él el que diera el primer paso.

-Hola mama. –sus ojos se le llenaron de lagrimas, su voz tembló al igual que el resto de su cuerpo. En su mente se había visto mil veces en aquella situación diciendo esas palabras, pero nunca se había imaginado que ese momento llegara a suceder.

Dio un paso hacia ella lentamente. Ella seguía agarrada al libro abierto por la misma hoja, mirándole directamente a los ojos.

-¿Eres tú? –se atrevió a decir por fin. Soltó las páginas y levantándose se acercó a él dándole un abrazo.

Los dos lloraron. Ella pidió disculpas repetidamente, él hizo exactamente lo mismo.

David no recordó cuánto tiempo estuvieron así, pero cuando por fin se hubieron calmado, se sentaron en los sillones entorno a la mesa del salón.

Su padre y su madre se pusieron uno al lado del otro, justo en los mismos asientos en los que siempre lo habían hecho.

Su madre le ofreció algo de beber, él lo rechazó agradeciéndolo previamente.

-Iván ha muerto. –dijo directamente. –fue su funeral ayer. Esta mañana fui a visitar a sus padres.  –aun seguía llorando. Hacía tiempo que no lo hacía, pero había sido empezar y desmoronarse sacando todo lo que tenia acumulado dentro. –estoy solo, solo quedo yo.

Sus padres se mantuvieron en silencio, él también.

-Estás vivo hijo mío, eso es lo que importa.

Le ofrecieron quedarse a comer cosa que aceptó sin miramientos. Les contó dónde había estado, dónde había trabajado y cómo ahora se encontraba de nuevo en paro. No sacaron el tema de la carrera aunque David vio que sus padres estaban deseosos por preguntarle. La verdad es que se había planteado volver en más de una ocasión pero, cada vez que recordaba lo que era aquello y todo lo que tenía que hacer, una rabia contenida le invadía el cuerpo.

Tenía ya 31 años y una carrera a cuestas pese a no tener el papelito que lo confirmara. Había trabajado como nadie para llegar hasta allí pero lo cierto es que no era nadie.

Saboreó cada bocado de la zanahoria con bechamel de su padre y probó lo que su barriga le permitió de la carne guisada ya que hacía tiempo que no comía de dos platos y ya no estaba acostumbrado.

Les contó cómo había sido el entierro de su amigo. Cómo hacía tiempo que no había sabido de él y cómo se había encontrado esa misma mañana a sus padres. Había tensión en el ambiente, era normal después de tanto tiempo, pero la sensación familiar seguía ahí.

Sus padres pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa haciendo rutas de montaña como siempre les había gustado.

Le informaron sobre familiares algo más lejanos, cómo sus primos se habían casado y algunos ahora tenían hijos, cómo sus tíos habían hecho este u otro viaje y cómo otros habían pasado temporadas de hospital por problemas repentinos de salud.

Cuando hubieron terminado de comer más o menos se habían puesto al día de esos últimos cuatro años.

David ayudó a recoger en lo que su madre hacia el café.

-¿Quieres ver tu habitación? –dijo su padre. –sigue tal y como la dejaste, pensamos en reorganizarla pero no fuimos capaces, siempre tuvimos la esperanza de que volvieras.

Cerró el lavaplatos dando por finalizada la limpieza.

David se acercó a la puerta cerrada de su antigua habitación. Había vivido allí 27 años de su vida, muchas de las cosas que recordaba de aquellos años no eran cosas que deseara revivir, gritos, peleas, trabajar, trabajar, trabajar, sentirse como que nunca era lo suficientemente bueno…  pero entre tanta oscuridad se dio cuenta de que había habido cosas buenas.

Su mesa de estudio seguía con los trabajos de aeronáutica que había hecho para la carrera. Siempre le habían gustado los aviones aunque ahora mismo no tenía muy claro si lo seguían haciendo.

Notó como la rabia reprimida florecía al ver su proyecto terminado que no le habían dejado presentar. Las estanterías con apuntes de la carrera, hasta la mochila seguía donde la había dejado. Rememoró la última discusión que había tenido con sus padres antes de desaparecer durante cuatro años.

Cerró la puerta mirando a su padre con la misma tranquilidad y tristeza con la que había estado hasta el momento.

-Dejemos por el momento el pasado en el pasado.

Su padre asintió sin decir nada más. Le sonrió con más pena que alegría y le apretó el hombro asintiendo con la cabeza.

Se unieron con su madre en el salón.

-Me estoy alojando en el “Mundial”. No sé cuánto tiempo me quedaré. Aún tengo por hacer ciertas cosas aquí en Salamanca antes de volver a Granada y ver qué hago con mi vida.

-Podrías quedarte aquí con nosotros. –Dijo su madre lentamente con el miedo del que dice algo ofensivo. –Podrías quedarte y acabar la carrera, aún estas a tiempo.

David se quedó callado. En ese momento le entraron ganas de sacar la petaca pero recordó habérsela dejado en la guantera del coche. Poco a poco la rabia contenida iba adueñándose de su cuerpo y él seguía haciendo todo lo posible por mantenerla en su interior. Era una sensación parecida a la impotencia, no había acabado la carrera no porque no quisiera, no porque no hubiera trabajado lo suficiente, él se había pasado toda la vida trabajando y no era de los que se quedaban quieto, no, no había sido por nada de eso. No había acabado la carrera por el simple hecho de que psicológicamente ya no podía. Detestaba con todo su ser a los profesores. Había llegado hasta a desear la muerte de alguno de ellos dándose cuenta de la persona en la que se estaba convirtiendo. No podía volver a la universidad, simplemente no podía.

Estaba cansado de que la gente le exigiera una forma de comportarse, de que no pudiera ser él mismo por una vez en la vida.

Y por eso había tomado años atrás la decisión de hacer borrón y cuenta nueva, alejarse de todos aquellos que tenían expectativas en él y crear su propio mundo al margen.

Apuró su café y se levantó del sofá.

-Tengo que irme ahora. Me ha gustado veros. Me aseguraré de volver para despedirme si no antes. Apuntó su número de teléfono en el primer papel que encontró en los bolsillos de su gabardina y se lo tendió a sus padres. –Esta vez no pienso desaparecer.

Su padre se levantó con él para acompañarle hasta la puerta. Su madre le dio un último abrazo diciéndole que le quería con los ojos de nuevo llorosos.

 

No esperó a salir del ascensor para encenderse el primero de muchos cigarros que seguirían. No había ido tan mal como se esperaba pero aún así salía con una sensación de ser un fracaso con la que no había entrado. David rio para sí pensando “Una sensación deprimente más para la colección”

Entró en el coche y le echó mano a la petaca que había en la guantera. Ya daban las cinco de la tarde y aun le quedaba una visita más por hacer.

Se quedó aún un rato en silencio dentro del coche sin ponerlo en marcha. Aún no se creía que acababa de estar comiendo con sus padres. Era hijo único de una pareja supuestamente estéril por lo que, a lo largo de su vida le habían tratado como si de un milagro se tratara y le habían presionado en todo momento para ser el chico perfecto.

Habían puesto, literalmente, todas sus esperanzas en él y él los había acabado defraudando.

Aun así no se creía que hubiera estado hacia tan solo unos momentos con ellos. Ambos habían hecho todo lo posible para no ahuyentarlo cosa que había acabado pasando.

Se prometió a si mismo volver a pasar por allí al día siguiente. Tiró la colilla por la ventanilla y se puso en marcha hacia su siguiente destino.

Era el momento de sacar toda esa rabia y darle un uso productivo para variar.

 

El barrio donde vivía Jaime había crecido bastante con sus años de ausencia. No se podía decir que estuviera a las afueras pero tampoco era muy céntrico, como solían decir, en Salamanca se gastaban como mucho 20 minutos en ir de un punto a otro andando.

La zona estaba habitada principalmente por ancianos y familias que habían vivido toda la vida allí. La variedad cultural era remarcable puesto que era el único sitio donde vivía gente de tantos lugares del mundo en esa ciudad.

Exceptuando alguna pelea de vez en cuando debido a las diferencias, por lo demás se podía decir que era un barrio amable, con gente orgullosa de haber nacido en él, todos se conocían, todos se saludaban, y ninguno se quejaba.

En las cercanías había un total de tres institutos. Uno de ellos había sido el de David, por lo que había pasado mucho tiempo entre esas calles en su juventud.

Tardó un tiempo en aparcar y fue andando calmadamente por la avenida principal buscando las diferencias entre lo que existió y lo existente. Siempre había cambios. Las ciudades respiraban, eran habitadas y siempre había cambios, pero a su vez, los bares de siempre seguían allí.

No tenía prisa, por lo que decidió parar un momento por la cafetería a la que iban siempre a la salida del recreo. Allí seguía el mismo camarero que les vendía alcohol cuando aún no tenían edad para consumirlo.  Era un señor mayor, aunque por lo que  llegaba a recordar, siempre había sido un señor mayor.  Tenía unos kilitos de más y una respiración fuerte solo fruto de una forma de vida repleta de vicios.

Saludó y le devolvió el saludo, pero no le reconoció. Se sentó en la barra y se pidió una caña.

Cuando sacó la cartera para pagar se le cayó al suelo la tarjeta negra quedando el dibujo de la escalera boca arriba.

Lo recogió sin darle la mayor importancia y se puso a jugar con ella en lo que se bebía la caña saboreándola lo más posible. La televisión, colocada en una esquina ponía un programa de cotilleo que envolvía todo el lugar. Esto era solo molestado por los golpes del futbolín donde estaban jugando enérgicamente cuatro chavales de no más de 20 años.

-Hay cosas con las que es mejor  no andar jugando en público.

La voz provenía de un señor que estaba sentado a su lado y en el que no había reparado hasta el momento.

-¿Disculpe? –le había escuchado perfectamente pero quería asegurarse de a quien se estaba refiriendo. Daba la sensación de que estaba bastante borracho. Era un hombre calvo, con una barba que le cubría toda la cara y la mirada fija en la pared de enfrente. Bebía tranquilamente una copa de vino blanco sin hacer señas de haber dicho nada.

David miró por última vez la escalera de Penrose, y volviendo a sacar su cartera del bolsillo, la guardó a buen recaudo entre sus tarjetas.

Decidió obviar el comentario de su compañero de barra dando por supuesto que eran meros pensamientos en voz alta de alguien que no estaba en condiciones para pensar correctamente.

Siguió bebiendo tranquilamente. De lo  que menos ganas tenía en esos momentos era de buscarse líos con alguien que estaba borracho ya a esas horas de la tarde.

Miró a su alrededor y recordó las horas que había pasado en aquel local con Álvaro, Borja, Carlos e Iván jugando al futbolín en vez de estar en clase.

Era una cafetería pequeña, tres mesas, de las cuales solo estaba ocupada una por unas abuelas jugando a la brisca.  Una barra de madera bastante vieja y mal cuidada,  y aquel juego que tanto dinero y tiempo les había consumido.

Recordó cómo a veces se unían con ellos Jaime y Jess, la novia de Iván ya de aquellas.  La verdad es que habían sido una pareja llena de separaciones y vueltas a empezar,  pero si habían aguantado hasta ese momento, había que reconocerles su merito.

En esos momentos sus amigos estaban empezando a consumir no sabiendo lo que ello conllevaría en un futuro.

Apuró el último culo del vaso y se levantó del taburete. Ya había pagado por lo que se dio media vuelta no sin antes darse cuenta del tatuaje que tenía el calvo de al lado en el dedo. Un anillo con las iniciales U S puestas en él. Se quedó un rato mirándole, pero viendo que el hombre seguía absorto en la pared de enfrente, no se le ocurrió otra cosa que salir del bar.

Le hubiera gustado preguntar por el significado de aquel tatuaje, si conocía incluso a una mujer llamada Alex con ese mismo símbolo puesto en el mismo dedo, pero de cualquier forma supo que no iba a recibir contestación de parte de aquel hombre. Ya bastante le costaba mantenerse sentado en el taburete.

Caminó hacia la puerta despidiéndose del camarero que seguía sin reconocerlo. David se sintió algo decepcionado por ello, al fin y al cabo muchos de los recuerdos buenos que tenia del pasado se habían originado entre esas paredes. Tuvo que aceptar que en todos esos años había cambiado lo suficiente de aspecto físico como para no ser el mismo.

Abrió la puerta y salió al exterior. No había llovido en todo el día pero había una sensación en el ambiente que le decía que más tarde caería tormenta.

Se abrochó la gabardina y al mirar al frente se dio cuenta.

Jess le estaba esperando.


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