“Las relaciones
internacionales cada vez están más tensas, sobre todo después de que el
presidente de Venezuela dijera en una rueda de prensa que Estados Unidos era
culpable de los ataques.
El presidente
norteamericano no ha tardado en presenciarse diciendo que no tolerarán acusaciones
de ningún tipo hacia un país que ha sufrido los atentados más que ninguno.
Se ha mostrado
rotundo y serio en sus declaraciones no dejando tiempo para preguntas.
Rusia ha salido
en defensa de los países suramericanos que han apoyado la acusación.
Mientras, los
gobernantes europeos siguen reunidos en Bruselas discutiendo los próximos
movimientos a realizar.
En España las
medidas del estado de alarma se siguen restringiendo.
Se han colocado
controles en las salidas de cada comunidad para evitar desplazamientos
injustificados.
Ante el colapso
de los centros médicos se han dispuesto hospitales de campaña en los puntos
clave de los atentados.
Se ruega a las
personas que se mantengan en sus casas y no salgan a no ser que sea
estrictamente necesario.
Esperen un
momento, tenemos noticia de última hora. Corea del Norte acaba de lanzar unos
misiles contra Seúl. Aún se desconoce el número de víctimas pero se sabe que
han caído en el centro de la capital.
Para cualquier
avance seguiremos informando."
Alex apagó la televisión en cuanto vio
que David estaba a su espalda.
-¿Te he despertado? –David negó con la
cabeza, había estado durmiendo todo ese tiempo en el dormitorio de Adriana.
Tratando de hacerlo más bien.
Alex se levantó del sofá y le dio un
fuerte abrazo.
-Parece que se está acabando el mundo.
–dijo David señalando la televisión.
-Todas las generaciones tienen un
momento en el que lo parece pero siempre acaban sobreviviendo. El ser humano es
así, se le da bien joderse a sí mismo, pero es tan tozudo que se niega a
quedarse en el suelo.
La diferencia es que ahora estamos
solos.
-¿Qué tal tu mano?
-Anestesiada. No sé lo que me ha dado
Adriana para el dolor pero tengo que decir que funciona. Aunque aún siento que
tengo cinco dedos, se hace raro. –le habían puesto una venda nueva. – ¿Te
apetece comer algo? Hay un poco de sopa en la cocina, y si quieres algo sólido
puedo hacer unos filetes, arroz…
David negó con la cabeza.
-No gracias, no tengo hambre. ¿A qué
hora es el funeral?
-Nos recogen en un par de horas. No he
querido despertarte. –había pasado casi todo un día desde que su tía le había
dado las malas noticias. David calculó que era casi la hora de comer.
-¿Se sabe algo de S.J? –solo quería
pensar en otra cosa que no fueran sus padres.
-Está con Irene en estos momentos
ayudando con los preparativos. Sus contactos nos permitirán movernos libremente
durante el funeral. Te he traído un traje. Creo que es de tu talla pero será
mejor que te lo pruebes. –estaba colgado en la puerta. David lo cogió y fue al
baño. Se volvió a duchar, había sudado mucho durante la noche. Se afeitó y
arregló el pelo. Apenas se reconoció cuando vio su reflejo en el espejo
empañado.
Al salir Alex estaba esperándole para
ver cómo tenía las heridas, le vendó de nuevo el torso con cuidado. Aún le
costaba caminar.
-Sé que no tienes hambre pero será
mejor que comas algo. –insistió.
Él la hizo caso, la ducha le había
hecho recuperar un poco el apetito.
Se puso el traje. Le quedaba perfecto,
Alex le había cogido las medidas correctamente. Ella se había metido en la
ducha y también se estaba arreglando. Al salir se dio cuenta de que iba con el
mismo vestido negro que cuando la conoció en el entierro de Iván. Parecía que
habían pasado muchos años de aquel día.
Un vehículo les esperaba abajo. Allí
estaba Irene, tenía un aspecto de no haber dormido nada. Detrás se encontraba
el coche funerario donde estaban sus padres y varios furgones que les
escoltarían en todo momento. S.J estaba en uno de ellos, le miró y le hizo un
gesto con la cabeza a modo de pésame.
La homilía tuvo lugar en la Iglesia de
San Marcos. Un pequeño templo románico de planta circular donde nadie les
molestaría. El interior, pese a su forma cilíndrica exterior, respondía a la
típica planta basilical de tres naves y tres ábsides.
El muro era prácticamente ciego por lo
que casi toda la iluminación procedía de velas artificiales. Al entrar estaban
esperándoles Adriana, Andrea y unos cuantos desconocidos que debían ser amigos
de sus padres. El ambiente era triste, pero no resultaba cargado en aquel
lugar.
No habían tenido ningún problema en
llegar hasta allí. La ciudad estaba prácticamente vacía. Cuatro de los hombres
de Santi cogieron los féretros y los llevaron justo enfrente del altar.
Adriana se le acercó.
-Espero que hayas estado cómodo en el
piso.
-Muchas gracias por todo. Y siento lo
ocurrido con Susana.
Una lágrima calló por la cara de la
camarera.
-Habiéndose cerrado los puntos de
cruce ya no volverán. Solo espero que estén bien. Después de esto nos
reuniremos en el Yelinas. –le apretó el brazo y se volvió a su sitio.
David no recordaba la última vez que
había asistido a un sermón pero a decir verdad su cabeza en ningún momento
atendió a lo que decía el cura. Esperó a que todo aquello terminara y fue el
primero en salir de allí al acabar.
Irene se puso a su lado y le pasó un
cigarrillo recién encendido.
-¿Qué voy a hacer ahora? El mundo se
está yendo a la mierda y papá y mamá han
muerto por mi culpa. –sabía muy bien que una cosa no tenía nada que ver con la
otra pero su cabeza en ese momento era un amasijo de malos pensamientos.
-El mundo se está yendo a la mierda.
–confirmó Irene. –pero los únicos culpables de la muerte de tus padres son los
mismos que tu primera afirmación. Tú no has tenido nada que ver con todo esto.
Solo eres una víctima más.
Vieron cómo volvían a meter los
ataúdes en el coche para llevarlos al cementerio.
El cura se le acercó. Era Fabio, no se
había fijado en él en todo ese tiempo y con los atuendos no le había
reconocido.
-Para cualquier cosa estoy aquí.
Siento mucho lo ocurrido.
-Gracias por haber venido desde Ávila.
Sé que tú también has perdido mucho estos días.
-No volveré a ver a mi gemelo, pero
tengo la certeza de que le irá bien sin mí. Ahora tanto él como yo somos
personas normales.
El entierro fue muy parecido al que había
asistido la semana anterior. Esta vez había más gente pero tanto el cementerio
como la lluvia eran lo mismo.
Andrea se puso a su lado mientras
bajaban los ataúdes. David no había querido ver los cuerpos, había preferido
recordarles tal y como eran en vida.
-Siento lo ocurrido a tu homóloga. Fue
horrible lo que le hicieron.
-Nunca la llegué a conocer aunque
siendo la misma persona no sé si era necesario. Me tienes aquí para cualquier
cosa David. Cuando estés listo pásate por el Midwife. –le dio un beso en la
mejilla y se dio media vuelta.
Poco a poco, uno a uno, se fueron retirando
hasta que solo quedaron Alex y él.
Irene había ido a hablar con Jara y
los hombres que les habían ayudado con todo aquello.
Esta vez fue ella quien le ofreció la
petaca. Él la aceptó agradecido y bebió. Ginebra, para variar.
No había llorado en todo el día. Ya no
le quedaban lágrimas que llorar. Finalmente ella se dio media vuelta.
-Te esperamos en el coche cuando estés
listo.
“Adiós papá, adiós mamá, siento haber
sido el hijo que tuvisteis. Os merecíais algo mejor” –bebió y echó lo que
quedaba en la tierra.
En ese momento le pareció ver a Jaime
con el rabillo del ojo. Giró la cabeza, allí estaba, a lo lejos, mirándole tal
y como se lo había encontrado cuando salió de Gabriel y Galán unos días atrás.
Quiso dirigirse hacia él pero alguien le llamó a su espalda. Era el enterrador.
-Disculpe pero tenemos otro entierro
ahora y con las medidas de seguridad de hoy en día no nos dejan tener más
gente. –David se disculpó, ya lo tenía como un acto reflejo. Volvió a mirar a
donde estaba Jaime solo para no encontrarse a nadie. Se dio media vuelta y se
dirigió al coche donde le estaban esperando Alex y su tía. Ya se había
acostumbrado a caminar con el bastón por lo que no tardó en llegar a la verja de entrada.
-Adriana nos está esperando en el
Yelinas junto con Santiago. –le dijo Irene.
Desde las escaleras del bar se
escuchaba “One lone night” the White búfalo. A David le encantaba esa canción.
Casi perdió el equilibrio. Hubiera caído por las escaleras si no le hubieran
sujetado Alex e Irene. Se sentía débil, no podía más.
Le ayudaron a bajar entre las dos. El
bar estaba vacío. Solo se encontraban Adriana y Santi sentados en la misma mesa
de siempre.
Adriana se levantó para servir nuevas
copas. Todos se sentaron alrededor.
-Gracias por la escolta. –dijo David a
S.J.
-Me debían un favor. Hoy no estamos en peligro, no nos tenemos que
preocupar por nada. Solo beber y brindar por aquellos que ya no pueden. Coger
fuerzas para lo que viene.
Los cinco cogieron las cervezas y
brindaron. De fondo empezaba a sonar “Highwayman”.
Todos se acababan de conocer apenas
una semana pero se sentían en familia. Para ser sinceros solo se tenían los
unos a los otros.
Poco a poco el silencio se fue
convirtiendo en un momento para conocerse mejor. Contar anécdotas de su pasado,
nada importante, chorradas que se le iban pasando a cada uno por la cabeza.
Alex habló de la familia que había
perdido. No habló con tristeza, sino recuerdos alegres y situaciones estúpidas
que había vivido con ellos. No recordó lo malo sino todo lo bueno. Todo lo que
se había quedado con ella. Por muy grande que fuera el dolor que sentía, mayor
era el orgullo de haber podido sentir todo lo anterior.
Adriana brindó por Susana quien la
había recogido de la calle cuando ya no le quedaba nada. Era poco mayor que
ella pero la consideraba una madre. Se rió recordando cómo en ocasiones hablaba
en plural refiriéndose a sí misma y a su gemela.
-En ocasiones se liaba y se refería a
ella en tercera persona. –rió. –yo la vacilaba diciéndole que se parecía a Elmo
el de Barrio Sésamo. Nunca entendí del todo la unión que sentían las dos
gemelas pero era como si fueran una sola. Compartían todo, sentimientos y
pensamientos. Me consuela que estén juntas ahora.
Irene no paró de contar recuerdos de
su niñez. De cómo hacía chinchar siempre a su hermana. Cómo Paula siempre la
había protegido.
-Tu madre sabía que habías descubierto
lo que eras, sobrino. Me lo dijo la noche antes de morir y estaba en paz con
ello. Me hizo jurar que te protegería y da por seguro que lo haré.
S.J contó historias de universos
lejanos que había visitado. Contó que había mundos unificados por un mismo
idioma, cómo habían acabado aceptando que éste servía para comunicar y no para
dividir a las personas. Contó a su vez de otros mundos en los que había
ocurrido todo lo contrario.
Habló de gente maravillosa y de
universos que se habían levantado de la nada tras colapsos como el que estaban
viviendo.
Habló de esperanza de futuro y del
duro camino que les esperaba hasta llegar a él.
El último en decir algo fue David.
Había estado disfrutando de las conversaciones ajenas mientras bebía y, sin
darse cuenta se le escapaba una sonrisa de vez en cuando.
Cuando estuvo preparado empezó a
contar un recuerdo que le había venido a la mente. Era un recuerdo que no tenía
que ver con nada, un recuerdo de una comida del pasado, cuando él aún no había
entrado tan siquiera en la carrera.
Habló lentamente, sin mirar a nadie,
con una sonrisa en la cara y los ojos llorosos. Todos bebieron y callaron.
Nadie sabía cuánto tiempo estuvieron
así y cuánto llevaban bebido. Se acababa una botella y Adriana traía más.
Discutieron, gritaron, rieron,
lloraron, en un momento de culmen de intoxicación etílica Adriana se puso a
bailar al son de “Rose Tattoo” de Dropkick Murphys. Nadie supo cómo habían
llegado a esa canción.
Todos corearon el estribillo.
Pasaron segundos, minutos, horas,
días, semanas, nadie llevaba la cuenta, solo existía el presente.
S.J fue el primero en irse seguido de
Adriana quien les quiso dejar las llaves del piso. David las rechazó
agradecido, quería dormir en casa de sus padres.
Irene le miró con una mezcla de
tristeza y orgullo.
Alex fue detrás quedándose su tía y él
solos.
-¿Estás seguro de que quieres ir a la
casa sobrino? –se habían quedado en silencio.
David estaba serio pero parecía que se
había quitado un peso de encima. Asintió.
-Tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
Recogieron todo y apagaron las luces.
Aquel local se veía extraño con todo apagado.
David se paró al otro lado de la barra
mirando el muro de los recuerdos, ese corcho en el que aún quedaban unas pocas
fotos de buenos tiempos, antiguos clientes habituales…
El Yelinas tenía algo especial no
podía negarlo. Había sido un día de mierda y aun así había sido capaz de darle
un momento de paz.
Su tía le esperaba escaleras arriba.
Se dio media vuelta y se unió a ella.
Era hora de volver a casa.
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