“Se confirman más
de cuarenta explosiones tan solo en España.
Aún nadie ha
admitido la autoría de los hechos pero se presupone que todos ellos son obra de
un mismo grupo.
Los ataques se
han realizado simultáneamente esta mañana a las 12 horas.
Han sucedido en
localizaciones de todo tipo por lo que aún no se puede saber con exactitud el
número de fallecidos y heridos.
Los hospitales
están funcionando con máxima ocupación. El ejército está montando en estos momentos hospitales de
campaña en las propias zonas afectadas. Las ONG se han ofrecido voluntarias
para ponerse en contacto con los familiares de las víctimas.
Como resultado se
ha decretado el estado de alarma. De momento se han cerrado las comunidades
autónomas para evitar mayores problemas de atasco en las carreteras. Se ruega
tranquilidad.
Los líderes de
los países europeos han decidido por unanimidad reunirse de forma inmediata en Bruselas para discutir
los hechos.
Mientras, el
presidente de Estados Unidos ha salido en una rueda de prensa denunciando lo
ocurrido y jurando que pagarán los culpables.
Corea del Norte…”
Alex bajó el volumen de la radio. No
necesitaba que nadie le dijera lo jodido que estaba todo. Sabían muy bien cuáles
habían sido las causas.
-Un control de policía. –dijo David
con seriedad. Vieron cómo le indicaban que se echara a un lado de la carretera.
David respondió tal y como debía.
-Estate tranquilo. Pase lo que pase
tenemos que llegar a Salamanca. –Alex colocó la pistola debajo de su pierna.
-Pase lo que pase no mataremos a nadie
inocente. Entán haciendo solo su trabajo. Déjame hablar a mí.
Aparcó donde le señalaba el guardia
civil. Se acercó tranquilamente a la ventanilla del conductor. Ellos esperaron
quietos en sus asientos.
-¿Se puede saber a dónde se dirigen?
-Disculpe agente. –dijo con un tono de
nerviosismo exagerado. –volvemos a Salamanca, venimos de Ávila.
-¿Saben ustedes que están limitados
los movimientos debido al estado de alarma? –David asintió.
-Sí, venimos de pasar unos días en el
Spa que estaba situado al lado de uno de los locales que han sido atacados. Solo
queremos volver a casa con nuestra hija. Mi mujer ha perdido un dedo debido a
la metralla de la explosión. –Alex levantó la mano herida. –nos dijeron en el
hospital que podíamos volver.
-¿Pueden enseñarme sus
identificaciones y los papeles del coche?
-No nos han dejado recoger nuestras
pertenencias del hotel por peligro al derrumbe. Nos dijeron que nos las
mandarían en cuanto pudieran asegurar todo. –Alex le pasó los papeles del coche
de la guantera.
-El coche figura a nombre de mi tía.
-¿Y su nombre es?
-David Santángel.
El hombre cogió los papeles y los miró
de reojo. Miró la mano de Alex y los rostros amoratados y llenos de heridas.
-¿Puede salir un momento del coche
señora?. –Alex fue a quejarse pero finalmente accedió. Abrió la puerta con la
mano izquierda y se dirigió hasta donde estaba el coche policial.
-Espere un momento aquí. –David se
quedó mirando la escena. Los dos hombres comenzaron a hablar con la que
supuestamente era su mujer. Ellos hacían preguntas y ella las respondía de
forma corta y concisa.
Finalmente volvieron, Alex volvió a
colocarse en el asiento del copiloto y el Guardia le volvió a hablar.
-¿Están en condiciones de seguir el
viaje?
–David respiró tranquilo.
-Sí, solo queremos llegar a casa,
nuestro hijo está preocupado.
-Siento lo sucedido. –le dijo
devolviéndole los papeles del Chrysler. –Salamanca está recibiendo pacientes.
Les aconsejo que vayan al hospital de allí a que les hagan otra revisión. En
estos casos nunca se sabe. Conduzcan con cuidado.
Se despidieron y continuaron con su
viaje.
-¿Para qué te ha sacado del coche?
–preguntó David interesado.
-Quería asegurarse de que estaba bien
y que tú eras mi marido realmente. ¿Cómo sabias que hay un spa al lado de unos
de los lugares atacados?
-No lo hay, pero con sembrar la duda
ya es suficiente. Ya tendrá tiempo de comprobarlo si quiere, aunque viendo el
caos que hay no creo que lo haga. Los hospitales están desbordados, es lógico
que se deshagan de los heridos leves y viendo nuestro estado actual todo
cuadraba para que nos dejaran pasar.
-Chico listo.
-Por cierto, ¿Qué has hecho con la
pistola? Tenía miedo a que la descubrieran cuando te levantaste. –Alex abrió la
guantera. Allí estaba, junto con los papeles del coche.
-Tuvimos suerte de que tu tía tuviera
todo en regla.
-No te creas que no lo he pensado yo
también.
Continuaron su viaje con tranquilidad.
Cuando quisieron darse cuenta volvieron a ver de nuevo las torres de la
catedral a lo lejos.
-Deberíamos ir al Yelinas antes que
nada. No es bueno que andemos con el
Munin y el material de tatuar encima. –Alex estaba cada vez más cansada, a
decir verdad él también lo estaba. Sentía su pierna palpitar debido a mantener
la misma postura para conducir. Aquel viaje le había costado. Estaba deseando
estirar las piernas. –menos mal que no registraron el coche. Si hubieran
pillado la piel y el vial de sangre no hubiéramos podido salir de esa.
Las calles estaban prácticamente
vacías. La gente se había tomado en serio el consejo que había dado el gobierno
de quedarse en casa.
Al llegar vieron que habían cambiado
las puertas del Yelinas. Eran parecidas a las anteriores pero la tonalidad de
la madera era otra, estaban demasiado nuevas. David llamó preocupado. A los
pocos segundos se oyó cómo alguien quitaba los cerrojos y abría.
Adriana se asomó con cuidado. Una
sonrisa con aires de tristeza apareció en su cara. Abrió del todo y le dio un
fuerte abrazo a cada uno. Los dos se quejaron del dolor pero lo aguantaron con
gusto.
-¿Estáis bien? No tenéis buen aspecto.
Vamos entrad, entrad.
-Tú tampoco tienes buena cara. ¿Ha
ocurrido algo? Habéis cambiado las puertas.
-Nos atacaron antes de ayer. Tienen a Susana.
Se la llevaron al otro lado. Todo esto está siendo una locura, nunca creí que
Los Desaparecidos fueran a llegar tan lejos. Miles de muertos.
Dentro, sentada en la barra se
encontraba Irene. Estaba bebiendo tranquilamente en lo que veía las noticias.
Al verles entrar se levantó y acercó a
su sobrino. Sus ojos estaban empañados en lágrimas y su cara roja. Tenía un
brazo vendado y cojeaba.
-¿Estás bien?
-Sí, no te preocupes, un tiro mal
dado. Por suerte fue solo un rasguño. –se acercó más a él y le abrazó con
fuerza. David tuvo que volver a contener el dolor. Apestaba a alcohol. Estaba
claro que había bebido de más. A decir verdad las dos parecían estar ebrias.
-¿Ha ocurrido algo? –dijo preocupado.
-¿Y este bastón? –quiso cambiar de
tema. – ¡Alex tú mano! –se acercó a ella dejando a un lado a David.
-Irene. –le dijo con voz seria Adriana
quien se había vuelto a colocar detrás de la barra. –tienes que ser tú quien se
lo diga.
-¿Decirme qué? –la preocupación de
David fue en aumento al igual que su taquicardia.
Su tía empezó a llorar. Cogió una
botella y bebió de ella sin preocuparse de lo que era. Cuando hubo acabado se
la pasó a David mirándole fijamente a los ojos.
Se hizo un silencio brusco pese al
ruido de la televisión.
-Tus padres. –se limitó a decir.
La botella resbaló de la mano y cayó
al suelo.
El bastón de la otra mano hizo lo
mismo.
Un mareo.
Las piernas flojearon.
Él fue detrás.
No supo cuanto tiempo estuvo tirado en
el suelo llorando. No dejó que le levantaran, simplemente quería estar solo.
Irene desistió finalmente de hacerlo y
se sentó a su lado entre cristales. Abrazándole, simplemente abrazándole. No
había nada que pudiera decir en ese momento.
David creía estar pasando una
pesadilla. Aquello no podía ser real, simplemente no podía. Después de cuatro
años por fin había conseguido hacer las paces con sus viejos. Todo iba a salir
bien a partir de ahora. Volverían a ser una familia. El arrepentimiento, el
odio, los malos y buenos recuerdos brotaron de forma torrencial en su interior.
No quería seguir viviendo.
Ya nada importaba. No iba a volver a
verles. No se había llegado a despedir.
Irene se quedó a su lado todo ese tiempo en
silencio. Ambos llorando, ambos sufriendo para sus adentros todos los pudieron
haber sido pero no fueron.
Tras un rato David se quedó dormido.
Abrió los ojos encontrándose en el
mismo sitio donde había caído. Habían quitado los cristales de su alrededor
pero le habían dejado que durmiera.
Los dos segundos de paz desaparecieron
en cuanto se dio cuenta de dónde estaba.
El Yelinas estaba en silencio. Habían
apagado el noticiario y se habían ido dejándole solo. ¿Solo? En cuanto miró más
se fijó que Irene estaba en la mesa más alejada tomándose lo que parecía ser un
café.
-Les he dicho que se fueran. –le dijo
casi en un susurro. –el Yelinas ha perdido su punto de cruce. –le informó. –el
colapso ha sucedido hará un par de horas. Este mundo está solo, han dado al
botón de reiniciar.
-¿Qué hora es? –estaba desorientado,
no había ninguna ventana a su alrededor que le pudiera decir si era de día o de
noche.
-Por la mañana. Has pasado unas doce
horas ahí tendido.
Se levantó como pudo apoyándose en la
barra. Se había hecho un par de cortes pero viendo cómo tenía el resto del
cuerpo no le dio importancia. Se sentía agarrotado.
Tenía sed. Tenía mucha sed. Su boca
estaba pastosa y notaba cómo las legañas se aferraban a sus ojos rojos y secos
de tanto llorar. Quiso volverlo a hacer, le entró un amago de sollozo pero
pronto paró.
Habría dormido doce horas seguidas
pero estaba cansado. Más de lo que se había sentido nunca. Se sentó en la silla
de enfrente de Irene. Era incapaz de mirarla a la cara.
Ella movió su café hacia él.
-Tómatelo, está recién hecho.
Otro nuevo intento de sollozo.
-¿Qué ocurrió? –se atrevió a preguntar
finalmente.
-hace tres días me llamaron varios de
mis informantes. Por lo visto Los Desaparecidos habían decidido ir a por todas
y atacarlos con todo lo que tenían. Aún no teníamos la menor idea de lo que
iban a hacer, de aquellas la simple idea de un golpe directo hacia nosotros a
esa escala era impensable.
Pronto me puse en camino. Adriana
acababa de sufrir el ataque en el Yelinas y no estaba en situación de ayudarme.
Ella acababa de perder a las gemelas.
Fui uno a uno a todos los sitios donde
sabía que podía encontrarme con mis informantes, pero siempre llegaba tarde. No
sé cómo pero sabían quiénes eran y dónde encontrarlos.
Al llegar a todos los sitios solo
encontraba cadáveres. A veces les daba tiempo a llamarme antes de morir, otros
ni siquiera salieron de sus camas.
Esa tarde fue una matanza. Todos ellos
eran mis amigos, eran personas normales que nada tenían que ver con este mundo.
Cierto que me ayudaban, pero ninguno se merecía aquel final. –se quedó un
momento en silencio. Estaba pensando qué palabras utilizar a continuación.
–esa misma noche al llegar a casa me
los encontré. Los dos estaban en el salón sentados en los mismos sitios donde
siempre se sentaban. Los hombres que había puesto para protegerlos también
estaban allí. Habían intentado ayudar pero no había sido suficiente. Todos
estaban muertos.
Me esperaban un par de desaparecidos a
la salida. Uno me disparó, falló y fue lo último que hicieron.
El día siguiente casi ni lo recuerdo.
Estuve en la casa toda la mañana. No sabía qué hacer. No creía lo que estaba
pasando. Solo pensaba en la última comida que habíamos tenido los cuatro
juntos.
Pasó la mañana… pasó la tarde… yo
esperaba y esperaba a que viniera la policía, que vinieran a recogerlos, que me
culparan de todo.
No vinieron.
La ciudad tuvo tantos ataques, hubo
tantos asesinatos, que la policía de Salamanca simplemente no podía abarcar con
todo. Nunca se habían visto en una como aquella.
A la mañana siguiente, ayer,
ocurrieron los atentados y todo se terminó de ir a la mierda.
El silencio se hizo interminable.
David bebió el café a sorbos. No tenía ninguna gana pero se obligó a hacerlo.
Finalmente Irene volvió a hablar.
Será mejor que descanses. Adriana nos
ha dejado las llaves de su piso para que lo hagamos, no es seguro que vuelvas
al hotel. Está justo encima del bar, el portal que hay justo al lado de la
entrada. –le dio las llaves. –dúchate, descansa y come algo. Yo me quedaré aquí
por si vuelve Alex o Adri. Mañana les enterraremos como se merecen. –Oír esa
última frase hizo que David volviera a llorar.
Se levantó y tropezó de nuevo, se
había olvidado del bastón. Su tía le ayudó a levantarse y se lo dio.
-Alex nos contó lo que os sucedió a
vosotros. Nunca quise esto para ti sobrino. Siento mucho todo. –le volvió a dar
un abrazo.
La luz del sol hizo que entrecerrara
los ojos. Por suerte el portal estaba donde le había dicho su tía por lo que no
tardó en volver a meterse dentro. Trataba de tener la mente en blanco en todo
momento aunque sin mucho éxito. Simplemente el pensar dolía demasiado.
La casa de Adriana era como todas las
del centro. Grande, con un largo pasillo y muchas habitaciones a los lados. Le
sorprendió ver que no había ninguna foto por ningún sito. Quitando las numerosas
figuritas de cristal posadas con sumo cuidado por todos los rincones, la casa
no tenía nada que hiciera ver que alguien vivía allí.
Se notaba en el ambiente una
tranquilidad irreal. David quiso gritar pero se contuvo.
Buscó el baño. Le habían dejado ropa y
toallas limpias en el lavabo.
Se desvistió viendo su reflejo
magullado en el espejo. Parecía que había perdido mucho peso en tan pocos días.
Se quitó con cuidado las vendas del
torso quedando a la luz un enorme morado que ocupaba casi su totalidad.
Aquello era real.
Por mucho que se negara a creerlo todo
lo sucedido esos días era real.
Cerró los ojos y volvió a dejar la
mente en blanco.
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