lunes, 1 de junio de 2015

Un café

Y entonces, cuando todo parecía perdido, llegó ella.

Ya la conocía de antes, se saludaban en los pasillos siempre que se cruzaban, pero nunca habían llegado a una conversación de más de tres o cuatro palabras.

Él se atrevió a invitarla a tomar un café sin ánimos de que fuera a aceptar, él nunca fue de tener mucha seguridad en sí mismo, pero para su sorpresa y suerte, ella asintió con una sonrisa que le quedó grabada en la mente.

Los nervios de la primera “cita” siempre son inaguantables, como si de algo malo se tratara aunque no podía ser más contrario.

Quedaron, tomaron un café y se limitaron a hablar durante horas, se contaron prácticamente todo, extraños de haberse conocido ya hacía años y de no saber nada el uno del otro. Se limitaron a hablar sin pelos en la lengua, sin ninguna desconfianza, como si fueran amigos de toda la vida. Los nervios se desvanecieron al momento de encontrarse y el tiempo trascurrió tan rápido que supo a poco. Él pago la cuenta y ella aseguró que la siguiente le tocaba confirmando que habría un segundo encuentro.

Y así hizo, no pasaron más de tres días antes de que volvieran a juntarse, misma cafetería misma hora, mismos nervios del principio, siguieron hablando y hablando ellos solos, se contaron cómo sus amigos les habían preguntado por la tarde pasada, amigos que tenían en común, compañeros de piso, se rieron vergonzosos de todo aquello, jugaron a las cartas, terminaron el café y fueron a dar un paseo.

Esa noche se despidieron no sin antes ella le diera un beso que le reavivó todos los sentidos.

Él,  cual idiota, no paró de sonreír, se dio cuenta de que el pasado no importaba, que solo lo hacia el presente,  la vida le volvió a dar la cara como nunca lo había hecho antes.

Día a día siguieron viéndose, él la recogía de casa para ir a clase juntos y se volvían a juntar para volver, hablaban todas las noches antes de acostarse y poco a poco, ese café pasó a transformarse el algo más importante.

Ella pasó a ser como un sueño hecho realidad, alguien en quien confiar cualquier cosa, él volvió a ser él mismo. La vida seguía avanzando. 

3 comentarios:

  1. Nada mejor que un café para acompañar los nervios que poco a poco se van disipando entre sorbo y sorbo. Un relato que atrapa, con ganas de leer mas. Felicidades compañero, un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Ah,qué precioso relato,y tan real.. narras un encuentro que podría ser el de cualquiera de nosotros, y cualquiera que te lee,se siente identificado con tus sentimientos las emociones que se despiertan.. Muy bonito!

    ResponderEliminar
  3. Así es la vida, amigo Rendan. Un café despertando sueños, vida... Me encanta esta realidad que plasmas.

    Un abrazo o dos.

    ResponderEliminar