domingo, 21 de octubre de 2018

Jappy (Ciudad de chabolas)



Empezó como todo empieza en este mundo, sin darle la mayor importancia,  pasando desapercibido salvo para unos pocos.

Alguna que otra pintada en algún que otro callejón de esos que da miedo cruzar por la noche.
Nada que durara más de un par de días antes de ser borrado y limpiado.

A base de la repetición, como todo, fue cobrando más renombre, poco a poco el payaso llorando fue abriéndose paso por más ciudades, empezó a aparecer en paredes de calles cada vez más transitadas, en señales y carteles de anuncios, hasta en algún que otro monumento.

Siempre el payaso llorando, nadie sabía quién lo pintaba, nadie sabía de dónde había salido pero allí estaba, cada vez más presente, la viva imagen de la realidad, de la tristeza, de la honestidad de un pueblo que no había hecho más que aceptar todo lo que se le había echado encima.

Se llegó a hacer tan visible que apareció hasta en la portada de algunos periódicos conocidos, los mismos periodistas que se dedicaban a buscar su imagen, le pusieron el nombre por el que empezó a conocerse, Jappy.

Este nombre, en contraposición con la imagen, mostraba la otra cara de la moneda, la civilización que Aldous Huxley mostraba en su libro “Un mundo feliz” repleta de gente que aceptaba sin rechistar su posición, en una sociedad totalmente drogada por el soma, y la estupidez humana de españolizar palabras inglesas cuando ya existen en su propio idioma.

Poco a poco Jappy empezó a salir fuera del país, Paris, Londres, Estambul… el payaso se volvió mundialmente conocido, no tardó en hacerse merchan con ánimo de lucro aprovechando el boom, camisetas, tazas, llaveros...

La policía lo reprochaba, los políticos amenazaban con denunciar a su creador, si lo encontraban, por enaltecimiento a la revuelta, incluso los más extremistas lo tachaban de terrorismo.

Jappy el payaso que en vez de reír, como su posición en el mundo le obligaba a hacer, mostraba su verdadero yo, su inconformismo ante la situación actual, ante los atentados hacia la libertad de expresión, la privatización, los políticos de mierda, una imagen que representaba a un pueblo.

Cuantos más murales se borraban más aparecían, más grandes, más visibles desde más puntos de la ciudad, lo que había empezado como un juego de un gamberro que lo había pintado por primera vez, se había convertido en un ideal de los pueblos descontentos, en un libro en “Fahrenheit 451”,  un pisapapeles de ámbar en “1984”, en el hombre que ríe en “Ghost in the Shell”.

Cuanto más se quejaban los jefes de estado más efecto revote se producía. Había pasado a ser una amenaza y ellos lo sabían, empezó a estar cada vez más presente en pancartas de manifestaciones, la viva imagen del inconformismo seguido con la frase “si algo nos permite la libertad, es poder dar la opinión personal de las cosas”.

1 comentario:

  1. Algo así como la máscara de V de "V de Venganza" que por un breve tiempo fue el símbolo de... nada, porque en verdad nada cambió y los dueños de los derechos de la imagen del personaje ganaron miles de millones más en regalías y el creador del personaje no recibió nada a cambio.

    Saludos,

    J.

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