miércoles, 3 de octubre de 2018

Ovento


Allí se olía a historia.

Nadie pensaba que fuera cosa de nadie ni nada en particular, pero olía a historia, eso seguro, el tiempo lo había hecho así.

Las calles medio vacías debido al temporal brillaban por la humedad de los adoquines y los muros de granito llenos de musgo mientras, las casa con más de un piso levantado de forma ilegal, por la necesidad y no por el acopio de enriquecerse con ello, se erguían silenciosas mostrando el paso de los siglos y las generaciones.

Ovento, un pueblecito costero de A Coruña conocido por poco más que sus habitantes, era un gran testigo del trascurso de una civilización que había estado al margen del resto del país, sin proponérselo se había convertido en un valioso almacén de su cultura, había evolucionado sin la presencia de agentes externos que influyeran.

Los aldeanos, ahora con una media de edad de 75 años, seguían con sus vidas sin ser conscientes de ello.

Su gallego ya perdido en el resto de la comunidad, aun mantenía ese acento inteligible salvo para sus vecinos, un idioma puro que no había sentido la necesidad de simplificarse para una mejor comprensión con el resto del país.

El silencio se veía envuelto por el goteo de la lluvia y las olas a lo lejos de un océano alborotado.

Las huertas de los alrededores eran fuente de alimento y quehacer durante el día mientras que, por la noite, la única taberna de las inmediaciones calentaba los cuerpos con su aguardiente casero endulzado y convertido, para el que lo prefiriera, en crema de orujo o licor café.

Los días grises, las lluvias y el verde de las montañas formaban parte del paisaje tan común para ellos como sorprendente para el resto, el olor a humedad y el frio creaba la personalidad perfecta una Galicia mágica.
El viento silbaba día a día por las callejuelas estrechas y los tejados de teja roja.

Las contraventanas de madera ya abierta por el tiempo, entrechocaban con las carpinterías del mismo material.

Los campos llenos de alpendes con herramientas de cultivos y arreos para los animales, lo único levantado por el hombre a las afueras obviando la inmensa red de caminos de tierra para acceder a las huertas.

Todo puro,

todo único.

Un día llegó la autopista.

1 comentario:

  1. La autopista, y el ecoturismo, y los malditos hipsters... Esos lo arruinan todo.

    Saludos,

    J.

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