miércoles, 10 de febrero de 2021

DIECISEIS (Café)

 


Llevo ya varios días con la intención de escribir este diario. Mis viejos amigos se reirían si me vieran, nunca me tomaron por alguien que pensara demasiado. En sus últimos años, a decir verdad, solo me vieron como un compañero más con el que pincharse.

Les echo de menos, no hay un solo día en el que no piense en ellos. Solo me tranquiliza saber que David se pudo largar y alejarse de todo esto.

Jess, Jaime y yo mientras tanto seguimos estancados en la misma rutina, en las mismas acciones de autodestrucción que nos llevarán más pronto que tarde a reunirnos con ellos.

Jess… cuántas veces habremos discutido sobre este tema. Ella en verdad quiere dejarlo pero yo soy demasiado débil para apoyarla y acompañarla en el trámite. Sin apoyo de ningún tipo, solo puede hacérsele el proceso más cuesta arriba de lo que ya es. Soy un estorbo para ella.

Quiero dejarla, no, no quiero, debería dejarla. Estaría mucho mejor sin mí. Estando conmigo solo encontrará desgracia ¿Por qué demonios nací siendo tan débil? Aquí es cuando David me echaría en cara que eso es solo una excusa para seguir con la misma rutina.

Me he decidido a escribir finalmente este diario debido a que una nueva amiga me lo ha aconsejado. Me ha dado trabajo, me ha enseñado cosas que solo alguien como yo puede llegar a creer, que solo alguien puesto hasta las cejas puede creer más bien. Me ha ofrecido ayudarla en algo de vital importancia. Ha confiado en alguien como yo, alguien que veía todo perdido. En cierta forma ha dado así sentido a mi vida.

Jess no debe saber nada, sería demasiado peligroso.

Jess… siento mucho todo esto.

I.C

 

David no supo decir cuánto tiempo estuvo mirando el trozo de piel estirado en esos momentos encima de la mesa.

Había deseado despertarse en Granada para ir a trabajar a un curro que había detestado desde el primer día, pero la realidad, por irreal que esta pudiera aparentar, era otra muy distinta.

Ahora estaba delante del tatuaje arrancado de un desconocido. No se atrevía a tocarlo, tenía la sensación de estar haciendo algo ilegal, como si él mismo hubiera sido quien se lo hubiera arrancado al propietario. Esperaba que en cualquier momento entrara por la puerta la policía para detenerle y acusarle de homicidio.

Aquello, como era lógico, nunca ocurrió.

Cogió la toalla del bidé y envolvió con ella la piel tratándola de tocar lo menos posible. Aún recordaba la sensación de los dedos grasientos tras haberla cogido con las manos desnudas.

Sacó el papel escrito por Jaime, el diario de Iván y los metió junto con la toalla en una mochila de tela que tenía guardada en la maleta. No le hacía ninguna gracia tener que moverse con todo aquello a la espalda, pero la triste realidad era que no se fiaba de dejar nada que pudiera ser importante en aquella habitación.

Cogió el cuchillo que aún tenía en el bolsillo de la gabardina y lo cambió por una navaja suiza que siempre llevaba en la maleta, bastante ilegal era que le pillaran con un trozo de ser humano como para encima añadir un arma blanca.

Entre sus cosas encontró la tarjeta negra, con la escalera de Penrose dibujada, que le había dado el primer día Alex.  David la observó ahora con los nuevos conocimientos que había adquirido ¿De verdad algo como aquello podía existir escondido en algún lugar de esa ciudad? Se guardó la tarjeta junto con la foto de sus amigos dentro de la cartera.

Salió del hotel metiéndose en la primera cafetería que pudo encontrar. Pese a que había dormido bien, necesitaba con urgencia un café tan negro como le fuera posible.

Había escrito nada más despertarse a los padres de Iván disculpándose de su ausencia. No dio ninguna excusa que pudiera sonar como tal, simplemente les dijo que no se había encontrado en condiciones para reunirse con ellos, cosa que no era del todo mentira. Ellos le contestaron agradeciéndole que se hubiera puesto en contacto y que no se preocupara. Habían quedado esa misma mañana en volverse a ver.

A sus propios padres les había dejado otro mensaje diciéndoles que iría a comer a casa.

Se sentó en la primera mesa que encontró aún con la mochila puesta. No se sentía tranquilo separándose de ella. Se pidió el café solo, sin nada de comer. El saber lo que tenía a la espalda le había quitado completamente el apetito.

Primer café del día.

Hacía una mañana completamente despejada. Seguía haciendo frío, como era lógico en aquella ciudad aquella época del año, pero la lluvia de los días anteriores había desaparecido por completo.

Tras el escueto desayuno, fue caminando hacia el rio para coger el coche. Quería verlo cuanto antes, estaba aún con la incertidumbre de saber si seguiría aparcado allí donde lo dejó.

Hacía un día maravilloso para un paseo así.

No estuvo tranquilo hasta que por fin pudo verlo a lo lejos. Se fijó en el rayón que le habían hecho en un lateral. Despertó en él el mal humor que parecía haber desaparecido desde que había salido de la cafetería, no pensaba pagar un duro por arreglar aquello, aunque tampoco es que lo tuviera.

Entró en el coche, revisó, tal y como había hecho por la noche en su habitación, que todo siguiera en su sitio y se dirigió de nuevo a la casa de los padres de Iván.

 

La paranoia le hizo dar varias vueltas a la manzana antes de decidirse a aparcar. Quería asegurarse de que no le habían seguido ni nadie le estaba esperando. De nuevo se veía delante de aquella puerta. Esta vez no dudó en llamar.

Sonia y Román le recibieron con un fuerte abrazo. Él se volvió a disculpar por el plantón. Ellos le quitaron importancia llevándole directamente al salón, habían dejado preparado ya el café con unas pastas. Le habían estado esperando.

Como era lógico se les veía tristes y cansados. Sus sonrisas mostraban una realidad que los ojos desmentían.

Segundo café del día.

No preguntó qué tal estaban, esa pregunta siempre era estúpida en circunstancias como aquella. Se limitó a decirles que iba a estar más de lo previsto en Salamanca y que le tendrían ahí para cualquier cosa.

Sonia se puso a llorar sin previo aviso, Román la abrazó para consolarla. Ella no paraba de disculparse aunque David dijera que no hacía falta que lo hiciera.

Sacó la cartera del bolsillo y les tendió la foto de la pandilla. Le resultaba doloroso separarse de un recuerdo como aquel, pero la realidad era que, si alguien necesitaba recordar los buenos tiempos, eran ellos. Román la cogió sin saber qué era lo que le estaban dando. En cuanto se dio cuenta sus ojos también se llenaron de lágrimas.

-Gracias. –se limitó a decir.

-Es bueno que recordéis que también hubo cosas buenas, Iván tuvo épocas felices y la de esa foto, fue una de las mejores. –le quisieron abrazar, David se dejó.

Le sirvieron un segundo café una vez se hubo acabado el primero.

Tercer café del día.

Pasó una hora antes de que David pudiera marcharse. Habían recordado historias pasadas, le habían preguntado por su vida y sus expectativas de futuro… a esto último no supo responder.

David les había hablado de Jess y de cómo había decidido ingresar en una clínica de desintoxicación, nunca les había caído bien, pero viendo que era la que había estado junto a su hijo los últimos años, recibieron el dato con interés.

Ayudó a recoger todo y llevarlo a la cocina mientras los padres de Iván se quejaban de que lo hiciera. Una vez estuvo todo limpio volvió a abrazarles en la puerta.

-Me tenéis para cualquier cosa. –repitió.

-Lo mismo te decimos. –dijo Román aún agarrado a su esposa. No se habían soltado en todo ese tiempo. –por cierto, un amigo de Iván vino ayer a dar el pésame y preguntó por ti. Supusimos que estabas con tus padres por lo que le dimos su dirección. Siento no habértelo dicho antes, no he caído en la cuenta hasta ahora.

-¿Perdona? ¿Un amigo de Iván? –David trató de fingir normalidad. Que él supiera no quedaba nadie quitando a Jaime.

-Un tal Rodrigo. La verdad es que nunca le había visto aunque, a decir verdad, en los últimos años no llegamos a conocer a nadie de su entorno. Fue bastante agradable y tenía buen aspecto, lo único raro en él era el tatuaje de la mano.

David confirmó sus sospechas, tenía que ir a su casa cuanto antes. Sus padres, si los desaparecidos sabían dónde vivían, había estado un día entero alejado de ellos.

Se volvió a despedir y se alejó corriendo hacia el coche no esperando siquiera a que cerraran la puerta. Solo pensaba en sus padres. No se perdonaría nunca que les hubiera ocurrido algo.

Subió al coche, tardó varios intentos en arrancar en lo que se calentaba el motor ¿Por qué siempre se tenía que ir de aquel lugar con prisas?

 

Al llegar a su calle no se molestó en buscar un hueco donde aparcar, lo hizo directamente en doble fila y dejó las luces de emergencia dadas. La puerta del portal volvía a estar abierta por lo que subió sin llamar.  No quiso esperar al ascensor cosa de la que se arrepintió tras subir todos los pisos por las escaleras.

Llamó al timbre con insistencia. Oyó la voz de su madre dentro, lo que le tranquilizó de nuevo. Abrieron la puerta. Ante él se encontraba una mujer que no era su madre. Tardó unos segundos en darse cuenta de quién era.

-Hola sobrino, cuánto tiempo, cuánto has crecido. –le dijo Irene dándole un fuerte abrazo y guiñándole un ojo. Estaba rubia, ¿Cuándo le había dado tiempo a teñirse?

-¿Dónde te habías metido? –le preguntó aún soltando los pulmones por la boca.

-¿Después de tantos años eso es lo primero que me preguntas? ¿Ni siquiera un qué tal estás, tía favorita?

David se dio cuenta de que estaba su madre presente y que, por lo tanto, no podían hablar con total libertad.

Se acercó a su madre y le dio un abrazo, cosa que ella recibió gratamente aunque no sin sorpresa.

-¿Te ocurre algo hijo? –David negó con la cabeza.

-¿Vino ayer alguien preguntando por mi?

-La única que vino fue tu tía. –casi no podía contener su alegría. –en dos días se nos ha dado la oportunidad de solucionar nuestros problemas para ser una familia de nuevo.

Irene le abrazó por la espalda y le dio un beso en la mejilla.

-¡Sobrinito! –dijo en alto. –ya me encargué yo del asunto. Estate tranquilo, no creo que vuelvan. –dijo susurrándole al oído.

-Ahora que lo pienso llamó alguien a la puerta. –continuó hablando su madre no enterándose de esto último.  –pero abrió tu tía ya que yo andaba con el fuego encendido en la cocina y tu padre estaba fuera.

-Fue un hombre pidiendo que le moviera mi coche para que pudiera salir. –parecía estar divirtiéndose con aquella situación. –de ahí que me fuera por cinco minutos cuando llamaron.

Su padre llegó una hora después. Mientras los tres estuvieron en la cocina ayudando con la comida. Su madre, al enterarse esa mañana de que iba a ir a comer, había decidido preparar todo un banquete, al fin y al cabo hacía muchos años que no volvían a estar los cuatro juntos.

La comida fue tranquila y alegre, David se pudo olvidar por completo de su situación, lo que fue un descanso. Aún no había tenido tiempo de hablar con Irene a solas, por lo que no había vuelto a tocar ningún tema que no tuviera relación con la vida normal de las personas normales.

Después de comer Irene y David se fueron a la cocina a hacer el café y meter todo en el friegaplatos. Trataron de disuadirles pero ellos insistieron dejándoles en el salón mientras recogían.

-¿Qué te ocurrió ayer? –preguntó David susurrando mientras limpiaba los platos. –habíamos quedado en el Yelinas y no apareciste por ningún lado.

-Me avisaron de que los desaparecidos sabían dónde vivían tus padres y tuve que venirme lo más deprisa que pude. Mandé a alguien al piso para avisarte, aunque supongo que te fuiste antes de allí.

-¿Quién te avisó?

-Nunca me alejé mucho de vosotros, siempre os he estado observando por raro que suene. Siempre he tenido a gente vigilando que no os sucediera nada. El vecino de abajo por ejemplo, lo que me recuerda que me tienes que ayudar luego a sacar una alfombra de su casa.

-¿Una alfombra?

-Sacar un cadáver a la luz del día a ojos de todos queda un poco feo, sobrino. –dijo divertida. –no sé muy bien por qué pero los desaparecidos están insistentes en meterse con nuestra familia últimamente. Son como una plaga de conejos, matas a uno y aparecen cuatro más.

-Entonces el que llamó a la puerta ayer…

-Por suerte había llegado yo antes, no tuve mucho tiempo para reaccionar, navajazo al cuello y meter el muñeco en el piso del vecino de abajo. Carlos debe estar echando pestes de mí, lleva con el cuerpo en su casa desde ayer.

De nuevo le chocó la frialdad con la que su tía hablaba de ese tema, no mostraba ni una pizca de arrepentimiento. No le gustaría, bajo ningún concepto, tenerla como enemiga.

- ¿Carlos?  Recuerdo que se mudó a este edificio poco después de desaparecer tú ¿Nos lleva vigilando desde entonces? –David se preguntó hasta dónde llegaría la red de “espionaje” de su tía. – ¿Es seguro que papá y mamá se queden aquí? ¿No sería mejor movernos de sitio?

-¿Para ir a dónde? Además, a ver quién es el listo que saca a tu madre de esta casa. Su cerebro decidió borrar toda esta vida de su mente y no seré yo quien se la reviva. No, he llamado a unos amigos para que se queden por aquí defendiendo el fuerte, con eso debería de bastar de momento.

Por cierto, ¿Cómo cruzaste finalmente la arista?

-La chica que me pasó inicialmente me volvió a pasar. –no tenía ningún motivo para mentirla.

-¿Qué chica?

-Se llama Alex, es también una no nacida. –le contó un poco por encima la historia de cómo la había conocido en el funeral de Iván, cómo había sido ella quien le había drogado y le había hecho cruzar las dos veces. No le pareció necesario mencionar su relación con los desaparecidos ni con Iván y mucho menos el tema de la escalera de Penrose. Era su tía, le caía bien, pero la verdad es que le daba más miedo que confianza.

Irene no preguntó ni ahondó más en el asunto. Parecía que la contestación le había saciado lo suficiente su curiosidad.

-¿Los padres de Iván…?

-También he puesto vigilancia en su casa, tranquilo, aunque dudo que les hagan nada.

Se tomaron el café los cuatro en el salón. Parecía que su madre y su tía habían limado sus asperezas volviendo a ser hermana mayor y hermana pequeña. Recordaron los viejos tiempos, contaron anécdotas y disfrutaron de la compañía mutua como cualquier familia normal haría.

Cuarto y quinto café.

Pasadas las 6 de la tarde Irene se levantó.

-Creo que me iré a dar un paseo. Ya les he dicho a tus padres que me quedaré unos días con ellos aquí en Salamanca. Igualmente, si te apetece venirte ahora conmigo a dar una vuelta y así nos ponemos al día…

A sus padres les pareció una buena idea. Todos tenían cosas que hacer aquella tarde. Se despidieron con besos y abrazos. No le preguntaron esta vez qué tenía pensado hacer, simplemente lo dejaron estar dando por hecho de que volverían a verse.

Parecían felices.

Cerraron la puerta dejándoles solos. Bajaron las escaleras y llamaron al timbre del vecino.

Les abrió un hombre echado en años. Carlos seguía tal y como David lo recordaba, bastón para caminar, pelo en las orejas, hasta una barriga fruto de una hernia que le sobresalía haciéndole perder el equilibrio. En todos los términos era el típico viejo que llevaba años con la parca a la espalda sin conseguir alcanzarle.

-Ya era hora ¿No crees? – refunfuñó dejándoles pasar y no haciendo caso a la presencia de David. – ¿Sabes lo desagradable que resulta estar con un cadáver en tu casa 24 horas? Ya no estoy para estas cosas.

-Vamos Carlos, te lo dejé bien envuelto. Porque sabes lo que hay dentro que si no ni te enterarías. Además, estás estupendo.

- No me vengas con adulaciones ¡Envuelto en una de mis alfombras! –se quejó.

-Te compraré otra, te lo prometo. Sabes que te agradezco mucho todo esto.

Desde que hubieron entrado, David no dejó de mirar la enorme alfombra enrollada que había ante él. Lo cierto es que nadie hubiera dicho que habría alguien metido en su interior.

-Bueno qué ¿Me echas una mano o te vas a quedar mirándola todo el rato?

Irene la cogió por un lado y David por el otro. Como era de esperar pesaba más de lo que aparentaba. La lograron meter en el ascensor bajo la mirada de Carlos que se limitaba a sujetarles la puerta.

-Ya sabes, espero una alfombra nueva.

Irene asintió y le dio un beso en la frente dándole las gracias.

-¿Cómo vamos a llevar esto? En mi coche no entra.

-No te preocupes, en el mío sí. Su tía tenía una furgoneta Chrysler siete plazas, por lo que no fue difícil colocar el paquete en la parte de atrás.

Antes de irse David pasó por su coche a recoger su mochila. Se dio cuenta de que había dejado las luces de emergencia puestas y que se había quedado sin batería. Se dijo que ya lo arreglaría más tarde y volvió con Irene.

Se sentó en el asiento del copiloto y respiró hondo masajeándose los brazos entumecidos del esfuerzo.

-¿Qué vamos a hacer con él? ¿A dónde vamos?

-Tengo un amigo que puede deshacerse del cuerpo. –Dijo Irene arrancando el coche. –luego, iremos a que te hagan tu primer tatuaje. –le sonrió. –por fin serás un no nacido como dios manda.

David notaba cómo su corazón le latía con fuerza, lo que no tenía muy claro era si se debía a la extraña euforia que le producía la situación, o a toda la cafeína que llevaba encima.

Una sonrisa en su cara le hacía pensar que era más bien por lo segundo. Se prometió a si mismo que al menos ese vicio tendría que dejarlo.


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