miércoles, 10 de marzo de 2021

VEINTE (Traspiés)

 


Cuantas más veces leo el cuento más me convenzo a mi mismo de que tiene que ver con la escalera de Penrose. El hecho de que me lo dieran ellos lo demuestra, aunque no parece que estén muy interesados en él.

Llevo ya dos días sin hablar con Alex. Ella me ha estado llamando, pero si supieran que me he puesto en contacto no quiero ni imaginarme lo que harían.

He estado repasando el libro. Por primera vez desde que Alex se me acercó  no quiero avanzar en mis investigaciones. Pero esa no es la única razón por la que no me he movido de la Ponti pese a que se que aquí no hay nada que me sirva.

“La escalera perdida del rectorado” no es solo una leyenda más de las muchas que esta ciudad guarda. En un primer momento puede pasar como cualquier otra historia pero luego aparece este personaje al que llaman “el sabio”. Es un personaje que toma un extraño valor en el relato y en el que no puedo parar de  pensar, me tiene obsesionado.

Ellos, como ya he dicho, no le dan valor al libro. Dicen que no guarda ninguna información importante sobre el paradero de la escalera. Parece que me lo dieron simplemente para ver mi reacción. Me han dejado quedármelo pero prefiero esconderlo entre estas paredes. No quiero que vengan a mi casa y mucho menos que se acerquen a Jess.

No puedo confiar en nadie. Nos tienen vigilados tanto a ella como a mí 24 horas. Ya no me atrevo siquiera a colocarme por miedo a que nos hagan algo.

 El puto mono no me deja dormir, sudores, paranoia, hambre, cansancio, sed, dolor de cabeza…La boca ya me sabe a vómito por más que intente enjuagarme, todo el día la tengo pastosa.

Les he preguntado de dónde sacaron el libro. No me han querido contestar pero se han visto interesados por mi insistencia en él. Les extraña que haya visto algo que ellos no, por suerte no me toman más en serio que cualquier otra persona. Empiezan a sospechar, no puedo seguir perdiendo el tiempo o harán daño a Jess.  Mañana les he dicho que me lleven al archivo.

En qué demonios me he metido. Qué puedo hacer.

I.C

 

Una mano tiró de él hacia dentro nada más abrir la puerta del Club. Irene la cerró de nuevo.

The Tool seguía sonando.

-¿Los has visto? –Alex aún estaba agarrada a la mochila de David. Casi le había tirado al suelo al volverle a meter dentro.

-He contado seis, aunque no puedo estar muy segura. –Irene llevaba en las manos una beretta parecida a la que le acababan de dar. Una extraña sonrisa apareció en su cara.

-Mierda, tenía la esperanza de que me lo hubiera imaginado.

-¿Cómo podéis saber que eran desaparecidos? Por lo que a mí respecta solo he visto a unas personas charlando al lado de los contenedores. –David estaba desconcertado por esa tensión repentina. Irene cerró las puertas con llave y volvieron a bajar las escaleras.

-He podido reconocer a dos de la época en la que estuve con ellos. En cuanto me he dado cuenta de quienes eran te he vuelto a meter dentro. No me ha dado tiempo a fijarme en nadie más a sí que esperemos que tu recuento sea correcto. –dijo mirando directamente a Irene. –seis contra cuatro ya son unas probabilidades bastante bajas. –se giró a la barra. –Adri, ¿Hay alguna puerta trasera? ¿Tenemos cámaras en el exterior o algo?

-Siento decirte que no, por donde entramos tenéis que salir. –Adriana aún seguía detrás de la barra, no había parado de limpiar los vasos que acababan de utilizar. Aparentaba tranquilidad, como si se hubiera metido más veces en una situación parecida.

-Deben de estar cabreados por el diezmo que han sufrido sus filas en los últimos días. Si buscaban sacar información de nosotros, no creo que les hagamos falta todos. –Irene cogió su móvil. -¿Policía? Gracias a Dios, acabo de ver a unos muchachos prendiendo fuego a unos contenedores, parece que están borrachos, por favor, vengan lo antes posible. ¡O dios mío! Parece que varios se han hecho daño, ¡Creo que hay heridos! –su voz hizo que ganara edad. A David le costó no reírse dadas las circunstancias, se imaginaba a su tía como una viejecita desvalida.

Escuchado esto, Adriana paró de secar la última jarra y sacó de debajo de la barra una botella de whisky sin empezar. La abrió, le dio un largo trago y metió el mismo trapo que había estado utilizando en la boca de la botella. La miró una última vez a contra luz, hizo un gesto de pena y dejó el coctel molotov encima de la barra.

-Por favor, apunta bien, no quiero que Susana vuelva y se encuentre su bar calcinado. Aún quiero conservar mi trabajo.

Irene colgó justo en el momento en  que preguntaban por su nombre, había dado previamente la dirección del lugar. –viendo lo que suele tardar la policía en reaccionar en esta ciudad tenemos unos quince minutos. –volvía a estar seria. Cogió el coctel. Alex se metió la mano en el bolsillo sacando un mechero que le lanzó agarrándolo en el aire. Actuaban por puro instinto. Prácticamente se acababan de conocer y ya trabajaban con una sincronización digna de cualquier equipo. No habían necesitado palabras ninguna de las tres.

Se dirigieron otra vez escaleras arriba.

-Si queremos que esto funcione no tiene que haber nada de tiros, no tiene que haber signos de lucha. Corred con la cabeza gacha nada más lance la botella. He dejado el Chrysler en las calle de tus padres. No paréis de correr hasta llegar allí. Tened cuidado. –le dio un abrazo.

-¿No sería mejor que esperáramos dentro a que pase todo? –no le apetecía volver a tener la sensación de una bala rozándole la oreja. Le daba escalofríos pensar lo cerca que había estado.

-No podemos arriesgarnos a que llamen a más de los suyos. No tienen que seguiros y mucho menos saber a dónde vais. –nada más encender el trapo, el calor le tocó la cara. Irene abrió de nuevo con la llave que había dejado puesta. Agarró el picaporte e hizo una señal de a la de tres.

Alex agarró la otra puerta para que ellos pudieran salir sin perder el tiempo.

-¡Tres! –Abrió rápidamente y sin dejar tiempo a que reaccionaran lanzó la botella. Falló los contenedores chocando de lleno contra el hombre que estaba apoyado en uno de ellos  prendiendo en el acto a ambos.

El hombre gritó. David nunca había oído un chillido tan horrible como aquel. ¿Qué estaba haciendo? Acababan de quemar vivo a alguien.

Notó como Alex le agarraba de la mano y tiraba de él despertando del trance que le había generado aquel espeluznante espectáculo. Cuatro de los seis hombres se habían separado tratando de librarse de las llamas.  Un segundo también se vio envuelto en aquel caótico baile por apagar sus cuerpos. Unos nuevos chillidos de desesperación se unieron a la escena.

Alex y David salieron corriendo hacia la izquierda con las cabezas lo mas gachas posible tal y como les había advertido su tía. El revuelo era tal que nadie les hizo caso.  Irene salió corriendo hacia la derecha en lo que Adriana cerraba la puerta antes de que nadie viera de dónde habían salido.

Irene se cruzó con varios peatones que se acercaban a ver el origen de aquellos gritos. En cuanto hubo un poco de multitud, se paró para mezclarse con ella. Estaba orgullosa, no creía que a aquella distancia, con la poca iluminación, y su vista algo miope, fuera a acertar justo donde había apuntado, en plena cocorota del más grande de ellos. No es que no se sintiera algo culpable de lo que acababa de hacer, al fin y al cabo era humana y no negaba una situación horrible al verla, pero era consciente de que, como todo en esa vida, la repetición de algo convertía la novedad en costumbre. Los seres humanos, y ella siendo parte de ese colectivo, se acababan siempre acostumbrando a todo. Se había acabado convirtiendo en un monstruo, ella lo sabía muy bien, pero también consideraba que había hecho siempre lo necesario para vivir.

Vio que se había quedado con el mechero de Alejandra, era un zippo con la escalera imposible marcada. Parecía que aquello la tenia obsesionada aunque, si era cierto lo que decían de ella, era lógico que lo hiciera. Había vivido con el enemigo cosa más de un año en lo que le lavaban el cerebro con promesas vanas. Tenía sentido que hubiera acabado anclada en ciertas creencias inculcadas. Solo esperaba que hubiera quedado en eso y no les estuviera engañando realmente.

No confiaba completamente en Alex pero lo suficiente como para dejarla marchar junto con David.

En cuanto a la escalera de Penrose… había vivido lo suficiente en Salamanca como para no creerse aquel cuento de hadas. Si fuera real, le extrañaba que no la hubiera encontrado ella misma tiempo atrás, aunque fuera una pista, una pequeña referencia de su existencia. Para ella no eran más que leyendas, y a lo sumo, si no lo fueran, veía imposible que estuviera en aquella ciudad.

En cualquier caso daba lo mismo, lo importante era que se estaba librando una guerra bajo esa creencia. Los desaparecidos ya se habían hecho prácticamente con el otro lado. El hecho de que tuvieran tres de los Atlas de Wald ya era lo suficientemente peligroso como para tomarse aquello en serio. Irene recordó la última vez que había visitado el archivo para ver uno de los atlas. Sabia de primera mano la información que tener aquel documento conllevaba. Por algo no se habían decidido hacer más copias y se guardaban las últimas con gran recelo. Los no nacidos siempre tendrían acceso a ellos, pero bajo ningún concepto podían caer en manos ajenas a aquel mundo.

Se metió el zippo en el bolsillo del abrigo, justo al lado de la pistola, y continuó su camino hacia la clerecía.

Aquel edificio siempre le había maravillado. Antiguamente había sido el Real colegio del Espíritu Santo, perteneciente, cómo no, a la compañía de Jesús. Actualmente aquel complejo se dividía en tres zonas, la parte turística, la residencial, y la universidad. Lo que hacía que no todo estuviera abierto al público.

Irene torció el cuello para ver la fachada de la iglesia. Ante ella, en una calle de unos 15m de ancho, se erigía una enorme fachada barroca de tres cuerpos con una altura casi comparable a la de la catedral. Irene había subido en más de una ocasión hasta arriba del todo desde donde se podía ver absolutamente toda la ciudad. La Scala Coeli, o escalera al cielo, era como llamaban comúnmente a la subida a aquellas torres. Un espectáculo digno tanto para turistas como para habitantes.

Parte de la calle estaba invadida por una escalinata que llevaba hasta las tres puertas de dicha fachada,  rematando aquel monumento con una majestuosidad difícil de igualar.

Al  lado de la fachada de la iglesia, en continuación con ella, estaba el claustro tras el cual, aparecía la puerta de la universidad Pontificia.

Irene había estado muy pocas veces dentro del recinto, pero recordaba muy bien la biblioteca.

La biblioteca Vargas Zúñiga, que ese era su nombre, se situaba en un pequeño claustro restaurado justo detrás del principal. Eso hacía que, pese a estar la entrada en la calle en la que estaba ella en esos momentos, la biblioteca se encontrara justo al otro lado de aquella manzana.

Irene sabía perfectamente eso, pero antes tenía que asegurarse de perder a los que la llevaban persiguiendo desde que salió del Yelinas.

No había ido hasta allí para admirar la fachada. Desde que había escapado se había cerciorado de ir por las calles más transitadas evitando así cualquier ataque indeseado.

Justo en frente, a espaldas de Irene, se situaba la llamada casa de las conchas, un edificio de cuatro plantas de piedra arenisca con una fachada adornada por cientos de los elementos que le daban precisamente aquel nombre.

Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta que daba al patio interior. A esas horas de la noche quedaba abierta para permitir la visita a turistas.

Era un patio pequeño con un pozo en el centro. Todo el perímetro estaba rodeado por una arquería con una barandilla de piedra cubriendo los vanos en la segunda altura.

Solo  había una pareja que no tardaría en marcharse dejando el lugar vacio. Saludó, cruzó el patio y se dirigió a las escaleras de piedra que daban al segundo piso.

Pese a todo el bullicio de la calle principal, allí solo había tranquilidad. Metió la mano en el bolsillo donde tenía guardada la pistola, se puso detrás de una de las columnas de la arquería y se asomó con cuidado por la barandilla esperando a que entraran.

No tardaron en aparecer. Eran un hombre y una mujer. Iban agarrados del brazo caminando tranquilamente,  parecía que hubieran entrado para ver el lugar. Saludaron a la otra pareja con naturalidad. Si no fuera porque les había visto seguirla desde el principio, Irene hubiera dudado de que aquellas personas no fueran quienes aparentaban. Miraban hacia todos lados como si estuvieran disfrutando del espacio aunque realmente la estaban buscando a ella.

Irene se escondió detrás de la columna, el lugar era demasiado pequeño y era muy fácil que la descubrieran. En cualquier caso, en cuanto se hubieran dado cuenta de que no estaba en la planta baja, se haría obvia su posición.

Sacó la pistola y apuntó directamente al descansillo de las escaleras. Podía oír sus pasos. Irene sabia que de aquel lugar solo saldría uno con vida, ella misma se aseguraría de ello ganara o perdiera.

Oyó cómo la pareja se despedía y cruzaba la puerta de vuelta a la calle. Quedaron solos. Cerraron la puerta para evitar que nadie más entrara. El sonido de los pasos cambió de repente volviéndose prácticamente inaudible.

Escuchó cómo uno de ellos subía las escaleras lentamente en lo que el otro se quedaba abajo vigilando.

Nada más asomarse la mujer, Irene disparó. La bala dio en la pared, estaba bien, no pensaba que fuera a darla. Tal y como planeaba, la mujer se había echado para atrás protegiéndose con el peto de la escalera, ese era el momento que estaba esperando.

Irene se levantó asomándose a la barandilla. No dejó tiempo para la duda, disparó varias veces contra el hombre que se había quedado junto al pozo para asegurarse de que no huyera.

Se giró sobre sí misma, volvió a disparar a la misma pared para evitar que la mujer subiera, y saltó sin dudar al patio donde estaba el cadáver tendido.

Sintió un dolor en el tobillo al tocar el suelo, pero no le hizo caso, tenía un breve periodo de tiempo antes de que la mujer se diera cuenta de lo ocurrido. Corrió hacia las escaleras y la disparó por la espalda, no la dejó siquiera darse media vuelta, la mujer cayó muerta contra el descansillo.

Irene volvió a guardar la pistola en el bolsillo, estaba sudando, todo había sucedido muy rápido pero, a decir verdad, pocas eran las veces que no lo hacía.

Fue cojeando hasta la puerta y salió de allí procurando que nadie se fijara en ella. El silenciador había hecho su trabajo pero no era de extrañar que alguien hubiera oído el revuelo. Se tapó la cara con la bufanda, se puso las gafas de sol pese a ser de noche y siguió calle abajo a un paso todo lo deprisa que le fue posible. No tardarían en encontrar los cadáveres, había dejado la puerta cerrada al salir pero cualquier curioso entraría en cualquier momento.

Dio la vuelta a la manzana dirigiéndose a su destino. Una vez se hubo asegurado de que estaba sola y nadie le seguía sacó la pistola, la limpió y la tiró en la primera papelera que encontró. Era peligroso estar desarmada, pero más aún llevar el arma del crimen. Todo se iba a llenar de policía de un momento a otro.

La calle Cervantes no tenía tanta afluencia de turistas. Caminó hacia el murete donde se situaba la puerta que daba al claustro pequeño. Esa puerta siempre estaba cerrada ya que la entrada a la universidad estaba en el otro lado.

Esperó a que nadie la viera y saltó con cierta dificultad debido al dolor que sentía en la pierna. Una vez dentro se bajó la bufanda, se quitó las gafas y se sentó en el suelo. Se remangó el pantalón viendo un tobillo hinchado. Se lo había torcido pero no parecía que estuviera roto.

Maldijo por lo bajo, aquello había sido una chapuza, la actuación de un novato. Había intentado darles esquinazo varias veces sin éxito.  La habían estado siguiendo de forma descarada. Estaba claro que habían querido vengar a sus compañeros del Yelinas y no les había importado que los descubriera.

Irene se preguntó si Alex y David estarían bien. Si la habían seguido a ella era muy probable que a ellos también. Solo esperaba que Alex se supiera defender.

Descansó unos minutos apoyada en la puerta, a su derecha estaba la entrada al claustro. Oyó cómo sonaban multitud de sirenas avisándola de que habían encontrado los cuerpos.

A partir de ese momento tenía que moverse con cuidado, estaba segura, en aquel lugar no se les ocurriría buscarla, pero si la pillaban no tendrían ninguna duda de lo que había hecho, había habido demasiados testigos.

Se levantó con cuidado apoyando lo menos posible la pierna herida  y entró en el claustro.

El lugar era magnifico. Habían aprovechado la galería porticada para situar en ella la biblioteca. Entre los arcos se había colocado una chapa troquelada de acero corten cerrando el espacio para que no estuviera al exterior.

En todo momento había una relación directa entre el patio y la biblioteca. Irene miró hacia arriba viendo cómo sobresalían el resto de bloques de la clerecía sobre ese claustro de una planta. Si no fuera por el ruido de las cada vez más numerosas sirenas, aquel lugar ofrecía una tranquilidad incluso mayor al patio de la casa de las conchas.

Entró en la biblioteca  y se sorprendió al ver el número de estanterías, no sabía por dónde empezar a buscar. Finalmente se decidió por los espacios de lectura de la galería.

Había mesas situadas entre las estanterías de modo paralelo a la fachada,  de tal forma que la zona de paso se encontraba en el interior.

Se acercó a la primera y empezó a buscar entre los libros. Según el diario de Iván era un tomo viejo que destacaba entre el resto.

El dolor de cabeza debido a la tensión, la palpitación de la pierna y el cansancio no ayudarían.

Iba a ser una noche muy larga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario