miércoles, 31 de marzo de 2021

VEINTITRÉS (Jara)

 


La violencia engendra más violencia, eso es una verdad irrebatible.

El hecho de decidir actuar en base al menor de los males no le quita ni responsabilidad ni culpabilidad al que decide hacerlo.

A veces el no participar es lo correcto y más difícil. El mal es el mal. Escudarse en el bien común solo lo hacen los cobardes, los hipócritas y los tiranos.

Los idiotas quedan fuera de esta ecuación ya que los que deciden serlo solo es para negar una de las otras tres realidades.

U.S

-No parece muy diferente a la biblioteca de nuestro lado. ¿Crees que realmente los desaparecidos se han hecho con ella? –David no sabía muy bien qué pensar. Habían ido caminando hasta allí dando más de un rodeo para asegurarse de que nadie les seguía.

Se habían encontrado el Midwife cerrado, por lo que habían decidido pasar de largo sin llamar mucho la atención y quedarse en la cafetería de enfrente desde donde podían ver, tanto la entrada de la tienda como la de la biblioteca.

Llevaban ya media hora tomándose el café junto a  la ventana y no habían parado de ver a gente entrar y salir de allí de forma completamente natural. Nada resultaba sospechoso.

-Si Fabio dijo que lo tenían es que lo tenían, los gemelos no suelen bromear con esas cosas. –dijo Alex soplando la que era ya su segunda taza. –lo lógico es que guarden las apariencias. Aunque tengan a gente en la policía, les resulta más fácil moverse sin ser objeto de habladurías. Se esconden tras una normalidad aparente.

-¿Y qué hacemos ahora? El Midwife parecía llevar cerrado bastante tiempo. Viendo la cercanía con el punto de cruce seguro que los desaparecidos también atacaron a Andrea. Fabio nos dijo que se cargaban a todo aquel del que tuvieran sospechas de ser un no nacido.

-Andrea es una tatuadora, no una no nacida. –dijo el hombre que se había sentado en la mesa de al lado de espaldas a ellos. No le había dado tiempo a contestar a Alex. La voz era grave y rotunda, se había hecho oír perfectamente sin necesidad de levantar el tono. –pero en algo tienes razón, la tienen ellos, se la llevaron por la fuerza al igual que aquello que venís buscando. –Alex había sacado la luger nada más escucharle y le apuntaba directamente a la espalda desde debajo de la mesa. –será mejor que guardes eso antes de que se dispare solo. Nunca me han gustado las armas y menos si van dirigidas a mí.

-¿Quién eres? –le preguntó seria manteniendo la pistola en la misma dirección.

-Si no me equivoco me estabais buscando.

-¿S.J? –dijo desconfiada y un poco desilusionada ante aquella escena.

-Santi, Santiago Jara en este mundo, podéis llamarme Jara. –la corrigió. – ¿Qué pasa? ¿Esperabais encontrarme en un momento más peliculero?  -el tono de burla era notable. La voz parecía cansada, seguía mirando hacia el lado contrario por lo que solo podían ver en él a un hombre grande con un pelo canoso bastante descuidado. –nunca he sido de exagerar las cosas pero por desgracia eso es lo que se ha hecho con la idea de mi persona. Me avisaron de que vendríais, os he visto, me he asegurado de que erais vosotros y me he presentado, ni más ni menos. –se levantó lentamente apoyándose en la mesa, cogió la taza de café que estaba bebiendo y se sentó con ellos sin ni siquiera mirarles a la cara.

Su ropa era vieja, algo raída por el uso. Unos mitones le cubrían unas manos llenas de heridas y una enorme barba le tapaba la cara dejando ver solo unos ojos color verde claro. No podía calcularse qué edad tendría, tan pronto parecía tener treinta como que hacia un gesto que le añadía cuarenta años más. Sus movimientos eran lentos, como si meditara cada acto antes de llevarlo a cabo. –he dicho que guardes eso. –lo dijo sin levantar la voz, no parecía molesto, simplemente lo dijo.

Un escalofrió le recorrió el cuerpo a Alex. Sin saber muy bien por qué le hizo caso. Pese a su aspecto, cercano al de un indigente, su presencia generaba un respeto inexplicable.

-Llevan observándoos desde que cruzasteis la puerta. No fue muy inteligente por vuestra parte venir y mucho menos entrar aquí. Hubiera preferido que nos encontráramos en otro lugar pero viendo la situación me he visto obligado a hacerlo ahora.

Ambos se sobresaltaron. Se habían asegurado en todo momento de que no hubiera terceras personas pendientes de ellos, lo que hacía aun más sorprendente que aquel hombre se les hubiera pasado por alto.

-Fuiste lista al taparte el tatuaje del anillo con esos guantes. –continuó hablando mientras tomaba un sorbo. Alex se los había comprado en el centro comercial para evitar llamar la atención. –pero tu cara ya es demasiado conocida. El camarero ha sabido quien eras nada más verte.

-¿El camarero es uno de ellos?

-Un informador. No sabe en lo que está metido pero no le queda otra que hacer lo que le digan si quiere seguir conservando su empleo. Prácticamente tienen a todos los locales del barrio en nómina. Actúan con plena impunidad por aquí.

-Perdona pero podemos ver tu identificación. –Preguntó David cortándole. Simplemente quería estar seguro de que estaba hablando con quien decía ser. Aún le parecía increíble que aquel hombre fuera el que estaban buscando.

-No tiene ninguna. –contestó Alex. Se dice que su universo natal está tan lejos que no tiene nada que ver con el nuestro. En él la creación de los Atlas no tuvo lugar, y con ello los tatuajes nunca llegaron a ocurrir. ¿Me equivoco? –S.J negó con la cabeza.

-Eso no explica que no se haya hecho uno aquí.

-Los tatuajes están hechos con tintas que se mezclan con tu sangre y la de la tatuadora. La unión tiene que ser perfecta por lo que exige que todo ello pertenezca a un mismo universo. A demás, no me gustan las agujas.

-¿La sangre de la…?

-Se que tienes muchas preguntas. –le cortó Alex antes de que preguntara de nuevo. –pero este no es momento. –se dirigió al desconocido. –has dicho que nos han reconocido. ¿A qué esperan para atacarnos? ¿Tenemos alguna forma de salir de aquí?

-La pregunta más bien es si nos interesa realmente. Tienen a Andrea en la biblioteca y que yo sepa solo hay una forma de entrar. Aún os necesitan con vida ya que creen que sabéis dónde está la escalera, por lo que dudo que os hagan daño. –se dirigió en ese momento a David, habló bajo pero sus palabras se entendían a la perfección. –espero que tengas el Munin a buen recaudo.

David asintió, sorprendido de que aquel hombre supiera sobre el tatuaje.

-No te preocupes, está donde nadie puede encontrarlo.

-Nos están esperando fuera ¿Verdad? Están esperando a que salgamos.

–Jara asintió. Se terminó el café y sacando la cartera del bolsillo pagó la cuenta. –no les hagamos esperar. A esta invito yo, la próxima cuando salgamos. Aconsejo que no ofrezcáis resistencia. Mientras no les demos lo que quieren no se atreverán a acabar con nosotros. –se levantó de su asiento.

David aprovechó para ir al baño. Los nervios le estaban jugando una mala pasada. Para variar, la situación había pasado de cero a cien sin avisar. Estaban a punto de entrar en la boca del lobo, de ser prisioneros de las personas que le llevaban siguiendo todo este tiempo. Tenía un miedo incontrolable a que le hicieran daño, nunca había soportado el dolor físico. ¿Saldrían a caso vivos de esta? Salió del aseo y se dirigió hacia sus dos compañeros que le esperaban donde los había dejado. Ambos parecían tranquilos, no aparentaban tener el más mínimo conocimiento de lo que iba a ocurrir a continuación.

-Mantened las manos siempre a la vista, no queremos malos entendidos. –les dijo Jara antes de ir a la salida.

David se fijó en que el camarero les seguía con la mirada con un aire de tristeza y arrepentimiento.

Cuatro hombres les estaban esperando a la salida. Todos ellos tenían las manos en los bolsillos lo que hacía entrever que les estaban apuntando.

-Será mejor que nos acompañéis. –Dijo el más cercano con una sonrisa en la cara. Nos habéis causado muchos problemas. Nos alegramos de que por fin tengamos la oportunidad de charlar. Señorita Andrea, no llegamos a coincidir cuando estuvo la última vez con nosotros, pero me enorgullece conocerla por fin. Le alegrará saber que esta vez cumpliremos nuestra promesa de reunirla de nuevo con sus hijos.

Un puñetazo casi venido de ninguna parte le dio en la cara estando a punto de tumbarlo. Dos hombres agarraron a Alex para que no le volviera a dar. Sus ojos estaban vidriosos pero mantenía el gesto tranquilo.

A David le llamó la atención que se refirieran a ella por ese nombre, pero pronto recordó que así era como la conocían.

El hombre con la cara ahora roja del golpe volvió a sonreír.

-Tiene suerte de que la necesitemos aún. Pero esa suerte no durará mucho.

Cruzaron la carretera. En esos momentos las personas que habían visto entrar en la biblioteca ahora salían algo indignadas por el repentino aviso de cierre.

Ellos fueron delante de sus captores en todo momento. David notó cómo ya no eran solo cuatro, aunque no se atrevió a mirar atrás para saber cuántos más se habían unido. Al entrar en el lugar ahora vacío, cerraron las puertas.

Les separaron las piernas y los brazos y comenzaron a cachearles. Les quitaron los abrigos y todas sus pertenencias, incluida la bolsa de armas de su tía. Los tres se mantuvieron en silencio durante todo el proceso.

-¿Vosotros dos no vais armados? –les preguntó una voz desconfiada tanto a Santiago como a él. -¿Qué pasa? ¿Os tiene que proteger una mujer?

-Esta mujer se ha cargado a más de los nuestros que nadie de aquí. –dijo el hombre de la cara roja. –no la menosprecies.

Alex no pudo evitar mostrar una mueca de orgullo.

 Dejaron tirado todo de cualquier manera y les llevaron escalera abajo hacia el sótano. Las escaleras daban a un pequeño pasillo con un par de habitaciones a cada lado y una al fondo.

El hombre de la cara roja llevaba la voz cantante.

-¿Sabíais que esto inicialmente fue una casa de socorro? Y es más, antes esto eran las afueras de la ciudad. Es increíble cómo cambian las cosas. El único punto de cruce de Salamanca ha tenido muchos usos a lo largo del tiempo, pero siempre se ha mantenido como puerta a otra dimensión. Siempre escondida de la gente normal. Utilizada por unos pocos elegidos que se consideraban mejor que el resto. Por suerte eso ha cambiado.

Pronto estos puntos de cruce se habrán vuelto obsoletos cuando encontremos la escalera imposible. Pero de momento dependemos de ellos para controlar nuestros destinos.

Agarraron a David por los brazos y lo metieron en la primera habitación separándole del resto. No ofreció resistencia. No le gustaba nada la idea de no estar con sus compañeros, pero sabía que no podía hacer nada al respecto.

Se encontró en una pequeña estancia rodeada de estanterías repletas de documentos. Justo en el centro, tirado en el suelo, se hallaba  un hombre con la cara amoratada mirándole fijamente.

Le  golpearon haciéndole caer. Su cabeza chocó contra la baldosa dejándole inhabilitado por un momento. Cuando volvió en sí se dio cuenta de que les había dado tiempo a atarle tanto manos como piernas con unas correas de plástico. Apenas podía moverse, estaba boca abajo justo en frente del desconocido también en la misma posición.

-Disculpa el trato. –dijo una voz a sus espaldas. –sé que hubiera sido mejor recibirles con más amabilidad, pero tenemos que asegurarnos de que esta vez no huyes de nosotros. –no le reconoció hasta que el hombre decidió ponerse de cuclillas para estar dentro de su área de visión. Era el calvo que le había amenazado con la navaja en la casa de Jaime –le presento al señor Ruiz. –agarró del pelo al desconocido  y tiró para mostrar su rostro hinchado y ensangrentado. Sus ojos apenas se veían debido a la inflamación, parecía incluso que uno de ellos faltaba.  Era difícil saberlo con seguridad. Se le oía respirar con dificultad. –era el encargado de que la gente normal como nosotros no pudiéramos usar este lugar como es debido. –en su tono se notaba desprecio, ira, resentimiento. – tanto él como su “gemelo” han sido castigados y domesticados. Ahora saben perfectamente lo que está bien y lo que está mal. ¿Verdad Señor Ruiz? –movió su cabeza haciendo que asintiera.

-Tú no tienes nada de normal. –le dijo sin pensar en las consecuencias. El calvo le cruzó la cara con la mano abierta. David notó como se le hinchaba la mejilla.

–Parece que la biblioteca Gabriel y Galán tiene muchas visitas últimamente. He podido reconocer a tu compañera Andrea, que casualmente se llama igual que la mujer que nos acompañó todo este tiempo, Dios la tenga en su gloria ahora. Al que no logro reconocer es a vuestro otro acompañante. ¿Ese es nuevo?

–A David le dio un vuelco el corazón. ¿Andrea estaba muerta? ¿Habían llegado hasta allí y se habían metido en ese problema para nada?

-No espero que entiendas lo que hacemos, al fin y al cabo eres un error de la naturaleza, pero quiero que sepas que te vamos a sacar hasta tus recuerdos más vergonzosos. No importa hasta dónde estás dispuesto a que lleguemos. Me importa una mierda cuánto tardarás en hablar. Hablarás, eso es un hecho, ahora la duda es cuántas extremidades os quedarán a ti y a tus amigos cuando lo hagáis. En el momento en el que os entregasteis vuestro futuro dejó de existir, no te voy a mentir.

 

Cuando Alex  fue empujada dentro de aquella habitación en lo primero que se fijó fue en el cadáver que había en el centro. Andrea… la habían desnudado y atado a una silla. Posteriormente habían decidido quitarle sus tatuajes con lo que parecía ser una navaja, uno a uno.

Su cuerpo estaba irreconocible, había sangre por todos lados y el olor, una mezcla de hierro, orina y heces, se hacía insoportable.

La habían dejado ahí como si de basura se tratara. Sus tatuajes, y la piel que le habían arrancado con ellos, estaban colocados en fila en el suelo frente a ella a modo de burla. Una cruel exposición de sus obras de arte.

La tiraron al suelo justo encima de aquel macabro espectáculo. La inutilizaron de pies y manos. No se revolvió pero igualmente aquel hombre le pegó un puntapié en las costillas. Alex oyó y notó cómo dos de ellas se rompían. Tosió bruscamente lo que hizo que la punzada de dolor fuera a más.

La situación era mala. La situación era muy mala. No habían tardado más de un par de horas en encontrarse en aquel peligro. Habían confiado en un desconocido, a decir verdad, no les había quedado más alternativa.

Pese a las advertencias, no habían sabido ver la magnitud de todo aquello. Habían esperado que los desaparecidos tuvieran controlados ciertos lugares, pero de ahí a un barrio entero… Santi les había mencionado que tenían comprados bajo coacción a los propietarios de las tiendas. ¿Cómo era posible tal magnitud de influencia en vidas ajenas sin que los puntos de cruce no se desmoronaran? Fabio había tenido razón en preocuparse. Aquel universo se estaba alejando cada vez más de sus homólogos. Primero todo un barrio generando matronas innecesarias, luego sería la ciudad, y si se hacían con la escalera, ¿Quién sabia hasta que punto llegarían? Alex sabía que tenían que volver a Ávila lo más rápido posible antes de que todo eso ocurriera.

-Hacía mucho que no nos encontrábamos en la posición de conversar tranquilamente tú y yo. Veo que has conocido a tu tocaya, espero que tú seas igual de participativa que ella. –El hombre que le estaba hablando era uno de los que la habían reclutado. Había sido el mismo que le había hecho el tatuaje del dedo y la cicatriz en el pecho. Los desaparecidos funcionaban en ese aspecto parecidos a los grupos de alcohólicos anónimos que ella tan bien conocía. Cada participante nuevo tenía su propio padrino. Para ella Gideon era el suyo, el responsable de sus actos, su compañero, su vigilante y su mentor, lo había llegado a considerar incluso un amigo. El acento inglés que salía por su boca era insoportable aunque, siendo justos,  ella no era quién para hablar.

-Me resultaría más cómodo charlar sin las correas. –le dijo mostrándole una sonrisa. El dolor de las costillas la estaba haciendo marearse pero trató de mantenerse consciente. No quería mostrar debilidad ante aquel hombre. Se arrepentía de haber llorado en su hombro todas las veces que le había hablado de su familia, de lo dependiente que se había sentido de él en los momentos de debilidad. Había confiado en aquel desgraciado, y le había correspondido pegándole un tiro.

Ahora se volvían a encontrar.

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