miércoles, 17 de marzo de 2021

VEINTIUNO (Despedida)

 


Siempre me burlé de los que se rendían, y mírame ahora, escribiendo el último adiós, mi última página en este diario.

Hoy Jess me ha seguido hasta la biblioteca y me ha preguntado qué estaba haciendo allí. Como era lógico no la he podido responder. Jess, si supieras lo mucho que siento todo…

Por fin entendí qué era lo qué me atraía de la leyenda que me ha tenido tan obsesionado últimamente. La verdad ha estado delante de mis narices todo este tiempo e idiota de mí, no he sabido verla hasta ahora.

Si tomo esta salida es porque no veo otra forma de proteger tanto lo descubierto como a mis seres queridos. Está claro que me he metido en algo muy superior a mis capacidades.

Ellos no pueden saber la verdad. Cada vez amenazan más con hacerles daño a quienes quiero, y yo, por mucho que lo intente, no puedo hacer nada. Con mi muerte todo habrá acabado.

Estoy cansado, estoy muy cansado.

David, estés donde estés solo espero que te vaya bien. Deseo que nada de esto te salpique, y si acabas metido en esta búsqueda, rezo por que seas más fuerte que yo. Por desgracia estás metido en esta mierda tanto como todos nosotros.

Pese a habernos separado, me siento orgulloso de haber sido tu amigo.

Papá, mamá, siento mucho todo el daño que os he hecho. Sé que como hijo fui difícil y no os dejé más opción que la de alejarme de vuestra vida.
Entiendo lo que hicisteis. No sé cuántas veces he estado parado delante de vuestra casa deseando llamar a la puerta, deseando volver.

Nunca me atreví a dar el paso.

Jess, te quiero. No sabes lo difícil que se me hace escribir estas palabras. Quiero que sepas que nada de esto fue tu culpa. Solo eres una víctima más de mi existencia.

Vive tu vida, o mejor dicho, empieza a vivirla ahora que no me tendrás haciéndote de ancla. Eres capaz de mucho, y estoy seguro de que vas a demostrarlo.

No me queda más que decir. Tengo preparado mi último pico. Me tumbaré y me quedaré dormido. No habrá dolor ni agonía. El sufrimiento habrá acabado y no tendrán motivos para hacer daño a nadie.

Alex, si este diario llega a tus manos, no te culpes de mi muerte. En estos últimos meses me diste un motivo para seguir adelante, y aunque el peligro llamó a mi puerta al mismo tiempo, no fue algo que pudieras controlar.

Me gustaría decirte lo que descubrí de la escalera, pero es demasiado peligroso.

Siento haber sido tan débil como para tomar esta decisión.

I.C

 

Alex cerró el diario. Había decidido aprovechar el tiempo en el coche para centrarse en aquellas páginas. David conducía completamente ajeno a su contenido. Estaba desolada.

Los desaparecidos se habían adjudicado la muerte de Iván, y por una parte ellos habían sido los culpables de ella. Pero la realidad era mucho más compleja y cruel. Iván se había visto acorralado y como única salida había decidido quitarse de en medio. Se había suicidado.

Miró a David desde el asiento del copiloto. No habían tenido problemas en llegar al coche. Desde que habían salido del Yelinas no habían parado de correr hasta alcanzarlo y luego, bueno, habían tenido todo ese tiempo en silencio mientras ella leía y él conducía.

Se le veía cansado.

-¿Ocurre algo? ¿Has acabado? –ella asintió. – ¿Y bien? ¿Dice algo más del libro? ¿Alguna pista que nos diga cómo seguir?

Alex no sabía muy bien qué responder. La carretera estaba completamente vacía, no se habían encontrado con ningún coche desde la salida de Salamanca.

-Será mejor que aparques en el arcén. –se limitó a decir conteniendo una lágrima. En el poco tiempo que había estado trabajando con Iván le había cogido aprecio. Había sido, después del no nacido que le había salvado la vida, la primera persona a la que se había acercado tanto física como emocionalmente.

-¿Ocurre algo? Me estás preocupando –intercalaba la mirada entre la carretera y ella. Su voz era intranquila. Tras unos metros más recorridos, giró el volante y bajó la velocidad.

Aparcó lo mas pegado al borde que pudo y puso las luces de emergencia. Quitando la iluminación que proporcionaban los faros, el exterior era una enorme llanura de oscuridad.

Se quedaron unos minutos en silencio, él con miedo a preguntar, ella sin saber cómo soltar la noticia. Finalmente Alex le tendió el diario abierto por el último escrito.

David lo aceptó y se puso a leer. Una lágrima contenida recorrió la mejilla de Alex en lo que esperaba. La tensión era prácticamente inaguantable. Él cerró los ojos una vez hubo acabado.

-Esos hijos de puta asumieron la culpa de su muerte con orgullo. Le forzaron hasta hacerle quitarse la vida. –Salió del coche sin decir nada más, ni siquiera se preocupó de ponerse el chaleco reflectante ni mirar si venían coches. Simplemente necesitaba aire, sentía que se ahogaba.

Gritó, tiró el cuaderno contra el parabrisas, le pegó un puñetazo al capó, la ira contenida de aquellos días desbordó sin poder hacer nada para evitarlo.

Alex se mantuvo en el coche mirando aquella escena. Lloraba en silencio, cansada de todo aquello, de todas las muertes, cansada de perder.

Una vez se hubo calmado, David cogió un cigarrillo, se sentó en el capó y empezó a fumar.

-¿Me das uno? –Alex había salido a hacerle compañía. Había recogido el diario del suelo y ahora lo tenía en las manos. –siento haber metido a tu amigo en todo esto. Nunca quise que le pasara nada.

Fumaron los dos sin decir una sola palabra, mirando aquel horizonte de negrura.

Cuando empezaron a tiritar se metieron de nuevo dentro resguardándose del frio.

-Estamos cansados, será mejor que nos retiremos de la carretera y descansemos un poco. No podemos saber lo que nos espera en Ávila, por lo que será mejor dormir antes de llegar.

Llevaban poco más de la mitad del camino recorrido, les debía faltar una media hora como mucho, pero Alex tenía razón, si las cosas estaban tan mal como les había pintado Adriana, era mejor que llegaran descansados y protegidos por la luz del día.

Tomaron la primera desviación en un camino de tierra que servía de acceso a los campos de trigo de la zona,  y aparcaron dejando la furgoneta escondida bajo un árbol. David salió y abrió el maletero con la esperanza de que su tía hubiera dejado algo de abrigo. Allí estaban las bolsas que habían cargado desde el piso del otro lado.

Abrió una de ellas encontrándose con todo un arsenal, cargadores, pistolas, un par de escopetas… no tenía la más mínima idea de cómo Irene había sido capaz de obtener todo aquello.

Abrió la segunda bolsa donde encontró lo que buscaba, comida y mantas. Estaba claro que su tía estaba preparada para cualquier situación.

Volvió a entrar en el coche y le entregó el abrigo a Alex. Sacó la petaca, bebió, y la pasó sin decir nada.

-Me gustaría que me enseñaras a disparar. –le dijo con la mirada perdida. Ella bebió otro trago, le puso la petaca en el pecho y salió del coche.

-Vamos. –él la siguió.

-Mi luger no tiene silenciador a sí que tendremos que practicar con la que te dio Irene.

David la sacó de la mochila, era pesada y fría, no era un tacto desagradable, pero sí generaba un sentimiento extraño en él. Por una parte estaba la idea de estar cogiendo algo peligroso.  También el estar cometiendo, no solo algo ilegal, sino a demás un error. No era ningún juguete y el mismo objeto te avisaba de ello.

Se la tendió a Alex quien la miró y sacó el cargador vaciando también la recámara. Le explicó su funcionamiento y sus partes. Le dio unas rápidas nociones de cómo se desmontaba, limpiaba y volvía a montar. Le dejó claro cómo utilizarla con seguridad, qué debía y qué no debía hacer y finalmente, la volvió a cargar. Se la tendió para que repitiera paso a paso todo lo que había hecho.

Una vez todas las explicaciones quedaron grabadas, había llegado la hora del ejercicio práctico.

Sacó del maletero un par de latas de comida y las apoyó en un muro a no más de seis metros de donde estaban colocados.

-Agárrala con firmeza. El retroceso es fuerte así que tenlo en cuenta a la hora de disparar y que no te pille por sorpresa.

Apunta, respira y tómate tu tiempo. Acostúmbrate a su peso, a la presión que ejerce el gatillo sobre tu dedo.

Amartilló el arma, apuntó y respiró profundamente.

Aquello parecía irreal, nunca se hubiera imaginado en aquella situación. Aun estando viviéndola en esos momentos, le costaba creer lo que estaba haciendo.

Volvió a respirar liberándose de los nervios. Tenía un miedo irracional a jalar el gatillo.

Resistiéndose a ello, disparó.

Sintió un tirón en el brazo, pero pudo contenerlo. Como era de esperar las latas seguían intactas, pero el objetivo de todo aquello era más el acostumbrarse a la situación.

El peso en sus manos se notaba cada vez más, David trató de no hacerle caso. La adrenalina y el desahogo que aquello proporcionaba podían más que el cansancio.

Vació un cargador, cogieron otro y siguió disparando. De vez en cuando Alex le daba algún consejo o le corregía la postura, pero por lo demás, le dejaba actuar.

No supo cuanto tiempo estuvieron así.

Cuando ya no pudo más, puso el seguro y dejó que se enfriara el cañón antes de volverla a guardar en la mochila. Se dio cuenta de que estaba llorando.

-Será mejor que la tengas más a mano cuando lleguemos a Ávila.

David asintió, la verdad es que no se veía capaz de usarla llegado el momento, no tenía esa intención al menos. Simplemente el quitar una vida a alguien era una línea que no pensaba cruzar.

Igualmente aquel ejercicio le había venido bien para relazarse. Iván se había suicidado, era un hecho que no podía negar y con el que tendría que vivir el resto de su vida.

Recogieron las latas ahora agujereadas. No se le habían dado mal aquellas prácticas. No podía decirse que se hubiera hecho un experto en tan poco tiempo, pero al menos ahora podía decir que sabía lo que hacía.

Entraron en el coche y se pusieron las mantas por encima.

-Ahora descansemos un poco. Mañana será un día largo.

 

 

Tal como había calculado el día anterior, tardaron media hora en llegar a Ávila. En esa época del año la ciudad estaba nevada dejando una escena de la ciudad amurallada completamente blanca.

Decidieron parar en la cafetería de los cuatro postes a tomarse un café, asearse un poco y decidir lo que harían a continuación. Apenas habían recorrido 100 km pero se sentían como si se hubieran cruzado el continente entero.

El humilladero de los cuatro postes era un monumento situado a la entrada de la ciudad. Constaba de cuatro columnas dóricas con sus arquitrabes en la parte superior y el escudo de la ciudad en ellos.

En el centro del cuadrado, se erigía una cruz de granito desde donde se podía ver toda la ciudad.  Hacia frio, pero igualmente pidieron el café para llevar y se lo tomaron admirando aquellas vistas.

-Allí está la catedral. –señaló Alex. –si mal no recuerdo, los Atlas hablan de tres puntos de cruce en esta ciudad, el cuarto, que es el de la catedral, no se sitúa entre ellos. La iglesia siempre fue reacia a hacer públicas sus aristas. De los tres, según Adriana, dos de ellos ya han sido expuestos por los desaparecidos. –señaló en la distancia a dos lugares separados, uno interior y otro exterior a las murallas. –El tercero aún aguantaba cuando salimos del Yelinas, aunque no es de extrañar que lo ataquen de un momento a otro, ya están en sobre aviso.

-Esperemos que no sepan de la existencia del de la catedral.

-Aunque lo supieran tendrían difícil el hacerse con él. Las puertas siempre están camufladas y en un lugar tan grande no les resultará fácil encontrarla sin la ayuda de los gemelos. A partir de aquí será mejor que lleves tu arma a mano, no sabemos lo que nos espera al entrar. –se dio media vuelta y se volvió a dirigir al coche.

Dejaron el Chrysler cerca de la plaza de Santa Teresa, comúnmente llamada del mercado grande.

 Se aseguraron de llevar consigo todo lo necesario. Alex sacó del maletero la bolsa con armas y se la puso a la  espalda, no sabría si la necesitarían. David se metió la beretta en el bolsillo de su gabardina y se colgó la mochila de tela debajo de esta para asegurarla aún más.

Cruzaron la puerta del Alcázar, pese a que David conocía muy bien aquella ciudad, le seguía sorprendiendo la conservación completa de la muralla. Aquella puerta era la más conocida de las nueve que tenía todo el perímetro.

Caminaron en dirección a la catedral. Estaba cerca de allí, justo pegada a la muralla, pero igualmente tardaron más de la cuenta debido a la nieve y el hielo. Según se iban acercando el corazón de David empezó a palpitar con más fuerza.

-¿Cómo sabremos si está comprometido el punto? –preguntó.

-La única información que tenemos es el nombre de los gemelos. Dudo mucho que reconozca a alguien de los desaparecidos aquí, por lo que tenemos que confiar que todo salga bien y estar atentos a cualquier situación. Por suerte para nosotros existen los tatuajes identificativos.

David se tocó el antebrazo. Se había quitado el envoltorio de plástico que protegía el tatuaje. La piel seguía irritada desde ayer, pero aquello le daba demasiado calor para conducir. Se había dado la pomada que le había dejado Andrea y por lo que parecía, no había tenido ningún efecto adverso del que preocuparse.

La catedral estaba en una pequeña plaza en forma de ele que abarcaba el frente y un lateral de la misma. El templo, comparándolo con la de salamanca, era bastante pequeño, pero eso no le quitaba su aspecto señorial e imponencia.

Era bastante austera en lo que a decoración se refería, de un estilo más románico que gótico donde destacaba la falta de unos de sus dos torreones. Había sido una catedral fortaleza con todo lo que ello se refería, muros inmensos de piedra, saeteras y almenas.

En el centro de la fachada asimétrica se encontraba una portada de arcos en punta a la que llamaban la puerta Norte.

-Bien, no tiene sentido la demora. Entramos, preguntamos por el padre Fabio, y a partir de ahí ya vamos viendo.

Tuvieron que pagar por entrar cosa que David nunca había visto con buenos ojos. No entendía cómo un templo que debería de abrir los brazos a cuanta más gente mejor, cobraba la entrada con la escusa del mantenimiento. Aceptaba que tenían que sacar el dinero para ello de alguna forma, pero también tenía claro que haciéndolo así solo provocaba rechazo más que bienvenida.

El interior de aquel lugar sorprendía. El edificio de tres naves tenía una clara superioridad del alto frente al ancho provocando un pequeño sentimiento de vértigo al mirar para arriba.

Al fondo, el retablo del altar mayor todo en dorado destacaba frente al resto del espacio más grisáceo.

Caminaron agarrados del brazo haciéndose pasar a la perfección por una pareja de turistas. Paseaban tranquilamente al tanto de cualquier cosa que se saliera de lo normal.

No había apenas gente, cosa que era normal a aquellas horas de la mañana. Al llegar al crucero se sentaron en uno de los bancos.

-Se ve todo como muy normal. ¿Seguro que aquí hay un punto de cruce? –dijo pensando en el Yelinas.

-Cada punto es distinto al resto. Una vez crucé uno que estaba metido en un pozo de un patio de Córdoba. De ahí que nos valgamos de los atlas y de ahí que los quieran con tanta ansia los desaparecidos.

-¿Estás bien? –no habían hablado de lo de Iván desde la noche anterior.

-¿Lo estás tú? Tú fuiste su amigo por más tiempo. Aunque no supierais el uno del otro, para él seguíais siendo los mismos niños. –le miró fijamente a los ojos. David era la primera vez que se daba cuenta de que los tenía verdes. Nunca se había  detenido a mirar sus rasgos, se la veía cansada. Los años se le habían echado encima debido al tipo de vida que había llevado. Un aire de tristeza recorría su semblante, no solo debido a la reciente pérdida, sino a todas las que había sufrido a lo largo de su vida.

-Lo único que siento en estos momentos es rabia y arrepentimiento.  No pude hacer nada por él en vida, pero espero poder compensárselo ahora. Jess ha ingresado en un centro de desintoxicación. Me encontré con ella antes de ir a la casa de Jaime. Se la veía destrozada, pero vi en ella un aire de esperanza al que quiero aferrarme yo también.

-Los vivos tenemos que seguir viviendo. –asintió Alex. –por más que cueste, les debemos al menos eso a los que se fueron.

Sentados en frente del ábside, rodeados de todo aquel misticismo, se sentían seguros.

Vieron cómo un hombre se acercaba directamente a ellos.

-Ten la pistola a punto. –le susurró Alex haciendo como que no se daba cuenta.

El hombre se paró delante de ellos.

-Adriana me dijo que vendríais. –tenía un tono de voz suave. Les sonrió. –soy Fabio, supongo que debéis de ser Alex y David. Si me podéis enseñar vuestras saturnias… no creo que tengamos mucho tiempo.

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