Se
me fue la olla y dejé de ser yo, como un novato se me fue de las manos y me
ablandé, pasé a ser todo aquello de lo que me burlaba, todo aquello de lo que
me reía.
Pasé
a depender de alguien, el caparazón duro se desmoronó, la autoconfianza, la
independencia, mi egoísmo del que me sentía tan orgulloso.
Pasé
a ser nada, menos que nada, y lo peor es que no me importaba caer en la autodestrucción
de mi personalidad.
Terminó
y ahora me doy cuenta, el proceso de decadencia se cortó de cuajo para
recuperar mi forma de ser, mi yo contra el mundo, mi egocentrismo, mi felicidad
y disfrute de la vida.
Puedo
decir que ojalá no hubiera pasado por aquello, de principio a fin aquello me
debilitó, me convirtió en quien no era,
pero sé que fue un mal por el que debía pasar para darme cuenta de lo fácil que
uno puede cambiar sin apenas enterarse.
Ahora
vuelvo a ser yo con mis imperfecciones y orgulloso de tenerlas, el resto, no es
de mi incumbencia.
Bienvenido pues, amigo. A veces son necesarias situaciones, personas... para darnos cuenta cuán frágil somos, vulnerables, y un saco de emociones escondidas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Rendan.
Sucede a menudo que al atravesar por un cambio drástico, la percepción de uno mismo cambia y hace sentirse desconocido, extraño en su propia piel, pero es solo una ola de marea alta, pronto pasa y las cosas vuelven a sentirse normal.
ResponderEliminarSaludos.
Cuando uno atraviesa etapas de crisis,siempre hay duelos,por pequeños que sean..dejar partir es una manera de pasar un duelo... y ese volver a reconocerse forma parte del reflotarnos y seguir adelante!
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