Ahogo,
nerviosismo, ganas de ir al baño pese a que ya lo había hecho varias veces
aquella mañana.
No
se sentía bien sin razón aparente, el corazón le latía más de lo habitual y lo
podía sentir palpitar una y otra y otra vez en la cabeza, podía escucharlo.
El
sudor frío recorría su piel, su cuello, los brazos no paraban de cruzarse, las
manos salían y entraban de los bolsillos, las piernas bailaban de un lado a otro
pasándose el peso del cuerpo.
Miró
el reloj por decimosexta vez para confirmar que aun no había pasado ni un
minuto. Tenía dudas, tenía ganas, ansia y pereza a la vez, ¿Por qué estaba
allí? Y, ¿Por qué no?
Sabía
lo que ocurriría pasados diez minutos, ya había
vivido esa situación demasiadas veces y aun así, no se acostumbraba a
esos minutos de espera.
La
gente se movía de un lado a otro de la estación siguiendo con su itinerario de
aquella mañana. Un megáfono le hizo salir de su inopia anunciándole que el
tren, que ya llegaba 30 minutos tarde, estaba acercándose al andén en el que
estaba situado.
Las
palpitaciones fueron en aumento y en aumento, el baile se hizo más exagerado y
las ganas de ir al baño ya eran casi inaguantables además de inventadas.
El
tren frenó y rápidamente buscó el vagón que le había dicho, se abrieron las
puertas y una marea de personas empezó a salir al exterior.
Estiró
el cuello, apartó a empellones a un par de viajantes y la encontró a tan solo
unos metros de él.
Tranquilidad,
alegría, el nerviosismo de aquella espera desapareció nada más verla, se
abrazaron, se besaron, los minutos antes del reencuentro siempre eran
estresantes pero el estar con ella lo cambiaba todo de golpe.
Así es, los nervios nos sacuden las emociones y no podemos controlar la situación.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
oh qué precioso! Qué buena descripción de la anticipación del encuentro!
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