miércoles, 2 de diciembre de 2020

SEIS (Desconocidos)

 


La arquitectura, como arte, lo abarca todo.

Los espacios vacíos generados entre lo construido, la vida y su evolución descontrolada en base a  las necesidades que van apareciendo, hacen de esta un elemento viviente que merece la pena ser mencionado.

Nada dura para siempre pese a que nos empeñamos en que así sea. Todo cambia, evoluciona, y cuando le ha llegado su hora, muere dejando atrás aquello que una vez fue.

Los espacios tienen que ser utilizados para generar arquitectura.  La evolución y el desgaste de ellos forman parte de ella.

U.S

 

-¿Dónde está? -pese a sostener una navaja en la mano con actitud amenazante, aquel hombre parecía bastante cuerdo.

Tenía la voz más grave que la que recordaba en el bar. Parecía un señor de no más de cincuenta, sin nada que destacar a parte de un traje muy descuidado. Un hombre de a pie común del que no  se hubiera acordado de no haber sido por el tatuaje extrañamente idéntico al de Alex.

David miró la navaja y con ella el símbolo de la mano ahora bien visible pese a la poca luz que podía entrar a través de las persianas.

-No sé a qué o a quién se refiere. ¿Me está siguiendo? -Tenía bastante claro que sí, pero en esos momentos sus palabras se adelantaban a sus pensamientos.

Le había dado la impresión de que había mantenido especial atención a la conversación que había tenido con Jess, pero se había acabado convenciendo de que eran imaginaciones suyas. Ahora tenía claro que no.

El hombre se acercó dando un par de pasos, siempre con el filo por delante. Las hojas de papel tiradas por el suelo sonaban al aplastarse bajo sus pies.

-¿Te crees que soy tonto? -a David le entraron ganas de responder. -¿Crees que no se qué habéis estado haciendo Andrea y tú? Sabéis dónde está, y me lo vas a decir ahora. –una sonrisa apareció en su rostro.

-¿Andrea? ¿Quién es? ¿Qué queréis encontrar? –no se le había pasado por alto que estaba en ese momento hablando en plural.

-¡LA ESCALERA! -Gritó medio ido dándose un golpe en la cabeza con la mano libre.

David se sobresaltó, los ojos hinchados en sangre de aquel hombre no presagiaban nada bueno. Aquella imagen de alguien cuerdo se iba transformando en la de un hombre recién salido del manicomio. El ambiente cada vez estaba más cargado. La tensión era cada vez mayor y el desconocido no paraba de acercarse. Paso, a paso.

Aún con el cuaderno en la mano, se lo lanzó a la cara con todas sus fuerzas. Fue algo automático, simplemente lo hizo sin pensar en las consecuencias.

-El hombre, debido a un acto reflejo, se cubrió la cara,  momento que aprovechó David para lanzarse contra él.

No quiso quitarle el cuchillo, no estaba dispuesto a usarlo ni a meterse en una pelea de la que podía salir herido. Siempre había sido de evitar conflictos, por lo que simplemente le empujó contra el marco de la puerta. El hombre cayó al suelo dejando un hueco por el que poder colarse.

Salió corriendo sin preocuparse en nada más.

Atravesó la puerta principal de aquel piso completamente vacío. Bajó las escaleras, atravesó el portal cuya puerta aun seguía abierta, y siguió corriendo sin rumbo fijo ni mirar a atrás. No quería saber si aquel hombre le seguía, tenía miedo de las represalias por haberle atacado.

Al rato de seguir corriendo decidió que era buen momento para dejar de hacerlo y ver dónde estaba, no porque se sintiera cansado, sino por el simple hecho de que en algún momento tenía que parar.

 Se encontró con que había salido del barrio. Al tranquilizarse el cansancio creció según desaparecía la adrenalina. Se sentó en el primer banco que encontró y respiró profundamente.

No tenía la más mínima idea de lo que acababa de pasar. Estaba siendo un día de lo más raro, primero la visita a los padres de Iván, la visita a sus propios padres, la comida con ellos… luego, por si eso no hubiera sido suficiente, la vuelta al café de toda la vida donde se había encontrado con Jess.

Aún no tenía claro si había hecho bien en entrar en casa de Jaime, ¿Qué había sido de él? Estaba claro que en el piso no se encontraba aunque este estuviera abierto de par en par.

Había dado por sentado que el desorden de aquella habitación había sido debido a las paranoias de un drogadicto, pero ¿Y si en realidad alguien había estado buscando algo entre sus pertenencias?

“¿Dónde está?”, era lo que había preguntado aquel hombre, “¿Dónde está la escalera?” en menos de 48 horas esa escalera había salido a colación ya en demasiadas ocasiones. ¿A que se referían cuando hablaban de la escalera de Penrose y por qué la ansiaban con tanta desesperación?

 “¿Crees que no sé lo que habéis estado haciendo Andrea y tú?” ¿Quién era esa tal Andrea? ¿Sería el verdadero nombre de Alex? Al fin y al cabo solo la conocía del día anterior y no sabía absolutamente nada de ella. Estaba también el tema del tatuaje que compartían ella y su atacante…

Miró el reloj, ya eran las 21:30. Con todo, la tarde se le había pasado volando pese a que el día en general había sido de los más largos que recordaba.

Se fijó en que los paseantes le miraban cómo sollozaba tras parar de correr. Hacía mucho desde la última vez que había hecho un esfuerzo físico de ese tipo, a decir verdad, hacia mucho desde que hacia un esfuerzo físico de ningún tipo.

Tenía frio y unas ganas enormes de fumar, pero se había dejado todo en el coche.

Fue caminando dándose cuenta de toda la distancia que había recorrido hasta llegar allí. El cuerpo humano era increíble, cuando se sentía en peligro era capaz de hacer cualquier cosa que en un estado normal no. Se sentía algo cansado pero había recuperado el aliento con bastante rapidez. Sus músculos no se notaban particularmente agarrotados, aquella carrera había sido todo un logro para él.

Según se fue acercando al coche, empezó a mirar hacia todos lados con nerviosismo. Esa calle estaba bastante transitada para ser aquellas horas un día de entre semana.

Una pareja de ancianos daba tranquilamente un paseo en lo que unos chavales, de no más de 16 años, reían sentados en un portal. Los bares estaban abarrotados, terrazas incluidas pese al mal tiempo. Varios paseantes con sus perros hablaban entre sí en lo que esperaban a que estos hicieran sus necesidades… el ruido de los charcos sonaban al ser pisados por las ruedas de los coches a la vez que los perros ladraban jugando entre ellos.

Todo el barullo de aquel barrio lo convertía en un lugar con vida.

Pese a esto, David miraba de un lado a otro por si el hombre volvía a aparecer. Se sentía vigilado y era una sensación que no le gustaba lo más mínimo.

Decidió entrar en una hamburguesería para asegurarse de que no le seguían y aprovechar para cenar algo. Tenía hambre y no se había dado cuenta hasta el momento. Los cigarros podían esperar, al fin y al cabo, se estaba planteando dejar de fumar.

 

Durante la cena no pudo dejar de pensar en todo lo ocurrido. Sentía como si todo el mundo le mirara. En un momento se dirigió al baño para asegurarse de que no tenía nada en la cara.

Cenó tranquilamente sin ninguna intromisión. Una vez hubo acabado, pagó sin preocuparse por la vuelta y salió de nuevo dirección al coche dejado un par de calles más allá.

La callejuela donde estaba aparcado, al contrario que la avenida por la que acababa de pasar, estaba vacía y en silencio.  Ya se había calmado lo suficiente, aunque decidió no detenerse hasta llegar al coche.

Sacó las llaves de su bolsillo y justo cuando fue a abrir la puerta se dio cuenta. Las llaves se le cayeron. La respiración volvió a sobrecargarse y empezó a mirar hacia todos lados buscando a alguien, esperando a que alguien le atacara en cualquier momento.

No podía ser. En la propia puerta del coche había marcado con un rallón la U y la S. Alguien la había dejado ahí como aviso. Miró en busca del hombre pero para su tranquilidad, la calle estaba vacía.

Se agachó con nerviosismo buscando las llaves por el suelo. Tardó aún un poco en encontrarlas y se le cayeron un par de veces más antes de afianzarlas. Las manos no le respondían.

Abrió la puerta, entró en el coche y miró en los asientos de atrás para asegurarse de que estaba solo. Una vez hubo hecho eso respiró tranquilo. Como si estuviera debajo de las sábanas, dentro de ese coche se sentía seguro. Puso las llaves en el contacto y arrancó el motor. Quería irse de allí lo antes posible.

 

Estuvo conduciendo una hora sin rumbo fijo. Simplemente no se sentía aún preparado para salir del coche por lo que decidió, sin pensarlo previamente, dar un paseo al puro estilo americano.

Siempre le había gustado conducir en Salamanca. Había conductores gilipollas, como en todos lados, pero generalmente era una ciudad donde alguien que se conociera las calles podía ir de un sitio a otro sin el más mínimo problema.

Decidió dirigirse hacia el parque de la Aldehuela para ver cómo había cambiado. Recordaba cómo, cuando era joven, todos los domingos iba con sus padres a ver el rastro que allí ponían. Recordaba el barullo de la gente y de los señores de los puestos gritando sus productos y rebajas al aire. Casi podía oírlo.

No era domingo, por lo que todo aquello ahora era un aparcamiento bastante vacio donde los jóvenes entre semana hacían las prácticas de conducir.

Condujo hasta las afueras de la ciudad para después volver a entrar por el puente de hierro desde donde se veía toda la ciudad iluminada.

Al igual que la noche anterior, aparcó por la zona del puente romano. Cogió un cigarro de la guantera, prefería ir racionándoselos uno a uno para evitar fumar de seguido. Por esa misma razón, dejó su petaca con la cajetilla. Tras evitar la tentación a un último trago, salió del coche.

El vaho saliendo por su boca le hizo darse cuenta de la época que era. Se estaba acercando la navidad.

Se paró un momento a desfrutar de la escenografía que esa ciudad presentaba.

La Casa Lis, con su vidriera art decó iluminada y sus escaleras de piedra, se mostraban protagonistas dentro de un cuadro donde  se encontraba el puente romano, el rio repleto de árboles, y, cómo no, la imagen de la catedral  iluminada. Todo ello perfectamente colocado en un entorno de casas de piedra arenisca y adoquines.

-Es una ciudad jodidamente preciosa. –Dijo para sus adentros con un todo de orgullo y tristeza.

En ese instante recordó el diario de Iván y se arrepintió de habérselo tirado a aquel hombre. Sentía gran curiosidad por saber qué más había escrito su amigo y si le habría mencionado más veces a parte de en esa primera página que había leído.

Ahora ya nunca lo sabría. Aunque no se lo hubiera llevado aquel hombre tras la trifulca, cosa más que probable, tenía muy claro que aquel cuaderno no valía el tener que volver a aquella casa.

No había encontrado a Jaime, pero la posibilidad de volverse a encontrar a aquel loco le disuadía de volver.

Se puso un jersey, la gabardina, la bufanda y comenzó a caminar.

Pasó por delante de la Casa Lis. Esa casa de metal y vidrio de colores era una imagen muy reconocida de esa zona del rio. No recordaba la última vez que había entrado en ella a ver su exposición de muñecas, que es por lo que era conocida, pero recordaba muy bien su patio interior, uno de los muchos y preciosos patios que aquella ciudad tenía. La ciudad de oro, la ciudad de los rincones, del frio, bares e historia.  La ciudad universitaria por excelencia en un país que estaba haciendo que la gente olvidara sus joyas del interior al hacer único caso a su potencia económica costera.

La España vacía y anciana estaba siendo cada vez más vacía y más anciana.

Anduvo por aquellas calles vacías y silenciosas dirección al Yelinas. Tenía unas preguntas que hacerle a Alex y ella misma le había dicho que estaría allí la noche anterior.

Decidió dar un pequeño rodeo hacia el convento de San Esteban. Le gustaba aquel frio que hacía que le dolieran las orejas y saliera vapor de su boca al respirar.  Le hacía sentir que aún estaba vivo. Le despejaba todos los sentidos.

Continuó tranquilamente por el paseo del rio hasta que no pudo más llegando finalmente al parque donde estaba el convento de San Esteban.  Siempre le había atraído aquella iglesia, aquella fachada barroca llena de adornos.  El interior, al igual que la casa de Lis, apenas lo recordaba, pero aquel trocito de parque con aquella enorme fachada de fondo siempre le había gustado. Le hacía sentir, en cierto modo, orgulloso de ser de allí.

Siguió caminando por la gran vía hasta alcanzar su destino. Desde fuera se podía oír, pese a ser entre semana, la música y el ruido generado por los clientes.

Bajó las escaleras. Siempre que cruzaba la puerta se acordaba de los enormes submarinos de humo pre ley antitabaco y le sorprendía encontrarse con un habiente libre de ellos.

La gente bebía al margen de todo problema del exterior, como si en aquel lugar, al igual que momentos antes en su coche, nada les pudiera hacer daño.  En ese sitio simplemente las personas eran dueñas de su propio destino, libres de todo juicio y falsas expectativas.

 “Si hay algo por lo que sentirse orgulloso de ser español es sin lugar a dudas por sus bares”, pensó sonriendo para sí.

Cerró los ojos reconociendo acto y seguido la canción que sonaba, “Farewell” de Avantasia.

Miró por todas las mesas en busca del pelo rubio y rizado de Alex. Estaba sentaba bebiendo sola una cerveza en la mesa del fondo de la sala, justo al lado de la puerta de “solo empleados”. Ella no hizo por verle. Jugaba con el asa de la jarra tranquilamente.

Se acercó a la barra saludando a la camarera con la que había estado hablando el día anterior. Ella le devolvió el saludo, parecía algo nerviosa pero David lo achantó al típico agobio que en ocasiones se tenía en ese tipo de trabajos y que él tan bien conocía.

-Ha vuelto. Veo que le gustó el ambiente ayer. –dijo sonriendo y señalando con los ojos a Alex. – ¿Le pongo lo mismo?

David asintió con la cabeza. Nunca dejaba de apetecerle una cerveza bien fresquita y, viendo el día que había tenido, la necesitaba más que nunca.

-¿Día duro? –parecía haberse dado cuenta.

-Por lo que parece tú también. –se limitó a contestar. Ella soltó una carcajada algo nerviosa y le dejó la jarra sobre un posavasos delante de él.

-Dejémoslo en extraño. Ahora, a pasar un buen rato. –volvió a sonreír y a mirar a Alex que seguía jugando con el asa de la jarra. –cualquier cosa no dude en avisar, de aquí no me muevo. –dicho esto se dio media vuelta a atender a más clientes que acababan de llegar.

Se quedó unos minutos bebiendo tranquilamente en la barra antes de decidir acercarse a la mesa del fondo. Era el primer momento que tenía relajado para él solo y quería disfrutar aunque fuera de los primeros tragos antes de volver a la vida real.

“Nunca estas contento con nada” –pensó para sí. – “cuando estas solo estas deseando estar con gente, y cuando estas acompañado en lo único que puedes pensar es en volver a estar solo.”

Le dio unos últimos sorbos y se acercó a Alex.

-¿Puedo sentarme?

-Me preguntaba cuándo se decidiría a preguntármelo. Sería gracioso que le rechazara después de que me hubiera aceptado usted a mi ayer.

No parecía sorprendida de verle, es más, parecía que le había estado esperando.

-Por favor, de “tú”, aún no tengo edad ni gilipollez como para que me traten de usted.

Hoy he tenido un día muy raro. –se limitó a decir en lo que se sentaba delante de ella. Bebió un trago tranquilamente, no tenía ninguna prisa. –fui a visitar a un viejo amigo y alguien con su mismo tatuaje me atacó. –No tenia costumbre de dar rodeos para contar nada, por lo que no vio necesario alargar ni adornar más la historia. –me amenazó con una navaja.

-¿Alguien con mi mismo tatuaje?

-El de su dedo.

Ella se limitó a verlo como si fuera la primera vez que se daba cuenta de que aquellas siglas estaban marcadas en su piel.

-¿Cómo era aquel hombre? ¿Le dijo algo? –se limitó a preguntarle sin el menor atisbo de sorpresa en su voz.


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